Bethany sonrió mientras Héctor le leía la lección de filosofía, que ella escuchaba entre sus cómodos y musculosos brazos. Sus manos rodeaban uno de los antebrazos de Héctor, que a su vez había apoyado la barbilla en su cabeza. Tenía un cuerpo duro y bien formado, pero resultaba extremadamente cómodo al mismo tiempo. Le encantaba pasar las tardes con él de esa manera. Le leía sus lecciones en voz alta y después debatían sobre las distintas ideas durante días. No conocía a otra persona tan inteligente o reflexiva como él. Tan cariñosa y sencilla.
En ese mismo momento sentía su erección en la espalda, pero Héctor no había hecho el menor comentario al respecto. Jamás lo hacía. No la presionaba para lograr otra cosa que no fuera el placer de su compañía.
Se conformaba con abrazarla y hablar con ella durante horas y horas. Jamás había conocido a un hombre como él. Levantó una mano y le colocó los dedos en el mentón para sentir los movimientos de sus músculos mientras hablaba con esa voz tan ronca que le resultaba más reconfortante que el néctar.
Al rozarle los labios con los dedos, sintió que su miembro se movía en respuesta. Sin embargo, él siguió leyendo y dándole mordisquitos juguetones en los dedos.
Al cabo de unos minutos, dejó de leer y soltó el pergamino. Tras apoyar la espalda en el tronco del árbol que tenían detrás, le colocó una mano en la mejilla.
—¿Bethany?
—¿Sí?
Sintió que se mordía el labio inferior mientras titubeaba. Se percató de que a Héctor se le aceleraba el corazón, ya que sentía sus latidos en la espalda. Si no lo conociera, diría que estaba asustado. Pero su Héctor siempre era valiente y franco.
Antes de hablar, lo escuchó tomar una honda bocanada de aire.
—¿Te ofendería mucho si te beso?
Bethany sonrió aún más.
—No, cariño. Llevo semanas deseando que lo hagas.
Sin embargo, él no parecía muy seguro.
—¿Qué te pasa? —le preguntó.
Lo escuchó tragar saliva.
—Nunca he besado a una mujer. Así que, por favor, no te ofendas ni me juzgues mal si la fastidio por culpa de mi ineptitud.
Su pobre Héctor…, pensó. Era muy tímido en ocasiones, pero siempre se comportaba con honestidad y franqueza. Ansiosa por complacerlo, tiró de su cabeza para que la besara en los labios.
Estigio gruñó de placer al notar el roce de la lengua de Bethany contra la suya. En la vida había saboreado algo tan delicioso. Tras soltar una carcajada juguetona, ella le mordisqueó los labios y le dio un beso tan ardiente que lo dejó mareado y sin aliento.
Bethany enterró las manos en esos rizos tan suaves mientras exploraba la boca más dulce que había probado en la vida. Para ser un hombre que afirmaba no haber besado amas a una mujer, se le daba de maravilla. Podría pasarse el día entero pegada a sus labios.
Cuando por fin se apartaron, Héctor le acarició el labio inferior con el pulgar, como si estuviera disfrutando de su tacto.
—Ha sido mucho mejor de lo que imaginaba. Gracias. —La besó en la punta de la nariz y después en la frente.
Ella cerró los ojos y se acurrucó de nuevo entre sus brazos.
—Héctor, ¿por qué eres tan reservado conmigo?
—¿A qué te refieres?
—La mayoría de los hombres no se contentaría con un simple beso. Ni tampoco habría esperado tanto para besarme. ¿Por qué eres diferente?
—Porque no te busco sólo por los besos. Tu agradable compañía significa mucho para mí… aunque ahora que te he besado… —Le dio un casto beso en los labios.
Bethany se rio y lo besó con mucha más pasión, encantada con su sabor y con el roce de ese cuerpo tan grande, duro y musculoso. ¡Era delicioso! Jamás había deseado a un hombre tanto como lo deseaba a él.
Ya fuera humano o no.
Ansiosa por complacerlo y por satisfacer su propio deseo, le cogió una mano y se la colocó sobre un pecho.
