28 de enero de 9528 a. C.

Borracho como una cuba y drogado por las hierbas, Estigio se encontraba en el salón de banquetes con su padre, Apolo y su hermana. La noche se le antojaba interminable. Fingió reír, aunque no sabía muy bien qué había dicho Apolo. Tampoco importaba mucho. El dios no asistía para conversar. Lo que quería era que lo adoraran, y como Estigio estaba acostumbrado a que nadie le hiciera caso, se limitaba a imitar a su padre.

Y a beber todo lo posible.

Había bebido hasta tal punto que no sabía muy bien cómo seguía consciente, cuando debería haber perdido el conocimiento como poco el día anterior. A esas alturas, ni siquiera recordaba cuándo estuvo sobrio por última vez.

Algo bueno. Porque cada vez que recuperaba la sobriedad, su mente insistía en rememorar momentos que prefería mantener en el olvido. Insistía en recordarle el hecho de que Bethany lo había abandonado, como todos los demás.

Aunque la estancia le daba vueltas, extendió el brazo para que los sirvientes le rellenaran el cáliz de arcilla roja. Estaba sentado a la izquierda de Apolo mientras que Ryssa ocupaba la derecha del dios. Jerjes estaba a la derecha de Ryssa. Así lo había querido Apolo.

De esa forma, el dios podía inclinarse sobre Ryssa cada vez que hablaba con el rey y acariciaba disimuladamente a Estigio sin que nadie reparara en ese detalle. Aunque él había encontrado por fin la forma de lidiar con eso. Cada vez que el dios lo tocaba, se bebía un cáliz entero.

Era un juego divertido y se había emborrachado en un abrir y cerrar de ojos.

—¿No es verdad, Estigio?

Al escuchar la pregunta, frunció el ceño y miró al dios.

—¿El qué?

Apolo rio y cogió un trozo de queso.

—Jerjes, me temo que estamos aburriendo a tu heredero. —Le dio un mordisco al queso.

—Estigio, ¿en qué estás pensando, muchacho? ¡Presta atención! ¡Estás con un dios! Demuéstrale el respeto que merece.

Estigio se llevó el cáliz a los labios para ocultar la mueca de asco que había hecho al escuchar a su padre.

Apolo sonrió satisfecho al comprobar que la depravada relación que mantenía con el hijo del rey contaba con la aprobación del monarca y le acercó el queso a Estigio para que se lo comiera.

Por su parte, Estigio detestaba ese juego. Si estuvieran a solas, le habría asestado un manotazo, pero el dios sabía que no se atrevería a hacerlo delante de su padre. Estigio se estremeció mientras abría la boca y dejaba que Apolo le colocara el queso en la lengua.

El dios le acarició la barbilla.

—Jerjes, te felicito. Has engendrado dos hijos preciosos.

Estigio dio un respingo al sentir que la mano de Apolo descendía más de la cuenta mientras se inclinaba hacia su hermana para besarla en la mejilla.

—Disculpadme —dijo Ryssa—. Ahora mismo vuelvo.

Estigio la observó reunirse con Hestia en un rincón. Jerjes también la siguió con la mirada, pero Apolo aprovechó para cogerle una mano y hacerle saber que la tenía bien dura.

Estigio puso cara de asco y apartó la mano al instante mientras miraba furibundo al dios, que se echó a reír y lo miró con cara de deseo y una expresión que prometía venganza esa noche cuando acudiera a sus aposentos.

—No lo sé, alteza —dijo Hestia, y Apolo enarcó una ceja—. Hace días que no lo veo. Dejo la comida y cuando recojo la bandeja, no la ha tocado. Nadie duerme en su cama.

—¿Qué? —rugió Jerjes, sobresaltándolos a todos—. ¡Guardias, acompañadme! —Salió del salón de banquetes en dirección a los aposentos de Ryssa, que chilló y se apresuró a seguirlo.

Estigio gruñó al comprender que su padre iba a ordenar que azotaran a su hermano. Puesto que necesitaba despejarse, fue tras ellos y Apolo lo siguió, tratando de tocarle ciertas partes del cuerpo que no le apetecía en absoluto que le tocaran.

«¿Acaso quería que los descubrieran?», se preguntó.

Claro que, ¿desde cuándo le importaba a Apolo la opinión de los demás? Su padre no aborrecería al dios si se enterara. En su caso, sería bien distinto. O lo azotaría como castigo por su depravada relación o lo envolvería para entregárselo como regalo al dios.

Fuera como fuese, él era quien saldría perdiendo.

En más de un sentido.

—¿Qué pasa? —le preguntó Apolo al oído al tiempo que se la restregaba contra el costado.

Estigio se apartó de Apolo con un gruñido asqueado.

—Aquerón —contestó antes de ser consciente de lo que decía por culpa del alcohol.

