Estigio se encontraba en su gabinete, repasando su progreso semanal con su padre y con el maestro Praxis cuando Ryssa entró en tromba. Al principio, Estigio temió que estuviera enfadada. Sin embargo, al acercarse se percató de su alegre sonrisa.
—¡Padre, mira lo que acaba de traer un mensajero! —exclamó muy contenta mientras separaba las manos para mostrarle las peinetas que Estigio había comprado—. ¡Me las ha enviado Aquerón! ¿A que es el mejor hermano del mundo?
El maestro Praxis se quedó boquiabierto, mirando a Estigio, quien se llevó un dedo a los labios para indicarle a su tutor que no lo delatara.
—Son preciosas, Ryssa.
Su hermana lo miró con desdén mientras se las colocaba en el pelo y después se volvió hacia su padre.
—¡Las llevaré esta noche durante el banquete! Y en todos los banquetes a los que asista de ahora en adelante. ¿Cómo ha averiguado que esto era lo que quería? ¿A que son preciosas, padre? ¡Estoy deseando enseñárselas a matisera! —Salió corriendo del gabinete en dirección a los aposentos de su madre.
El rey miró a Estigio con el ceño fruncido.
—¿Qué le has comprado a tu hermana?
—No he tenido tiempo, padre. Lo siento.
La mirada que le lanzó su padre le prometió un castigo digno de las Erinias.
—En ese caso, te sugiero que encuentres algo ¡y rápido! Ya hablaremos de esto más tarde.
Un eufemismo para la azotaina que le esperaba.
—Sí, padre.
—Largo. Fuera de mi vista.
Estigio recogió sus rollos de pergamino y el maestro Praxis salió con él del gabinete.
—Alteza, me encuentro perplejo.
Estigio levantó la cabeza y señaló hacia Ryssa, que estaba enseñándole las peinetas a sus doncellas.
—Si el regalo fuera mío, no estaría tan contenta, te lo aseguro. Las habría guardado en un cofre y no se las habría puesto jamás. Significan mucho más para ella si son un regalo de mi hermano.
—Pero habéis pagado un precio elevado por ellas y no sólo en metálico… —La mirada de su tutor se posó sobre su costado, allí donde la clámide se había abierto, dejando expuesta su piel amoratada.
Estigio se apresuró a colocarse bien la prenda antes de que alguien más lo viera.
—Maestro Praxis, los regalos tienen como propósito contentar a la persona que los recibe, no a quien los entrega. Y si el precio que debo pagar es tan elevado, prefiero ver que mi hermana disfruta con sus peinetas antes que ver que las desprecia.
—Alteza, sois un buen muchacho. Y espero que el regalo que os haga vuestra hermana sea tan noble como el que le habéis hecho vos.
Estigio contuvo un resoplido desdeñoso. Ryssa ya le había dado su regalo. Un sermón hiriente con las razones por las que ese año no merecía recibir nada.
Pero no le importaba. A diferencia de Ryssa, él no valoraba los objetos materiales que tarde o temprano alguien le arrebataría o destruiría para castigarlo.