12 de enero de 9527 a. C.

Estigio se despertó, tosiendo y muy débil, y se percató de que se encontraba en una estancia de mármol blanco donde el sol entraba a raudales. Al principio le fue imposible ubicarse, hasta que recordó que una diosa lo había liberado de su celda. Se sentó en la cama, dorada y de postes tallados, con cortinas rojas.

—Ten cuidado.

La diosa rubia lo ayudó a sentarse porque todo le daba vueltas.

—¿Por qué estoy tan mareado? —La fulminó con la mirada—. ¿Me has drogado?

—No. Te lo juro. Tienes fiebre.

Eso explicaba por qué tiritaba cuando tenía tanto calor.

La diosa le puso una foremasta y se la abrochó al cuello.

—Vamos a lavarte y a vestirte, y después te llevaremos a casa.

La idea de regresar a la arena le provocó una dolorosa sensación. Sin embargo, la reprimió. Si la diosa quería divertirse con él, ya lo habría hecho. Y a pesar de lo que había dicho, estaba seguro de que lo había drogado y había abusado de él. Todos lo hacían.

Salvo cuando luchaba. Siempre lo mantenían sobrio para la lucha y para lo que seguía después. Serían demasiado bondadosos si le permitieran olvidar algo así.

Receloso y asqueado, la siguió hasta el baño y se lavó a toda prisa. No tenía por qué quedarse en ese lugar más tiempo del necesario. A esas alturas, la bondad era la peor tortura, ya que lo hacía sentirse humano. Hacía que anhelara cosas que lo dioses le negaban.

Cariño. Amistad. Felicidad.

Dignidad.

La diosa le puso un quitón gris y lo tomó de la mano. Temiendo su regreso al Tártaro, Estigio apretó los dientes mientras salían del templo y aparecían en unos barracones. Al cabo de un instante reconoció el lugar.

¿Estaba en Dídimos?

—¿Estigio?

Se quedó sin aliento al escuchar esa voz gruñona tan familiar.

—¿Galen?

Le flaquearon las rodillas.

La diosa impidió que cayera al suelo.

Galen le cogió del brazo y se lo pasó por sus inmensos hombros.

—¿Qué te han hecho, muchacho?

Las palabras le fallaron, abrumado como estaba por las emociones al comprender que había regresado a casa de verdad. No era un sueño ni una alucinación. Era real. Se aferró a Galen y lloró por el alivio y la gratitud.

Galen lo acompañó hasta sus aposentos y lo ayudó a acostarse.

—Voy en busca del médico —dijo después de arroparlo.

—No puedes.

Galen se volvió hacia la diosa con el ceño fruncido.

—Está muy enfermo.

—Lo sé. Pero nadie sabe que ha estado ausente. ¿Cómo vas a explicar las cicatrices que tiene en el cuerpo y que atestiguan una historia bien distinta?

Galen apretó los dientes al reparar en las antiguas cicatrices y en las nuevas heridas y moratones.

—¿Qué le han hecho? —repitió.

Bethany sintió deseos de llorar al recordar el estado en el que lo encontró en la celda.

—Es mejor que no conteste esa pregunta, y estoy segura de que Estigio prefiere que no lo haga. Con decir que ha pasado mucho tiempo en manos de gente que lo odia es suficiente.

Estigio no parecía escucharlos. Tenía la vista clavada en la pared encalada con una expresión incrédula. Su respiración era superficial.

—Gracias por traerlo de vuelta.

Bethany inclinó la cabeza.

—Por favor, una vez que pueda andar, recuérdale que… —Puso cara de asco al pensar en la condición que el cabrón de Apolo había impuesto para su liberación—. Recuérdale que debe pedirle perdón a Apolo.

—Lo haré.

Y con esas palabras se marchó.

Estigio miró a su alrededor, esperando que la estancia se esfumara.

—Galen, ¿de verdad estoy aquí?

—Lo estás.

Incapaz de creer que no fuera un sueño, se lamió los agrietados labios.

—¿Cuánto tiempo he estado fuera?

—No estoy seguro. ¿Qué es lo último que recuerdas?

¿Cómo podía olvidarlo?

—El banquete de celebración por mi compromiso. Padre anunciando que Ryssa estaba embarazada.

