12 de diciembre de 9533 a. C.

Estigio se despertó cubierto de sangre y de moratones, y con todo el cuerpo dolorido. Le dolía la cabeza y le escocía tanto la garganta que se preguntó si no le sangraría también.

—Toma.

Algo lo golpeó en la cabeza antes de caer en el colchón, a su lado.

Aturdido, abrió los ojos y vio a Estes en la habitación, no muy lejos. En ese momento lo asaltaron los recuerdos de los últimos dos días.

—¡Puto cabrón!

—Ah, pero no soy yo quien tiene la marca de puto.

Estigio lo fulminó con la mirada.

—Toma la medicina. Sé que estás dolorido y escocido. Pero quería dejar una cosa clara. Por malo que sea, habría sido muchísimo peor si lo hubieras ayudado… y si no puedo encontrar a tu hermano, volveré a por ti.

—¿Qué pasa con mi padre?

—Está en Arcadia, ¿no? Una lástima que no te haya llevado con él. Pero te dejó aquí para atender cualquier cosa que pudiera surgir.

Empezaron a castañetearle los dientes cuando el dolor lo asaltó. Estes lo había golpeado y violado a conciencia. Pero al menos no había dejado que nadie más lo tocara.

Esa vez.

—¿A qué esperas, alteza? ¿Quieres que yo mismo te administre el supositorio?

—¡No! —rugió Estigio—. No quiero que vuelvas a ponerme las manos encima.

—Pues es una pena, porque volverá a pasar. —Estes señaló un baúl pequeño situado cerca de la cama—. Te he dejado un regalo. Ahora me voy en busca de tu hermano. Voy a encontrarlo, y si me entero de que lo has ayudado de alguna manera, te arrepentirás.

Con mano temblorosa, Estigio sacó el supositorio del saquito que su tío le había tirado y se lo introdujo mientras Estes miraba.

Su tío lo hizo rodar sobre el colchón, dejándolo tendido de espaldas. Le cogió la barbilla con una mano.

—No te preocupes. Los moratones desaparecerán antes de que vuelva tu padre. En cuanto a los sirvientes, les he dicho que has estado enfermo con tus hemorragias nasales y que te he estado cuidando. —Le dio dos palmadas en la cara—. Creo que te convendría mantener la mentira un par de días más. —Se bajó de la cama y miró con expresión lasciva su cuerpo desnudo—. Hasta la próxima, querido sobrino.

Estigio sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas mientras clavaba la vista en el techo.

«¡Qué los dioses te maldigan, Aquerón!», exclamó para sus adentros.

Si quería escapar, ¿por qué no se había ido con él?

¿Por qué?

«Porque te habría ahorrado estos dos días de vejaciones…».

En el fondo odiaba a su hermano. Pero otra parte de sí mismo se alegraba de que Aquerón fuera libre. De que hubiera logrado escapar del puño cruel de Estes.

Aunque eso supusiera un infierno para él en el futuro, esperaba que su tío no encontrara nunca a Aquerón. Porque de esa forma uno de ellos podría disfrutar de cierta paz y felicidad.