Estigio se quedó rezagado mientras su padre y Ryssa se acercaban a la casa atlante de su tío. Lo atormentaron los recuerdos de lo que le habían hecho la última vez que estuvo en ese lugar. Aunque los peores eran los que no tenía. Nunca sabría con certeza todo lo que le había sucedido.
«Ojalá pudiera reducir a cenizas esta casa…», pensó.
En el lugar no había cambiado nada. Seguía tal como Estigio lo recordaba. Hasta la última y espantosa piedra.
Lenas, el mayordomo de su tío, abrió la puerta y los miró fijamente.
Su padre se tensó por la insolencia del sirviente.
—He venido en busca de Aquerón. Llévame con él.
Lenas abrió la puerta de par en par para dejarlos pasar y recorrió el cuerpo de Estigio con una mirada ardiente.
—Se parecen mucho… Increíble. Me pregunto si será tan bueno en la cama —pensó el sirviente.
Estigio dio un respingo. Estes no solo había compartido a Aquerón con sus amigos y sus clientes, sino también con su servidumbre. Mientras recorrían el pasillo, lo asaltaron unas imágenes muy raras.
¿Eran recuerdos?
Aparecían y se desvanecían con tanta rapidez que no sabía qué quería su mente que viera o supiera.
Intentó desterrar dichas imágenes y aminoró el paso a medida que se acercaban a una habitación de la que procedían unos ruidos demasiado conocidos. Lenas lo miró con expresión elocuente antes de abrir la puerta del dormitorio donde Aquerón trabajaba con dos clientes.
—¿Qué es esto? —bramó su padre.
Con expresión espantada, Ryssa se tapó la boca con una mano y se dio la vuelta.
Estigio se quedó sin aliento al ver la escena que se desarrollaba ante ellos. Completamente desnudo, Aquerón estaba entre las piernas de una mujer mientras que un hombre aprovechaba su postura para buscar su placer.
El hombre se apartó de Aquerón soltando un improperio soez.
—¿Qué significa esto? —exigió saber con voz imperiosa—. ¿Quién osa interrumpirnos?
Ese tono de voz no iba a ser del agrado de su padre, y Estigio dio gracias por no ser el imbécil que lo había usado.
Aquerón le dio un último lametón a la mujer antes de girarse para quedar tumbado de espaldas. Se quedó allí tendido, desnudo, con una sonrisa burlona.
—Príncipe Ydorus —le dijo Aquerón al hombre furioso que le había hablado a su padre—, os presento al rey Jerjes de Dídimos.
Sus palabras apaciguaron un tanto al príncipe, aunque no demasiado.
—¡Dejadnos! —ordenó su padre.
Ofendido, el príncipe recogió su ropa y a su acompañante antes de hacerlo que el rey había ordenado.
«Buena idea, hombre», pensó.
Aquerón, cuya piel lucía ese tono grisáceo y apagado que Estigio conocía tan bien, se limpió la boca con la sábana. Tenía la cara demacrada y volvía a llevar el aro de oro en el cuello, los brazos, las muñecas y los tobillos.
Mientras se lamía los labios con gesto sensual, mostró de forma intencionada las erotiki sfairi que llevaba en la lengua. Estigio reconocía el mérito de cometer semejante estupidez. Sobre todo porque Aquerón seguía tumbado de espaldas, apoyado en los codos y con las piernas separadas, en la posición propicia para que su padre pudiera asimilar lo que era.
—¿Qué os trae por aquí, majestad? —preguntó Aquerón con voz burlona y fría—. ¿También deseáis pasar un ratito conmigo?
Estigio hizo una mueca al escuchar la proposición desafiante y furiosa que sin duda atravesó a su padre como un puñal. Aquerón no tenía ni idea de lo que estaba propiciando, pero él sí. Y no sabía cómo detenerlo.
Lo peor de todo eran los recuerdos de las veces que había estado en la misma tesitura que Aquerón. Comprendía a la perfección el odio y la rabia que le exigían echarle en cara a su padre todo lo que Estes les había hecho. Que le exigían obligar al rey a asumir la realidad de lo que se habían visto forzados a hacer. Las volátiles emociones de Aquerón dispararon las suyas y sintió un dolor profundo en su interior.
