9 de noviembre de 9529 a. C.

Exhausto y débil, Estigio se tumbó en la cama de la cabaña.

«Sólo necesito descansar un poco antes de volver…», se dijo.

Había ido para ver a Bethany, pero no se encontraba allí. La decepción se le clavó en el corazón y le provocó una oleada de dolor. Solo quería sentir la cálida mano de alguien que se preocupaba por él.

Tenía gracia que todos esos años hubiera creído como un imbécil que tener a su hermano en casa haría que todo se arreglase. En cambio, había conseguido que la situación empeorara muchísimo.

Ryssa lo usaba para alimentar su odio hacia él. Al igual que los sirvientes y los aristócratas.

Y su padre…

El rey apenas podía mirarlo a la cara, y cuando lo hacía, el desprecio que veía en sus ojos le quemaba el alma. Su padre ya solo lo veía como al bastardo de algún dios que lo había engañado.

«Debería haber dejado que Galen se quedara conmigo», se dijo. Pero había mandado al viejo con su hija.

Totalmente solo, llevaba varios días bebiendo en un intento por olvidarse de todos, de los desprecios y de las críticas. En un intento por olvidarse de las palabras de Aquerón y de sus «buenos» deseos hacia su persona. Pero era inútil. No había podido escapar.

La puerta de la cabaña se abrió.

Estigio cogió el puñal e hizo ademán de incorporarse, pero escuchó una hermosa voz que le llenó los ojos de lágrimas.

—¿Héctor?

—Estoy aquí, akribos.

Dynatos entró corriendo en el dormitorio, ladrando alegremente. Estigio gruñó cuando el perro se le subió encima, tras lo cual bajó de un salto al suelo, rodeó la cama y subió de nuevo. Le dio unas palmaditas en la enorme cabeza y se dejó caer en el colchón.

Bethany abrió la puerta del dormitorio por completo. Ataviada con un peplo gris que resaltaba el tono de su piel, pese a la mala calidad de la prenda, lo dejó sin aliento.

—¿Dónde estás?

—En la cama.

La vio enarcar una ceja con gesto crítico mientras Dynatos volvía junto a ella.

—Muy presuntuoso, ¿no te parece?

Era maravilloso volver a sonreír. Estar de nuevo con alguien que no lo odiaba.

—Por supuesto, pero esperaba que alguna doncella perdida apareciera por casualidad y se tomara libertades conmigo.

Ella se sentó a su lado y… clavó una mirada arrogante en la pared.

—¿Alguna doncella perdida?

—Bueno… —Le cogió la mano y le besó la palma—. ¿Por casualidad conoces a alguna disponible? —Bethany abandonó la actitud juguetona y frunció el ceño antes de apartar la mano de sus labios y colocársela en la frente. Acto seguido, la oyó jadear.

—Estás ardiendo de fiebre.

—Con razón me siento tan mal.

Ella le tomó la cara entre las manos.

—Héctor… es muy alta. ¿Por qué no estás acostado?

—Estoy en la cama.

—Me refiero en tu casa. No deberías haber venido si sigues tan enfermo.

—Quería verte.

Aun así, estaba muy furiosa.

Estigio apretó los dientes porque la reacción de Bethany fue como un puñetazo. Daba igual lo mucho que se esforzase, era incapaz de complacer a nadie.

—Creía que te alegrarías de verme.

—Me alegraría si estuvieras bien. Pero, joder, Héctor. ¡Joder!

Una parte de él murió con cada palabra. No debería haberse presentado y molestar cuando saltaba a la vista que Bethany preferiría hacer otra cosa. A esas alturas ya debería saber que a las personas no les gustaba cuidar delos demás cuando enfermaban.

Había obrado mal al buscarla.

—Lo siento. Me iré. —Rodó en el colchón para incorporarse.

Bethany lo obligó a tenderse de nuevo.

—¡Ni se te ocurra moverte! —exclamó—. ¿Cómo has podido hacerlo?

—¿Hacer qué?

—¡Poner en peligro mi vida!

A lo mejor era por la fiebre, pero no entendía absolutamente nada.

—No estoy poniendo en peligro tu vida, Beth. No es contagioso.

—Me estás matando. ¿No entiendes que eres el aire que respiro? Venga, desnúdate.

Contuvo una sonrisa al escucharla.

—Esta es la Beth que conozco.

—No, mi intención no es la que crees. Hay que bajarte la temperatura.

