—Tenemos que espabilarlo.
—¿Es necesario que lo hagamos?
—Un día más, Estes. Lo llevaremos de vuelta por la mañana.
—Si lo retenemos más tiempo, mi hermano enviará a una partida en su busca. Es el heredero al trono, al fin y al cabo, y nos encontramos en lo profundo del reino de su padre.
—Sí, pero yo quiero metérsela profundamente a su hijo por última vez.
Todos se echaron a reír.
—Vamos, Estes. Una cabalgada más en el semental real.
Estigio intentó concentrarse mientras los demás hablaban, pero todo le daba vueltas, de modo que fue incapaz de hacerlo. Alguien lo obligó a beber un líquido templado. Era tan amargo que estuvo a punto de ahogarse mientras trataba de escupirlo.
Al cabo de un instante, le provocó una arcada incontenible.
Estes le dio la vuelta mientras vomitaba. En repetidas ocasiones. Lo hizo de forma tan violenta que Estigio creyó que jamás dejaría de vomitar.
Cuando por fin se calmó, también se le aclaró la visión. Se encontraba tendido sobre una manta sucia, débil, desnudo y dolorido, con cardenales por todo el cuerpo.
—Vamos, muchacho —dijo Estes, el drogado cerebro de Estigio escuchó su voz distorsionada—. Tenemos que bañarte limpiarte.
Hasta que no estuvo inmerso en el agua del arroyo, no comenzó a recordar la semana pasada con su tío…
«Estes, deberías llevártelo a la Atlántida. Te pagaría una fortuna por montármelo con él y con su hermano a la vez».
«No, sería mucho mejor ver cómo se lo montan entre ellos».
Estigio se tapó los oídos, intentando bloquear los recuerdos de las conversaciones que no quería rememorar. Cosas que no quería recordar haber hecho…
Se sintió consumido por un espanto absoluto. Estaba a punto de salir corriendo cuando Estes lo detuvo, estrechándolo contra su cuerpo desnudo.
—Tranquilo. Relájate.
—Tú… tú… —Fue incapaz de decir en voz alta que su tío y sus amigos lo habían violado en grupo.
Repetidas veces.
Aún escuchaba sus risas mientras se turnaban. Se le llenaron los ojos de lágrimas y la vergüenza le anegó el corazón. ¿Cómo era posible que su querido tío le hubiera hecho algo así?
¡Por todos los dioses, su padre adoraba a ese hombre! Le había dado la bienvenida a su hogar…
Estes lo estrechó con más fuerza.
—Querías ser un hombre, como Aquerón. Pues ya lo eres.
No, su tío lo había usado como si fuera un orinal para saciar sus necesidades, sin consideración alguna por sus sentimientos. Y lo peor era que el muy cabrón lo había prostituido para sus amigos.
Estigio sintió que le fallaban las piernas al recordar las carcajadas de Estes después de que lo violara por primera vez.
«Ya he desvirgado este culito para vosotros. ¿Quién quiere darle fuerte ahora?».
¡Por todos los dioses! Por fin comprendía la naturaleza de los dolores que había sentido a lo largo de los años en las zonas más íntimas de su cuerpo. Sabía exactamente qué había hecho Estes con su hermano.
—Aquerón es tu puto.
Estes sonrió con orgullo.
—A ti te queda mucho entrenamiento para ser como él, pero algún día lograrás que follarte sea igual de placentero, te lo prometo.
Estigio lo empujó y trató de escapar, pero se resbaló en las piedras y se cayó al agua.
Estes lo agarró de nuevo.
—No te pongas así, semental. A Aquerón le gusta mucho. Incluso me suplica que se la meta. Tú también lo harás, por eso eres su gemelo.
La vergüenza, el horror y un dolor agónico le destrozaron el alma.
—¡Eres un cerdo! ¡Un pervertido! ¡Le diré a mi padre lo que has hecho!
La amenaza hizo que el rostro de Estes perdiera el buen humor. Tras agarrarlo con brutalidad del brazo, lo miró echando chispas por los ojos.