Estigio contuvo el aliento nada más sentir la curva de su pecho a través de la tela. Su erección se tornó dolorosa. Muy despacio, acarició el contorno y después pasó el pulgar sobre el pezón. El deseo de hacerla suya era tan irresistible que le ardía el cuerpo y casi podía saborearla.
Pero jamás la deshonraría de esa manera. Jamás haría llorar a otra persona por haberla tocado. Mucho menos a su Bethany.
Se estremeció de forma involuntaria al recordar el momento en el que Estes lo purgó para librarlo del efecto de las drogas y se percató de lo mal que lo habían tratado y del extremo al que habían llegado sus abusos.
Como si no fuera nada.
Bethany se apartó de él con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa, Héctor?
—¿A qué te refieres?
—Acabas de estremecerte como si hubieras recordado algo espantoso. ¿Qué te preocupa?
Él suspiró y apoyó la frente sobre su cabeza.
—Bethany, llevo un sinfín de cicatrices encima.
—Jamás he sentido una de esas cicatrices, salvo la de tu antebrazo.
Puesto que no quería pensar en la herida que le había infligido su padre, le cogió la mano y se la colocó en la parte del cuerpo que siempre llevaba cubierta por el quitón y la clámide.
Bethany titubeó nada más sentir la piel rugosa que le cubría las costillas. Ciertamente tenía numerosas cicatrices.
—¿Qué te pasó?
—Son quemaduras.
—¡Ay, Héctor!
—Y tengo más. En otros lugares más íntimos.
Bethany se volvió y se puso de rodillas entre sus piernas.
—Sabes que no me importa.
—Pero a mí sí.
Ella le besó una mano y le ofreció una sonrisa agridulce.
—En ese caso esperaré pacientemente hasta que confíes más en mí. Pero ten claro que jamás te haría daño, de ninguna manera.
Estigio la miró, asombrado. Era la única persona que le había dicho eso en toda su vida, pero ¿podía confiar en ella? Todos lo habían traicionado, hasta su hermano gemelo. La confianza siempre acababa provocándole un dolor atroz…
Y en el caso de Bethany podía ser el peor de todos.
Sin embargo, era incapaz de contener los sentimientos que albergaba hacia ella. Lo mucho que significaba para él. Era lo único que le importaba en el mundo. Le tomó la cara entre las manos y la besó.
—Te quiero, Bethany.
—Y yo te quiero a ti.
—En ese caso, fúgate conmigo.
Ella se apartó con el ceño fruncido.
—¿Cómo dices?
—Ahora. Vamos a fugarnos. Vamos a alejarnos de este sitio y…
—Héctor, no puedo hacerlo. Tengo obligaciones. Y tú también. ¿Qué diría tu padre?
—No me importa lo que diga.
—Sí que te importa. Te conozco. Eres un hombre responsable. Es una de las cosas que adoro de ti. Siempre antepones las necesidades de los demás a las tuyas.
Sí, pero en esa ocasión quería ser egoísta. Jamás había deseado nada como deseaba a esa mujer. Por ella, renunciaría a todo lo que tenía y a mucho más.
—Lo dejaría todo por ti, Beth.
Ella unió sus mejillas.
—Pero podrías cambiar de opinión con el tiempo.
—No, no lo haré.
—Sé que hoy lo dices en serio. Pero el tiempo y las circunstancias suelen corromper nuestras mejores intenciones, y no estoy dispuesta a correr ese riesgo.
Estigio suspiró y apoyó la cabeza entre sus pechos, permitiéndole que lo acunara. Sentía los tranquilos latidos de su corazón en la oreja y el roce de su aliento en la piel. Su olor lo calentó más que el mismo sol. La verdad, no quería alejarse de sus brazos jamás. Era el único lugar donde se sentía bien acogido.
Amado.
Bethany sonrió. Su Héctor siempre la sorprendía.
Lo estrechó con más fuerza entre los brazos, deseando poder dejarlo todo atrás y estar con él. ¿No sería maravilloso?
Pero los otros dioses irían tras ella y lo matarían por distraerla de sus obligaciones.
Al cabo de un instante, Héctor levantó una mano y comenzó a acariciarle un pecho. Para su más completo asombro, le bajó el peplo con el pulgar y sopló sobre el pezón hasta endurecérselo.
Un gesto muy inusual en él.
