27 de septiembre de 9532 a. C.

—¡Me das asco, Estigio! ¿Qué tipo de hombre, por llamarte de alguna manera, es capaz de permitir que echen a la calle a su hermano gemelo sin dinero y sin ropa? ¡Tú eres el monstruo, no Aquerón! Ojalá hubieras sido tú a quien el tío prostituía. ¡Deberías haber sido tú el obligado a ser un puto cuyos servicios podía comprar cualquiera con dinero! Pero no, estás aquí tan tranquilo mientras echan a tu hermano a la calle sin que tú digas nada. ¡Nada! ¡Te odio y espero que algún día sufras por todo lo que has hecho!

Estigio se desentendió del tono chillón de Ryssa mientras lo reprendía e invocaba la ira de todos los dioses del Olimpo a fin de que cayera sobre él. Llevaba haciéndolo desde que habían echado a Aquerón a la calle.

Sin embargo, no necesitaba sus insultos para que las emociones batallaran en su interior. Ya no le cabía la menor duda sobre cuál sería la reacción de su padre si alguna vez descubría que su heredero también había sido prostituido.

«Es un asqueroso catamita. Sabía muy bien qué le gustaba a Estes y usó dichas preferencias en su propio beneficio. ¿Crees que no sé cómo funciona la mente de ese monstruo depravado? Estes es inocente de todo esto. Fue la víctima de Aquerón. Estoy seguro de que ese bastardo se le metió en la cama y le suplicó que lo tomara».

Su padre se había pasado toda la noche despotricando contra Aquerón, de igual manera que Ryssa en ese momento, si bien su hermana lo hacía contra él. No había tenido un solo momento de paz. Y ellos no se habían percatado de que cada vez que hablaban, mataban una parte de su alma.

Lo único que quería era alejarse de todo eso.

Sin embargo, se mantenía pegado a su padre por temor a los desconocidos que lo contemplaban con deseo hasta que descubrían su linaje regio. Aunque sabía que su hermano estaba pasando hambre, también sabía que no estaban abusando de él ni maltratándolo.

Al menos de momento.

«¿Por qué no huiste conmigo cuando fui a liberarte, Aquerón?», se preguntó.

¿Por qué?

Aunque claro, de haber sido así no habría conocido a su Bethany y…

—¡Mierda! —exclamó cuando Ryssa le dio una patada en una espinilla.

—¡Ni siquiera me estás escuchando! ¿Verdad, cerdo?

—Escucho todas y cada una de las preciosas palabras que salen de tus hermosos labios, hermanita.

Ryssa lo golpeó de nuevo.

Estigio siseó mientras la fulminaba con la mirada y apartaba las piernas a fin de que no pudiera hacerlo más. Gracias a los dioses que no era muy alta.

—¿Por qué tienes que ser tú mi hermano?

Estigio no respondió. Acababan de llegar al muelle, de modo que se apeó de la litera con ruedas. Le tendió una mano a Ryssa para ayudarla a bajar, pero ella le escupió en la cara y despreció su ayuda.

Estigio apretó los dientes mientras se limpiaba la mejilla.

Al llegar a la rampa, Ryssa se volvió hacia él y dijo con un deje cruel en la voz:

—Ojalá te llevaran a rastras bajo cubierta y te violaran durante toda la travesía como hicieron con el pobre Aquerón cuando traté de ayudarlo.

Eso explicaba los dolores que sintió en aquel entonces, pensó Estigio.

—Ryssa, si no fueras tan imbécil, nada de eso habría pasado. ¿A quién se le ocurre viajar con un esclavo marcado en un barco de pasajeros? Solo a una idiota. Eres demasiado mayor para ser tan infantil.

Ryssa lo abofeteó, tras lo cual se volvió resoplando y se alejó de él.

Su padre le dio unas palmaditas en la espalda cuando llegó a su lado.

—Sé que no te deja tranquilo, muchacho, pero no me negarás que posee un espíritu digno de admiración y aprecio.

Ah, sí…, pensó. La falta de respeto de Ryssa era muy entrañable y fogosa. Pero si a él se le ocurría comportarse así, era intolerable.

Frunció el ceño, disgustado, y se detuvo, si bien su padre siguió caminando. Jamás comprendería el doble rasero del rey. La verdad, estaba cansado incluso de tratar de entenderlo.

Allí plantado en la cubierta, se volvió para contemplar la Atlántida. Pese a todo lo sucedido, le deseaba lo mejor a su hermano y esperaba que Aquerón pudiera llegar a Grecia antes de que estallara la guerra.

Pero en todo caso…

—Que los dioses te concedan un poco de paz en algún sitio, hermanito.

Al mirar hacia Ryssa, vio que ella lo observaba como si fuera un despojo y suspiró, convencido de que en su caso los dioses no le concederían paz alguna.