20 de enero de 9529 a. C.

Estigio detuvo el caballo mientras sujetaba a Bethany para que no se cayera de su regazo. Se inclinó hacia delante para enterrar la cara en su nuca, inhaló el dulce olor a eucalipto de la loción que usaba y sonrió. Su olor se la puso dura al instante y lo embriagó con más rapidez que las drogas que Estes había usado en otro tiempo.

Ella le colocó una mano en la me illa.

—¿Ya hemos llegado?

Le dio un apretón cariñoso.

—Hemos llegado, cariño. Te diría que cerraras los ojos, pero…

Bethany se recostó contra él y le besó la mejilla recién afeitada. Dado que no le gustaba la barba, ya que le impedía conocer su expresión, él se la había afeitado.

—No tiene gracia.

—Pero siempre dices que te encanta mi sentido del humor. ¿Qué te pasa, mujer?

—Me pasa que estoy enamorada de ti. Eso debería bastar como explicación.

Se echó a reír por la broma y desmontó. Le colocó las manos en la cintura y la dejó en el suelo junto a él. Un enorme perro comenzó a ladrar con ferocidad.

Bethany frunció el ceño al escucharlo.

—¿Dónde estamos?

—¿Es que no me has prestado atención mientras te daba las indicaciones para venir desde al arroyo?

—Claro que sí, y sé dónde estamos, pero no el motivo.

Dejó suelto el caballo para que pastara y la tomó de la mano para tirar de ella.

—Estamos en un lugar muy especial.

—¿Y qué lugar es ese?

Le dejó la mano contra la puerta de madera de una cabaña de piedra.

Bethany frunció todavía más el ceño mientras escuchaba los ladridos más cerca.

—¿Qué es esto?

—Calla, skylos —le dijo Estigio al perro antes de hablarle con más ternura a Bethany—. Te la he comprado. Es un lugar en el que te puedes refugiar cuando el tiempo empeore.

Se quedó helada.

—Héctor…

—Sin condiciones, Beth, de verdad. —Le cogió las manos y se las puso en la cara para que ella pudiera leer su sinceridad—. Es tuya, sin más. Puedes dejar tus cosas aquí para no tener que ir llevándolas de un lado para otro. Hay un lago enorme justo en la base de la colina, lleno de peces. Me aseguré antes de comprarla.

—No lo entiendo…

Le besó las palmas de las manos, atenazado por el pánico. Desde que había vuelto a casa, lo atormentaban escenas en las que alguien le hacía daño a Bethany. En las que otro hombre la sorprendía en su lugar de reunión, pero no estaba herido como él cuando la conoció. O peor todavía, veía a Apolo haciéndole daño para vengarse de él.

—Sé que tienes tu puñal, pero me preocupo por ti cuando no estamos juntos. En todo momento. Me sentiría mejor si contaras con un lugar más seguro para estar a solas.

Bethany sonrió al tiempo que se le llenaban los ojos de lágrimas por su amabilidad y su consideración. Pese a todo, fue incapaz de no bromear un poco.

—Creo que estabas pensando más en ti que en mí. Así no tendrás que preocuparte de las rozaduras de la hierba en las rodillas o de alguna que otra rama clavada en la espalda.

Él se echó a reír.

—Me conoces muy bien. Pero admito que voy a echar de menos esos momentos íntimos junto al árbol. Después del último encuentro con sus ramas, bien podríamos estar casados… o prometidos como poco.

Bethany gimió por su retorcido sentido del humor al tiempo que él le abría la puerta. Nada más hacerlo, un enorme perro se abalanzó sobre ella.

—¡Abajo! —bramó Héctor al tiempo que lo apartaba—. Beth, te presento a… skylos. Todavía no tiene nombre. Pero tiene el tamaño de un caballo y también está aquí para mantenerte a salvo. Una mujer vendrá todas las mañanas para darle de comer. O podrías llevártelo contigo cuando vuelvas a casa… cosa que preferiría. Me gustaría que contaras con un protector en todo momento.

Bethany se percató del miedo que se ocultaba en su voz. Tenía miedo por ella. Se agachó y le acarició las orejas al perro mientras este le lamía la cara.

—¿De qué color es?

—Negro.

—Hola, guapo. —Le besó la cabeza peluda—. Creo que te voy a llamar… Dynatos.

—Pues Dynatos se llama —convino Héctor antes de llevarla al interior y conducirla por toda la cabaña para que supiera dónde estaban las cosas y no se hiciera daño.