—Levántate —masculló su padre—. Y vístete.
Aquerón esbozó una sonrisa torcida. Dobló las rodillas y adoptó una postura que invitaba al acto sexual, una que Estigio se alegraba de que su hermana no pudiera ver.
—¿Por qué? La gente paga quinientas monedas de oro por verme desnudo. Deberíais sentiros honrado por haberme visto sin pagar.
«¡Hermano, ya basta!».
Sin embargo, Estigio fue incapaz de pronunciar las palabras, abrumado por un sinfín de detalles olvidados. De repente, recordó haber estado en esa habitación.
Con Aquerón y sin él.
«¡Cuatro mil soles de oro por ser los primeros en degustarlos! ¿Quién quiere probar la divinidad y la realeza griegas?», recordó. «¿Te gusta esto, alteza? Dime cuánto deseas mi polla… Suplícame para que te folle como la putita que eres».
Estigio dio un respingo mientras intentaba olvidarse de todo y concentrarse. Pero era imposible. Quería hacer cualquier cosa menos quedarse allí plantado y revivir un horror que ninguno de los dos debería haber experimentado jamás.
Su padre agarró a Aquerón sin miramientos de un brazo y lo sacó de la cama.
Aquerón le cubrió la mano con la suya y chasqueó la lengua.
—Si queréis hacerme algún moratón, el precio sube a mil monedas.
«Quinientos soles por hacerlo sangrar…».
Estigio dio otro respingo al recordar la lista de precios de Estes.
El rey le cruzó la cara con tanta fuerza a Aquerón que cayó al suelo, donde se quedó tendido de espaldas.
Estigio jadeó cuando el dolor le atravesó la cabeza. Había sido un golpe tan fuerte que tardó un momento en poder enfocar la mirada.
Sin embargo, Aquerón se rio a carcajadas mientras se lamía la sangre de los labios antes de limpiársela con el dorso de su mano marcada.
—La sangre sube el precio a mil quinientas monedas.
Estigio retrocedió un paso cuando Aquerón corroboró sus recuerdos.
Su padre puso cara de asco.
—Eres despreciable.
Estigio sintió una arcada. Eso era lo que pensaría su padre de él si alguna vez se enteraba de que él había llevado los mismos aros que Aquerón. Se vio a sí mismo en el suelo, sangrando, no a su hermano, Eso era lo que le pasaría si su padre llegaba a enterarse de que lo habían vendido.
Si alguna vez veía la marca que tenía en el pubis.
Y si alguna vez se enteraba de que él había matado a su tío…
Su padre lo destriparía con sus propias manos. Tal como había intentado hacer su madre.
Con una sonrisa irónica, Aquerón rodó de costado y se puso en pie.
—Cuidado, padre, podríais herir mis sentimientos. —Se acercó a su padre y lo rodeó para examinarlo con la actitud de un león orgulloso al acecho, mirándolo de arriba abajo—. Ah, esperad. Se me olvidaba. Los putos no tienen sentimientos. Carecemos de dignidad a la que ofender.
—No soy tu padre.
Estigio hizo una mueca por la severidad de la condena de su padre contra su gemelo y recordó lo torturado y atormentado que se había mostrado Jerjes cuando lo hirió en el brazo.
—Sí, me conozco la historia. Me la inculcaron hace años a latigazos. No sois mi padre y Estes no es mi tío. Eso mantiene a salvo su reputación, ya que la gente piensa que soy un pobre huérfano que recogió de la calle para darle cobijo. No pasa nada si se vende a un pobre sin hogar, a un bastardo despreciable. Eso sí, la aristocracia mira mal a quienes venden a sus parientes.
Estigio deseaba de todo corazón que fuera verdad.
Su padre volvió a cruzarle la cara a Aquerón.
Estigio se limpió la sangre de la cara antes de que alguien la viera. Sin embargo, tanto su padre como Ryssa estaban tan concentrados en Aquerón que no le prestaban la menor atención. Loados fueran los dioses por ese pequeño favor.
