Era poco más de medianoche cuando Estigio por fin entró en el palacio. Aunque pensaba que estaría solo, se encontró con su padre en la escalera.
La expresión del rey no era precisamente agradable. Le asestó un revés tan brutal que le aflojó varios dientes.
—Estás decidido a avergonzarme y humillarme públicamente, ¿no es cierto?
Estigio, a quien ya se le estaban hinchando los labios, se limpió la sangre con el dorso de una mano.
—¿De qué hablas, padre?
—Has rechazado la oferta de un rey, has repartido un tesoro real entre la plebe sin permiso y después has privado a la ciudad de recibirte y has insultado a los nobles y a sus esposas al no asistir al banquete de celebración en tu dudoso honor.
Su padre había elaborado una larga lista de ofensas.
—¿Qué tienes que decir en tu defensa, hijo?
Estigio se lamió los ensangrentados labios.
—Padre, pensé que el rey Kreon había sido muy generoso al ofrecerte todos esos regalos. Hasta tal punto que se me ocurrió que no echarías en falta lo poco que me regaló a mí personalmente por los servicios prestados a su ejército. Se me ocurrió que dichos presentes serían más adecuados para los hombres que habían dejado atrás a sus familias y que habían arriesgado sus vidas por nosotros en vez de entregarlos al tesoro para que paguen el vino de madre y la ropa de Ryssa. Perdóname por semejante egoísmo. En cuanto a los nobles y a sus esposas, dudo mucho que me hayan echado de menos después de que empezara a correr la bebida. La verdad, no me apetecía regresar y que mi madre y mi hermana me humillaran en los escalones de palacio o ver la ira en tus ojos por haber gastado mi porción de un tributo que yo mismo gané. Te pido de nuevo disculpas por haberte insultado al tratar de evitarme otro bochorno público.
—Debería mandarte azotar por tu insolencia.
—Muy bien. ¿Despierto yo al verdugo o lo haces tú? —Estigio pasó a su lado, pero el rey lo detuvo agarrándolo de un brazo.
Estigio lo miró con un tic nervioso en el mentón y vio que su padre lo observaba asombrado.
—Muchacho, no te entiendo. Te he dado todo lo que un príncipe puede desear y no te basta. Eres petulante. Imprudente. Tal vez debería haberme quedado con Aquerón y dejar que Estes te prostituyera a ti.
Esas palabras lo golpearon con la misma fuerza que los puños de Apolo.
—¿Lo sabías?
—No… exactamente. Pero tenía mis sospechas.
Estigio se quedó sin aliento, abrumado por la crueldad que demostraba el rey.
—¿Cómo es posible que lo sospecharas y no hicieras nada?
—Para protegerte a ti y para controlarlo a él.
Estigio resopló.
—¿Para protegerme?
—Tu vida depende de la suya.
«¿Y…?», pensó él.
—¿Y ahora qué? —quiso saber—. Ni siquiera sabes dónde… —dejó la frase en el aire al comprender la dura realidad—. Conoces el paradero de Aquerón.
—Por supuesto. No pensarías que iba a dejarlo suelto por ahí cuando su vida está ligada a la tuya, ¿verdad?
Estigio apartó la mirada de su padre antes de ceder a la tentación de darle una paliza a ese viejo cabrón.
—Ya no sé qué pensar… padre.
El rey extendió una mano hacia él.
Estigio se alejó.
—No me toques. ¿Cómo pudiste permitir que prostituyeran a mi hermano gemelo?
La ausencia de remordimientos en el rostro de su padre lo espantó.
—Era la venganza perfecta. Los dioses se acostaron con mi reina. Lo justo era que yo prostituyera a su bastardo.
¿Cómo debía interpretar eso él? ¿Estaba bien que Aquerón, su hermano gemelo, viviera un infierno y que abusaran de él día tras día? ¿Por eso lo torturaba Apolo a él? ¿Estaban los dioses ejecutando su propia venganza por lo que el rey le había hecho a uno de ellos? ¿Era él el instrumento de dicha venganza?
—¿Y qué hay de mí?
Su padre frunció el ceño.
—¿Cómo que qué hay de ti?
Tras escuchar los pensamientos de su padre, supo que desconocía por completo que Estes lo hubiera violado y que tampoco estaba al tanto de los ataques de Apolo.
—¿Te dijo Estes que abusaba de Aquerón?
Su padre lo agarró por el cuello y lo empujó hacia atrás.
—Mi hermano jamás hizo tal cosa. Eso es una mentira de ese bastardo. Lo sé muy bien.
No, no sabía nada. Estigio se zafó de su mano.
—¿Dónde está mi hermano?
—En un lugar donde no puede hacernos daño.
En ese momento habría matado a su padre de buena gana.
—¿Dónde? —le preguntó con los dientes apretados.
—En un prostíbulo.
—Quiero el nombre.
—¿Por qué? —Su padre lo miró con los ojos entrecerrados—. ¿Tú también quieres follártelo?
Estigio se quedó helado. No… era imposible que…
—¿Tú también…?
El rey lo abofeteó de nuevo.
