Estigio se despertó tumbado boca abajo sobre unas sábanas negras. Estaba mareado y le dolía todo el cuerpo, como si lo hubiera pisoteado una manada de caballos. El fuego crepitaba en la chimenea que tenía enfrente y, además, había cuatro braseros encendidos. Hizo ademán de moverse, pero se dio cuenta de que tenía los brazos y las piernas atados a los postes de la cama con los mismos aros dorados que le había visto a Aquerón.
Los llevaba en las muñecas, en los tobillos, en los bíceps y en el cuello.
Furioso, tiró de las cadenas todo lo fuerte que pudo.
—Para antes de que te hagas daño.
Fulminó a Estes con la mirada cuando su tío se acercó a la cama con una bandejita, que dejó junto a su cadera antes de subirse al colchón.
Estigio intentó insultarlo, pero la mordaza que tenía en la boca se lo impidió.
Estes se untó los dedos con un espeso líquido blanquecino. En cuanto los tuvo bien impregnados, se los introdujo en el recto.
Estigio gritó.
—¡Ya vale! —rugió Estes—. Estoy intentando enseñarte cómo debes cuidarte de camino a casa. Hazme caso, vas a necesitar el ungüento anestésico, sobre todo porque pasarás toda la semana a lomos de un caballo… entre otras cosas quizá.
Estigio apretó los dientes mientras se le llenaban los ojos de lágrimas por la frustración y la vergüenza. Por más que detestara admitirlo, el frío ungüento lo calmaba y consiguió que esa parte de su cuerpo dejara de arder y de escocer.
—Eso es, mi semental real. Relájate. —Estes apartó la mano y se impregnó los dedos con más ungüento antes de retomar el tratamiento—. Asegúrate de usar una cantidad generosa. —A continuación, Estes cogió un cuenco de barro rojo. Sacó un pequeño tubo y enfrentó la furiosa mirada de Estigio—. Esto se llama supositorio. Es para el dolor que sientes.
Estigio gritó de nuevo cuando su tío se lo introdujo hasta el fondo.
—Tranquilo. No hagas fuerza. Debe introducirse al máximo para que tu cuerpo lo retenga, de lo contrario no te servirá de nada.
Estigio gimió, totalmente humillado.
Al cabo de un momento Estes se apartó y se limpió las manos con un paño húmedo. Sus fríos ojos relucían con un brillo malicioso y ufano.
—Y ahora que estás tan furioso, quiero que rememores el último recuerdo que tienes. En mi gabinete, justo después de que Aquerón se marchara. No sé si recuerdas nuestra pelea o no, pero eso pasó hace seis semanas.
Estigio se quedó sin aliento, como si lo hubieran golpeado. ¿Seis semanas? No, ese cabrón estaba mintiendo. Tenía que mentir…
¿Seis semanas?
—La Atlántida tiene un sinfín de maravillosas innovaciones. Los atlantes son increíbles con las medicinas y poseen vastos conocimientos sobre las hierbas y sus efectos en los humanos, en sus emociones y en sus recuerdos. Razón por la que tu dolor debería estar desapareciendo ahora mismo.
Tenía razón. Ni siquiera le dolía la cabeza.
—Lo primero que aprendí cuando llegué fue a manipular las hierbas y las medicinas. De la misma forma que tú no recuerdas estas últimas seis semanas, Aquerón no recuerda que hayas estado aquí. Aunque habéis estado juntos a lo largo de estas seis semanas y aunque intentaste liberarlo. Lo último que recuerda de su hermano es el día que nos fuimos de palacio.
Estigio no daba crédito.
—Y esa es tu segunda lección. Puedo apartarte del lado de tu padre en cualquier momento y poseerte. Ni siquiera te enterarás. Como tampoco sabrás lo que te he hecho ni lo que se te está haciendo. Pero participarás gustoso. Lo cierto es que yo también he aprendido algunas cosas fascinantes que no se me van a olvidar. Como que puedo hacer que se la chupes a otro en menos de un día y que en menos de dos puedo lograr que supliques que te den bien fuerte hasta hacerte sangrar.
Estigio sintió arcadas al escucharlo. Estaba mintiendo.
Tenía que estar mintiendo.
—Sé que no me crees. Pero te prometo que haberos tenido a tu hermano y a ti juntos es uno de mis recuerdos más valiosos. Y no tienes ni idea del dinero que he sacado con vosotros estas semanas. Ah, y para que lo sepas… La frase que más has repetido durante tu estancia aquí ha sido: «¿Mano, culo o boca? ¿Dónde queréis correros, señor?».
Mientras Estigio contenía las arcadas, Estes suspiró como si saboreara el recuerdo.