Aquerón se echó a reír, impávido ante el hecho de que le sangrara la nariz además de los labios.
—Si de verdad queréis hacerme daño, llamaré para que traigan los látigos. Pero si continuáis golpeándome en la cara, Estes se enfadará.
No le gusta que estropeen mi belleza.
—¡Estes está muerto! —rugió su padre.
Estigio dio un respingo por la furia incontrolable de esas palabras.
Aquerón se quedó petrificado. Después parpadeó como si no diera crédito a lo que acababa de escuchar.
—¿Estes está muerto? —repitió, asombrado.
El rey lo miró con desdén.
—Sí. Ojalá hubieras muerto tú en su lugar.
Aquerón tomó una honda bocanada de aire y el alivio que brilló en sus ojos casi se podía tocar. Estigio escuchó sus pensamientos:
—Ha acabado. Por fin ha acabado. Ese cabrón retorcido ha muerto y soy libre…
Por primera vez, Aquerón lo miró a los ojos. Estigio vio su propia vergüenza, el odio que sentía hacia sí mismo y el alivio más absoluto reflejados en esos turbulentos ojos plateados que lo miraban desde unas facciones idénticas a las suyas.
Y si bien ya se habían librado de lo que Estes pudiera hacer en el futuro, nada borraría lo que les habían hecho en el pasado.
«Lo sé, hermano. Y lo siento muchísimo».
El alivio de Aquerón enfureció a su padre.
—¿Cómo te atreves a no derramar ni una sola lágrima por él? Te dio protección y cobijo.
Aquerón resopló y le lanzó una mirada mordaz al rey.
—Ya he pagado con creces su protección y su cobijo. Todas las noches, en su cama. Y todos los días, cuando me vendía al mejor postor.
—¡Mientes!
Esas palabras golpearon a Estigio y lo dejaron sin aliento, boquiabierto.
«¡Imbécil de mierda! ¿Cómo puedes negar lo que tienes delante de las narices? ¿Cómo puedes llamar mentiroso a Aquerón cuando él lo ha vivido de primera mano?».
En ese momento y por primera vez, Estigio se alegró de haber matado a Estes. Su único remordimiento era no haberlo hecho de forma más violenta y dolorosa.
Aquerón fulminó al rey con la mirada.
—Padre, soy un puto, no un mentiroso.
Con un grito de rabia, de dolor y de odio, su padre se lanzó sobre él. Le asestó puñetazos y patadas que Aquerón no esquivó. Ni siquiera intentó defenderse.
Estigio se esforzó por respirar, sometido al feroz ataque que sintió en su propio cuerpo. Le costó la misma vida seguir en pie. Si no hacía algo rápido, iban a averiguar la verdad acerca de los gemelos.
Que los dioses los ayudaran si eso sucedía.
Presa de la agonía, Estigio apartó a su padre de Aquerón.
—Padre, por favor —le dijo con los dientes apretados en su intento por no mostrar el dolor que sentía—, ¡cálmate! Tanta agitación no es buena para tu corazón. No quiero verte morir como Estes.
Como era de esperar, el recordatorio de que Estes era más joven y había muerto de un supuesto ataque mientras dormía tranquilizó a su padre y le dio a él la oportunidad de controlar los daños que Jerjes le había causado. Se volvió a limpiar la sangre de la cara mientras su padre fulminaba con la mirada a su hermano.
Ryssa estaba junto a Aquerón.
—No —dijo Aquerón al tiempo que la apartaba. Su hermano escupió sangre, que cayó al suelo dejando una brillante mancha roja.
—Fuera —masculló su padre—. No quiero volver a verte jamás.
Esas palabras golpearon a Estigio con más fuerza que sus puños.
Aquerón soltó una carcajada y miró a Estigio sin parpadear.
—Un poco difícil, ¿no creéis?
El rey se lanzó de nuevo a por él, pero Estigio se interpuso en su camino. Tenía que mantenerlos separados y enmendar la situación.
De alguna manera.
—¡Guardias! —gritó, ya que quería que se llevaran a su hermano a un lugar seguro mientras su padre se tranquilizaba.
Los guardias aparecieron de inmediato.
