30 de octubre de 9533 a. C.

—¿Le has dicho algo a tu hermana o le has hecho algo?

Estigio tardó un momento en entender las palabras de su padre. Solo había visto a Ryssa una vez desde su regreso. Le había preguntado por Aquerón, pero él se había negado a decir una sola palabra relacionada con la Atlántida. Su hermana le dijo que era un egoísta, lo abofeteó y se marchó.

Parpadeó y levantó la vista de su desayuno antes de negar con la cabeza.

—No, padre, ¿por qué?

—Ha ido a Atenas, a visitar a mi hermana. Sé que allí la consienten y que le gusta estar con ellos, pero me parece que ha sido una decisión más repentina de lo habitual.

Estigio se frotó la frente, un tanto mareado. Aunque las hierbas que Estes le había dado lo dejaban un tanto abotargado, eliminaban el dolor y las voces. Merecía la pena estar un poco lento de reflejos con tal de disfrutar de esa pequeña paz.

—Ryssa no habla conmigo de esas cosas. Tal vez deberías preguntárselo a madre.

—Enloquece cada vez que me acerco a ella.

«Pero nunca ha intentado apuñalarte en el corazón».

—En ese caso, no sé qué decir, padre. Nunca he comprendido cómo funciona la mente de Ryssa.

—Me pregunto si tiene algo que ver con su doncella…

—¿Su doncella?

—La que dejaste preñada. Ryssa ha estado de mal humor desde que la muchacha confesó. La despidió al punto.

—No he…

Su padre levantó una mano para silenciarlo.

—Me he ocupado del asunto. No tienes por qué preocuparte.

Si estuviera sobrio, seguramente se preocuparía, pero en su estado… le daba igual.

Su padre lo dejó solo.

—No me acosté con ella —masculló al tiempo que cogía su cáliz de vino. Jamás había tocado a una mujer y en ese momento dudaba mucho de que alguna vez pudiera hacerlo.

Ni siquiera a su esposa.

Lo último que le apetecía era arriesgarse a que alguien viera las marcas de su pubis. Y si se trataba de una mujer, si acaso alguna las veía, saldría corriendo y se lo contaría a todo el mundo, porque así se comportaban las mujeres. Todavía no había conocido a una sola capaz de guardar un secreto a menos que dicho secreto la protegiera a ella.

En cuanto a los hombres…

Prefería morir antes que hacer eso otra vez. De modo que allí estaba, un tsoulus bien adiestrado guardando celibato. Se echaría a reír si todo ese asunto no le provocara náuseas.

Estes le había arrebatado mucho más que su virginidad y su inocencia, mucho más que a su hermano, le había arrebatado una parte de su alma y todo su futuro.

¿Cómo iba a ser capaz de confiar en alguien?

Sus sueños de encontrar a una mujer que pudiera quererlo… se desvanecieron en cuanto Estes lo drogó la primera vez.

Odiaría a su tío si pudiera. Pero estaba demasiado ocupado odiándose a sí mismo como para perder el tiempo con los demás.

«A la mierda», pensó mientras buscaba el saquito donde tenía las hierbas. Se le estaban terminando. Más tarde iría a la ciudad y preguntaría si alguien comerciaba con ellas.

De momento.

Se quedó sin aliento cuando un repentino dolor lo atravesó y se llevó una mano al pubis, ya que la marca le dolía a veces. En cuanto sus dedos se rozaron sin querer, apartó la mano.

«Ya no puedo ni masturbarme», pensó. Porque cada vez que se tocaba, aunque fuera para lavarse o para orinar, recordaba a Estes abrazándolo con las manos entrelazadas…

Hizo una mueca de asco y horror antes de coger el resto de las hierbas y meterlas en la copa.

—Lo único que quiero es olvidarme de todo.

Apuró el vino de un trago y maldijo en voz alta. Si Estes tenía la habilidad de borrar los recuerdos, ¿por qué le había permitido recordar los nueve días que había pasado en el bosque con ellos?

«Porque es un sádico hijo de puta», pensó.

Y él era el puto del que habían abusado a placer.