Estigio contuvo el aliento mientras regresaba al pequeño claro donde Bethany le había asegurado que estaría. Había tardado horas en poder deshacerse de su padre y de sus tutores. Después del día anterior, su padre había comenzado a vigilarlo con más ahínco y se había visto obligado a salir a escondidas.
¿Había tardado demasiado? ¿Se habría ido ya Bethany?
Destrozado por la posibilidad, atravesó la arboleda y se estremeció al ver que no estaba. ¡Joder! Había llegado tarde por culpa de su padre y de los demás.
De repente, escuchó pasos entre los árboles.
—¿Bethany? —la llamó.
Los pasos se detuvieron al instante.
—¿Héctor?
Lo invadió un alivio tan súbito y tan intenso que estuvo a punto de perder el equilibrio. Corrió hacia el lugar del que procedía su voz, a escasos metros de donde él se encontraba, en la espesura. Bethany llevaba un peplo de color verde claro. Se había recogido el pelo en la coronilla, si bien algunos rizos caían como una cascada. Sujetaba una cesta con un brazo, y en el otro sostenía la caña de pescar.
—Estoy aquí. —Estigio soltó su caballo para tocarla en el hombro a fin de que lo localizara.
Ella sonrió al instante.
—Creía que habías cambiado de opinión.
—No. Ni hablar. Lo siento mucho. Es que no me he podido escapar antes.
Bethany se estremeció cuando él le cogió una mano para besársela. El olor que lo rodeaba, tan agradable y masculino, la envolvió, saturándole los sentidos y acelerándole el corazón. La invadió el inesperado deseo de abrazarlo, y se vio obligada a contenerse.
—Te he traído cordero, queso y vino.
—Me encanta el queso. Es una de mis comidas preferidas. —Tras quitarle la caña de las manos, Estigio le entregó algo—— Yo te he traído flores.
Bethany acarició los pétalos del ramillete. Su sonrisa se ensanchó mientras lo hacía.
—¿Amapolas?
—Pues sí.
—Gracias —le dijo al tiempo que se ponía de puntillas para besarlo en la mejilla.
Estigio cerró los ojos para saborear el roce de sus labios en la piel. Ansiaba enterrarle una mano en el pelo y mantenerla pegada a él hasta que el tiempo se detuviera.
—Siento mucho haber llegado tarde. Si tienes que irte…
—No, no pasa nada —le aseguró ella, dirigiéndose de vuelta al arroyo.
—A ver, permíteme que yo la lleve —dijo Estigio al tiempo que le quitaba la cesta del brazo.
Mientras caminaban, Bethany sacó una manta de la cesta. Una vez que llegaron al lugar que le gustaba, la extendió en el suelo. A Estigio le sorprendió verla moverse con tanta facilidad y elegancia teniendo en cuenta su ceguera. Y también que recordara el lugar exacto donde se encontraron por primera vez.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal?
Bethany guardó silencio antes de contestar:
—Depende. ¿Es muy personal?
Estigio apoyó la caña en el tronco de un árbol.
—Es… Da igual. No debería haberlo mencionado.
Ella enarcó una ceja al escucharlo.
—Ahora me ha picado la curiosidad. ¿De qué se trata?
—Yo… bueno… —Estigio comenzó a rascarse una mejilla, nervioso, y rezó para no ofenderla con su estupidez—. ¿Naciste ciega?
Ella soltó una alegre carcajada mientras sacaba las cosas de la cesta.
—Tenemos opiniones diferentes sobre el significado de «personal». No, no soy ciega de nacimiento. Cuando llegué al mundo, veía.
—¿Por eso te mueves con facilidad?
—No. Me muevo con facilidad porque no soy vieja.
En esa ocasión fue él quien se rio.
—No me refería a eso.
—Ya lo sé. Es porque he desarrollado otros sentidos que me permiten saber dónde están las cosas y por eso suelo canturrear o hacer ruidos mientras me muevo. Cuando me acerco a un objeto, el sonido vuelve a mí y así sé que hay algo en mi camino.
—¿De verdad?
Ella asintió con la cabeza mientras se sentaba en la manta.
—¿Y tú, naciste con la vista?
Estigio rio de nuevo.
—Pues sí. Aunque no tengo un recuerdo claro. Y a veces no parece funcionar como debería. —Dejó la cesta junto a Bethany y después tomó asiento en el lado opuesto para poder admirar su piel bañada por la luz del sol, que le confería el color de la miel oscura—. Te has cambiado el pelo.
—Me lo he rizado.
—Me gusta, pero creo que liso también es muy bonito —se apresuró a añadir.
