Bethany jugueteaba con el anillo que llevaba en el dedo mientras esperaba, un día más, una visita que estaba segura de que no iba a producirse. Su Héctor estaba muerto. Lo sabía.
Si no había muerto durante la guerra, lo había hecho durante la matanza que casi había aniquilado a la Coalición Estigia del príncipe nada más llegar a casa. Aunque su familia se había reído y había festejado la traición de esos perros griegos, las noticias habían supuesto un duro golpe para ella.
Héctor debía de estar muerto porque, de lo contrario, a esas alturas ya estaría con ella.
Con el estómago revuelto y más triste de lo que lo había estado en la vida, comenzó a incorporarse pero se detuvo al percibir una presencia cercana.
—¿Quién anda ahí?
El silencio se prolongó unos instantes.
Después, una voz ronca le contestó en un susurro:
—Un soldado exhausto y temeroso de que lo hayan olvidado o reemplazado.
Las lágrimas le anegaron los ojos y estuvieron a punto de ahogarla.
—Jamás podría olvidar a mi Héctor ni mucho menos reemplazarlo.
Sólo entonces él se arrodilló a su lado y la estrechó contra su cuerpo. Estaba mucho más delgado que antes, si bien tenía los músculos mucho más definidos. Más abultados y duros. Le tomó la cabeza entre las manos mientras él la acunaba entre sus brazos. Aunque llevaba el pelo más corto que cuando se marchó, tenía barba.
—Me he mantenido con vida pensando en el momento de poder regresar y abrazarte.
Unas lágrimas ardientes resbalaron por las mejillas de Bethany.
—Te odio por el dolor que me ha ocasionado tu ausencia. ¡Eres un bruto! El miedo de que te hubieran matado, de que te hubieran quemado…
Héctor contuvo el aliento cuando ella le tocó la espalda.
—¿Qué te pasa? —le preguntó.
—He vuelto, pero no de una pieza. —La apartó para sentarse a su lado, si bien lo hizo con mucho tiento.
—¿Qué te ha pasado? ¿Por qué te quitaste mi amuleto?
—Cuando llegamos a Grecia cometí la tontería de quitármelo para juguetear con él. No sabía que nuestros propios aliados iban a atacarnos. Pero no temas… —Le colocó una mano sobre una de sus muñecas, para demostrarle que el colgante estaba de nuevo en su sitio.
—¿Te hirieron?
—Podría decirse que no me apuñalé en la espalda yo solo. Aunque, dada mi torpeza, me sorprende no haber encontrado la manera de hacerlo.
Bethany lo besó en la mejilla.
—¿Sólo ha sido en la espalda?
—Por desgracia, no. Sufrí veinticuatro puñaladas entre la espalda, la mano, el costado y la parte delantera. Y una en el cachete izquierdo, con el único propósito de humillarme.
Bethany le tocó la cara.
—No me refería a ese cachete, amor mío. Ahí no me habría molestado tanto.
Pese a la seriedad del tema, Bethany se echó a reír. Con razón se sentaba de esa forma tan rara…
—No tiene gracia. ¿Puedo hacer algo para aliviarte?
Héctor se llevó su mano a los labios y aspiró el olor de su piel. Después le mordisqueó los dedos mientras se tumbaba de costado en el suelo, con el cachete izquierdo en alto.
—Tu sola presencia es un alivio para mí. En mi ausencia te has puesto mucho más guapa.
Bethany se tumbó junto a él, cara a cara.
—Me asusta tocarte por si te hago daño.
Héctor se llevó su mano al corazón y la sostuvo para que sintiera lo rápido que le latía.
—Aunque me hagas daño, me gustará.
—Eres un masoquista.
—Pues sí. —Suspiró y extendió el brazo a fin de que ella apoyara la cabeza en él. Acto seguido, se llevó su mano a la mejilla, cubierta por la barba, para que pudiera sentir su expresión—. Lo que más me duele es que después de todos estos largos y arduos meses no puedo hacerte el amor como soñaba todas las noches.
Bethany movió la mano y enterró los dedos en su pelo. Aunque lo llevaba más corto que antes, los rizos comenzaban a crecerle.
—¿Te han dicho alguna vez que tu voz se parece a la del príncipe Estigio?
—¿Y cuándo lo has oído hablar?
—Varias veces, en público. Pero no te pareces a él en nada más.
—¿En qué nos diferenciamos?
Lo besó en la nariz.
—Tú eres tierno y cariñoso. Y no sabes lo que es la arrogancia.
—A lo mejor el príncipe no es tan malo como crees.
Bethany enarcó una ceja al escucharlo.
—¿Lo defiendes?
—He sufrido y sangrado por él durante todos estos meses. Tendría que ser una mala persona para no defenderlo ahora.
Bethany torció el gesto.
—Será mejor que no discutamos por la opinión que me merece el inútil ese. Ahora mismo el único hombre que me interesa eres tú. —Le dio un beso fugaz en los labios—. Te he echado mucho de menos.