Aquerón fulminó a Estigio con tal odio que se podía palpar.
—Sé que me escuchas en tu cabeza, hermano. Como hacías cuando éramos niños, y quiero que veas lo mucho que tu adorado padre te quiere, tanto que nos echaría a la calle sin más. Dime una cosa, Estigio, ¿le chupas la polla y los huevos a padre todas las noches? Seguro que te atragantas con sus testículos y se la chupas bien para que te quiera mientras que a mí me desprecia.
La rabia, cegadora y total, lo abrumó cuando los crueles pensamientos de Aquerón lo asaltaron. ¿Cómo se atrevía Aquerón a echarle eso en cara cuando él sabía muy bien lo mucho que le dolía? Era una crueldad insoportable. Incluso peor que el recuerdo que tenía de Aquerón mientras le untaba el cuerpo con aceite y lo preparaba para los hombres a los que Estes lo había vendido.
«Bienvenido a mi mundo, hermano…».
Aquerón no sintió remordimientos por lo que le habían hecho, ni siquiera cuando vio las espantosas cicatrices que le dejaron los sacerdotes.
Él también se había burlado al verlas.
«La próxima vez, deja que se enfríen los hierros antes de masturbarte con ellos».
En ese momento Estigio quiso matarlo. Fuera su gemelo o no.
En cambio, señaló a Aquerón con un gesto de la cabeza.
—Arrojad esta inmundicia a la calle, donde debe estar.
Aquerón se puso en pie sin la ayuda de nadie.
—No hace falta que me ayuden. Puedo caminar solo hasta la puerta.
Estigio lo fulminó con la mirada, con el mismo odio que Aquerón sentía por él.
—Será mejor que lo hagas mientras puedas.
Ryssa meneó la cabeza.
—Necesitas ropa y dinero —dijo.
Su padre torció el gesto.
—No necesita nada. Solo recibirá nuestro desprecio.
La magullada cara de Aquerón mantuvo en todo momento su expresión estoica.
—En ese caso, me considero un hombre rico, porque me lo habéis entregado en abundancia. —Se dirigió a la puerta en toda su espléndida desnudez y se detuvo al llegar para lanzar una última provocación al rey—. He tardado en comprender por qué me odiáis tanto. —Su mirada se clavó en Estigio—. Aunque en realidad no es a mí a quien odiáis, ¿verdad? Lo que de verdad os enfurece es lo mucho que queréis follaros a vuestro propio hijo.
Su padre soltó un alarido furioso mientras la brutalidad de esas palabras se le clavaba a Estigio en el corazón. En ese momento comprendió hasta dónde llegaba la depravación de su tío. Había abierto una brecha insalvable entre Aquerón y él.
Una que nada podría reparar después de eso. Estigio jamás olvidaría esa bofetada.
Y Aquerón tampoco.
Tras eso, Aquerón se marchó con la cabeza bien alta.
Ryssa los fulminó con la mirada, con todo el peso de su condena.
—¿Cómo has podido hacerlo? Hace años que te conté lo que Estes le estaba haciendo y tú te negaste a creerme. ¿Cómo puedes culpar a Aquerón por esto?
Su padre meneó la cabeza.
—Estes no tiene nada que ver con esto. Aquerón es el responsable de todo. Estes me contó cómo se pavoneaba delante de la gente, tentándolos a todos. Es un destructor, tal como se predijo el día de su nacimiento. No descansará hasta ver arruinado a todo aquel que tenga a su alrededor.
—Padre, sólo es un muchacho confundido. Necesita una familia.
Las palabras de Ryssa lo atravesaron.
«¿Y qué soy yo, querida hermana?», se preguntó. Ella era tan egoísta y tan ególatra como su padre. ¿Cómo era posible que viera a Aquerón con tanta claridad pero no pudiera hacer lo mismo con él?
Claro que teniendo en cuenta la brutalidad de las últimas palabras de su hermano, sabía que Aquerón no era tan inocente de pensamiento como de acto.
En ese momento Estigio los odió a todos. A su padre. A su madre.
A Ryssa y a Aquerón.
Pero sobre todo se odió a sí mismo.