Apolo enarcó una ceja con curiosidad y con un brillo en los ojos que Estigio conocía muy bien.

¿Hay otro príncipe? —pensó el dios, haciendo que Estigio recobrara casi al instante la sobriedad.

En ese momento Estigio vio cómo sería su futuro y le resultó nauseabundo.

«Estes, deberías llevártelo a la Atlántida. Te pagaría una fortuna por montármelo con él y con su hermano a la vez».

«No, sería mucho mejor ver cómo se lo montan entre ellos».

Sí, Apolo con su avaricia querría el conjunto completo.

Y su padre era tan retorcido y avaricioso que accedería sin dudarlo. Estuvo a punto de vomitar sólo de pensarlo. Pero ¿cómo podía evitar que sucediera?

Apelando al ego del dios.

Lo que excitaba a ese pervertido era su condición de afamado príncipe y el hecho de tener control sobre él. La única manera de mantener a Aquerón al margen de la repugnante relación que mantenía con Apolo pasaba por conseguir que resultara repugnante a los ojos del dios.

Rebajar a Aquerón para que Apolo no lo deseara.

—Es un esclavo insignificante que solía ser un tsoulus. —Estigio dio un respingo al ver que Apolo parecía intrigado y recordó que era él quien lucía una marca que Aquerón no llevaba. Una marca que Apolo había visto y mordido en un sinfín de ocasiones—. Mmm… por desgracia, su vida está ligada a la mía, de modo que tenemos que mantenerlo con vida. Como me encuentro perfectamente, supongo que solo quiere llamar la atención. No vaya a ser que nos olvidemos de su presencia en palacio… —Cerró la boca en cuanto vio que Apolo fruncía el ceño y lo miraba como si hubiera perdido la razón.

«¡Joder! ¿Qué he dicho ahora?», se preguntó.

¿Habría soltado alguna incoherencia?

Fuera como fuese, consiguió que Ryssa lo fulminara con la mirada.

«Ya lo pagaré más tarde», se dijo.

Sin embargo, si sólo lo pagaba él, estupendo. No quería hacer un trío con su hermano y con Apolo. Bastante tenía con su asqueroso dúo.

Su padre entró en tromba en la habitación de Aquerón y Ryssa lo siguió, mientras que Apolo se volvió para tocarlo de nuevo.

Estigio lo miró furioso, a punto de perder los estribos.

—¡Ya basta! —susurró, furioso.

Apolo le enseñó los colmillos y después se relamió los labios.

—Sabes muy bien que después lo pagarás caro… —susurró.

—Muy bien —murmuró Estigio entre dientes.

—Ya te dije que no era de fiar —le dijo Jerjes a Ryssa, que hizo oídos sordos mientras corría hacia la terraza.

Apolo por fin lo dejó tranquilo y entró en el dormitorio para investigar qué era lo que los tenía a todos tan preocupados.

Sin saber muy bien qué iba a pasarles a Aquerón y a él, Estigio se dirigió a la terraza.

En el exterior caían rayos y truenos. Llovía a cántaros. Aquerón estaba sentado en un rincón, abrazándose las rodillas. Tenía la mirada perdida y estaba completamente desnudo, ajeno a la lluvia y al frío. El pelo le caía aplastado contra la cabeza y lucía una barba de al menos dos días.

Ryssa se acercó despacio, sin apartarse de la protección del tejadillo.

—¿Aquerón?

Su hermano no le respondió. Al menos no lo hizo con palabras. Aunque sus pensamientos parecían tan abotargados como los de Estigio, que frunció el ceño mientras trataba de separar sus pensamientos de los de Aquerón. Por irónico que pareciera, sus pensamientos se superponían y tal parecía que a su hermano también le habían partido el corazón, cosa bastante improbable. Porque era imposible que una mujer lo hubiera abandonado como Bethany lo había abandonado a él. Imposible. Aquerón no tenía ninguna mujer.

«Esos son mis pensamientos», se dijo. «¿O no? ¡Mierda, esta noche estoy bien jodido!».

Y lo peor de todo era que sus emociones y las de su hermano se habían mezclado hasta un punto peligroso.

Ryssa se arrodilló junto a Aquerón.

—¿Hermanito?

La ternura de su voz lo enfureció, al recordarle que sin Bethany, nadie lo quería.

No de esa manera.

A nadie le importaba si sufría o si le hacían daño. Si fuera él quien estuviese en la terraza, no habría aparecido ni una sola persona para ayudarlo. Nadie se habría molestado en comprobar si se encontraba bien.

Aquerón miró a Ryssa con los ojos rebosantes de ira.

—Déjame tranquilo —masculló.

«Asqueroso desagradecido», pensaron Estigio y Jerjes a la vez.

—¡No te atrevas a hablarle en ese tono! —exclamó Estigio.

