29 de octubre de 9529 a. C.

Estigio se despertó sobresaltado. Hizo una mueca e intentó respirar mientras echaba un vistazo por su habitación. Se descubrió solo, salvo por la presencia de Galen, que dormitaba en una silla cercana.

Por todos los dioses, se moría de sed.

Intentó coger el vaso de barro que descansaba en la mesita situada junto a la cama, pero lo tiró sin querer.

Galen se despertó al punto.

—¿Estigio?

Siseó cuando el dolor lo asaltó de nuevo.

Galen se acercó a la cama a toda prisa para asegurarse de que estaba bien.

—No te muevas. Has estado muy enfermo.

Estigio intentó comprender qué estaba pasando.

—¿Por… por qué estás aquí?

—¿Por qué crees? Me han dicho que te estabas muriendo.

Y Galen se había separado de su hija para estar con él…

Estigio tosió antes de hablar, aunque tenía la garganta seca.

—Siento haberte robado tiempo con Antígona.

—¿Que lo sientes? Estoy segurísimo de que no lo has hecho a propósito.

Galen lo ayudó a incorporarse antes de servirle un poco de vino. Le sostuvo el vaso contra los labios para que pudiera dar pequeños sorbos.

—¿Cómo te sientes?

Estigio tragó saliva antes de contestar:

—Como si me hubieras aplastado con tu carro de combate.

El viejo suspiró y sus ojos grises lo miraron con una expresión irritada.

—Nunca vas a dejar que me olvide de ese momento, ¿verdad?

Estigio sonrió, pero después hizo una mueca.

—¿Cuánto tiempo llevo enfermo?

—Una semana.

¿Una semana? Frunció el ceño al ver el aspecto descuidado de Galen.

—¿Cuándo llegaste?

—Hace cinco días.

Eso explicaba la apariencia de Galen. Había acudido de inmediato y había viajado a todo galope.

Estigio le cogió una mano y le dio un apretón.

—Gracias.

Galen inclinó la cabeza con gesto respetuoso.

—Tus hombres también se han reunido y esperan noticias de tu salud. Creo que ver la lealtad y el cariño que sienten por ti ha asustado a tu padre.

Estupendo, justo lo que le hacía falta.

—¿Puedo pedirte un favor, Galen?

—Lo que sea.

Estigio hizo otra mueca por el dolor.

—Hay una pequeña cabaña en las afueras de la ciudad… forma parte de una pequeña granja.

—¿Tu mujer?

Asintió con la cabeza.

—Se llama Bethany. Por favor, dile que estoy enfermo, pero que pienso en ella. Y que la veré en cuanto pueda moverme.

—¿Quieres que te la traiga?

—¡No! —Se humedeció los labios agrietados y bajó la voz para que nadie más pudiera oírlo—. No lo sabe, Galen.

—¿Qué no sabe?

—Que soy un príncipe. Yo… se puede decir que le mentí. Cree que soy el hijo de un mercader, un soldado raso. Por favor, no la saques del error.

Galen se quedó boquiabierto al escucharlo.

—¿Cómo es posible que no lo sepa?

—Es ciega.

—¿Y nunca le has contado la verdad?

Negó con la cabeza.

—Cree que me llamo Héctor.

Galen se echó a reír y le dio una palmadita en el hombro.

—Eres el único príncipe que conozco que no la habría obligado a venir a palacio para ser su esclava o su amante.

—Es feliz donde está.

Galen echó un vistazo por la recargada habitación de Estigio.

—¿No crees que sería más feliz en un palacio, cargada de joyas?

Estigio resopló.

—Sabes que no. El dinero le da igual, y la verdad es que prefiero estar en la cabaña con ella a estar aquí.

Galen lo miró con una sonrisa.

—Así que los granjeros y los ganaderos permanecemos unidos, ¿no?

—Por supuesto.

—Descansa, me encargaré del asunto en tu nombre.

Bethany se puso en pie al escuchar los cascos de un caballo. El sonido le indicó que no se trataba del de Héctor. Dynatos también se puso en pie para gruñir y ladrar.

Con la mano en el puñal ladeó la cabeza, a la espera de averiguar si su visitante era amigo o enemigo. Hasta que no lo supiera con seguridad, retendría a Dynatos por el collar.

Alguien cuyos pasos delataban su corpulencia se acercó a ella con gesto vacilante.

—¿Eres Bethany?

—¿Y tú quién eres?

—Galen. Soy el strategos del príncipe Estigio.

¿Por qué estaría allí el líder del ejército de Dídimos?

A menos que…

—¿Héctor? —Se tambaleó por el dolor al pensar en su muerte. Dynatos comenzó a dar vueltas a su alrededor para tranquilizarla.

—Cálmate. —Galen se desentendió del perro y la sujetó contra su fuerte y musculoso cuerpo—. Tu Héctor vive, pero está muy enfermo. Me ha pedido que te lo haga saber.

Cerró los ojos y suspiró, aliviada, antes de darle unas palmaditas en la mano.

—Gracias, maese Galen.

—Estás temblando —dijo él al soltarla.

—Me has asustado. Creía que había perdido a mi Héctor.

—Así que lo quieres…

Con la respiración entrecortada, asintió con la cabeza.

—Más que a mi propia vida.

—Bien, porque te es completamente fiel. Durante todos nuestros viajes y batallas, lo he visto rechazar a incontables mujeres diciendo que una dama lo esperaba en casa, una dama cuya confianza y corazón jamás destrozaría por propia voluntad.

Esas palabras le arrancaron una sonrisa.

—¿De verdad?

—Sí. Mientras otros hombres, casados y prometidos, buscaban a mujeres y bebían, él permaneció sobrio y fiel. Y ahora entiendo por qué. Me había hablado de tu gran belleza, pero ni sus más elocuentes palabras te hacen justicia.

Bethany sonrió de nuevo.

—Gracias otra vez.

—También me ha pedido que te diga que vendrá en cuanto pueda.

Se le llenaron los ojos de lágrimas por la consideración de Héctor.

Incluso enfermo pensaba en ella.

—Por favor, dile que quiero que se recupere pronto y que no respiraré tranquila hasta que lo vea… —Tragó saliva y usó las mismas palabras que le decía Héctor cada vez que se separaban durante mucho tiempo—. Dile que contaré cuántas veces late mi corazón hasta su regreso.

—Lo haré. Antes de marcharme, ¿quieres que vaya en busca de alguien o…?

—Ahora que sé que está bien, no me pasará nada, maese Galen. Gracias.

El hombre le dio unas palmaditas en la mano.

—Si necesitas algo mientras tanto, por favor, no dudes en venir a mí.

Vivo en los barracones de palacio.

—Te lo agradezco, pero estaré bien.

—De acuerdo. En ese caso, adiós.

Bethany no se movió hasta que Galen se fue. Pero mientras se alejaba, frunció el ceño. ¿Por qué un miembro de tan alta graduación del ejército del príncipe ejercía de recadero para un soldado insignificante?