La sonrisa dulce y preciosa que esbozó se la puso dura al instante.
—Mi pobre Héctor. No te sientes muy cómodo hablando con una mujer, ¿verdad?
—No mucho, pero debo decir que contigo me resulta más fácil que con las demás.
—¿Por qué?
«En primer lugar, porque no te burlas de mí», pensó.
—Creo que porque nos conocimos en un momento muy bochornoso para mí. Así que a tus ojos solo puedo mejorar. —Carraspeó y se encogió. Se había ido de la lengua sobre la torpeza que había cometido. No hacía falta recordársela, la verdad—. Hace un día muy bueno, ¿no te parece?
Ella chasqueó la lengua.
—Estás cambiando de tema. Y eso me intriga.
Estigio soltó un suspiro cansado mientras respondía su primera pregunta.
—Las mujeres acostumbran a utilizarme o a prejuzgarme.
—¿A utilizarte, cómo?
Arrancó una brizna de hierba y jugueteó con ella.
—Me ven como a un monedero bien lleno —contestó.
—¿Y lo eres? —quiso saber ella.
—No. Estoy segurísimo de que soy un humano. Al menos la mayoría de los días. Sin contar las mañanas. A esas horas más que un monedero soy un oso gruñón.
Su risa lo envolvió como si fuera el vino más dulce, y tuvo el mismo efecto embriagador sobre él.
—Pero ¿tienes dinero?
Esa pregunta lo devolvió a la realidad. ¿Bethany era como las demás después de todo?
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque no me gusta la gente con dinero. Suelen ser arrogantes y creen que cualquier problema se soluciona pagando.
Aunque eso sería cierto si hablaran de su padre y de su tío, no era su forma de ver las cosas.
—La verdad es que no tengo una fortuna personal. —Tal como su padre se encargaba de recordarle… todo le pertenecía al rey. Hasta el caballo que montaba—. Soy insignificante.
—No lo eres, ni mucho menos.
—Te recuerdo que eres ciega. —Estigio se encogió de nuevo nada más pronunciar esas palabras. ¡Por los dioses! ¿Cómo podía ser tan imbécil e insensible?—. Bethany, no pretendía…
—Tranquilo —lo interrumpió ella, colocándole los dedos en los labios—. La verdad no me ofende, Héctor. Soy ciega. No puedo negarlo. Pero gracias a eso veo con más claridad que las personas que utilizan la vista. —Cogió el pan y cortó un trozo que procedió a ofrecerle—. Aquí tienes. A lo mejor si masticas un rato no metes más la pata.
Estigio sonrió y estaba a punto de aceptarlo, pero sin saber muy bien por qué, se inclinó hacia delante y se lo comió directamente de su mano.
Bethany se estremeció al sentir el roce de sus labios en los dedos mientras mordía el pan. Lo escuchó servir el vino en los dos cálices que ella había llevado. Con gran delicadeza, le cogió una mano y la instó a rodear el cáliz. Mientras acariciaba el borde con las yemas de los dedos, se vio obligada a contener una sonrisa. Apenas la había llenado hasta la mitad.
—Definitivamente no quieres que me emborrache.
—No me gusta aprovecharme de los demás.
—Entonces eres un hombre inusual.
—Solo soy un hombre honesto.
Semejante humildad era tan dulce que le arrancó a Bethany una sonrisa.
—Tal como he dicho, eres inusual.
—¿De verdad lo crees? —le preguntó él con esa voz tan ronca que tenía.
Podría pasarse el día entero escuchándolo…
—La experiencia me ha demostrado en repetidas ocasiones que la mayoría de la gente miente o engaña para salirse con la suya. Por eso prefiero la soledad a mezclarme con los demás.
Estigio bebió un sorbo de vino y después soltó el cáliz.
—Y yo odio estar solo, aunque parece que mi destino es la soledad.
El dolor que Bethany percibió en su voz hizo que frunciera el ceño.
—¿Por qué odias estar solo?
—Porque me siento solo.
—Pero puedes estar rodeado de gente y sentirte igual de solo.
—Una lección que he aprendido muy bien. Sin embargo, es preferible que la multitud te distraiga a rememorar recuerdos cuyo único propósito es torturar la conciencia y flagelar el corazón.
Semejante perla de sabiduría la asombró. Lo hizo parecer mayor.
—No eres tan viejo como para que te arrepientas de tantas cosas.