—Dejar que vuelvas a casa es lo más duro que he hecho en la vida. Algo que tienes que agradecerle a tu padre. Así que te sugiero que lo trates con el debido respeto. —Acarició las nalgas de Estigio con una mano—. Por más que adore este culito tuyo, sé lo mucho que significas para mi hermano. Y quiero a mi hermano. Jamás le haría daño.
«¡Estás loco!», pensó. ¿No era consciente del daño que le causaría a su padre si se enteraba de lo que había hecho?
—Por eso sé que no vas a decirle nada del tiempo que hemos pasado juntos. Porque si tengo que matarlo por tu culpa, nadie me impedirá poseerte y follarte eternamente. Nada me impedirá venderte a quien me dé la gana. —Estes le acarició la espalda—. Durante tu estancia, le he envidado varios mensajes a Jerjes para hacerle saber dónde estabas. Mi hermano cree que querías hablar conmigo en privado y que intentaste darme alcance antes de abandonar Dídimos, y también cree que te convencí de que vinieras a pasar unas semanas conmigo a fin de establecer un vínculo. Le he dicho que has continuado tus estudios conmigo… y así ha sido. Cuando te folles a alguien y te des cuenta de que sabes hacer cosas que lo dejarán postrado de rodillas, suplicándote que no lo abandones, ya sabrás a quién darle las gracias. En tu caso, yo no lo diría, claro. Diría que has practicado oratoria y que has estudiado economía y has desarrollado tus habilidades políticas con los nobles y los príncipes atlantes. Algo que es verdad. Te has comportado como un buen diplomático mientras te prostituía y has aprendido una cantidad ingente de palabras atlantes. —Estes se inclinó hacia delante y le dio tal mordisco en el muslo que Estigio gritó de dolor—. Le dirás a Ryssa que Aquerón se encuentra bien y que es feliz. Y que te lo has pasado en grande con tu hermano y conmigo… algo que es verdad. Y la próxima vez que vaya de visita a Dídimos, me recibirás con los brazos abiertos y te alegrarás de verme. A partir de ahora, al igual que hace Aquerón, harás todo lo que te ordene.
¡Y una mierda!
Estes sonrió.
—Soy consciente de tu rabia, sobrino. Pero permíteme enseñarte algo.
Se levantó de la cama y cogió un espejo de mano. Lo acercó y le alzó las caderas para que viera que le había afeitado todo el vello púbico. Y aunque eso ya era bastante malo de por sí, no era nada comparado con la marca que llevaba cerca de su miembro. Las palabras tsoulus y puto, en atlante y en griego. Por si eso no bastara, justo debajo de las palabras se encontraba una versión en miniatura de la marca de esclavo que Aquerón tenía en la mano.
—En cuanto te crezca el vello, nadie sabrá que existen, salvo yo, y el guardia al que pagué esta mañana para que te marcara… y salvo cualquier amante al que le permitas chupártela. En teoría, si te supone demasiada molestia, podría ordenar que te marcaran otra cosa encima. Por supuesto, ese alguien sabría lo que es. Y aunque distorsiones la marca, será evidente lo que has hecho y por qué. —Estes apartó el espejo de mano—. Ahora me basta con denunciarte como un esclavo fugado en cualquier lugar fuera de Dídimos para que te devuelvan a mí o te vendan en un mercado de esclavos. Y que no se te olvide, precioso, no solo te he marcado como un esclavo. Te he marcado como un tsoulus adiestrado. Si quieres saber lo que le pasa a un tsoulus al que pillan sin su idikos, pregúntale a Aquerón. Le bastó una vez para saber que no debe abandonar el palacio sin mí y sin una buena escolta.
De modo que por eso su hermano se había negado a marcharse con él…
Genial.
—Por último, por si estás pensando en sobornar a uno de mis sirvientes para que le cuente a tu padre que te he retenido aquí en contra de tu voluntad… Ninguno lo sabe, salvo los dos miembros de mi guardia personal. Ni uno solo de mis sirvientes. Y si bien te han follado en múltiples ocasiones veintidós hombres distintos, sin contarme a mí, jamás dirán una sola palabra por diferentes motivos.
Estes soltó el espejo en una mesita cercana.
—Como he dicho, en esta ocasión dejo que te marches solo con una advertencia porque quiero a Jerjes, y si bien mi hermano duda de tu ascendencia, te quiere y tu pérdida lo dejaría desolado. Pero si vuelves a poner un pie en la Atlántida o te acercas de nuevo a Aquerón, ve preocupándote de tu trasero y de lo follado que va a acabar.
