14 de febrero de 9528 a. C.

Estigio sonrió mientras lo despertaban las caricias de una mano en el pelo.

—¿Bethany?

—Pues no.

Se alejó de dicha mano al escuchar la voz ronca de Apolo junto a la oreja.

—¿Qué haces aquí? —Apartó al dios de un empujón—. Uf… apestas a mi hermana.

Apolo enterró la mano en su pelo y le dio un tirón para acercarlo de nuevo.

—Pareces haber olvidado nuestro trato. ¿O ya no te preocupa lo que le suceda a tus seres queridos?

—Nuestro trato no incluía que me magreases delante de mi familia.

—Tu familia no está aquí ahora.

Estigio se estremeció cuando el dios lo estrechó contra su pecho.

—Todavía necesitas aprender lo que es la obediencia.

Estigio intentó alejarse de él.

—No soy un perro.

Apolo se rio.

—No, pero estoy seguro de que lograré hacerte jadear.

—Prefiero no aprender.

—En ese caso, date la vuelta y bésame.

No podía hacerlo. Estaba demasiado cansado de vivir de esa manera. Cansado de que todos lo amenazaran y lo atormentaran. A esas alturas nada le importaba. Bethany se había ido y ya no había nada que le importara en el mundo.

—¿Por qué no me dejas en paz?

—¿En paz? —masculló Apolo mientras lo inmovilizaba contra el colchón, aferrándolo por la garganta—. ¿Es que no valoras el honor que te estoy haciendo? ¡Te he marcado!

Estigio clavó la vista en la pared para alejarla de la cara de su torturador. Le encantaría prescindir de semejante honor.

Apolo lo abofeteó.

—Mírame.

Estigio enfrentó la colérica mirada del dios con una de su propia cosecha.

Apolo lo abofeteó de nuevo.

—Estoy harto de tu insolencia. ¿Crees conocer lo que es el dolor, humano? No lo conoces. Pero estás a punto de aprenderlo. Y esta vez no te demostraré compasión alguna. Te lo quitaré todo, y me refiero a todo.

No quedará nada de ti cuando acabe contigo y te prometo que al final me suplicarás clemencia de rodillas.

Harto de todo y de todos, Estigio se rio ante la amenaza.

—Muy bien. Empléate a fondo. Voy a disfrutarlo.