26 de octubre de 9532 a. C.

Estigio suspiró mientras regresaba a su tienda para intentar dormir. Sin embargo, le dolía tanto la cabeza que dudaba mucho de poder descansar lo más mínimo. En el exterior, tanto sus hombres como las demás tropas griegas celebraban de buena gana la victoria. Aunque consideró la idea de unirse a ellos, no quería arriesgarse a que se burlaran de él o a que lo rechazaran de nuevo. Ya estaba harto de que lo juzgaran por cosas que no podía evitar ni cambiar.

Después de bañarse, Kreon le había regalado el quitón de seda y la clámide que llevaba puestos, así como un tesoro que satisfaría incluso a su crítico padre.

Estigio solo había cogido una cosa para él. Un anillo de oro que quería regalarle a Bethany cuando la viera de nuevo. Lo llevaba en un dedo meñique para no perderlo sin querer.

Aunque las únicas joyas que siempre le había visto eran el colgante que ella le había regalado y algún que otro brazalete o pulsera, no sabía si era porque no le gustaban o porque no podía permitírselas. Sin embargo, esperaba que sonriera al entregarle el anillo.

«Que no me apuñale por recibir un regalo», deseó.

Se sirvió un cáliz de vino y con el rabillo del ojo percibió que algo se movía. Al volver la cabeza vio un hombre rubio y apuesto en la tienda. Con un brillo en la piel que solo había visto en…

La sangre se le heló en las venas.

—¿Eres un dios?

El hombre sonrió con gesto burlón.

—¿Me lo preguntas o es que te acuerdas de mí?

El terror le provocó un nudo en el estómago. No… era imposible.

Mucho menos después de todo ese tiempo.

El cáliz se le cayó de las manos mientras contemplaba cómo crecían los colmillos del hombre. Trató de correr, pero el dios lo inmovilizó de alguna manera.

—Es raro cómo pasa el tiempo cuando se es inmortal. No sabía que mi principito se había convertido en un guerrero tan feroz y tan guapo capaz de vencer a un ejército con poderes psíquicos y de matar a dos de sus héroes más fuertes… uno de los cuales era un semidiós.

El dios, cuya forma física era distinta de la que adoptó en el templo de Dioniso, se acercó a él y le regaló una sonrisa gélida y malévola.

—Además, con ese pelo y con esos músculos tan desarrollados eres mucho más apetecible. —Agarró a Estigio del pelo y lo pegó a su costado—. Hoy has matado a un miembro de mi familia, principito. Algo que no puedo pasar por alto de ninguna de las maneras. Esta vez no habrá trato alguno. Y no demostraré la menor compasión.

El dios olímpico lo arrastró hasta la mesa y lo arrojó sobre ella, de manera que quedó frente a un espejo donde veía su reflejo y el del dios, que lo había aferrado por el cuello. El dios tenía un tic nervioso en el mentón y lo fulminaba con la mirada. Con un gesto decidido, le levantó el quitón y lo dejó desnudo.

Sus miradas se encontraron a través del espejo.

—Voy a tratar tu cuerpo con la misma brutalidad que tú le has demostrado hoy a mi ejército. Y cada vez que te haga mío quiero que recuerdes quién de los dos es el dios y quién un simple despojo humano sin valor alguno.