Estigio cerró los ojos mientras ella le lamía el cuello y se lo besaba.
Sólo por eso había merecido la pena regresar.
Sin embargo, aunque esa idea le arrancó una sonrisa, el miedo le atenazaba el estómago. Beth había hablado del príncipe con el mismo odio que le profesaba su familia. ¿Cómo reaccionaría si descubriera su verdadera identidad?
Por no mencionar el detalle de que le había mentido al respecto durante casi tres años.
«Te odiará tanto como te odian todos los demás», se dijo. Y lo peor de todo era que no lo perdonaría jamás. Creería que se había burlado de ella y, al igual que Ryssa, lo acusaría de un sinfín de cosas espantosas que nunca había hecho ni había tenido la intención de hacer. Y si alguna vez se enteraba del humillante e indigno trato que se había visto obligado a hacer con Apolo…
El miedo y el odio se adueñaron de su corazón, dejándolo al borde de las náuseas.
«¿Por qué no puedo encontrar a alguien que me acepte por completo?», se preguntó. El único que lo hacía era Galen. Solo él había logrado ver su corazón y comprendía tanto sus intenciones como sus actos.
—¿Por qué estás tan triste? ¿He dicho algo malo? —le preguntó Bethany.
—No —contestó. Una mentira que era verdad al mismo tiempo. No quería que Beth midiera sus palabras cuando estuviera con él. Aunque fueran tan dolorosas como una patada en la entrepierna—. Beth, no soy el mismo muchacho que se marchó. Me temo que la guerra me ha cambiado.
—¿En qué sentido?
—Es difícil de explicar. He pasado casi dos años rodeado de sangre y de cuerpos mutilados. He sostenido las manos de muchos ancianos y de muchos jóvenes mientras morían. He visto muchachos demasiado jóvenes, imberbes casi, destrozados y asaltados por enfermedades que no podíamos tratar. Hemos quemado a nuestros muertos, noche y día, y llevo el hedor de esas hogueras incrustado en la garganta y en la nariz. Había días en los que la lucha era tan intensa que las flechas del enemigo ocultaban el sol.
Bethany escuchó sus palabras con el corazón en un puño, consciente del dolor que transmitía su voz. Había visto cada una de las batallas de las que hablaba, había visto todas las atrocidades. Pero era la primera que vez que las veía a través de los ojos de un hombre que había participado en ellas. A través de los ojos de un hombre que desconocía si iba a vivir o si acabaría mutilado.
Jamás había comprendido el temor de las familias que se quedaban en casa ni lo dura que se hacía la espera cuando existía la posibilidad de que ese ser querido nunca regresara. Se le llenaron los ojos de lágrimas y deseó poder borrar esos recuerdos de la memoria de Héctor.
—¿Cómo lo soportabas?
—Pensando en ti. Aferrándome a la certeza de que estabas aquí, esperándome… de que llorarías si no volvía. No estoy seguro de que hubiera podido sobrevivir a algunas de las batallas si no te hubiera llevado en el corazón. —Se llevó su mano al mentón para que se lo frotara—. Lo que está claro es que no habría cabalgado tan rápido para regresar a casa.
Bethany sonrió y después lo besó.
—No quiero separarme de ti nunca más.
—Con suerte, no será necesario. Me han dicho que las ciudades-estado se han unido para firmar otra tregua que debería ser larga.
Esas palabras le provocaron a Bethany un nudo en el estómago. Sabía muy bien lo breve que sería dicha tregua.
—Prométeme que si llega a pasar algo que nos obligue a ir de nuevo a la guerra, no lucharás.
—No puedo prometerte eso, Beth.
—¿Por qué no?
Estigio apretó los dientes mientras buscaba un motivo para ofrecerle que no delatara su verdadera identidad.
—¿Cómo voy a quedarme en casa a sabiendas de que los hombres que han luchado a mi lado, que me han protegido y a los que yo he protegido a su vez, van a morir? Por más duro que sea vivir con los recuerdos de la guerra, no podría seguir adelante siendo un cobarde.
Bethany no se tomó bien sus palabras, pero no las discutió.
Estigio se inclinó hacia delante y le mordisqueó los labios, para degustar el sabor que más había echado de menos.
—Estoy cansado de hablar y de pensar en la guerra. Dime cómo has estado. ¿Tu tío sigue molestándote? ¿Ha matado tu madre por fin a tu tía Epi? ¿Cómo está tu madre? ¿Tu abuelo ha recuperado por fin la espada que tiene su hermano?
Bethany se quedó sorprendida al escucharlo.
—Es increíble que recuerdes todo eso.
—Jamás olvido algo que tiene que ver contigo.
Bethany se puso de espaldas sobre el suelo y tiró de él para acercarlo. Aunque al principio se tensó por culpa del dolor, Héctor acabó relajándose mientras ella le contaba historias resumidas sobre su numerosa familia. Tan quieto estaba que temió que se hubiera quedado dormido. Hasta que se percató de que una de sus manos estaba subiéndole el peplo muy despacio.