—¿Y a quién piensas que creería Jerjes? ¿A su amado hermano que siempre le ha cubierto las espaldas y guardado sus secretos o al hijo de una puta borracha y loca que está encerrada por su inestabilidad mental? Como le digas una sola palabra de esto, me aseguraré no solo de que no heredes el trono, sino también de que seas un residente perpetuo en el templo de Dioniso. Y una vez que tu padre te encierre en él, sobornaré a los sacerdotes para que te lleven a la Atlántida, donde te unirás a tu hermano y te convertirás en otro valioso prostituto al que vender a cualquiera que cuente con el dinero necesario para comprarte.
—No serías capaz.
—Ponme a prueba. —Estes le pasó la lengua por el cuello y soltó una carcajada—. Follarte ha hecho que sea casi tolerable mantenerme alejado de Aquerón, precioso. Ahora sé bueno y lávate, o te lavo yo. —Bajó la mano e ilustró exactamente a qué se refería.
Estigio vomitó de nuevo.
Estes lo alejó de un empujón.
—Límpiate rápido o le concederé a Néstor el día extra que quiere pasar contigo.
Avergonzado y presa de los estremecimientos, Estigio se hundió en el agua y deseó estar muerto. Se sentía sucio. Mancillado. Mientras se lavaba, recordó cómo lo habían tocado mientras lo violaban de todas las formas posibles.
En ese momento lo embargó una furia tan grande que ansió poder matarlos a todos. ¿Por qué lo habían abandonado sus poderes cuando más los necesitaba? ¿Por qué?
Porque el grupo era demasiado numeroso. Sus pensamientos se habían agolpado en su cabeza, y se habían mezclado con las voces de los dioses y con la suya propia, hasta un punto en el que le resultó imposible distinguirlos de forma individual. Ese era el motivo de sus frecuentes dolores de cabeza.
—¡Maldito seas! —gritó, si bien las palabras iban dirigidas más a sí mismo que a cualquier otro.
«¿Cómo he podido confiar en Estes?», se preguntó.
A esas alturas de la vida ya no era tan tonto. Sabía que no debía confiar en nadie. ¿Cómo era posible que hubiera olvidado esa valiosa lección?
Porque Estes le había demostrado una bondad que no le había demostrado nadie más. Era un miembro de la familia y la familia no hacía esas cosas. Las familias se querían. Se protegían.
«¿Quién ha dicho eso?», se recriminó.
Estigio soltó una amarga carcajada por culpa del rumbo de sus pensamientos. Esa era la verdad. Ryssa estaría encantadísima si se enterara de que lo habían denigrado de esa forma hasta reducirlo al nivel de un puto.
«Espero que recibas tu merecido», le había dicho su hermana una y otra vez. «Necesitas que alguien te baje los humos».
Estes se los había bajado del todo.
Se le llenaron los ojos de lágrimas y se echó a llorar. No creía que el castigo fuera justo, aunque tal vez se equivocara. Había destrozado a su madre. Y si él era el vástago del dios en vez de Aquerón, también había destrozado a su inocente hermano.
De todas las cosas que había hecho mal en la vida, de esa era de la que más se arrepentía. Debería haber hablado y haberle dicho la verdad a su padre. Que poseía poderes divinos, mientras que Aquerón solo tenía los ojos de un dios. De haberlo hecho, los habrían odiado a ambos por igual.
Los habrían odiado al unísono.
«¿Qué hago ahora?», se preguntó. «Solo quiero irme a casa».
Aunque su casa fuera un lugar detestable, era el único hogar que conocía.
«Deberías huir y dejarlo todo atrás», se dijo.
Y ¿qué iba a hacer después? No tenía habilidades prácticas. Era un príncipe con conocimientos de diplomacia y de idiomas. Inútiles en el mundo real. Además, si así lo trataba la familia, no quería ni pensar cómo lo tratarían los desconocidos.
—Estés donde estés, Aquerón, espero que no te sientas como yo me siento ahora.
Aunque sabía que lo deseaba en vano. Era imposible que hubieran usado a Aquerón de esa forma y que no se sintiera como se sentía él.
Inútil. Desvalido. Despreciado.
Y lo peor era que se aborrecía a sí mismo.