Frunció el ceño.
—Héctor, ¿qué haces?
—Espero no haberte ofendido. Puesto que no me has abofeteado ni tirado del pelo, supongo que me permites continuar, ¿verdad?
Le sonrió.
—Te lo permito.
Estigio sintió que se le desbocaba el corazón al ver ese pecho tan perfecto y deseable. Con la boca hecha agua, movió la cabeza para poder saborear el enhiesto pezón. Gimió de placer mientras pasaba la lengua por la areola, y después lo capturó con los labios para chupárselo con delicadeza.
Bethany le tomó la cabeza entre las manos mientras se trasladaba al otro pecho. El deseo era tan grande que le costaba un gran esfuerzo no traicionar su naturaleza divina. Ansiaba tanto tenerlo dentro que hasta le dolía.
Se echó hacia atrás, llevándose a Héctor consigo, y se quitó los broches que sujetaban la parte superior del peplo para que tuviera pleno acceso a sus pechos. Después acarició su dura erección.
Estigio se tensó, abrumado por los repentinos recuerdos.
—¿Héctor?
Su dulce voz lo mantuvo anclado en el presente, alejándolo delo que Estes le había hecho.
—Estoy aquí mismo, amor mío. —La besó en el abdomen, tras lo cual le bajó el peplo por las caderas hasta que estuvo completamente desnuda.
Se le secó la boca al ver su belleza sin ningún adorno. Al contrario que le sucedía a él, no había una sola cicatriz que mancillara su cuerpo.
Bethany frunció el ceño e hizo ademán de cubrirse.
—¿Héctor?
Estigio meneó la cabeza para despejarse, al comprender que se había alejado de ella.
—Estoy aquí, preciosa. —Le cogió la mano y se la llevó a la cara mientras se tumbaba sobre ella—. Es que tu belleza me ha dejado petrificado por un instante.
—En ese caso, te perdono por haberme asustado. Pensaba que habías huido, dejándome desnuda y abandonada en el bosque.
—Jamás te haría algo así. —Se aseguró de mantenerse pegado a ella para que pudiera sentirlo.
Bethany quiso despojarlo del quitón, pero él se lo impidió.
—¿Pasa algo?
Aunque sintiera la marca, era imposible que Bethany supiera su significado.
Pero ahí estaba. Burlándose de él al recordarle la brutalidad de su pasado. Y por culpa de las quemaduras provocadas por los sacerdotes, apenas tenía vello púbico. De modo que las letras se veían perfectamente ya que apenas estaban cubiertas.
Bajó la cabeza y apretó los dientes.
—Antes de que vayamos más lejos… —Le cogió una mano y se la llevó a los glúteos y a los muslos, para que tocara las cicatrices.
Bethany contuvo el aliento al instante, al sentir lo que le habían hecho. Cuando le tocó el costado, supuso que era una quemadura provocada por algún incendio. Pero esas… Reconocía el contorno de una barra de hierro. Le había dejado unos profundos surcos en la cara interna de los muslos, hasta llegar al escroto. En ciertos lugares apenas tenía vello por culpa de las quemaduras. Y lo peor de todo era el gran número de ellas. Lo habían torturado una y otra vez.
—¿Por qué te hicieron esto?
—Pensaron que estaba poseído. Los sacerdotes del templo de Dioniso querían expulsar los demonios de mi cuerpo de esa manera.
Bethany le colocó una mano en una mejilla, entristecida por lo que le habían hecho.
—Pobrecito mío. Siento mucho que te hirieran de esa forma.
—Por favor, no se lo digas a nadie.
—Jamás sería tan cruel.
Héctor la besó en ese momento. Fue un beso tan tierno y lento que la dejó sin aliento. Hizo ademán de desnudarlo, pero él dio un respingo y se apartó.
—Lo siento —susurró—. Es que no me gusta que me vean.
—Héctor, yo no puedo verte.
—Eso no es cierto. Eres la única persona que me ha visto en la vida —la corrigió.
En esa ocasión, se mantuvo inmóvil mientras ella lo desnudaba.
—¿Estás bien? —quiso saber Bethany.
