—¿Qué te pasa? —rugió Estigio al encontrarse a Aquerón borracho y desnudo en el suelo de su dormitorio.
Con una mueca desdeñosa, Aquerón cogió el odre que había estado acunando contra su cuerpo y bebió.
—¡Vete, imbécil! ¡Te odio! Ojalá estuviéramos muertos… —Se le quebró la voz y acabó sollozando.
El dolor de Aquerón le provocó una punzada aguda e hizo que se sintiera fatal por haberle gritado.
Se arrodilló junto a su gemelo y le quitó el odre.
—Aquerón… escúchame. Sé que llevas al menos dos días sin comer. —Los espasmos que el hambre provocaba en su estómago no dejaban lugar a dudas. Cogió el pan que Hestia le había dejado a su hermano poco antes y se lo ofreció—. Tienes que comer un poco. ¿Lo entiendes?
—Que te jodan… ¡puto de mierda!
Estigio se encogió por el insulto, que le llegó al alma, antes de intentar meterle un trozo de pan en la boca, pero Aquerón le mordió con tanta fuerza que le hizo sangre.
Apartó la mano mientras soltaba una maldición. Fulminó a Aquerón con la mirada, deseando matarlo.
—Padre hará que te azoten o que te den de comer a la fuerza. ¿Eso es lo que quieres?
Las lágrimas se agolparon en los turbulentos ojos plateados de Aquerón.
—No, lo que quiero me ha abandonado. Me ha abofeteado. —Fulminó a Estigio con la mirada—. Me ha golpeado. ¡Porque no soy tú! Si fuera un príncipe y no un puto… Pero tú eres ambas cosas. Lo eres. Sé que lo eres. No lo eres, pero lo eres. Lo vi. Te vieron… a ti. Vieron…
Aquerón estaba tan borracho que lo que decía carecía de sentido. Como tampoco lo tenían sus pensamientos.
Estigio se cubrió un ojo con la mano mientras intentaba entender las desquiciadas elucubraciones de Aquerón. Sus pensamientos eran tan fugaces que le provocaron un dolor de cabeza.
Aquerón se encogió en el suelo hecho un mar de lágrimas.
Ver la agonía de su hermano le provocó un nudo en la garganta, ya que ansiaba hacer lo mismo. Al igual que él, su hermano estaba hecho polvo por algo que le había sucedido. Pero ¿de qué se trataba?
Sabía que él era la última persona con la que Aquerón se desahogaría. Habría ido en busca de Ryssa, pero se encontraba con Apolo.
«Soy lo único que tiene. Que los dioses se apiaden de los dos».
—Adelfos —le susurró al tiempo que le tocaba el brazo—, por favor, quiero ayudarte.
Aquerón le dio un puñetazo.
—¡No me toques!
«Somete a ese puto por todos nosotros. Tráelo aquí…», esos eran los pensamientos de su hermano.
Estigio dio un respingo al escuchar las frases que captó de la abotargada mente de Aquerón. Con razón su hermano estaba tan alterado. Tenían los mismos recuerdos y las mismas pesadillas. Lo peor de todo era que los recuerdos de Aquerón se parecían mucho a lo que Xan le había dicho a Estes después de que lo violaran por primera vez. Hiciera lo que hiciese, los vítores de sus violadores, así como sus risas y sus comentarios jactanciosos, siempre lo torturarían.
Apoyó la cabeza en el hombro de Aquerón e intentó consolarlo.
—Tranquilo, hermano. Sé por lo que estás pasando.
—¡No tienes ni idea de lo que estoy pasando! ¿Cuándo os han rechazado, alteza?
«Ryssa y tú lo hacéis. A todas horas».
Al igual que lo rechazaban sus padres.
Y por último su preciada Bethany.
Sin embargo, no quería revivir su dolor. Ya se emborracharía después, como llevaba días haciendo. En ese momento su hermano lo necesitaba.
—Aquerón…
Antes de que Estigio pudiera reaccionar, Aquerón se abalanzó sobre él y tras rodearle el cuello con una mano trató de estrangularlo. Acto seguido, su hermano rodó con él sobre el suelo y lo inmovilizó con una fuerza inusitada e increíble.
—Aquerón… —jadeó mientras intentaba respirar y soltarse de la férrea mano de su hermano, que lo agarraba de un modo que le recordaba a lo que le hacía Apolo.
Mientras lo miraba, los ojos de su hermano se tornaron de un brillante rojo sangre. Se le oscureció el pelo y su piel adquirió un tono azul marmóreo. Los labios se le volvieron negros.
—¡Has dicho que sabías por lo que estaba pasando! —bramó Aquerón, dejando al descubierto unos colmillos que alentaron la furia de Estigio, ya que recordó sin querer a Apolo mientras lo mordía en sitios que le revolvían el estómago—. No sabes nada de lo que me está pasando. Nadie te ha mancillado jamás, príncipe. Jamás te han inmovilizado y te han obligado a suplicar por una polla que ni muerto querrías lamer o sentir.
La rabia y el dolor nublaron la visión de Estigio. Lo peor de todo fue que recordó las palabras de Aquerón en la Atlántida: «Dime lo que se siente al tener ese culo real bien lleno, alteza. Pues espera a que te den la vuelta, la cosa mejora». Y después de eso: «Bienvenido a mi mundo, hermano…».
Las carcajadas burlonas de Aquerón mientras otros lo violaban resonaron en su cabeza.
Estigio soltó un rugido y golpeó el brazo azul de Aquerón tan fuerte como pudo, consiguiendo soltarse. Gritó al sentir que le dolía el brazo, pero le daba igual. Había demasiados recuerdos que se mezclaban con los de su hermano.
Y eran recuerdos brutales.
Apartó la forma demoníaca de Aquerón de una patada y se puso en pie. El pánico lo atenazó al ver que su hermano recuperaba la forma humana. Yacía de costado en el suelo, jadeante y débil.
—¿Qué somos? —susurró Estigio.
Los ojos de Aquerón seguían siendo rojos.
—Seres condenados. —Y después comenzó a reírse, presa de la histeria.
Aturdido y aterrado por todo lo sucedido, Estigio lo dejó allí tirado y se dirigió a su dormitorio. Se miró las manos, tanto el dorso como las palmas. ¿Su piel también se volvería azul? ¿Sus ojos y sus labios adoptarían el mismo color?
¿Estaba al tanto Ryssa de la otra forma de Aquerón? ¿Por eso se mostraba tan protectora con él?
Mientras se apoyaba en la puerta de su habitación para evitar que pudieran abrirla, se imaginó a la perfección la reacción de su padre si alguna vez lo veía.
Los confinarían en el templo de Dioniso.
Para siempre.
Se mesó el pelo y sintió que la cordura lo abandonaba un poco al pensar que la pesadilla podría repetirse.
Y en esa ocasión Estes no intervendría.
«Porque yo lo maté».