9 de septiembre de 9530 a. C.

A diferencia de sus hombres, Estigio no sentía la menor alegría mientras atravesaba el portón de entrada al palacio y se acercaba a los escalones donde su «familia» lo esperaba para darle la bienvenida a casa. La verdad era que no había echado de menos ese lugar en absoluto.

Qué triste era que prefiriese estar en la batalla antes que enfrentarse a su padre, a su madre y a su hermana.

Detuvo el caballo y se preparó para el dolor que lo asaltaría cuando desmontara, algo que hizo despacio. Si bien la mayoría de sus heridas habían sanado, las más profundas seguían molestándolo y le provocaron un dolor atroz mientras subía los escalones para saludar al rey.

Su padre lo abrazó.

—Bienvenido a casa.

Estigio inclinó la cabeza antes de ver a Ryssa de pie, detrás de su padre.

—Hermano. —Le hizo una genuflexión.

Sorprendido por no escuchar la frialdad en su voz y por no ser el receptor de una mirada furiosa, la saludó con una breve inclinación de cabeza.

—Hermana.

Su padre le dio una palmada en la espalda, justo donde lo habían apuñalado, antes de dirigirse a las puertas de palacio.

Incapaz de respirar, Estigio se quedó helado y abrumado por el dolor. Era tan atroz que estuvo a punto de perder el conocimiento. Lo peor de todo era que podía sentir cómo la sangre fresca corría por su columna.

Ajeno al hecho de que había reabierto una herida, su padre no se dio cuenta de que no lo seguía hasta que llegó a la puerta. Una vez allí, se volvió y lo miró con el ceño fruncido.

Estigio, que respiraba entre jadeos, se obligó a ponerse en marcha. El sudor le perló la frente y se le nubló la vista, tanto que temió desmayarse en los escalones.

Su padre recorrió con la mirada el ejército que se dispersaba.

—Has vuelto con muchos menos hombres de los que esperaba.

Estigio fulminó a su padre con la mirada, pero no replicó mientras entraba en palacio.

—¿Dónde está madre?

—La desterré y se suicidó la primavera pasada.

Boquiabierto por esa forma tan desapasionada de comunicarle la noticia, Estigio miró a su padre.

—¿Y no me avisaste?

—¿Para qué? Estaba muerta. No podías hacer nada.

No sabía por qué, pero el dolor lo asaltó de pronto. Un dolor más profundo del que habría creído posible teniendo en cuenta la turbulenta relación que habían mantenido. Aun así, Aara era su madre y le entristecía que hubiera muerto. Buscó la mirada distante de Ryssa, pero sabía que era una máscara. Su madre y ella habían estado muy unidas, y la muerte de su madre debía de haberla afectado profundamente.

—Lo siento muchísimo, Ryssa.

—No escupas sobre su recuerdo con tu hipocresía. No es propio del gran héroe de guerra que consigue perder a la mitad de su ejército de vuelta a casa.

—¡Ryssa!

Su hermana miró a su padre con expresión inocente.

—¿Qué pasa? Tus propios consejeros han dicho que es un incompetente y que nunca deberías haberle confiado tu ejército.

Y sus hombres habían temido que su padre los azotara por haber permitido que lo hiriesen…

Estigio soltó una carcajada amarga.

—Me conmueve en lo más profundo ver que soy recibido con los brazos abiertos en el acogedor seno de mi cariñosa familia. Agradezco a los dioses haber sobrevivido para regresar a tanto afecto. —Se dirigió hacia la escalera.

—¿Adónde vas? —bramó su padre—. En el salón de banquetes te tengo preparada una recepción con todos los aristócratas.

Estigio miró el lugar que acababa de abandonar. Su sangre había dejado un charquito rojo en el suelo. Se enjugó el sudor de la frente al tiempo que se le nublaba todavía más la vista.

—Por favor, perdóname por el insulto hacia los aristócratas y hacia ti, padre. Pero prefiero sangrar solo y no tener que escuchar cómo le he fallado a Dídimos y cómo he decepcionado a mi rey cuando he sido el único comandante griego que ha ganado una puta batalla contra los atlantes… en territorio enemigo, sin recursos griegos y sin refuerzos para la batalla.

Ryssa jadeó.

—Si yo te hablara así, padre, me harías azotar.

Estigio soltó una carcajada amarga mientras subía la escalera, dejando tras de sí un rastro de huellas ensangrentadas.

—Por favor, hermanita, recuérdame una sola ocasión en tu mimada vida en la que alguien te haya puesto la mano encima.

—¡Tú lo hiciste!

—Hace muchos años, cuando era la mitad de tu persona. Y lo pagué muy caro. —Se volvió hacia ellos al llegar a lo alto de la escalera—. Ahora, perdonadme, adorada familia, pero tengo que acostarme antes de perder el conocimiento, y tengo que llorar a una madre cuyo desdén por mí solo se veía superado por el desdén de la zorra de su hija.

—¿Qué te ha pasado, muchacho?

Resopló con sorna al escuchar la pregunta sorprendida que su padre le había hecho en silencio. Qué triste que su padre no lo supiera ni le importase saberlo.

Dolorido física y anímicamente, Estigio se dirigió a su dormitorio y una vez allí cogió una almohada de la cama. Llevaba tanto tiempo durmiendo en el suelo que no estaba seguro de lo que sentiría al tenderse en un colchón.

Sin molestarse siquiera en quitarse la armadura, se tumbó en el suelo para descansar.

¡Ah, hogar, dulce hogar! Cuánto lo detestaba.