«¡Eres un príncipe!», le recordó la voz de su conciencia. «¡El heredero al trono de Dídimos! ¡Levántate ahora mismo! ¿Qué derecho tienes a quejarte de tu destino?».
—Soy un puto —susurró mientras el dolor lo asaltaba de nuevo.
¿Cómo podría ir con la cabeza en alto después de eso, a sabiendas de que lo habían usado durante una semana entera? Cuando los sacerdotes lo mantuvieron inmovilizado y lo torturaron para librarlo de los demonios que lo poseían lo pasó fatal. Y después lo pasó peor cuando el dios olímpico anónimo lo tentó con sus promesas de libertad.
Pero lo que sentía en esos momentos era muchísimo peor.
«Debería haber permitido que el dios me poseyera», se dijo.
Al menos él lo habría sacado antes del templo de Dioniso. De haber sabido cuál era el destino que le esperaba, habría recibido al dios con los brazos abiertos. Porque tal vez él lo habría protegido de Estes y de los demás.
Tal vez.
Asqueado hasta lo más hondo del alma, Estigio salió del agua y se vistió para poder olvidarse de lo ocurrido cuanto antes.
Una vez que llegara a casa, Estes y sus amigos se marcharían. Nadie sabría jamás lo que le había sucedido en ese lugar. Lo mantendría en secreto. Era bueno guardando secretos.
«Solo tengo que llegar a casa».
Estigio no pronunció ni una sola palabra durante el trayecto de vuelta al palacio. Mientras cabalgaban, su mirada se posó frecuentemente sobre los guardias que su padre había enviado para que lo protegieran. Unos guardias que su tío había sobornado.
No con dinero, sino con el uso de su cuerpo.
Todavía recordaba sus burlonas carcajadas. Pensaban que lo que le habían hecho era gracioso, y habían observado y participado encantados, con un regocijo asqueroso.
«Es el hijo malcriado de un rey. Esto es por todas las veces que he tenido que bajar la mirada delante de ti y de tu padre. Vamos a darle bien por todo lo que hemos tenido que aguantar».
«La próxima vez que baje la mirada, alteza, que sepas que estaré pensando en lo bien que me lo he pasado dándote por el culo».
Estigio no sabía si algún día sería capaz de salir de nuevo de sus aposentos, a sabiendas de que los soldados seguían al servicio de su padre. ¿Cómo iba a mirar a alguien a la cara otra vez?
Cuando su padre los recibió en los escalones de la entrada, la vergüenza y la humillación lo asaltaron con más fuerza si cabía. ¿Cómo iba a mirarlo su padre a la cara si supiera lo que le habían hecho?
La mirada de Estigio se posó en la cicatriz del brazo, el recordatorio de la herida que le causó su padre. En ese momento supo la verdad.
Su padre lo aborrecería y lo culparía por lo sucedido.
—¿Cómo os lo habéis pasado? —preguntó Jerjes con una alegría que aumentó el malestar de Estigio.
Estes se echó a reír.
—Hemos cabalgado mucho. Hermano, te aseguro que no hay nada mejor que sentir a tu mejor semental mientras lo montas.
Estigio sintió el amargor de la bilis en la garganta.
—Estigio se ha cobrado su primera pieza y lo hemos convertido en un hombre. Ha sido una semana espléndida, hermano. Una semana que recordaremos toda la vida, ¿verdad que sí, precioso?
Estigio se estremeció, consciente del doble sentido de las palabras de su tío.
—Muchacho, ¿estás bien? —le preguntó su padre con el ceño fruncido.
Ansiaba contarle lo que había sucedido, pero un vistazo a Estes le bastó para confirmar que su tío le había dicho la verdad. Su padre tenía a su hermano en un pedestal y recelaba de un hijo al que no estaba seguro de haber engendrado. Por eso prefería a Ryssa. No había la menor duda de su paternidad.
Él jamás conseguiría la confianza ni el amor de su padre.
—Me temo que el príncipe Estigio se ha atiborrado de higos maduros esta semana.
Estigio se estremeció al escuchar la velada referencia a su violación que Néstor acababa de hacer delante de su padre. Su intención era la de avergonzarlo, y lo logró con precisión.