Héctor se llevó una de sus manos a la mejilla y mientras asentía en silencio con la cabeza, comenzó a mordisquearle los dedos y la palma. Ella suspiró de placer. Nadie le había hecho el amor de esa manera. No había prisas. Al contrario, se estaban explorando y compartiendo no solo sus cuerpos, sino parte de sus almas.
—Eres tan hermosa —susurró Héctor con los labios pegados a su garganta, mientras le acariciaba un muslo y una cadera.
Bethany separó las piernas.
Estigio titubeó al comprender que tenía más experiencia que él… y mucha menos vergüenza.
—¿Beth? Has estado con otros hombres, ¿verdad?
La pregunta hizo que se tensara bajo él.
—Pues sí, pero no soy una puta.
Estigio le tomó la cara entre las manos, deseando que pudiera ver su expresión sincera.
—Jamás te llamaría así. No ha sido mi intención insinuarlo siquiera. Es que… es que no quiero hacerte daño sin pretenderlo por culpa de mi inexperiencia. Ni tampoco quiero decepcionarte.
Bethany sintió el escozor de las lágrimas en los ojos. Héctor siempre temía decepcionarla. Aunque rara vez hablaba de su familia, esa continua preocupación le demostraba lo duros que debían de ser con él.
Por todo.
—Héctor, jamás me decepcionarás. —Le cogió la mano y lo invitó a colocársela entre los muslos.
Estigio apenas podía respirar mientras tocaba lo húmeda y caliente que estaba. Pero el hecho de que lo hubiera cogido de la mano… se estremeció al recordar a Estes.
—¿Qué te pasa, akribos?
Incapaz de responder, Estigio solo acertó a apartarse. No podía lidiar con los dolorosos recuerdos que lo golpeaban, dejándolo impotente y tembloroso.
«¡Malditos seáis todos, cabrones!», exclamó para sus adentros. ¿Por qué no podía olvidar lo que le habían hecho aunque fuera un instante? ¿Por qué?
«Soy un inútil».
Bethany frunció el ceño, intrigada por la reacción de Estigio, hasta que lo comprendió. Su renuencia a besarla o a tocarla. Su temor de hacerle daño…
Las cicatrices que tenía en la zona más íntima de su cuerpo. Hasta el escroto.
Había sufrido algo muchísimo peor que ser quemado por un hierro candente. Alguien lo había violado y lo había torturado.
En ese momento sus poderes divinos hicieron acto de presencia. Era la diosa de la ira y de la desdicha. Su trabajo consistía en vengar a aquellos que habían sido maltratados.
«Es griego», se recordó.
No importaba. Ansiaba arrancarle el corazón a quienquiera que le hubiera hecho algo así a un hombre tan bueno y cariñoso.
Estigio carraspeó mientras intentaba coger el quitón.
—Lo siento. Ha sido un error. No debería haber…
Bethany lo silenció poniéndole los dedos sobre los labios.
—Déjame reemplazar tus demonios con un poco de felicidad.
—No sé si podrás hacerlo.
—¿Me dejas intentarlo?
Estigio la pegó a él y la estrechó con fuerza, abrumado por el desprecio a sí mismo y por un odio que le desgarraba el alma.
—Lo siento, Beth. Mereces a un hombre de verdad, no a un…
—Eres un hombre —lo interrumpió—. Jamás he conocido a otro como tú. No es propio de un hombre herir a los demás o humillarlos. El respeto y la bondad requieren mucho más valor porque la gente puede aprovecharse de aquellos que demuestran esas cualidades. No sé qué horrores te torturan, pero sé que no has permitido que destruyan lo más hermoso que posees. Tienes el corazón de un león. Eres valiente. Dime, ¿hay algo más masculino que eso?
Estigio saboreó el roce de la mano de Bethany en su mejilla. Pese a sus apasionadas y maravillosas palabras, se sentía débil y patético.
«Ni siquiera puedo hacer el amor con la mujer a quien le he entregado el corazón».
A la hora de la verdad, habían logrado castrarlo.
Bethany le mordisqueó la barbilla.
—Olvida a los animales que te hicieron daño. Piensa solo en la mujer que te quiere con todo su corazón. Una parte de mi cuerpo que jamás ha tocado otro hombre, Héctor. Te lo aseguro. Tú eres el único que lo has conquistado. Será tuyo para siempre.