—El dolor no respeta la edad, Bethany. A veces creo que las Algea disfrutan torturando víctimas jóvenes sólo por crueldad. —Titubeó al ver la expresión angustiada que aparecía en el rostro de Bethany—. Perdóname. No quería ponerme tan sentimental. Por mi culpa has perdido tu preciosa sonrisa y no era mi intención. Como ya te he dicho, paso demasiado tiempo a solas. Por eso mis modales dejan mucho que desear.
Bethany negó con la cabeza.
—Tu conversación sincera y tus comentarios tan profundos me resultan refrescantes. No soporto los engaños ni a la gente que tiene un piquito de oro y utiliza palabras bonitas para ocultar sus garras con insinuaciones y frases preparadas. Prefiero con creces tu honestidad, Héctor. Por eso te he esperado hoy, y eso que nunca espero a nadie.
¿Cómo lo había logrado?, se preguntó Estigio. Esa mujer hacía que se sintiera…
—Humano. Valioso. Y sin apenas esfuerzo por su parte. Mientras que otros lo degradaban, con ella tenía la sensación de que era capaz de volar.
—Bethany, jamás he conocido a una persona como tú.
Ella inclinó la cabeza de una manera muy tierna.
—Eso espero. Me enorgullezco de ser única en el mundo.
Sus palabras se la pusieron todavía más dura y deseó poseer el valor de robarle un beso.
—Haces bien en enorgullecerte.
La vio tragarse un trocito de pan.
—¿Y tú?
—Y yo ¿qué?
Bethany se inclinó hacia delante e hizo un mohín.
—¿De qué te enorgulleces?
De su imbecilidad, pensó. Algo que parecía poseer en abundancia, pero no quería delatarse tan pronto.
—De nada.
—Hablo en serio, Héctor.
Estigio apartó la mirada de ella.
—Y yo.
Bethany se acercó a él hasta que su olor lo embriagó de nuevo.
—¿No hay nada en lo que destaques? ¿De verdad?
La verdad brotó de sus labios antes de que pudiera evitarlo.
—En enfurecer a mi padre, y a mí hermana, desde luego. Soy capaz de borrar la sonrisa de su cara y transformarla en un terrible ceño solo con aparecer frente a ella. Mis poderes al respecto son asombrosos. Pero no me enorgullezco de ellos tampoco. Además, como ya has podido comprobar, mis habilidades con los caballos son casi tan desastrosas como mis modales.
—Debe de haber algo que se te dé bien. Seguro que se te ocurre alguna cosa que no sea enfurecer a tu familia.
—Otra cosa que se me da muy bien es disimular el dolor tras una fachada estoica.
Bethany se quedó helada al escuchar el tormento en su voz. Con el corazón en un puño, alargó un brazo para tocarle la mano, pero no dio con ella.
—Lo siento, Bethany. No pretendía… debería irme.
Se estaba alejando, lo escuchaba alejarse.
—Héctor, por favor, no te vayas. Quédate conmigo.
Estigio saboreó unas palabras que jamás le habían dicho antes. Ni una sola vez. Al contrario, la gente lo despachaba. Antes de pensárselo mejor, regresó a su lado.
Ella levantó las manos para tocarlo.
—¿Sigues aquí?
Estigio le cogió las manos y permitió que tirara de él, de forma que acabó sentándose a su lado. El impulso de acariciarle una mejilla era tan intenso que no sabía muy bien cómo lograba contenerse.
—Estoy aquí.
La sonrisa que esbozó lo golpeó con fuerza.
—¿Quieres que hablemos del tiempo?
—Del tema que prefieras.
Bethany levantó una mano para recorrer su mentón y sus labios.
—Lo único que a veces puede resultar difícil siendo ciega es percatarse del humor de la gente. Puesto que no puedo ver tu expresión, no sé de qué humor estás ahora mismo. Se te da muy bien disimular.
—Estoy feliz y contento de estar sentado a tu lado, Bethany. —Le apartó un mechón de pelo de la cara—. Ni siquiera tienes por qué hablarme.
—Pero me gustaría llegar a conocerte.
Esas palabras lo atravesaron con saña.
—No hay nada memorable. Trabajo, estudio y a veces duermo.
—¿Qué es lo que haces por placer?
«Absolutamente nada», contestó para sus adentros.
Salvo una cosa.
—Cabalgar hasta este arroyo donde una muchacha preciosa me regala tiernas sonrisas, vino y pan para masticar y no meter la pata.
Ella meneó la cabeza.
—¿Y antes de conocerme?
—No había nada antes de conocerte, Bethany. No había placer alguno en mi vida.
Bethany titubeó al escuchar su respuesta. Porque percibió la sinceridad de sus palabras. ¿Estaba hablando en serio?
—¿Ninguno?
Él le tomó una mano y se la llevó a la cara para que pudiera percibir la seriedad de su expresión.
