—¿Estás listo?
Estigio asintió con la cabeza.
—No.
Galen se echó a reír.
—Por un momento casi me creo que lo estás.
Estigio inspiró hondo y salió de los barracones. Seguía muy dolorido y aún tenía muchas marcas en lugares que quedaban ocultos por la ropa. Pero lo peor de todo era el miedo que sentía en el corazón. No sabía con lo que iba a encontrarse.
¿Cuánto daño habría hecho Apolo a sus relaciones familiares y sociales? Aunque Galen lo había puesto al día en la medida de lo posible, aún tenía considerables vacíos de información.
Conforme se acercaban a palacio, Galen lo detuvo.
—Podemos volver para que descanses unos cuantos días más.
«No me tientes», pensó.
—Mi padre estará subiéndose por las paredes. No hay por qué empeorar las cosas.
Apretó los dientes y empezó a subir los escalones de la entrada mientras maldecía al arquitecto que los había diseñado a cada paso que daba.
Cuando por fin llegó al final, temblaba por el dolor.
Galen se colocó a su espalda.
—Descansa un momento si lo necesitas.
Estigio se enjugó el sudor de la frente antes de entrar. Volver a casa le resultó mucho más raro que cuando regresó de la guerra.
Lo más desconcertante era que nadie sabía que había estado ausente.
«Soy del todo irrelevante», pensó.
Aunque siempre lo había sospechado, reconocer la verdad era muy duro.
—En nombre de Hades, ¿dónde te has metido?
Estigio le lanzó una mirada elocuente a Galen.
—En la cama, padre.
El rey lo fulminó con la mirada, pero después se echó a reír.
—Al menos eres sincero. Espero que la hayas montado bien.
Estigio se quedó de piedra mientras su padre se acercaba a él con una expresión risueña en sus ojos azules.
«¿Quién eres y qué le has hecho a mi padre?», se preguntó.
¿Se trataba de otro impostor?
Estigio miró a Galen.
—No se ha quejado.
Galen lo miró con una ceja enarcada.
«Demasiado», añadió Estigio en silencio.
Su padre frunció el ceño y le cogió la barbilla con una mano a fin de volverle la cabeza y poder verle bien el cuello.
El pánico se apoderó de Estigio. ¿No había desaparecido la huella de la mano?
—Debe gustarle morder. Se te notan algunos mordiscos.
Estigio se estremeció por el asco al recordar a Apolo y su violencia a la hora de alimentarse. Se alzó la clámide para cubrirse el cuello.
Su padre le dio una palmada en el brazo.
—Descansa hoy. Dado que no sabía que ibas a volver, no tengo nada preparado. Mañana retomarás la rutina.
Estupefacto por el buen humor con el que su padre enfrentaba su ausencia, Estigio condujo a Galen hacia la escalera.
—¿Qué ha pasado?
Galen se encogió de hombros.
Cuando llegaron al pasillo, Estigio se detuvo y lo enfiló en dirección contraria a sus aposentos.
—¿Estigio?
—Quiero conocer a mi sobrino.
—¿Estás seguro de que puedes?
Asintió con la cabeza mientras se dirigía a la habitación de Ryssa. Acababa de llegar cuando un sirviente abrió la puerta y le indicó dónde estaba la habitación infantil.
Sin saber muy bien qué esperar, entró con paso titubeante en la estancia de la que acababa de salir el sirviente.
La niñera alzó la vista e hizo una mueca como si su mera presencia la asqueara. Estigio se desentendió de ella al ver al niñito que estaba tendido de espaldas sobre una mullida manta de pelo de oveja. Alguien había colocado una serie de muñecos de trapo y de juguetes de madera sobre él, de modo que pudiera golpearlos.
El niño, el más bonito que había visto en la vida, le arrancó una sonrisa mientras se sentaba en el suelo a su lado.
—Hola, pequeñajo. ¿Quién te ha rapado el pelo?
Los ojos azules de Apolodoro relucieron mientras se echaba a reír y extendía los bracitos hacia él.
Sorprendido y enamorado de los pies a la cabeza de esa diminuta criatura, Estigio extendió una mano y sonrió todavía más cuando su sobrino se aferró a uno de sus dedos y le dio un apretón.
—Sí que eres fuerte, chiquitín. Un día serás un feroz guerrero… o al menos se te dará bien sujetar las riendas.
Se moría por cogerlo en brazos y acunarlo, pero le daba miedo intentarlo siquiera. Apolodoro era demasiado pequeño. Pero era perfecto y maravilloso.
La puerta se abrió a su espalda.
—¿Qué haces aquí?
Dio un respingo al escuchar la furiosa voz de Ryssa.
—Quería conocer a mi sobrino.
Ryssa lo apartó de un empujón, cogió a Apolodoro en brazos y se apartó del hermano al que odiaba.
—No eres bienvenido. Ya te lo he dicho. Quiero que mi hijo crezca y se convierta en un hombre, no en un tirano asqueroso como tú. Quiero que te mantengas alejado de él para que no lo corrompas.
Estigio le hizo una reverencia.
—Siento haberte molestado, hermana. Perdóname. No volveré a hacerlo.
Al ver la cara de Galen, supo que su mentor quería decirle algo a Ryssa, pero le hizo un gesto negativo con la cabeza. No hacía falta.
Nada más abrir la puerta se encontró con Aquerón, que estaba a punto de entrar. La rabia relampagueó en los ojos de su hermano.
Se apartó para dejarlo entrar.
Aquerón le clavó el hombro y el codo al pasar a su lado.
—Cabrón asqueroso —masculló.
Estigio soltó una carcajada amarga.
—Al menos ya he ascendido y he dejado de ser un imbécil a secas.
Aquerón se volvió hacia él.
Ryssa lo cogió del brazo antes de que pudiera atacarlo.
—Vamos, hermanito. No merece la pena que te vuelvan a hacer daño por su culpa. No merece la pena en absoluto. —Dejó a Apolodoro en brazos de Aquerón y después le cerró la puerta en las narices.
Estigio inspiró hondo antes de decir con sarcasmo:
—Mi maravillosa familia… No sabes cuánto los he echado de menos a todos.
Los ojos de Galen reflejaron la pena que él mismo sentía.
—Eso no ha estado bien.
Estigio intentó no darle más vueltas al asunto.
—Un sabio me dijo una vez que en la vida, como en la guerra, no hay ni bien ni mal. Que las cosas son como son. Y que en vez de preocuparme por una filosofía que no podía cambiar, lo mejor era que intentara vivir lo mejor posible.
—Deberías haberle dado una patada en los huevos a ese viejo cabrón.
—Sí, pero tú me la habrías devuelto y tus patadas son como las coces de un caballo furioso.
Galen le dio un abrazo paternal y lo besó en la frente.
—Vamos, debes meterte en la cama para que puedas reponerte del todo.
Estigio se levantó la clámide para mostrarle la sangre que empapaba los vendajes en su costado.
—Mi hermano también pega fuerte.