—De acuerdo, pero… ¿te importaría dejar de gritarme? Ya me han gritado bastante últimamente. —Se despojó del quitón y empezó a tiritar al instante.

Bethany lo arropó con la manta y después le ordenó al perro que se tumbara a su lado y lo mantuviera calentito.

—¿Quién te ha estado gritando?

—Todo el mundo. La situación ha llegado a un extremo en el que empiezo a creer que me han cambiado el nombre a «Joder» o «Imbécil».

A Bethany se le llenaron los ojos de lágrimas.

—No te grito por eso, Héctor. Me preocupo por ti. Hay una diferencia enorme.

—De acuerdo, pero me cuesta entender esa diferencia.

Bethany lo besó en la frente, tras lo cual se marchó en busca de agua y de un paño a fin de bajar su temperatura corporal.

Estigio se quedó temblando, con un terrible dolor de cabeza, mientras acariciaba al perro.

Una vez que Bethany regresó, dejó la palangana en la mesita situada junto a la cama y humedeció el paño. Mientras le enjugaba la cara, se percató de que tenía más barba que de costumbre.

—Llevas un tiempo sin afeitarte.

Estigio sintió un nudo en el estómago al pensar en que la había insultado sin querer.

—No ha sido mi intención ofenderte. Me…

—No me has ofendido, cariño. Solo me ha sorprendido y preocupado. No es propio de ti y me indica lo enfermo que estás. No puedo creer que hayas venido cuando te encuentras tan mal. Alguien debería haberte retenido en casa y cuidarte mucho mejor. Les daría de latigazos por su desidia.

Estigio se llevó una de sus manos a los labios y se deleitó con la suavidad de su piel y su maravilloso olor. Después le besó la palma. Por todos los dioses, era increíble estar con alguien que no lo odiaba.

—Por cierto, me sorprendió tu emisario.

—¿Galen?

Ella asintió con la cabeza.

—¿En qué sentido?

Bethany le pasó el paño por el pecho, provocándole un escalofrío.

—Me pareció raro que un oficial tan importante se molestara en hacerle un recado a un soldado raso.

Estigio hizo una mueca al darse cuenta de que Galen le habría dicho quién era por la fuerza de la costumbre. Joder…

—Es raro —admitió—. Por razones que a mí también me sorprenden, el viejo ogro me ha tomado bajo su ala. Cuando enfermé, volvió de su permiso para comprobar cómo me encontraba, y es el único en quien confiaba para hacerte llegar las noticias. Tuve mucha suerte de que accediera. —Y todo lo que acababa de decirle era la pura verdad.

Bethany estrujó el paño.

—No me resulta raro que los demás vean la misma grandeza en ti que veo yo.

—Galen y tú sois raros. La mayoría de la gente no puede ni verme.

—Pues ellos se lo pierden. —Bethany dejó de lavarlo en cuanto lo rozó con la muñeca y se percató de su erección. Enarcó una ceja.

—Sé que querías enfriarme, akribos, pero tus tiernas caricias están teniendo el efecto contrario en mi cuerpo.

Ella meneó la cabeza.

—No estás lo bastante bien para eso.

—Lo sé, y no es el motivo de que haya venido hoy. Solo necesitaba estar un ratito con alguien que se preocupara por mí.

A Bethany le dio un vuelco el corazón al escuchar la sinceridad de sus palabras.

—Tu familia te quiere.

—No, no me quiere. Aunque finjo que lo hace, soy consciente de la verdad. Galen y tú sois lo único que tengo en el mundo. Y tú eres la única persona que nunca me ha hecho daño.

A Bethany se le llenaron los ojos de lágrimas por el dolor que le estaba revelando sin querer.

—Jamás te haría daño.

—Por eso he venido a verte aunque tenga fiebre. Me he pasado dos semanas con gente que me ha cuidado porque no tenía más remedio. Es distinto a estar con alguien que te cuida porque le importas.

—Héctor…

Le colocó un dedo en los labios para silenciarla.

—No quiero tu lástima, Beth. Quiero el fuego que llevas dentro y que me calienta. Vivo por tus insultos y tus burlas.

—No las digo en serio.

—Lo sé. Créeme, sé distinguir entre tus bromas bienintencionadas y las burlas crueles que quieren hacerme daño. —La estrechó contra su torso—. Deja que te abrace un momento, después te dejaré tranquila.

