Bethany se echó a reír cuando Héctor trazó un ardiente sendero desde su abdomen hasta su sexo. Levantó las caderas y enterró los dedos en su suave pelo mientras él la acariciaba con la lengua hasta dejarla jadeante y débil. En apenas un momento, su cuerpo explotó de puro placer. Gritó en pleno éxtasis mientras él seguía tocándola con la lengua, hasta que sus habilidosas caricias la dejaron mareada.
Nadie tenía una lengua semejante…
Ni un cuerpo así.
Despacio, y con precisión, Héctor ascendió dejando una lluvia de besos por su cuerpo y deteniéndose para saborear sus pechos antes de reclamar su boca. Sintió la punta de su miembro, rogando que lo dejara entrar.
Desesperada por volver a sentirlo dentro, levantó las caderas. Héctor la besó con más pasión, entrelazó sus dedos y la complació, penetrándola. Con un suspiro encantado, Bethany bajó la mano libre y tocó sus cuerpos unidos, ansiosa por acariciarlo mientras la penetraba.
Estigio se quedó sin aliento al sentir su mano. Su dulce Bethany lo alejaba de todas las pesadillas que no quería recordar. Del espantoso ataque de Apolo.
—Me encanta que hagas eso.
Sin dejar de sonreír, ella lo besó.
Debería haber vuelto a casa hacía días, pero se había escondido con Bethany en una pequeña hospedería en las afueras de la ciudad, donde nadie lo conocía. La verdad era que no quería marcharse.
No quería alejarse de ella.
Bethany levantó las caderas para que pudiera penetrarla hasta el fondo.
—No puedo creer que quieras más.
—Nunca me sacio de ti, akribos —replicó ella mientras Estigio le mordisqueaba los dedos que le había colocado sobre los labios.
Bethany soltó un gemido ronco.
Estigio le enterró la cara en el cuello y aceleró sus embestidas. Sabía que cuando gemía de esa manera y lo abrazaba con fuerza, estaba al borde del orgasmo.
Un momento después escuchó su dulce grito de placer y comenzó a rotar las caderas, prolongando su orgasmo, hasta que ella se echó a reír y lo besó con pasión.
Sus labios bastaron para arrojarlo al abismo. Gimió, se enterró en ella y la abrazó con fuerza. Le resultaba curioso que solo encontrase la paz con ella. Le daría lo mismo que el resto del mundo desapareciera. Siempre y cuando pudiera sentir su mano en la mejilla.
Era como si la conociera de toda la vida. Como si hubiera nacido con el único objetivo de amarla con toda su alma.
Bethany suspiró, contenta.
—Ay, lo que me haces, mi dulce príncipe.
El corazón le dio un vuelco al escuchar el apelativo cariñoso.
—Ojalá no me llamaras así.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué?
Muchas personas usaban el título para burlarse de él. Y en ese momento… escuchaba la repugnante voz de Apolo diciéndoselo al oído. Le ponía los pelos de punta.
Agradecía muchísimo que Bethany no pudiera ver el «maravilloso» recuerdo que el cabrón le había dejado. El símbolo del sol en la espalda, de modo que todo aquel que lo viera supiese que el dios sol lo había violado. Cada vez que lo pensaba, ardía en deseos de ponerse a gritar y de ensartar al cabrón con su espada.
—No soy un príncipe, Beth. Solo soy un hombre.
—Pero eres muchísimo más para mí.
Cerró los ojos y saboreó esas palabras al tiempo que se deleitaba con el roce de sus manos en su sudorosa espalda.
—Tu padre te va a matar por tu ausencia.
—Seguro que al tuyo tampoco le hará mucha gracia —replicó ella.
—No… no se la hará. —Le mordisqueó el lóbulo de la oreja—. Ojalá huyeras conmigo, Beth. Te daría todo lo que me pidieras.
—Pero no se puede huir de las responsabilidades y de los problemas.
Siempre te persiguen.
—No tiene por qué.
—Por favor, Héctor, no arruines este momento pidiéndome algo que no puedo darte.
Apretó los dientes por el dolor que lo asaltaba cada vez que pensaba que tenía que dejarla y regresar a una vida que detestaba con todas sus fuerzas.
—De acuerdo. No volveré a insistir.
Alguien aporreó la puerta.
—¡El príncipe ha vuelto! —Quien fuera, corrió por el pasillo, golpeando en todas las puertas para anunciarlo.
Estigio frunció el ceño y después gruñó al darse cuenta de que querían decir que su ejército volvía a casa.
No él.
Bethany le recorrió la frente con un dedo.
—Deberías desfilar con ellos para recibir honores.
Sí, debería. Su padre se pondría furioso cuando supiera que no estaba con los demás.
—Para hacerlo, tendría que dejarte. ¿Es lo que quieres de verdad?
Ella se mordió el labio con gesto juguetón.
—No, te prefiero donde estás ahora mismo.
—Ya somos dos.
Sin embargo, lo pagaría muy caro cuando por fin la dejara.