Aquerón lo miró de arriba abajo con desdén.

—¡Que te jodan, cabrón!

Estigio sintió que algo se quebraba en su interior al escuchar esas palabras. Toda la familia había salido para ver qué le pasaba a Aquerón. Pero ¿quién se había molestado durante los últimos días en comprobar si él estaba bien mientras Apolo lo manoseaba y lo mordía?

Nadie.

Les importaba una mierda a todos, y eso que él era el «adorado» heredero.

Gruñó y se abalanzó sobre Aquerón, que se puso en pie para enfrentarse a él con idéntica furia.

Estigio lo atrapó por la cintura y lo estampó contra el suelo. Haciendo caso omiso del dolor que se estaba provocando, comenzó a golpearlo con saña.

—¡Te odio! —le dijo Aquerón al oído mientras rodaba por el suelo y le asestaba un puñetazo en el mentón.

Estigio lo lanzó por encima de su cabeza y se puso en pie. Acto seguido, le dio una patada en las costillas que sintió en su propio cuerpo.

—Das pena.

Aquerón giró y se levantó. Ambos estaban empapados por la lluvia mientras se enfrentaban con desdén y odio. Aquerón hizo ademán de abalanzarse de nuevo a por él, pero Estigio se lo impidió tumbándolo de espaldas. La lluvia le corría por la cara, mezclándose con la sangre que manaba de sus ojos, su nariz y su boca. A pesar de eso, Aquerón se lanzó a por él otra vez.

—¡Guardias, lleváoslo! —ordenó el rey.

Los soldados se acercaron a Estigio, pero Jerjes les indicó con un gesto que se refería a Aquerón.

Su hermano intentó desembarazarse de los guardias, pero estaba demasiado débil como para luchar. Lo metieron a rastras en su habitación.

Estigio se limpió la sangre de la cara mientras su padre aferraba el pelo mojado de Aquerón con una mano y le echaba la cabeza hacia atrás a fin de que viera la expresión desdeñosa con la que lo miraba.

—Azotadlo hasta que no le quede piel en la espalda. Si se desmaya, espabiladlo y empezad de nuevo.

Estigio se estremeció al escuchar una orden que le resultaba muy familiar. Él llevaba las cicatrices de ese trato, cortesía de su propia imbecilidad.

Aquerón soltó una carcajada desdeñosa.

—Yo también os quiero, padre.

El muy cabrón le cruzó la cara.

—Sacadlo de aquí.

—¿Padre? —repitió Apolo con una ceja enarcada.

Jerjes resopló.

—Así me llama, pero no es hijo mío. Mi difunta reina se prostituyó y engendró esa abominación.

Ryssa empezó a llorar.

—Sólo es un muchacho, padre.

El rey se echó a reír, si bien Estigio no entendía qué le resultaba tan gracioso.

Furiosa, Ryssa corrió tras los guardias que se llevaban a Aquerón.

Consciente de que en breve estaría gritando de dolor por los latigazos que iba a recibir su hermano, Estigio se dirigió a sus aposentos.

En cuanto entró, Apolo apareció delante de él.

El dios puso cara de asco al ver el daño que había sufrido su cara.

—Has encontrado el modo de aguarme la diversión esta noche, ¿verdad?

—Lo siento.

—No lo sientes. Pero lo harás. —Se marchó con la misma rapidez que había aparecido.

Antes de que pudiera dar tres pasos, Estigio gritó al sentir un lacerante dolor en la espalda. Fue tan brutal que ni las hierbas ni el alcohol lo ayudaron, de modo que cayó al suelo.

Allí se quedó, retorciéndose a medida que sentía latigazo tras latigazo. Tiritando de frío por la ropa mojada y de dolor por el castigo que sufría Aquerón.

Cuando por fin cesó, temblaba de forma incontrolable. Respirando a duras penas, gateó hasta la cama, pero estaba tan dolorido que ni siquiera trató de meterse entre las sábanas. Se limitó a tirar de la manta y a arroparse con ella en el suelo.

Comenzó a llorar mientras recordaba que cuando era pequeño también se acurrucaba de esa forma cada que vez que le hacían daño. Pero en aquel entonces fingía que la manta era su madre, que lo abrazaba y lo reconfortaba.

Mientras yacía en el suelo, escuchó la voz de Ryssa al otro lado de la pared. Estaba atendiendo a su hermano.

—No te preocupes. Cuidaré de ti.

Estigio cerró los ojos y fingió que era Aquerón, y que Ryssa estaba con él. Pero al igual que sucedía cuando fingía que la manta lo abrazaba o que tenía amigos con los que jugar, sabía muy bien cuál era la amarga verdad.

Sin Bethany, estaba completamente solo.

Nadie se preocupaba por el príncipe.

Ni siquiera él.