3 de noviembre de 9532 a. C.

—¿Bethany?

El corazón se le aceleró al escuchar de nuevo la voz ronca que tanto había deseado oír.

—¿Héctor?

Tras sentarse a su lado en la manta, apoyó la cabeza en su hombro y la rodeó con los brazos.

Su entrecortada respiración delató el enorme dolor que sentía.

—¿Te han herido?

Héctor le cogió una mano y se la colocó sobre la muñeca para que tocara el colgante que llevaba en ella.

—Ni un solo corte. Pero estoy tan magullado que apenas puedo respirar. Claro que tampoco me ha ayudado mucho que me adelantara al resto de las tropas y cabalgara a toda prisa para poder verte cuanto antes.

Bethany lo acunó entre sus brazos.

—¿De verdad?

Él asintió con la cabeza.

—He cabalgado noche y día. Pero no estaba cansado. Hasta ahora.

Lo besó en la frente y saboreó el sabor de su piel.

—¿Te duele la cabeza?

—Como si me hubiera pateado mi caballo.

—Pues entonces apóyala en mi regazo y veré si puedo ayudarte.

—Ya lo has hecho.

Bethany le sonrió mientras él la obedecía, pero la sonrisa se desvaneció al percatarse de sus entrecortados jadeos. Estaba tan dolorido que incluso temblaba.

—Me han dicho que habéis ganado —comentó, tratando de distraerlo.

—Hemos ganado, sí.

Al pasarle la mano por el pelo, palpó varios chichones. Con cuidado de no tocárselos, comenzó a masajearle las sienes y el cuero cabelludo.

—¿Te asustaste?

Para entonces ya respiraba con más facilidad.

—Me quedé petrificado, aunque no pienso admitirlo delante de otra persona que no seas tú.

Bethany se detuvo un instante al percatarse de un corte en la parte posterior de su cabeza que debió de hacerse al chocarse contra algo.

—Me han dicho que el príncipe Estigio fue el héroe de la batalla. ¿Lo viste?

Tardó unos instantes en responder.

—Sí.

—¿Y?

—¿Debería estar celoso por este repentino interés que demuestras por el príncipe? Pensaba que no te importaba el dinero.

—Y no me importa. Solo quería conocer un poco más al hombre que ha mantenido alejado a mi dulce Héctor de mis brazos.

—Mmm… Estaba muy ocupado luchando como para prestarle atención.

—¿Es cierto que no tomó tributo alguno y que lo repartió entre sus soldados?

Lo escuchó emitir un sonido que le indicó que se había dormido.

Bethany se inclinó y le frotó la nariz con la suya para saborear el roce de su aliento contra la piel. Aunque le irritaba haber perdido la batalla, agradecía haber recuperado a su Héctor sano y salvo. Tenerlo de nuevo era un bálsamo para su magullado ego. Sin embargo…

Debía ajustar las cuentas con cierta persona y no iba a olvidarlo jamás. De una forma u otra, Estigio pagaría lo que les había hecho en el campo de batalla. Y sería su propia mano la que le asestaría el golpe de gracia a ese imbécil engreído.