Estigio contuvo el aliento mientras ella descendía por su torso dejando una lluvia de besos húmedos sobre el pezón desfigurado. Tras apartarse de él con una sonrisa, lo instó a tumbarse en el suelo. Él la obedeció. Acto seguido, se sentó a horcajadas sobre él y le tomó las manos, que se llevó a los pechos. Eran voluptuosos y turgentes, y sus manos apenas podían contenerlos. En ese momento, se inclinó hacia delante y deslizó el cuerpo hacia abajo, deteniéndose sobre sus caderas.
En cuanto lo hizo, se le puso todavía más dura que antes. La sonrisa de Bethany se ensanchó y comenzó a cantar. Entre su dulce voz de contralto y verla desnuda entre sus brazos, se olvidó de todo lo demás. No había un pasado que lo torturara. No había un futuro del que preocuparse.
Solo Bethany.
En un momento dado, la vio incorporarse sobre las manos mientras introducía las piernas entre las suyas, ondulando el cuerpo de un modo tan sensual que lo dejó sin aliento. Sin dejar de cantar, le besó el abdomen y siguió hacia las cicatrices que él tanto odiaba. Sin embargo, mientras Bethany las besaba y las lamía, logró olvidarse de ellas. Acto seguido, pasó las manos sobre su vello púbico y comenzó a acariciársela.
Estigio contuvo el aliento al instante, abrumado por el placer. Bethany esbozó una sonrisa traviesa justo antes de metérsela en la boca. Por un instante, recordó una imagen que no pretendía rememorar. Pero se negó a demorarse en ella. Prefería observar a Bethany dándole placer mientras tarareaba.
Extendió una temblorosa mano para acariciarle una mejilla con el dorso de los dedos. Su piel era tan suave que sintió que se le encogía el corazón.
Bethany siguió degustando su sabor salado mientras él le enterraba los dedos de una mano en el pelo. Sabía que Héctor estaba esforzándose por olvidar. Tan pronto se tensaba como se relajaba por completo. Sin embargo, se mantuvo a su lado sin flaquear. En ese momento desearía poder verla cara de ese hombre tan torturado, pero a la vez tan generoso.
Sin embargo, su aspecto físico no era importante. A esas alturas le daría igual que fuese un sapo de tres cabezas. Era el dueño de su corazón, que a su vez era tan ciego como ella en forma humana.
Ansiosa por reconfortarlo, le dio un último lametón y después subió lentamente por su cuerpo hasta quedarse tumbada sobre él.
Estigio suspiró, encantado al tener encima ese voluptuoso cuerpo. Tras tomarle la cabeza entre las manos, la besó con pasión y rodó por el suelo, llevándosela consigo. Una vez que la tuvo debajo, Bethany separó las piernas para que se acomodara entre sus muslos mientras se besaban.
Aunque ella no lo sabía, le había salvado la vida. En el peor momento de su existencia, cuando solo ansiaba la muerte, había aparecido y le había dado una razón para levantarse por las mañanas. Desde entonces, solo vivía para los momentos que compartían. Ella hacía que todo lo demás fuera soportable. La idea de saber que podría ver su dulce sonrisa. Escuchar su preciosa voz.
La besó en los labios mientras la penetraba con cuidado. Gimieron al unísono. Durante un instante fue incapaz de respirar, mientras el calor del cuerpo de Bethany lo rodeaba, abrumándolo. Era una sensación tan maravillosa que le provocó un estremecimiento. Era el primer momento de felicidad que había experimentado en la vida.
Bethany desconocía lo importante que era para él. Las palabras ni siquiera podían describir la profundidad de lo que sentía por ella.
Le apartó el pelo de la cara mientras contemplaba esos ojos dorados con motitas verdosas, deseando que pudiera ver lo feliz que lo hacía.
—Te quiero, Bethany.
Ella le sonrió.
—Y yo a ti.
Le dio un mordisco en la barbilla y comenzó a mover las caderas.
