Bethany dejó de observar a la Coalición Estigia, que arrasaba con otra línea defensiva de atlantes pese a las increíbles habilidades de su gente. Aunque sus hermanos estaban ganando la batalla en suelo griego y aniquilando a sus linajes reales, Estigio les estaba dando una paliza en casa.
¿Cómo era posible? Parecía que pudiera leerles la mente. Cada táctica que usaban él la echaba por tierra con una habilidad que no debería estar al alcance de alguien tan joven. Utilizaba constantemente maniobras jamás vistas. De alguna manera había eliminado las debilidades de las tácticas de lucha griegas, que siempre habían sido la mayor baza de los atlantes para asegurarse la victoria.
Ese cabrón era invencible.
Y en las últimas batallas, mientras lo veía superar una desventaja que debería ser insuperable y salir victorioso cuando debería haber acabado en la tumba, descubrió por fin su verdadera identidad.
Era lo único que tenía sentido.
Qué irónico. El niño por el que Arcón había puesto patas arriba su reino a fin de encontrarlo había vuelto a casa comandando un ejército griego…
Estigio de Dídimos era el hijo de Apolimia. Estaba convencida.
Hizo dar la vuelta a su caballo para alejarse volando de la batalla en la que Estigio estaba derrotando a los atlantes y se dirigió al reino que su bisabuelo había gobernado hasta que los otros dioses se aliaron a fin de convertirlo en la prisión de Apolimia.
Al menos hasta que Apóstolos muriera.
Oscuro y tétrico, Kalosis no sería el destino preferido de nadie para unas vacaciones. A menos que les gustara muchísimo la temática lúgubre y macabra. Curioso, porque allí había pasado gran parte de su infancia, y era uno de sus lugares preferidos.
Algo que decía mucho de su personalidad.
Hizo caso omiso de los demonios carontes que la miraban con recelo mientras se acercaba al palacio negro emplazado en el centro de ese plano. Los demonios carontes, cuyos cuerpos apenas cubrían con ropa, eran una raza de piel marmórea que cambiaba de color, normalmente lucían solo dos, pero podían ser más. Tenían alas del mismo color que sus cuernos y sus ojos daban grima.
—¿Dónde está Apolimia? —le preguntó al demonio azul que tenía más cerca.
—En el jardín trasero —contestó la criatura con su inconfundible voz cantarina.
Echó a andar por el oscuro pasillo, cuyas cortinas se agitaban por una brisa inexistente.
Se detuvo al llegar a las enormes puertas de cristal que conducían a un jardín con altos muros de mármol negro.
Apolimia estaba sentada junto a un estanque del que el agua manaba al revés, ascendiendo por la pared. Ataviada con un vaporoso vestido negro, la diosa de la destrucción era tan hermosa como letal. Llevaba el largo pelo rubio platino trenzado a la espalda y sus turbulentos ojos plateados veían mucho más que los demás.
Arcón hacía bien en tenerle miedo. Carecía de piedad y de compasión.
—¿Por qué has venido? —rugió Apolimia.
—Acabo de descubrir el secreto más deseado de todos los tiempos y quería que me ayudaras a decidir qué hacer.
Apolimia sonrió con desdén.
—¿Y qué secreto has descubierto?
—Tu hijo comanda un ejército que se dirige a nuestra capital.
La sonrisa desdeñosa se convirtió en una ceja enarcada y una expresión inocente.
—¿Mi hijo?
—El príncipe Estigio de Dídimos. Es Apóstolos, ¿verdad?
Apolimia soltó una carcajada antes de mirar su estanque.
—Buen intento. Te has equivocado, pero te doy puntos por tu creatividad.
Bethany no le creyó ni por asomo.
—Sé que es él.
—En ese caso, ¿por qué no me has traicionado y se lo has contado a los demás?
—Porque de un tiempo a esta parte he empezado a comprender tu… sacrificio.
En esa ocasión la carcajada de Apolimia tuvo un deje cruel.
—¿Me estás diciendo que la diosa de la ira y de la desdicha está enamorada? ¿De verdad esperas que me lo crea?
—¿Por qué no? Si la diosa de la destrucción puede amar… ¿por qué yo no?
—Ay, Bet… eres una ingenua y una tonta. Y si estuvieras realmente enamorada, todos lo sabríamos. —Apolimia metió la mano en el agua negra—. Mi hijo volverá pronto a casa, pero no necesitará a un ejército extranjero para destruir este panteón. Ahora vete, antes de que recuerde lo mucho que os odio a todos.
—De acuerdo, me voy. Pero quería que supieras que los dioses se han aliado y que piensan matar a Estigio en cuanto pise la isla principal. Lo atacarán juntos.
—No me preocupa en lo más mínimo.
Bethany no lo tenía tan claro. Si bien Apolimia parecía decir la verdad, vio cierto destello en sus ojos cuando pronunció por primera vez el nombre de Estigio.
El príncipe significaba algo para la diosa. Pero si no era su hijo, ¿por qué le importaba?