Estes le revolvió el pelo.
—Néstor tiene razón. Ha bebido demasiado, hermano, y todavía sufre las consecuencias. Perdóname por corromper a tu heredero y por introducirlo en ciertas actividades masculinas para las que todavía no estaba preparado. Sin embargo, la semana ha ampliado sus horizontes y le ha enseñado cosas que jamás olvidará.
Cada palabra que brotaba de labios de su tío se le clavaba en el corazón como si fuera un trozo de cristal. Todos ellos se burlaban abiertamente de su dolor y de la degradación a la que lo habían sometido. Y lo peor de todo era que se sentían muy orgullosos.
Estigio apretó los dientes para no demostrar la menor emoción. Estes lo estaba poniendo a prueba, lo sabía. Le estaba arrojando a la cara lo que le habían hecho para ver si se desmoronaba y lo traicionaba delante de sus amigos, dispuestos a mentir si se le ocurría mencionar lo sucedido.
Por eso los había llevado Estes. ¿Quién iba a creer a un príncipe desquiciado en detrimento de otros dos príncipes, uno de ellos un héroe condecorado de guerra, y cuatro aristócratas? Se unirían para tacharlo de mentiroso de modo que Estes lo enviara de vuelta al templo. Y una vez allí…
El terror le provocó un calambre en el estómago.
Su padre lo rodeó con los brazos y le dio unas palmadas en la espalda.
—Mi pobre Estigio. La primera resaca es la peor de todas. Pero tienes que aprender a funcionar pese a las consecuencias. O decidir que jamás volverás a emborracharte. —Tras besarlo en la frente se apartó de él y fue a darle la bienvenida a su hermano.
Estigio miró furioso a su tío mientras su padre lo abrazaba, agraviado por el afecto que su padre le demostraba. Estes le dirigió una mirada lasciva al tiempo que le sonreía por encima del hombro de Jerjes. Estigio apartó la vista y se percató de las sonrisas ufanas de sus amigos. En un momento dado, Néstor le guiñó un ojo y clavó la mirada en su entrepierna mientras se relamía los labios, un gesto que hizo que Estigio corriera escalones arriba y entrara en el palacio.
Ryssa se encontraba justo detrás de la puerta y al verlo entrar lo miró con desdén.
—Ahora pensarás que eres muy especial después de haber pasado una semana con el tío y con sus amigos, como si fueras su igual. Pero no eres un hombre, Estigio. Sigues siendo un pobre niño malcriado.
Estigio jamás se había sentido tan tentado de asestarle un puñetazo como en ese momento. ¿Cómo era posible que lo mirara a los ojos sin ver el horror que moraba en su interior? ¿Cómo era posible que no viera lo asustado y desconcertado que estaba? Tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para no estamparla contra el muro que tenía a la espalda.
—Y tú eres una zorra estúpida.
Ryssa jadeó mientras pasaba a su lado. Acto seguido chilló y corrió a delatarlo.
La verdad, no le importaba. Su padre no podía hacerle nada peor que lo que le habían hecho. Ningún látigo podía herirlo más que su tío.
Al pasar junto a la despensa de la planta alta se detuvo y cogió dos jarras de vino. Con ellas en las manos, entró en su dormitorio y se encerró. No tenía la menor intención de abandonar la seguridad de esas cuatro paredes hasta que su tío Estes y los demás se marcharan.
Cogió la almohada de la cama y la colocó en el suelo para proteger su dolorido cuerpo, tras lo cual procedió a beberse todo el vino sin diluir con la esperanza de que lo ayudara a olvidar la vergüenza. Sin embargo, solo le proporcionaría un refugio momentáneo, y lo sabía muy bien.
Su mente le recordaba una y otra vez el infierno que acababa de vivir. Por más que intentara no hacerlo, escuchaba sus voces en la cabeza y sentía sus manos en la piel.
«¡Por favor, habladme para ahuyentar sus voces!», les suplicó a los dioses.
Pero lo único que escuchaba eran la risa y las burlas de Estes. Qué ironía que lo único que silenciaba las voces de su cabeza fueran precisamente los recuerdos que su alma ansiaba borrar.