20 de noviembre de 9529 a. C.

Estigio sintió la expresión asesina de su hermana como una espada clavada en su columna. Apartó la mirada de Galen mientras entrenaban y vio a Ryssa en las gradas junto a su padre, que había acudido para verlos y criticarles diciendo que no se estaba esforzando lo bastante.

—¿Cómo puedes ser un héroe de la guerra contra la Atlántida? ¿Qué pasó? ¿Mandaron solo a las hijas pequeñas para luchar contra ti? Te juro que he visto a campesinos luchar en las calles con más energía y ahínco que tú —le había soltado su padre—. Si vas a golpear como una mujer, mejor ponerte un peplo. Así tu bonita cara y tu cuerpo a lo mejor evitan que te maten… O a lo mejor deberíamos alistarte en el Batallón Sagrado de Tebas y que te asignen a un novio dispuesto a salvarte en una batalla ese culo afeminado que tienes —continuó—. Me avergüenza haberte enviado a la guerra después de ver este bochornoso ejercicio. Debería ordenar que destrozaran tu armadura o dársela a alguien que sepa usarla ¡en vez de mancillarla!

Las quejas de su padre habían sido tan crueles y desdeñosas que Galen acabó por acercarse al rey para recordarle que Estigio había estado a punto de morir hacía tan sólo tres semanas y que sólo habían pasado unos cuantos días desde que abandonó la cama. El objetivo del ejercicio era evitar que perdiera flexibilidad y que recuperase su musculatura. No prepararlo para la guerra.

Su padre dejó de insultarlo después de eso y les permitió entrenar en paz.

Estigio frunció el ceño al ver que Ryssa se ponía a gritar. No podía escuchar la agitada conversación, pero a tenor de los gestos furiosos que hacía su hermana, estaba seguro de que se trataba de algo relacionado con Aquerón y con él.

Galen bajó la espada al darse cuenta de que Estigio estaba distraído.

—Por una vez, me alegro de no ser rey.

Estigio se echó a reír.

—Pues sí. Las críticas y los sermones de Ryssa son muy desagradables, lo sé por experiencia. Creo que a quien le vendría bien una armadura es a mi padre.

—¿Eres la causa del enfado de la princesa?

—A saber. A lo mejor es que le han traído la tela equivocada para un peplo.

Galen se echó a reír antes de señalarlos con la barbilla.

—Creo que tu padre ha conseguido calmarla. Ahora parece muy tranquila.

—No durará. Nunca dura. —Aceptó el odre de vino que le ofrecía Galen y sació su sed.

—¡Estigio!

Hizo una mueca al escuchar el grito de su padre. ¿De qué lo culpaba esa zorra? Le devolvió el odre de vino a Galen y se dirigió hacia su padre.

—¿Padre?

—Hazme caso: si alguna vez tienes una hija, cásala en cuanto nazca.

—Debo entender que la visita de Ryssa no ha sido agradable.

—El bastardo va a ser liberado y tendrá su propia habitación. Supuse que te gustaría saberlo.

El bastardo. Aquerón. Cada vez que su padre se refería de esa manera a su hermano, era como si también lo abofeteara a él, revelando lo que en el fondo pensaba de los dos.

Aunque se alegraba de que Ryssa hubiera logrado lo que él no pudo, sabía que no debía hacerle saber a su padre lo que opinaba al respecto.

—No sé en qué me afecta.

—No debería afectarte, pero quería que lo supieras. —Y tras decir eso, su padre se marchó.

Al menos su hermano por fin recuperaría su lugar en su casa. Hubo un tiempo en el que se habría alegrado de la noticia.

En ese momento…

Sólo sentía tristeza. No porque Aquerón dispusiera de su propia habitación, sino porque ya no tenía hermano. Solo tenía a otra persona en el palacio que deseaba verlo muerto y enterrado.

No, se corrigió con amargura. Aquerón quería que lo violaran antes.