Galen se quedó helado y contuvo el aliento.

Esa reacción no presagiaba nada bueno. Estigio lo miró con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa?

—El hijo de Ryssa tiene casi cinco meses.

Estigio jadeó al darse cuenta de que llevaba fuera casi un año. Además, había un acontecimiento aterrador que habría tenido lugar durante su ausencia.

—¿Estoy casado?

—No. Enviaste a tu prometida a casa después de que Aquerón intentara violarla.

Estigio frunció el ceño aún más mientras trataba de comprender las palabras de Galen.

—¿Ya no estoy prometido?

—No. Hace meses que no lo estás. —Galen tragó saliva mientras el miedo ensombrecía sus ojos grises—. ¿Dónde has estado todo este tiempo?

Estigio se estremeció por los recuerdos que lo atravesaron.

—En la Atlántida. —No añadió nada más.

No hacía falta decirle a Galen que lo habían encarcelado, torturado, violado y humillado. Tampoco era necesario que lo explicara, dada las condiciones físicas en las que se encontraba. Tenía dentelladas y huellas de manos por todos sitios, y en lugares que ponían de manifiesto el maltrato que había sufrido.

Suspiró mientras trataba de asimilarlo todo. La última vez que estuvo ausente tanto tiempo fue cuando murió su madre. En esta ocasión se había perdido un nacimiento.

—¿Cinco meses tiene el niño? ¿Cómo se llama?

—Apolodoro.

«El regalo de Apolo», tradujo mentalmente. El nombre le provocó náuseas. ¿Cómo iba a llamar a su sobrino por el nombre de su peor enemigo? Sobre todo, a sabiendas de que dicho enemigo era el padre de la criatura.

Aunque el niño no tenía por qué parecerse a los padres. Jamás le echaría en cara quién era su progenitor. Porque sabía muy bien lo que eso significaba. Pese a todo lo demás, querría y protegería a ese niño inocente.

Cerró los ojos y siguió preguntando por los acontecimientos que se había perdido. Hasta que recordó algo que Galen había mencionado.

—Espera… ¿Envié a casa a Nefertari?

Galen asintió con la cabeza.

—Sabía que había gato encerrado. Te comportabas de un modo extraño, aunque lo achaqué a los nervios previos a la boda y al cansancio propio de un guerrero. Debería haberme percatado del engaño nada más ver cómo el impostor cogía tu escudo y luchaba. Lo hizo como si le repugnara.

Estigio soltó una amarga carcajada.

—No te sorprendas si yo demuestro la misma aversión. —Porque cada vez que había tocado un escudo durante el último año, el resultado final siempre había sido el mismo.

Había sufrido una humillación pública y abyecta tras la pelea.

—Sí, pero en su caso, siempre logré que mordiera el polvo.

Algo que no sucedería con él. Sobre todo después de haberse enfrentado a los gigantescos luchadores atlantes contra los que peleaba en la arena. Eso lo había ayudado a pulir sus habilidades.

A esas alturas eran letales.

Sin embargo, no le habían bastado para protegerse.

—¿Qué más he hecho? —preguntó, temeroso de la respuesta.

Galen apretó los dientes.

—¿La verdad? Has sido un imbécil insoportable. Bueno, tú no. El otro. Además, has conseguido que… Bueno, él ha conseguido que muchos de tus hombres se enfaden.

—¿Cómo?

—Suspendió las pensiones y aumentó la cuota de servicio anual sin decretar un aumento en la paga. Nos ha insultado a todos y ha tratado a todo el mundo como si fuera un mocoso malcriado. Ha agotado incluso la paciencia de tu padre.

Estigio le reconocía el mérito a Apolo. Le había advertido de que iba a arruinarlo, y lo había hecho. Aunque en lo que a su reputación se refería tampoco tenía mucho que perder, detestaba que sus hombres hubieran sufrido por su culpa. Eso no lo había previsto.

Lo primero que haría sería ocuparse de ellos.

Y de Galen.

Intentó levantarse y ponerse manos a la obra, pero en cuanto se movió, gimió por el dolor y cayó de nuevo sobre el colchón. Hizo una mueca mientras miraba a su antiguo instructor.

—¿Tengo muy mal aspecto?