Levantó el pie derecho de Estigio y lo liberó del gancho que lo había retenido. A continuación, le quitó el aro dorado. Después procedió a hacer lo mismo con el otro pie.
—Ah… casi se me olvida. —Regresó junto a la cara de Estigio y le quitó la mordaza—. Abre la boca.
—¡Que te jodan!
Estes se echó a reír.
—Mi pequeño semental, ya lo has hecho. Muchas veces y de muchas formas distintas, y volverás a hacerlo. Ahora abre la boca.
Estigio se negó.
—Como quieras. Pero ten cuidado. Si la erotika sfaira de tu lengua te golpea los dientes, te los romperá.
No…
Estigio se acarició el paladar con la lengua y se quedó helado. Era cierto. Tenía una.
Estes le guiñó un ojo.
—No eres tan hábil para usarla como Aquerón porque él tiene muchísima más experiencia, pero has aprendido mucho… Ahora, ¿quieres que te la quite?
Estigio abrió la boca de inmediato.
Con una carcajada, Estes se la sacó y la sostuvo en alto con una sonrisa.
—La conservaré como recuerdo del dulce interludio que hemos pasado juntos y con la esperanza de que algún día seas tan idiota como para regresar. —Soltó el brazo derecho de Estigio—. Ahora prepárate para partir mientras yo intento encontrar una escolta que te lleve a casa sin montarte a cada paso del camino. Aunque no te preocupes si lo hacen, porque también te daré hierbas que te ayuden a aliviar el dolor que te provoquen. —Tras decir eso, se marchó.
Aturdido como nunca lo había estado, Estigio se quedó tumbado mientras intentaba asimilar todo lo que Estes le había dicho. Mientras intentaba aceptar todo lo que le habían hecho sin su consentimiento y sin ni siquiera ser consciente.
Cosas de las que ni siquiera se acordaba…
Al cabo de un momento se levantó y se dispuso a lavarse. El hecho de saber adónde tenía que dirigirse añadía validez a todo lo que Estes le había contado.
Una vez en la sala de baños, que estaba llena de espejos en sus cuatro paredes, se quedó paralizado al verse. Tenía el pelo más largo y una barba de varios días. Sin embargo, lo que más lo consternó fueron las marcas que tenía por todo el cuerpo. No sólo la más reciente que seguía sangrando, sino multitud de magulladuras, cortes y mordiscos. En un punto concreto tenía un chupetón amoratado y en algunas partes, como los muslos y los brazos, tenía marcas de manos.
Pero no se acordaba de nada. De nada en absoluto.
Una parte de su ser lo agradecía. Pero al mismo tiempo le resultaba de lo más desconcertante. Sabía que lo habían violado, que habían abusado de él, pero no recordaba a la gente que lo había hecho.
Claro que no era del todo cierto. Uno de ellos había sido Estes…
Se tapó la cara con las manos y deseó ponerse a gritar por el espanto que sentía.
«Al menos Aquerón no lo recuerda», se dijo. A diferencia de él, su hermano nunca sabría qué les había pasado. Lo que se habían visto obligados a hacer.
«Es todo culpa mía. Todo», pensó. Si se hubiera quedado en casa, tal como Estes le dijo, nada habría sucedido. Debería haberse preocupado más por su culo y menos por el de Aquerón.
«Jamás volveré a cometer este error», se prometió. Había ido para ayudar a su hermano, pero Aquerón lo había traicionado. Era una lección que no olvidaría. Jamás.
Jamás podría perdonar a Aquerón por lo que había hecho. ¿Cómo iba a perdonarlo? Dado lo retorcido que era Estes, se trataba de la peor de las traiciones.
Estigio se miró las palabras marcadas en el pubis y lo invadió la rabia una vez más. Aunque Aquerón estaba marcado como un esclavo, no llevaba la palabra «puto» escrita en el cuerpo.
En dos idiomas.
Si alguien la veía alguna vez, sería peor que las preguntas que podrían suscitar las cicatrices hechas por los sacerdotes. Sabrían que lo habían prostituido…
No. Sabrían que lo habían adiestrado y después lo habían prostituido.
Consumido por el odio y la rabia, Estigio cogió el taburete que tenía al lado, lo estampó contra el cristal y lo hizo añicos. Gritando por el peso de su humillación, golpeó la pared hasta que se desahogó y estuvo demasiado cansado como para continuar.
Rodeado de cristales rotos, cayó de rodillas y se pasó las manos por el pelo. ¿Cómo iba a mirar a su padre a la cara? ¿Cómo iba a mirar a alguien a la cara sabiendo lo que le habían hecho?
Aquerón tenía razón.
Pese a su título y a su elevada posición social, estaba indefenso.