18 de enero de 9529 a. C.

Estigio se frotó la dolorida cabeza mientras acompañaba a su padre a la audiencia a la que asistirían los senadores y distintos emisarios para discutir la tregua con la Atlántida. De por sí, el tema de la audiencia ya le habría provocado un dolor de cabeza, pero Ryssa los había seguido, quejándose por el hecho de que su amado padre la ofreciera como sacrificio. La arpía egoísta desconocía lo que era una humillación de verdad.

—Padre, por favor…

Joder, pensó. Si pudieran embotellar de alguna manera su irritante tono de voz, tendrían un arma letal que usar contra sus enemigos en la batalla.

—Ya basta, Ryssa. —El viejo cabrón la silenció por fin—. Ya hemos tomado una decisión. Serás la ofrenda de Apolo. Lo necesitamos de nuestro lado si queremos ganar esta guerra contra los atlantes. Mientras siga favoreciéndolos y prestándoles su ayuda, estaremos perdidos. Si te conviertes en su amante, tratará con más benevolencia a nuestro pueblo, incluso puede que se ponga de nuestra parte.

—¡Es injusto!

Claro, pensó Estigio, porque la vida en sí era justa.

¡Lo que daría por ser tan inocente como su hermana!

Estaban llegando al atrio cuando las voces de los senadores que los esperaban al otro lado del muro interrumpieron la conversación.

—Es igual que Estigio.

El comentario lo detuvo en seco y le provocó un nudo en el estómago. Era evidente que algún senador había descubierto a Aquerón en el prostíbulo de Catera.

«Esto va a acabar mal».

El senador que había hablado, Barax, era un antiguo amigo de su padre y uno de sus consejeros más cercanos.

Jerjes se detuvo junto a él mientras Ryssa se reía. Estaba encantada de la vida.

—¿Qué dices? —preguntó Krontes, otro de los amigos y consejeros del rey.

Barax soltó una ronca carcajada.

—Es verdad. Ni siendo gemelos podrían parecerse más. La única diferencia es el color de sus ojos.

¿Cómo era posible que no recordaran a Aquerón aunque llevara una década alejado del palacio? Esa idea irritó a Estigio más que los comentarios que escuchaba.

—Tiene unos ojos muy raros —añadió el senador Peles, uniéndose a la conversación. Era el mejor amigo del rey—. Es evidente que es el hijo de un dios, pero se niega a decir de cuál.

—¿Y dices que está en un prostíbulo? —preguntó Krontes.

—Sí —contestó Peles—. Krontes, hazme caso, tienes que ir a verlo. Fingir que es Estigio me ha ayudado enormemente a lidiar con el insoportable principito. Pásate un buen rato con Aquerón de rodillas y ya verás cómo la próxima vez que te encuentras con Estigio lo ves con otros ojos.

Todos se echaron a reír.

—Deberías haber asistido al banquete que celebramos anoche —siguió Barax—. Lo vestimos con ropas de príncipe y nos lo fuimos pasando de unos a otros como si fuera una perra en celo.

Estigio sintió que se le revolvía el estómago mientras el miedo, la furia y el odio amenazaban con ahogarlo. Aunque esos tres senadores no le habían pagado a Estes para acostarse con él, sabía muy bien que otros miembros del Senado sí lo habían hecho.

Estaba seguro que dichos senadores habrían alardeado de haber montado al semental real.

Estigio deseó morirse allí mismo.

Hirviendo de furia, su padre irrumpió en el atrio y los mandó arrestar a todos por difamar al heredero. ¿Qué diría si supiera que otros senadores habían abusado de él de la misma forma que esos habían abusado de Aquerón?

Ryssa lo miró con desprecio.

—Deberías ser tú de quien abusaran, no de Aquerón. Te lo mereces.

Estigio la miró echando chispas por los ojos.

—Espero que recuerdes esas palabras cuando Apolo viole tu precioso cuerpo, hermana.

Ella lo abofeteó antes de marcharse.

Estigio cerró los ojos y se apoyó en la pared, luchando para superar la agonía que sentía en el corazón. No solo por él, sino por Aquerón, que aún vivía prostituyéndose.

Al sentir la presencia de su padre, abrió los ojos y lo descubrió a su lado.

—Se acabó.

«¿Se acabó?», repitió para sus adentros. «¿Cómo?».

¿De qué forma que no fuera terrible para todos?

—¿Qué pretendes hacer, padre?

—Lo que debería haber hecho desde el principio. —El rey se volvió para marcharse.

Estigio lo detuvo.

—Padre, ¿qué vas a hacer?

—Voy a arrestar a ese bastardo y a meterlo en un lugar donde no pueda avergonzarme.

En prisión.

Estigio meneó la cabeza al pensar que Aquerón sufriera semejante destino. Sin embargo, su padre rechazaría cualquier súplica motivada por la compasión. De modo que recurrió a lo único que su padre escucharía.

A su ego.

—No puedes hacerlo. Si lo haces, no serán los senadores los que alardeen de haberse tirado a tu heredero. Será la plebe. ¿Eso es lo que quieres?

Su padre lo miró con gesto amenazador.

—Padre, trae a Aquerón a casa. Ya es hora de que lo hagas.

—Pareces una methusai.

«Prefiero ser una vieja a ser un cabrón desalmado».

Estigio ardía en deseos de discutir, pero conocía muy bien el significado de la expresión que lucía su padre. El rey había tomado una decisión y a esas alturas ni la lógica podría disuadirlo.

Como siempre, tendría que encontrar la forma de lidiar con las consecuencias del odio desquiciado de su padre e intentar modificar de alguna forma la decisión del rey, evitando al mismo tiempo el peligro que eso suponía.