Galen sostuvo uno de sus brazos en alto para que viera los cortes y los moratones que lo cubrían.

—Esta es la parte de tu cuerpo que menos daño ha sufrido. Parece que hayas luchado contra Equidna y todos sus hijos. Estoy seguro de que la Hidra te ha comido y te ha cagado después.

Estigio soltó un suspiro, agotado.

—Me alegra saber que mi imagen es un fiel reflejo de lo mal que me siento.

Galen se echó a reír.

—Ese es el príncipe que recuerdo. Bienvenido a casa, hijo. Te he echado de menos.

«Pero estoy seguro de que nadie más lo ha hecho».

—¿El impostor sigue aquí? —quiso saber.

—No lo sé. Iré a palacio y volveré con lo que averigüe.

Tras levantarse, Galen titubeó. Después se acercó a un baúl y sacó un espejo.

Estigio lo aceptó y al mirarse, jadeó. Tenía un lado de la cara quemado e hinchado. El ojo izquierdo estaba rojo y morado. Los labios y la nariz, cubiertos de costras ensangrentadas. A pesar de lo rápido que sanaba, tardaría días en poder salir a la calle. A menos que…

—Podríamos decir que he sufrido un accidente.

Galen le apartó el cuello del quitón para que viera la huella inconfundible de una mano que lucía en torno a la garganta.

—Supongo que podemos añadir que alguien trató de salvarte estrangulándote, ¿no?

—Mi padre se lo creería.

Galen resopló.

—La diosa tenía razón. Si vuelves a casa ahora mismo, tu padre mandará llamar al médico y estoy seguro de que tienes otras heridas que no quieres que nadie vea.

—De acuerdo —claudicó Estigio—. ¿En qué mes estamos?

—En Gamelion.

—Uf… —El mes dedicado al matrimonio y en el que se celebraba el festival de Apolo. Un momento de lo más inoportuno para él—. ¿Se ha celebrado ya el festival?

—Acabó hace dos días.

«Gracias a los dioses por su misericordia», pensó. Sin embargo, su doble habría estado presente en él.

—¿Asistí?

—Borracho como una cuba.

La respuesta no le gustó mucho. Aunque al menos el festival le proporcionaba una excusa para ausentarse de casa.

—Dile a mi padre que he sido secuestrado por una ninfa lujuriosa que me ha arrastrado hasta su guarida.

—Que conste que detesto interpretar el papel de ninfa lujuriosa.

El humor de Galen le arrancó una solitaria lágrima que resbaló por el rabillo del ojo, ya que avivó la añoranza que había sentido por el hogar y la gratitud que sentía por estar de vuelta.

Galen frunció el ceño.

Estigio carraspeó mientras trataba de reprimir sus emociones.

—Lo siento, Galen. Es que me alegra mucho estar en casa… y a salvo. Aunque eso signifique tener que ver tu barba canosa todos los días.

Galen le cogió una mano y le dio un apretón.

—Me alegra tenerte de vuelta. Le diré eso a tu padre, pero te aseguro que tu supuesta holgazanería no te congraciará con él.

—Que me mande azotar. Al menos él no me violará primero. —Estigio contuvo el aliento al reparar en lo que acababa de decir.

Sin embargo, no vio el menor reproche en los ojos de Galen.

—Puedes descansar tranquilo. Volveré lo antes posible.

Estigio lo observó marcharse. Aún no podía creer que estuviera en Dídimos. Jamás había creído posible regresar a casa.

«¡Vamos a demostrarle a Su Alteza cómo tratamos a los enclenques putos griegos en la Atlántida!».

Se estremeció por el recuerdo, asaltado por las voces hostiles que poblaban sus pensamientos. Se vio abatido por perros y por leopardos, empujado hacia trampas. Pero por espantosas que fueran, esas imágenes eran mucho mejores que las otras. Nada borraría jamás el clamor de la multitud mientras lo torturaban como espectáculo público.

Gruñó y deseó poder retroceder en el tiempo. Porque si lo hiciera, desoiría las órdenes, haciendo caso omiso de las consecuencias que eso le acarrearía, y llevaría a su ejército hasta la misma reina atlante en cuya frente clavaría el pendón con su fénix.