15 de octubre de 9532 a. C.

Pertrechado con su armadura negra y dorada, Estigio bajó la escalera en dirección a la puerta principal, con el casco bajo el brazo. Aún llevaba el colgante de Bethany alrededor de la muñeca izquierda, allí donde ella se lo había puesto, oculto por el brazal.

Su padre, su madre y su hermana se habían reunido para despedirlo… al menos en teoría.

Su madre, que estaba borracha, lo recorrió con una mirada desdeñosa.

—Que los atlantes te destripen el primer día tan deprisa que ni sientas el dolor.

Los sirvientes que se encontraban lo bastante cerca para escucharla jadearon.

Estigio no reaccionó.

—Gracias, matisera. De ti no podría desear una despedida más cálida.

La expresión de Ryssa era igual de gélida.

—Sé que no vas a morir. Estoy segura de que te esconderás detrás de los demás, como siempre, o los apiñarás delante de ti para usarlos como escudo.

—Que los dioses conserven tu dulce carácter en mi ausencia, querida hermana.

Ryssa lo miró con desdén.

—Ojalá que tu caballo te tire en mitad de la batalla, justo a los pies de nuestros enemigos.

—No les hagas caso. —Su padre le dio un breve abrazo—. Vuelve con honor, muchacho.

A Estigio le costó la misma vida no poner los ojos en blanco. Su padre le había echado un sermón la noche anterior.

«Hagas lo que hagas, no te atrevas a avergonzarme delante de los demás reyes y de los generales. No pienso tolerarlo», le había dicho Jerjes.

Ή Τἁν Ή Επί Τἁς

«Con tu escudo o sobre él».

Y con eso en mente, Estigio se quitó el sello del dedo y se lo ofreció a su padre, que lo miraba con el ceño fruncido.

—No pueden retenerme para pedir rescate si no saben quién soy y si no tienen pruebas de que me retienen.

—Estigio…

Levantó una mano para silenciar al rey.

—Guárdalo, padre. No lo quiero.

La casta de Aricles estaba maldita y no tenía deseos de llevarse con él algo que le recordaba a las personas que maldecían hasta el aire que respiraba. Si se marchaba a la muerte, solo quería el colgante de Bethany consigo. Así moriría con su cara y su recuerdo en el corazón, no con los de ellos.

Sin echar la vista atrás, Estigio dejó a su «familia» y bajó los escalones hasta el lugar donde Galen lo esperaba con Troyano. A juzgar por la expresión seria de su mentor, supo que a este le gustaba tanto la cálida despedida de su familia como a él.

—¿Está bien, señor?

Estigio se colocó el casco y montó sobre su semental, tan negro como su estado de ánimo. Cogió el hoplon que le entregó su antiguo instructor y se lo colocó a la espalda para el viaje.

—Estoy bien, Galen. Gracias por preguntar.

Con el ceño fruncido, Galen se despidió con un gesto de la familia real mientras Estigio clavaba los talones en su caballo y se marchaba sin mirarlos. Sabía lo mucho que todos pensaban en su bienestar.

Si los dioses lo querían, su deseo de no volver a verlo se haría realidad.