Bethany soltó el paño y cerró los ojos para disfrutar del calor de su enfebrecido cuerpo. Su Héctor le había roto el corazón, pero aun así la abrazaba con una fortaleza que no dejaba de sorprenderla. No comprendía los retazos de su vida que compartía con ella. ¿Cómo podía ser su familia tan imprudente con su salud?

Tenía un corazón tierno y bondadoso. Intentaba con todas sus fuerzas complacer a los demás, cuidarlos. ¿Por qué eran crueles con él? Sin embargo, las cicatrices de su cuerpo y las heridas internas que sus palabras le habían revelado le indicaban hasta qué punto eran insensibles y crueles las personas que lo rodeaban.

Y las odió por ello.

El simple hecho de que hubiera ido a buscarla, cuando era evidente que no se encontraba en condiciones de viajar, y que nadie se lo hubiera impedido, hablaba por sí solo. ¿Cómo lo habían dejado solo estando así aunque fuera por un instante?

Le acarició los abdominales con una mano. El calor que desprendía su piel era abrasador.

—¿Has comido?

—Mmm.

Frunció el ceño, pero después sonrió al escuchar la respuesta.

—¿Estás despierto?

—Estoy despierto —murmuró él.

Bethany jugueteó con la línea de vello que descendía desde el ombligo hasta el pubis.

—Si sigues haciendo eso, no voy a descansar.

Se la acarició despacio y él siseó con brusquedad.

—Lo siento —se disculpó ella.

—No pasa nada. Ahora mismo podrías prenderme fuego, que no me quejaría.

Aunque sabía que debería estar buscando a Apóstolos, Bethany le besó el musculoso abdomen. La serenidad que le reportaba Héctor era muy curiosa. Cuando estaba con él, no le importaba nada más.

Recordó haberle preguntado a su madre, de pequeña, por qué había escogido a un dios egipcio para ser su padre.

«Los dioses son criaturas aburridas, Bet. Casi todos son como niños malcriados con poderes que no dudan en utilizar contra los más débiles. Y si bien tu padre puede ser infantil a veces, también puede ser peligroso. Es consciente de su poder y lo utiliza con ferocidad. Además, no se aprovecha de los débiles, solo ataca a los que son más fuertes. Eso fue lo que me atrajo de él y el motivo de que accediera a ser la madre de su hija. Su fuerza y el hecho de que ni una sola vez la usara contra mí. Tu padre es como tener un león por mascota. Sabes que es una criatura sumamente violenta cuya única habilidad es matar, pero se tumba a tu lado y ronronea para que solo tú la acaricies. No hay nada más emocionante que eso. Además, lo que sentía por él también influyó en la decisión. Seth despertó algo en mi interior que nunca antes había sentido. Le insufló vida a mi alma y tras conocerlo me convertí en mejor persona. Por ese motivo quería tenerte, porque eras una parte de él que deseaba conservar y querer aunque no pudiéramos seguir juntos. Y es una decisión de la que jamás me he arrepentido. Ni siquiera cuando tu padre estuvo a punto de destruir nuestro panteón después de que Arcón le prohibiera verte. Tu padre no entrega su amor a la ligera, sin pensar. Cuando consigues que alguien así te quiera, alguien que no confía en los demás con facilidad, su amor es mucho más valioso que cuando consigues el amor de alguien veleidoso. Tal como sucede en todos los aspectos de la vida, el hecho de que sea inusual lo convierte en algo más valioso», le había dicho su madre.

Héctor no confiaba en nadie. Ni siquiera en su familia. Y nunca se había entregado en cuerpo o en alma a otra mujer, nunca le había entregado su amor a otra.

Sólo a ella.

Y aunque era joven en términos humanos, se comportaba con una madurez y una disposición que sobrepasaban a las de un ser ancestral.

Además, cada vez que estaba con él se sentía guapa y poderosa. Cualidades innatas en cualquier diosa, pero aun así…

Era algo que ella jamás había sentido hasta que Héctor apareció en su vida y la hizo reír.

Por esa razón lo quería tanto y por ese motivo se arriesgaba a sufrir la ira de Arcón y de los demás al estar con él.

Héctor valía la pena.

Sin embargo, en el fondo de su mente anidaba el miedo de saber cómo reaccionaría si alguna vez adivinaba que le había mentido acerca de su identidad. Héctor odiaba a los dioses y su forma de interferir en las vidas humanas.

¿También la odiaría a ella algún día?