—Ninguno —reiteró.
Antes de ser consciente de lo que hacía, Bethany tiró de él y lo estrechó con fuerza. Se sintió rodeada al instante por la calidez de sus brazos mientras aspiraba su olor. Héctor la abrazaba como si fuera algo delicado y precioso. Como si la quisiera…
Pero ella sabía que no debía dejarse engañar. De hecho, podía estar mintiendo sobre todo en general. La mayoría de los hombres lo hacía, según su experiencia.
Sintió que apretaba los dientes mientras la estrechaba entre sus brazos y le colocaba una mano en la nuca para mantenerla pegada a él. Acto seguido, Héctor tomó una honda bocanada de aire y la soltó.
—Es increíble que no estés casada.
—¿Quién dice que quiero casarme?
—¿No quieres hacerlo?
Ella meneó la cabeza.
—Me niego a responder ante otras personas por mis actos. Mi vida me pertenece, así como mi cuerpo. Jamás permitiré que otra persona me controle. ¿Te he ofendido?
—En absoluto. Admiro tu espíritu. Ojalá que siempre lo conserves.
Bethany frunció el ceño.
—¿Por qué dices eso?
Estigio guardó silencio mientras el pasado lo abrasaba. En algún momento de su vida él también poseyó la vehemencia de Bethany, pero no recordaba un solo instante en el que no se hubiera sentido como un perro apaleado.
—La vida acaba doblegando incluso al más fuerte de los hombres.
Bethany se quedó sin aliento al percibir el dolor agónico que transmitían esas palabras.
—El metal más duro se forja en las condiciones más adversas, Héctor. Entre las brasas más ardientes y a base de martillazos para darle forma. Después se convierte en el arma más fuerte y letal. En un objeto de belleza y fuerzas absolutas.
«Pero sólo si lo forja la mano adecuada», pensó él, recordando las palabras de Galen, y por fin comprendió lo que quería decir cuando le habló de los motivos para luchar.
Él pelearía, sin ayuda de nadie, por mantener a salvo a esa mujer.
—Tu forma de ver la vida es asombrosa.
—¿Tú no la ves igual?
—Para mí la vida es sombría y fría. Llena de responsabilidad y expectativas que cumplir. Preferiría ver el mundo a través de tus ojos en vez de verlo a través de los míos.
—Pero mis ojos no ven.
—Sin embargo, tal como has dicho, ves con más claridad que otras personas… mi preciosa Bethany. Tengo la impresión de que te conozco desde hace mucho más que un día, y no sé por qué.
Bethany guardó silencio. A ella le pasaba igual, aunque no tenía sentido. ¿Por qué se sentía atraída por él cuando los demás jamás le habían interesado?
Lo más sorprendente de todo era que no trataba de manosearla ni de besarla. Se mostraba respetuoso con su cuerpo y con su espacio personal.
Su Héctor no se parecía a ningún otro hombre.
Lo escuchó suspirar.
—Se hace tarde y no quiero que estés sola en el bosque. Debo dejarte marchar.
Bethany tuvo la impresión de que se refería a algo más y no solo a ese encuentro.
—¿Vendrás a verme de nuevo?
—¿Te gustaría que lo hiciera?
—Me gustaría.
—En ese caso vendré. —Se puso en pie y la ayudó a hacer lo propio.
Al agacharse para coger la cesta, se golpearon en la cabeza.
—¡Ay! —exclamaron al unísono.
Entre carcajadas, Estigio se enderezó y se percató de nuevo de que su cabeza estaba en silencio. No escuchaba las voces de los dioses cuando estaba con ella.
¿Por qué?
—Espero no haberte hecho un chichón.
Ella se frotó la cabeza.
—No, pero creo que vas a provocarme algún que otro dolor de cabeza. —Se puso de puntillas y le rozó una mejilla con la suya—. Hasta la próxima vez que nos veamos.
Estigio cerró los ojos y saboreó la cercanía de su cuerpo mientras sentía el roce de su aliento en el cuello.
—Contaré las horas hasta que llegue ese momento —replicó al tiempo que le entregaba la cesta y la caña de pescar.
Después la observó internarse en la espesura. No se movió hasta que desapareció por completo de su vista.
Nada deseaba más que quedarse con ella para siempre. Pero se trataba de un sueño imposible. Antes podría convencer a su padre de que nombrara a Aquerón heredero al trono.
Sin embargo…
«Sólo es otro truco enviado por los dioses para torturarte con algo que sabes que no mereces poseer».
Era cierto. ¿Por qué si no iba a encontrarse con él?