—Jamás he tocado a ese despojo. Pero ¿para qué si no quieres saber dónde se encuentra?
«Porque da la casualidad de que yo sí me preocupo por mi hermano y lo quiero», contestó para sus adentros.
Sabía que no debía decirlo en voz alta, de modo que le ofreció a su padre la única respuesta que ese cabrón entendería.
—Porque no quiero presentarme algún día en ese sitio y que me confundan con él, ¿a ti qué te parece?
Tal como esperaba, sus palabras aplacaron a ese bruto insensible.
—Está en el prostíbulo de Catera.
—Gracias. —Estigio bajó de nuevo la escalera.
—¿Adónde vas?
—Al final, acabaré en el Tártaro, no me cabe duda. De momento, voy a la ciudad.
—¡Estigio!
Salió del palacio tras hacer caso omiso del grito de su padre y puso rumbo al centro de la ciudad. A esas alturas no le importaba lo que su padre le hiciera. ¿Qué diferencia supondría?
—Si lo que quieres es una puta…
Estigio interrumpió al hombre.
—Ya te he dicho que quiero ver a Catera, ¡ahora mismo! —masculló con ferocidad.
—No atiende clientes.
Estigio empujó al hombrecillo hacia las sombras y se bajó la capucha.
—No soy un cliente y, a menos que desees ver cómo este burdel acaba hecho cenizas después de que arresten a todo aquel que haya dentro para ejecutarlo, te sugiero que le digas a la dueña que quiero verla de inmediato sin traicionar mi identidad.
El hombre se apresuró a obedecerlo.
Estigio se cubrió de nuevo la cabeza para que nadie lo reconociera. Se le heló la sangre en las venas al escuchar el precio que se les ofertaba a los clientes por los distintos servicios. Y lo peor fueron los vagos recuerdos de aquellos que habían pagado por él…
—¿En qué puedo ayudarte?
Al mirar por encima del hombro, se encontró con una mujer bajita que llevaba el pelo teñido con henna.
—¿Catera?
—¿Sí?
—Necesito hablar contigo a solas.
Ella negó con la cabeza.
—Ya no atiendo clientes.
—No quiero acostarme contigo, mujer —masculló Estigio—. He venido a explicarte los términos bajo los que tu burdel va a funcionar a partir de ahora.
La mujer hizo un gesto muy sutil y un hombre muy fornido se acercó a ellos.
Estigio resopló. Como si eso pudiera intimidarlo después de todo lo que había vivido.
—Si valoras su vida y la tuya, me atenderás en privado ahora mismo.
La mujer levantó una mano y el hombre se detuvo. Después titubeó unos instantes hasta tomar una decisión.
—Sígueme —dijo, y lo precedió hasta una pequeña estancia emplazada en la parte posterior del establecimiento.
Estigio se bajó la capucha en cuanto cerró la puerta.
La mujer se quedó blanca al reconocerlo y se postró de rodillas en el suelo.
—Alteza, por favor, perdonadme…
—No pasa nada —la interrumpió él con brusquedad—. Levántate.
Catera lo obedeció de inmediato.
—¿Qué puedo hacer por vos, alteza?
—Ha llegado a mis oídos que tienes un… empleado que se parece a mí.
—Aquerón.
Estigio no sabía si sentir alivio o espanto.
—Entonces es cierto…
—Lo es —reiteró ella, con una expresión preocupada y temerosa.
—Tranquila, mujer. Sólo quiero asegurarme de que lo cuidas bien.
La vio fruncir el ceño.
—No entiendo.
Por primera vez en su vida, Estigio decidió aprovecharse al máximo de su rango y posición.
—No tienes por qué entender nada. Solo obedecer. —Se sacó el monedero y lo abrió—. No quiero que lo cargues de trabajo. Tendrá media semana libre para emplear ese tiempo como le plazca y te asegurarás de que tenga lo mejor de lo mejor, incluyendo cuidados médicos cuando los necesite. —Dejó el monedero en la mesa—. Mientras cumplas tu parte del trato, ordenaré que te entreguen la misma cantidad de dinero todos los meses. Si me entero de que alguien lo maltrata, me encargaré de que pagues por ello personalmente, y te aseguro que las consecuencias no serán de tu agrado.
La avaricia iluminaba los ojos de la mujer.
—Sí, alteza. ¿Algo más?
Estigio negó con la cabeza.
—Limítate a cuidarlo.
Catera abrió el monedero y puso los ojos como platos, tras lo cual sonrió.
—Será todo un placer. —Antes de guardarlo en un cajón, titubeó pero acabó diciendo—: Alteza, ¿puedo hablar con franqueza?
—Si lo deseas…
La mujer lo miró de arriba abajo.
—A simple vista, el parecido es asombroso. Pero en el fondo no os parecéis en nada a él.
Ojalá fuera cierto. Nadie podía imaginarse hasta qué punto llegaba el parecido entre ellos. Sin embargo, había una diferencia crucial.
—Lo sé, mujer. Él no, pero yo soy un cabrón letal cuando me enfurecen. —Y tras decir esas palabras se levantó la capucha y se marchó.