Bethany arqueó la espalda, permitiéndole que la penetrara más a fondo. La plenitud de su invasión le arrancó un gemido. Era enorme, pero se movía con un cuidado infinito. Pasó las manos por esa musculosa espalda, deteniéndose en la cintura y después en las cicatrices que la hacían desear perseguir a quienesquiera que se hubieran atrevido a mancillar su perfección para hacerles pagar cara su crueldad. Sin embargo, no quería pensar en ellos en ese momento.
Sólo quería sentir a Héctor y el amor que le profesaba. Levantó la cabeza y lo besó con delicadeza en los labios.
—¿De qué color tienes el pelo?
Él se detuvo un instante y después soltó una breve carcajada.
—Menudo momento para preguntarlo…
—Lo sé. Pero siento curiosidad por el hombre que me está haciendo el amor.
—Mi pelo es rubio —le susurró al oído al tiempo que avivaba el ritmo de sus envites.
—¿Y los ojos?
—Azules.
Bethany le enterró las manos en el pelo e imaginó cómo serían esos maravillosos rizos que le hacían cosquillas en los dedos. Después trazó la línea de sus cejas, imaginó sus ojos azules, y siguió acariciándole los pómulos y el mentón. Su Héctor era guapo. Lo sabía.
Estigio se mordió el labio mientras Bethany comenzaba a mover las caderas al compás de sus embestidas. Aunque tenía la impresión de que las llamas devoraban su cuerpo, también lo invadía una extraña serenidad. En ese momento, Bethany le acarició la cara, el torso y siguió descendiendo.
Jadeó al sentir que sus manos se detenían allí donde sus cuerpos estaban unidos. Acto seguido, se dispuso a acariciarlo mientras salía y entraba en ella. El placer era tan intenso que le arrancó un gruñido. Le encantaba cómo usaba las manos para poder ver todo lo que la rodeaba, pero nunca le había gustado tanto como en ese momento. Y lo que más le complacía era que no se mostrara tímida ni pudorosa. Le encantaba que se entregara sin reservas a él.
En ese momento y mientras arqueaba la espalda, la oyó gritar, y tras estrecharlo con fuerza empezó a estremecerse contra su cuerpo. Siguiendo su ejemplo, Estigio aumentó el ritmo de sus movimientos. Bethany gritó aún más fuerte y después se echó a reír.
Aliviado al comprobar que la había complacido y que no se había puesto en ridículo, sintió que llegaba al límite, pero se esforzó hasta dejarla completamente satisfecha. Solo entonces se hundió hasta el fondo en ella y gimió al llegar al éxtasis. Un placer exquisito saturó sus sentidos al instante.
Abrumado por la dicha, fue incapaz de respirar ni de pensar. Sin embargo, fue algo muy efímero.
Ahíto, exhausto y respirando de forma entrecortada, se desplomó sobre Bethany, y le encantó que lo acogiera con todo su cuerpo. El corazón le latía tan deprisa que le sorprendía que aún siguiera en el interior de su pecho. Ambos estaban cubiertos por una fina capa de sudor.
Con razón los hombres mataban por las mujeres. Por fin comprendía ese afán posesivo. La necesidad de mantenerla a salvo de todo mal o amenaza. No se le ocurría nada que pudiera compararse con la paz y la tranquilidad que lo inundaban cuando estaba entre sus brazos. No quería apartarse de ella jamás.
—Ha sido asombroso —le dijo a Bethany al oído.
—Tú has sido asombroso —lo corrigió ella.
Su sonrisa lo dejó sin aliento, porque además le cogió una mano y se la llevó a la boca para mordisquearle los dedos, provocándole una nueva miríada de escalofríos.
Estigio ladeó la cabeza al reparar en el colgante que nunca se quitaba. Era la única joya que llevaba Bethany. Le dio un tironcito al cordón de cuero a fin de desenredarle del pelo el pequeño disco de plata, que tenía una forma extraña. En ella distinguió un arco y una flecha grabados, aunque parecía formar parte de un amuleto de mayor tamaño.
—¿Qué es esto que llevas siempre al cuello?
Bethany le cubrió la mano con las suyas y tocó el colgante, tras lo cual sonrió.
—Me lo regaló mi padre cuando era pequeña, para que me sintiera querida allí donde fuera.
Con razón lo atesoraba. En su caso, le habían arrebatado casi todos los regalos que había recibido o los habían destruido como castigo. Por eso no le gustaban los regalos.