—¿Qué haces? —le preguntó.
Héctor se incorporó sobre un codo mientras su mano le acariciaba el muslo desnudo.
—Lo que he soñado que hacía todas las noches desde que me separé de ti.
Bethany sintió un escalofrío cuando su cálida mano tocó la parte de su cuerpo que más ansiaba sus caricias. Dobló las rodillas y separó los muslos.
Estigio contuvo el aliento al comprobar lo mojada que estaba. Aunque su cuerpo protestó por el movimiento, le apartó el peplo para contemplarla a placer.
Sus caricias le arrancaron un gemido, tras el cual la penetró con el pulgar, momento en el que ella se mordió el labio. Siguió acariciándola con los dedos durante un rato, mientras le mordisqueaba una mano y observaba el placer que reflejaba su rostro.
—Beth, te he echado de menos —susurró justo antes de inclinar la cabeza para saborearla.
Bethany gritó cuando reemplazó los dedos con la lengua. Extendió las manos y las enterró en su pelo, mientras disfrutaba de sus lametones y de sus besos. Incluso usó la aspereza de su barba para aumentar el placer, provocándole una miríada de escalofríos.
—Quiero que te corras en mi boca, Beth. Lo necesito.
Esas palabras la arrojaron al vacío. El orgasmo fue tan intenso que echó la cabeza hacia atrás y soltó un grito. Sin embargo, Héctor no se detuvo. Siguió lamiéndola, besándola y torturándola para aumentar el placer al máximo.
Jadeante y agotada, ella le acarició una mejilla.
—Héctor, creo que me has matado.
—Se me ocurren formas mucho peores de morir.
Ella rio y se sentó, tras lo cual tanteó el suelo hasta dar con él.
Estigio frunció el ceño al ver que deslizaba la mano por su cuerpo.
—¿Qué haces?
—Devolverte el favor.
Él enarcó una ceja mientras le levantaba el quitón para acariciársela con delicadeza, aunque ya la tenía bien dura. Por culpa de Estes y de Apolo, por regla general no le gustaba que se la acariciaran. Pero ver la mano de Bethany en su cuerpo… Abrió los ojos de par en par al percatarse de que inclinaba la cabeza para metérsela en la boca.
Contuvo el aliento y se estremeció al sentir las caricias de su lengua.
¡Estaba en la gloria! Aunque quería prolongar el momento, llevaba demasiado tiempo alejado de ella.
Así que, al cabo de unos segundos, gimió y se corrió.
«Genial», se dijo.
Lo hizo mejor cuando perdió la virginidad. Se sintió abrumado por el bochorno.
—Lo siento, amor mío.
Ella le dio un último lametón y sonrió.
—¿Por qué te disculpas por algo tan importante para mí?
—¿A qué te refieres?
—A que teniendo en cuenta lo dolorido que estás y lo rápido que te has corrido… sé que no has estado con otra mujer desde que te marchaste.
—Pues claro que no. —Le colocó una mano en una mejilla—. ¿Encontraste el anillo que te dejé?
Bethany levantó la mano para que lo viera.
Él sonrió, feliz.
—¿Te ha leído alguien la inscripción?
—«Siempre tuyo».
Estigio trazó el borde de sus labios con el pulgar.
—Beth, no hago promesas a la ligera. Prefiero la muerte a hacerte daño. Eres la única mujer con la que estaré en la vida. Palabra de honor.
Bethany sonrió al escucharlo y después se puso en pie. Para su más completo asombro, Estigio la observó desnudarse, tras lo cual volvió a tenderse a su lado. Le cogió la mano que no tenía herida y se la colocó entre los pechos para que sintiera los latidos de su corazón.
—Te quiero.
Conmovido hasta lo más hondo del alma, Estigio inclinó la cabeza y le acarició los pechos con la mejilla. Después se incorporó.
—Yo también te quiero. Siempre te querré. Y ojalá esos dioses que tanto desprecio no nos separen otra vez.
—¿Esos dioses que tanto desprecias?
Estigio se vio obligado a controlar la furia para no ofenderla con sus blasfemias. Al contrario que él, Bethany los adoraba con devoción.
—Beth, sé que tú los quieres. Pero conmigo han sido demasiado crueles.
—A veces…
Estigio la besó para impedir que siguiera hablando.
—Por favor —le dijo al separarse—, no los defiendas. No tienen defensa alguna. Pero si te mantienen a mi lado, tal vez algún día los perdone y me sienta en paz con ellos.
—Te enseñaré a quererlos.
Se le llenaron los ojos de lágrimas al escucharla. No dudaba de la capacidad de Beth. Si existía alguien capaz de convertirlo, era ella. Al fin y al cabo, no conocería lo que era el amor si ella no lo hubiera domesticado con su tierno corazón y con sus caricias.
Solo por eso estaba dispuesto a perdonar a los cabrones que lo habían maldecido.
«Pero no me la arrebatéis…».
Eso supondría una guerra aún más cruenta que la que acababa de librar.