26 de julio de 9532 a. C.

—¡Estigio! Ven ahora mismo, tengo que hablar contigo de un asunto muy importante.

Tras contener un suspiro frustrado, Estigio dio media vuelta en la escalera y se dirigió al gabinete de su padre.

«Justo lo que me hacía falta. Otro sermón acerca de lo mucho que te he decepcionado».

Entró en el gabinete y cerró la puerta a su espalda.

—Dime, padre.

—Siéntate.

«¿Qué he hecho ahora?», se preguntó.

Estigio obedeció mientras su padre se sentaba en su sillón al otro lado del escritorio y lo miraba con una expresión muy intensa e inquietante. Sí, la cosa pintaba mal.

Su padre se acarició la barba como si estuviera buscando las palabras adecuadas.

—Me he enterado de un asunto muy preocupante.

Se quedó blanco al escucharlo. «Sabe que soy un puto…», pensó. «No te precipites. Tranquilízate», se ordenó.

—¿De qué se trata, padre?

—No has engendrado ningún bastardo.

Un suspiro aliviado salió de sus labios de forma tan repentina que la cabeza empezó a darle vueltas. ¿Y eso era algo malo?

—Me he enterado de que la última puta a la que pagué no era tuya, de modo que he investigado a las demás y he averiguado que ninguna de ellas se acostó contigo.

Si su padre le hubiera prestado atención, se habría enterado antes.

—¿Cómo lo has descubierto, padre?

—Ninguna sabía de tus cicatrices.

Eso lo explicaba. Porque no podía ocultarlas a los ojos de una amante.

Estigio suspiró. Su pobre padre… De lo único de lo que se había enorgullecido era de los bastardos que no tenía.

—No lo considero un problema.

—Me inquieta no poder encontrar a una mujer a la que hayas tocado.

Su rabia explotó al escucharlo y se puso en pie.

—No me interesa mantener esta conversación.

—¡Siéntate!

Estigio sopesó la mejor estrategia a seguir. En fin, tal vez no la mejor, pero sí la que al menos le dejaría más retazos de su dignidad. Por desgracia, era lo último que quería hacer.

Se sentó de nuevo.

Su padre se colocó a su lado. Le tomó la barbilla con una mano y lo obligó a mirarlo a la cara.

—¿Eres Ganímedes?

Estigio torció el gesto al escuchar la acusación. No solo porque no lo era, sino porque su tío y los demás lo habían usado como si lo fuera.

—¡No!

—No pasa nada si lo eres. Aunque yo prefiero la dulce vaina de una mujer, en mis tiempos probé algún que otro culo.

Estigio hizo una mueca al pensarlo, ya que se le revolvió el estómago. Había cosas que nadie quería saber acerca de sus padres, y esa estaba en los primeros puestos de su lista.

Sin embargo, su padre no se apiadó de él al continuar:

—De verdad, Estigio, no hay por qué avergonzarse. Estes siempre ha preferido a los hombres y a mí nunca me ha molestado.

Estigio se quedó de piedra mientras el odio corría por sus venas.

«¿Sabías cómo era y me dejaste a solas con él?», pensó. ¿Qué clase de padre hacía eso?

Se quedó boquiabierto.

—Pero mi hermano ha estado con mujeres. Cuando me dijo que se había encargado de tu adiestramiento en la Atlántida, supuse que había usado a putas.

Sí, la cosa mejoraba por momentos.

—¿Qué te contó del tiempo que pasé en la Atlántida?

—No te enfades con Estes. Yo solo le conté que estaba preocupado porque no actuabas como los hombres de tu edad… porque descartabas a las mujeres que había enviado para darte placer. Y me inquietaba que los sacerdotes te hubieran causado un daño permanente.

Estigio se frotó la cara, aunque en realidad quería golpear a su padre. Sí, le habían causado un daño permanente, pero no como él creía. Por todos los dioses, ¿cuántas más tendría que aguantar?

—Estes me dijo que cuando tuviste tu primer encuentro amatorio, te avergonzabas mucho de tus cicatrices, pero que en cuanto te pusiste a ello, se te olvidaron. Dijo que no debería preocuparme tu capacidad para funcionar. Que él mismo te vio erecto. Sin embargo… cuando me enteré de que las criadas habían mentido acerca de que tú las usaras… Me preocupé. ¿Cómo vas a ser rey sin herederos?

¿Cómo aguantar que su padre le hablara de esa manera sin morir de la consternación, la vergüenza y la humillación más absolutas?

El mundo nunca dejaba de sorprenderlo.

—Así que me he encargado de buscarte una amante.

Estigio lo miró sin dar crédito.

—No quiero una amante, padre.

—Pues un tsoulus. Hombre o mujer. Como tú quieras.

—¡Eso lo quiero todavía menos! —masculló mientras el dolor lo asaltaba de nuevo.

La réplica encendió a su padre, que lo fulminó con la mirada.

—Pues explícame qué te pasa. ¿Por qué mi hijo es tan casto como mi hija? Es deplorable.

Deplorable.

«A lo mejor tendrías que haber pensado en eso antes de dejar que tus sacerdotes y tus dioses me manosearan. O mejor todavía… antes de que lo hiciera el pervertido de tu hermano».

Estigio se puso en pie despacio y se obligó a controlar la rabia antes de que su padre cometiera un acto que ninguno de los dos olvidaría ni perdonaría.

—No necesito que me ayudes a fornicar, padre. De verdad.

Cuando su padre abrió la boca para replicar, Estigio levantó una mano para que pudiera olerle la piel.

—Tengo una mujer. Aunque no es asunto tuyo.

Su padre sonrió, aliviado, al captar el inconfundible olor femenino de Bethany a azucena y eucalipto.

—¿Estás enamorado?

Estigio asintió con la cabeza.

—Allí voy cuando nadie puede encontrarme.

—¡Loados sean todos los dioses del Olimpo! —Su padre lo abrazó—. ¿Es noble?

—No.

—¿Y por qué no la has nombrado tu…?

—Es asunto mío, padre. Te agradecería que no te metieras y que te mantuvieras alejado de ella, por favor. Es una mujer buena, decente, y jamás la avergonzaría de ninguna de las maneras.

—¿Cómo puede avergonzar a alguien ser la amante de un príncipe?

«Eso, ¿cómo?», replicó en silencio.

En ocasiones odiaba con toda su alma al hombre que lo había engendrado.

—No quiero que la molesten. Lo digo en serio, padre.

Su padre levantó las manos en señal de rendición.

—De acuerdo. No me inmiscuiré en tu relación, pero debo decirte algo: en algún momento tendrás que casarte con una princesa y engendrar un heredero.

—Lo sé. Pero todavía no soy rey.

—No, no lo eres. —Su padre le dio una palmada en el brazo—. Muy bien, te veré en la cena.

Estigio se despidió con una inclinación de cabeza antes de salir del gabinete. Su padre se subiría por las paredes si llegaba a enterarse de que todavía no había besado a la mujer de la que estaba enamorado. Que solo se habían visto y se habían abrazado de forma ocasional.

Pero eso bastaba para un hombre al que le habían dado tan pocos abrazos que recordaba todos y cada uno de ellos.