Estigio estaba a la derecha de su padre mientras esperaban a que apareciera otro cortejo real que habían avistado en dirección al palacio. Justo lo que más ilusión le hacía, más testigos para la humillación que Ryssa iba a sufrir al cabo de dos días.
A lo largo de la última semana habían llegado dignatarios de toda Grecia y, como príncipe, se esperaba que los recibiera. Ansiaba esos maravillosos momentos tanto como las visitas nocturnas de Apolo a su cama.
Mientras tanto, las palabras que le había dicho su padre en privado, sus insultos, seguían resonando en sus oídos, haciendo que dichos momentos fueran aún más amargos. Cuanto más veía su padre a Aquerón, más lo odiaba a él. Últimamente no conseguía hacer nada para calmarlo. Su padre estaba decidido a odiarlo.
A decir verdad, ya no le importaba. Se limitaba a enfrentarse a esos días de la misma manera que se enfrentó a los interminables meses de guerra. Había enterrado sus emociones en lo más profundo y funcionaba de forma automática, con la promesa de que pronto estaría con Bethany y de que ella podría borrar la desdicha, reemplazándola con emociones dignas de ser sentidas.
Sin embargo, al ver los pendones de sus últimos invitados, se sintió algo mejor.
El rey Kreon de Halicarnaso. No lo había visto desde la batalla en la que expulsaron a los atlantes del reino de Kreon. Kreon había sido amable con sus soldados y con él, algo que apreciaba.
En cuanto el cortejo se detuvo, el rey de Halicarnaso y su séquito se apearon de sus carros y echaron a andar hacia los escalones de la entrada.
Kreon saludó con sequedad a su padre, pero después se volvió hacia él y esbozó una sonrisa enorme antes de darle un abrazo paternal.
—Me alegro de verte de nuevo, príncipe Estigio. Por Zeus, creo que estás incluso más alto. Y tienes muy buen aspecto.
Estigio sonrió.
—Yo también me alegro de veros, majestad. Espero que hayáis tenido un buen viaje.
—Podría haber sido mejor. Podría haber sido peor. Recuérdamelo después, porque te he traído regalos, joven príncipe.
Estigio miró a su padre, a quien no le había hecho gracia la noticia.
—Os lo agradezco, majestad. De verdad.
Kreon le dio una palmada en la espalda y después miró a su padre.
—Tu hijo es lo único que te envidio, Jerjes. Ojalá que aprecies el regalo que te han ofrecido los dioses.
—Tú no tienes que vivir con este imbécil ni con su bocaza. Ni aguantar su vagancia y su mal humor —pensó Jerjes.
Estigio se tensó al escuchar los pensamientos de su padre.
Mientras los reyes subían los escalones, Estigio los siguió pero a distancia. El palacio estaba demasiado lleno. Las voces eran insoportables y no tenía forma de bloquearlas.
Decidido a esconderse en su habitación, no le prestó atención a nadie y acabó dándose de bruces con su hermana.
Literalmente.
Ryssa lo fulminó con una mirada cargada de odio.
—Lo has hecho a propósito, ¡bruto insensible! —pensó ella.
Estigio hizo una mueca por el dolor que sus furiosos pensamientos añadieron a su cabeza.
—Ha sido un accidente, hermanita. Perdóname.
—Aquerón tiene razón. Eres un imbécil.
Suspiró al escucharla.
—Me conmueve saber las cariñosas conversaciones que mis hermanos mantienen sobre mí cuando no estoy presente.
—Te hace gracia, ¿verdad?
—Hay muy pocas cosas en la vida que me hacen gracia, Ryssa. Y te aseguro que ninguna de ellas tiene que ver con mi familia.
Esta vez le lanzó una mirada asesina.
—Deberías tener miedo, Estigio.
Ah, eso le interesaba.
—¿De qué?
—Si complazco a Apolo, tendré mucho más poder que tú. Y dado que es el dios de las plagas, podría convertir tu vida en un infierno. Tendré la capacidad de hacerte daño de un modo que nunca olvidarás.
Estigio soltó una carcajada amarga al escuchar la hueca amenaza. Ojalá tuviera esa suerte, pero Apolo no iba a romper su juguete preferido. Bien sabían los dioses que llevaba meses intentando quitárselo de encima.
Sin embargo, eso no era lo más irritante. Ryssa por sí sola lo ofendía más que sus palabras.
—Querida hermana, has ostentado ese poder sobre mí toda la vida y nunca has vacilado para usarlo.