La puerta principal daba acceso a una estancia con una mesa, dos sillas y un espacio donde cocinar y preparar la comida. Había otra habitación a la derecha con una cama, un arca y dos sillas más delante de una chimenea.

Aunque era pequeña, resultaba muy acogedora.

Aun así…

—No puedo aceptarlo, Héctor. Es demasiado.

—Sí que puedes. Quiero que la tengas.

—Héctor…

—Beth… —La pegó de nuevo contra su torso y le acarició el cuello con la nariz—. Por favor, acéptala y deja que respire tranquilo al saberte segura.

Héctor la desarmaba por completo. Lo que le había ocurrido en la guerra, aunque no sabía qué era, había dañado una parte de él. Si bien siempre le había preocupado su seguridad, en ese momento estaba obsesionado con ella. No dejaba de enseñarle nuevas formas para desarmar a un atacante, y aunque no necesitaba sus trucos, no podía decírselo. Cada vez que se quedaba dormido, sufría terribles pesadillas que hacían que se despertase frenético y furioso.

Incluso en ese momento temblaba entre sus brazos.

Sonrió en señal de agradecimiento y lo besó en la mejilla.

—De acuerdo, Héctor. Gracias.

Estigio cerró los ojos mientras la abrazaba y dejó que el olor de su piel lo calmase. No había nada en el mundo que apreciara más que a ella. No había nada que no estuviera dispuesto a llevar a cabo para hacerla feliz o mantenerla a salvo.

—Bueno —le susurró al oído—, ¿qué probamos primero: el lago o la cama?

Ella resopló, juguetona.

—Sabía que tenías un motivo oculto.

—Eh, que te he propuesto el lago primero.

—Claro, claro… pero sé que no lo has dicho en serio.

—He sido un perfecto caballero.

—Eso no es lo que dice la parte de ti que se me está clavando. —Se volvió entre sus brazos y lo besó—. Supongo que debería compadecerme de ti. —Le mordisqueó la barbilla, poniéndosela todavía más dura, antes de bajar una mano para acariciarle la entrepierna—. Pero no. Prefiero pescar. —Con una carcajada, pasó corriendo junto a él.

Estigio gimió en voz alta cuando Dynatos salió tras ella.

—¡Eres muy cruel, mujer! Muy cruel. ¡Despiadada! —La alcanzó junto a la puerta principal.

Como esperaba que la abriese, se sorprendió cuando ella se dio media vuelta y se apoyó en la madera. Acto seguido, Bethany le enterró las manos en el quitón y lo pegó a ella para darle un beso tan ardiente que lo dejó mareado.

Después se arrodilló delante de él y le levantó el quitón.

Estigio se quedó sin aliento cuando se la acarició con la mano. Y cuando lo tomó en la boca, le costó la misma vida mantenerse en pie.

—Te quiero, Bethany —musitó al tiempo que le enterraba una mano en el sedoso pelo.

Ella se la lamió desde la base a la punta.

—Yo también te quiero.

Dynatos se abalanzó en ese momento sobre su espalda y Estigio, que estaba de pie con las piernas separadas y temblorosas, estuvo a punto de tirar a Bethany al suelo, aunque consiguió apoyarse en la puerta a duras penas.

—¡Joder, dichoso perro!

Ella se apartó con una carcajada.

—¿Tienes problemillas con tu regalo, cariño?

Estigio intentó quitarse de encima a la enorme bestia.

—En absoluto.

Bethany se rio con más ganas al escuchar los esfuerzos de Héctor por apartar al perro.

—¿Estás seguro de que es un perro y no un oso?

—Para mí que es un caballo, a juzgar por su tamaño.

Bethany podía escuchar al perro saltando y dando lametones.

—No parece muy feroz.

—Puede serlo si no eres su dueño. —La puerta se abrió y se cerró.

De repente, Héctor la alzó en brazos y corrió con ella hacia el dormitorio, donde la dejó en la cama.

—Bueno, ¿por dónde íbamos?

Dynatos ladró y golpeó la puerta.

—Creo que por otra distracción.

Héctor apoyó la cabeza en su pecho y suspiró.

—Te juro que estoy maldito.

Con otra carcajada, Bethany lo guio hasta que se besaron.

—Yo puedo olvidarme de él si tú puedes hacerlo.

Héctor le levantó el bajo del peplo hasta que la tuvo desnuda para acariciarla a placer.

—Desde luego que puedo olvidarme de él… y de una casa en llamas. —Le acarició un pecho con los labios—. Y del fin del mundo…

Bethany separó más las piernas y lo instó a colocar una mano entre sus muslos.

—Pues acércate y juega todo lo que quieras —le susurró al oído.