—¿Qué significa este símbolo?
—Es mi emblema personal que simboliza a la diosa de la caza.
Estigio acarició el símbolo con el pulgar y recordó el brazalete que le había regalado a su madre antes de que esta lo apuñalara. La diosa de la caza. Artemisa era, supuestamente, la protectora de las mujeres y de los niños… Aquel día debía de estar protegiendo a su madre y no a él.
Dejó el colgante entre sus pechos, el lugar que ocupaba normalmente.
—Espero que la diosa siempre te proteja, Beth.
—Lo hará.
Renuente a pensar en los dioses que lo odiaban tanto como él los odiaba a ellos, le acarició el labio inferior con el dedo índice y deseó poder quedarse a su lado para siempre. La idea de regresar a un lugar donde nadie lo quería era muy dura, sobre todo si la contemplaba acunado por su cálido cuerpo.
Sin embargo y por desgracia, se estaba haciendo tarde y no quería que Bethany caminara sola por la espesura cuando oscureciera. Si algo le sucediera…
Se volvería loco. La simple idea de que pudiera sufrir algún daño lo enfurecía.
—Aunque deteste separarme de ti, pronto anochecerá. —Se puso en pie y la cogió en brazos.
Bethany abrió los ojos de par en par mientras la llevaba hasta el arroyo como si no pesara nada. Puesto que era muy alta, estaba acostumbrada a quedar por encima de la mayoría de los hombres, de modo que nunca se había sentido delicada. Nadie la había llevado nunca en brazos como si fuera una niña.
La verdad fuera dicha, le encantaba la experiencia.
Héctor la dejó en el agua para que pudiera lavarse.
—¿Beth?
—¿Sí?
—Haré todo lo posible para venir a verte a finales de semana, pero no sé si lo lograré. Mi padre suele celebrar todos los años un banquete en honor de mi tío y si no asisto, se pondrá furioso.
Bethany se enderezó, puso los brazos en jarras y frunció el ceño, esperando mirar en la dirección correcta.
—Así que esas tenemos, ¿no? Te acuestas conmigo y después me abandonas —bromeó.
—¡Jamás! —replicó él con una vehemencia que la desconcertó.
Extendió una mano para aliviar el dolor que había percibido en su voz.
—Es una broma, akribos. No pasa nada. Nos veremos cuando te sea posible.
Héctor la pegó a su cuerpo y la estrechó contra él como si no soportara la idea de separarse de ella.
—Beth, sería capaz de matar o de morir por ti. Sólo por ti.
Ella le devolvió el abrazo.
—Lo sé, cariño. Yo también te quiero.
Tras besarla, se apartó para vestirse mientras ella se bañaba.
Cuando acabó, Héctor lo había recogido todo. Sonrió al comprobar otra muestra de su consideración.
—Veo que estás deseando alejarte de mí, ¿eh?
En esa ocasión, Héctor se tomó el comentario como la broma que era.
—¿Qué puedo decirte? Eres insoportable. Cuanto antes te marches, mejor.
Entre carcajadas, Bethany le quitó la cesta y la caña de pescar.
Él le tomó la cara entre las manos para besarla con delicadeza en los labios.
—Mantente a salvo, amor mío.
—Y tú. —Bethany aguardó un instante y después se echó a reír—. ¿Héctor? No puedo marcharme si no me sueltas.
—Lo siento —se disculpó Estigio, obligándose a soltarla—. Hasta la próxima vez que nos veamos. Que no será tan pronto como deseo.
—Buenas noches, mi príncipe. Hasta la próxima vez que pueda sentirte.
Su despedida hizo que contuviera el aliento. Bethany no sabía lo cerca que estaba de la verdad.
La observó internarse en la espesura y una vez que estuvo fuera de su vista, se acercó a su caballo y corrió a casa.
No quería asustarla con la idea de que pronto estallaría la guerra. Su padre y sus consejeros llevaban semanas preparándose. Todos los aliados marchaban hacia el sur.
Y cuando llegara el momento, él tendría que luchar.
Aunque la idea no lo asustaba, no le gustaba tener que separarse de su Bethany.
¿Lo esperaría o lo olvidaría en cuanto se marchara?