15 de noviembre de 9529 a. C.

Estigio apenas podía respirar mientras azotaban con sana a Aquerón en el patio. Se había llevado un trozo de la clámide a la boca y mordía la prenda para no gritar de dolor, aunque se retorcía en la cama. Apretó los puños y aferró las sábanas al tiempo que arqueaba la espalda según recibía más golpes.

Siempre le dolía cuando azotaban a su hermano, pero de un tiempo a esa parte…

Era peor porque se encontraba muy cerca. Ese pequeño detalle se le había olvidado.

No imaginaba qué podía haber hecho su hermano para merecer eso.

«Seguro que sí», se dijo.

Había avergonzado de algún modo a su padre. Era el único motivo para que lo azotaran de esa forma. Y durante tanto tiempo.

«¡Joder, Aquerón!», masculló para sus adentros.

Él había tardado años en averiguar cómo mantenerse alejado de la línea de fuego. Y cuando por fin conseguía eludir la ira de su padre… entraba en juego el idiota de su hermano.

El castigo cesó por fin.

Jadeante y débil, Estigio siguió en la cama. Le dolía todo el cuerpo. Pero lo peor era la espalda. Gracias a los dioses que no estaba en público cuando comenzaron los latigazos o lo habrían mandado de vuelta al templo para sacar los demonios que llevaba dentro.

Apenas había logrado que dejaran de temblarle las manos cuando su padre abrió la puerta. Estigio intentó sentarse, pero el dolor no se lo permitió.

—¿Estás enfermo?

—El estómago —mintió, con la esperanza de que eso explicara el sudor y la palidez de su piel—. ¿Necesitas algo, padre?

—Esta tarde descubrí al bastardo en la plaza. Al parecer, fornica con sus guardias a cambio de libertad. Serán ejecutados por traición a primera hora de la mañana y él ha sido castigado. Si lo ves fuera de su habitación, quiero que lo mandes arrestar de inmediato.

Estigio suspiró al pensar en la ridícula ira que su padre sentía hacia Aquerón.

—¿Por qué molestarse, padre? Déjalo que sea libre.

—¿Eso es lo que quieres de verdad?

—Sí. ¿Por qué no?

—Lleva tu cara. Cualquier cosa que haga, repercutirá en ti.

—No me preocupa.

Estigio comprendió que había cometido un error al decir eso. Su padre atravesó la estancia en un arranque de cólera y lo agarró por la pechera, levantándolo de la cama.

—¿Quieres que se burlen de ti llamándote prostituto? ¿Qué tipo de rey vas a ser? Nadie te respetará. Ni nadie te obedecerá.

Sin embargo, algunos de sus súbditos ya habían pagado por follárselo…

—Será mejor que aprendas a que eso te preocupe, muchacho. En la mente de muchos, ese puto que vive en este mismo pasillo eres tú.

«No lo hagas… no lo digas…», deseó.

Pero no pudo morderse la lengua.

—Tal vez deberías haberlo tenido en cuenta antes de permitir que tu hermano lo instruyera y lo prostituyera.

Su padre le asestó un revés tan brutal que lo tiró de la cama.

Jadeando, Estigio se quedó en el suelo intentando recuperarse. Antes de poder hacerlo, su padre le asestó varias patadas en las costillas.

—¡Cómo te atreves! —rugió—. ¡Debería mandarte azotar por difamarlo con semejante descaro!

Estigio se alejó rodando y miró a su padre. Sin embargo, en esa ocasión evitó burlarse de él.

—Si quieres que te vean como a un puto, tal vez debería ordenar que os trasladaran a los dos a un prostíbulo. ¿Eso es lo que quieres?

No especialmente, contestó para sus adentros.

Su padre le asestó otra patada.

Me das asco. No eres mi hijo. No puedes serlo —pensó. Y añadió en voz alta—: Levántate del suelo. Eres el futuro rey, no un campesino servil.

Aunque todo su cuerpo protestaba por el movimiento, Estigio se puso en pie y miró a su padre.

El rey lo contempló con desdén.

—Es increíble que tenga que cargar contigo como heredero.

—En ese caso, tal vez deberías pensar en adquirir una nueva reina con la que engendrar más hijos varones.

—¿Para qué? ¿Para que crezcan y se conviertan en una decepción tan grande como lo eres tú?

—¿Qué quieres que te diga? Siempre me esfuerzo por lograr los mejores resultados en todo aquello que me propongo.

—En este caso lo has conseguido. Porque eres el mayor error de mi vida. Debería haberte aplastado la cabeza cuando naciste y haberme ahorrado el sufrimiento y el coste de criarte.

Estigio guardó silencio mientras su padre abandonaba su habitación hecho una furia. En fin, ¿qué podría haber replicado?

Aparte de comentar que a él también le habría gustado que el rey le aplastara la cabeza.