Estigio se encontraba junto a su padre, con la espalda muy derecha mientras trataba de silenciar las voces que gritaban al unísono en su cabeza. La más alta era una voz estridente que conocía muy bien.
La de Ryssa.
—Eres un malcriado. Me das asco. Ahí plantado como si ya fueras el rey. Sólo eres un bravucón inútil. Me sorprende que no le hayas ordenado a otro que ocupe tu lugar para darle la bienvenida al tío Estes.
Su mirada se posó en Ryssa. Ella se la devolvió con una sonrisa fría y burlona. Jamás la había perdonado por lo mal que lo había tratado aquel día de hacía muchos años.
En contra de su voluntad, Estigio recordó las palabras de Ryssa.
«¿Tú? Tú tienes la culpa de que me hayan arrebatado a mi hermano. Que tengas su misma cara no significa que seas como él. Tú nunca podrás ser mi Aquerón. Solo eres una copia barata de él. Quítate de mí vista. Me das asco».
«Yo también te quiero», pensó él.
Desde aquel día había hecho todo lo posible para complacerla. Solo se relacionaba con ella cuando no le quedaba más remedio que hacerlo. Lo más sorprendente de todo era que lo odiase cuando no lo conocía en absoluto. Sin embargo, Ryssa sentía que su animosidad estaba plenamente justificada. Hasta el punto de que se envolvía en ella como si fuera un manto.
«Te alegra que se hayan llevado a Aquerón. Lo sé muy bien. Sé que convenciste a padre de que lo enviara lejos para no tener ningún competidor. Eres un bruto egoísta y horroroso», era su recriminación más habitual.
No obstante, estaba muy equivocada al respecto. Añoraba a su hermano de un modo que las palabras no alcanzaban a describir. Por desgracia, dadas las cosas que había sentido a lo largo de los últimos años, tenía el mal presentimiento de que el Aquerón de ahora era muy distinto al recuerdo que guardaba de su querido hermano.
De la misma forma que él tampoco era el Estigio que había sido de pequeño.
«El tiempo lo cambia todo», pensó. Y rara vez lo hacía para mejor.
Su padre sonrió y le dio unas palmadas en la espalda.
—Aquí viene.
Estigio siguió a su padre con un nudo en la garganta, y bajó los escalones para esperar mientras Estes y su inesperado séquito desmontaban y se acercaban. ¿Por qué acompañaban tantos nobles a su tío? En el pasado, siempre los había visitado con su guardia.
Ese día lo acompañaban cinco aristócratas.
Tras recorrer la distancia que los separaba, Estes abrazó a Estigio.
—Mírate, mi precioso sobrino. —Y le dijo al oído—: Estás mucho más guapo que tu hermano. —Le dio un apretón en un bíceps—. Y más musculoso.
Estigio no se sentía atractivo en absoluto, al contrario de lo que le sucedía a su engreída y vanidosa hermana. Cada vez que alguien se acercaba a él, suponía que lo hacía por su título y no por su persona. Un instinto que casi siempre quedaba corroborado en cuanto les leía el pensamiento.
Hasta el dios olímpico anónimo lo llamaba siempre por su título, rara vez por su nombre.
—Gracias, tío. ¿Cómo está mi hermano? —susurró también Estigio, a sabiendas de que si su padre lo escuchaba, se enfurecería.
Cada vez que preguntaba por Aquerón o que le suplicaba a su padre que le permitiera hacerle una visita, Jerjes le pegaba o lo insultaba.
Estes miró de reojo a su padre para asegurarse de que no pudiera escucharlos y contestó:
—Estupendamente. Deberías plantearte una visita. Me encantaría tenerte en mi casa.
—Padre jamás me lo permitiría. —Al menos no le permitiría emprender un viaje en el que pudiera disfrutar. Si fuera al Tártaro… el viejo le daría permiso sin dudar.
—¿Qué pasa ahí? —preguntó Jerjes una vez que se acercó a ellos—. No estarás intentando robarme a mi heredero, ¿verdad?
—Me lo llevaría en un abrir y cerrar de ojos si me lo permitieras.
—Tiene muchas obligaciones en casa.
Como limpiar establos, decorar los templos que aborrecía, escuchar quejas ridículas y observar cómo su padre impartía su benevolente sabiduría… un proceso que implicaba exclamaciones de asombro por su parte, como si el muy cabrón no tuviera bastantes aduladores.
—Qué lástima. —Estes se volvió hacia Ryssa y la alzó en brazos.
Estigio frunció el ceño al percatarse de las extrañas miradas que le dirigían los acompañantes de su tío. Aunque claro, si habían conocido a Aquerón en la casa de su tío, posiblemente se estuvieran preguntando, como hacían muchos, si él también llevaba sangre divina en las venas.
Lo único que no echaba de menos de la época en la que su hermano estaba con ellos era la forma en la que la gente los acercaba y los examinaba como si fueran monstruos por el simple hecho de ser idénticos.
Salvo por los ojos.
Y a esas alturas también por las cicatrices externas, y la voz. Estigio aún seguía ronco tras la estancia en el templo de Dioniso. Tal como Ryssa se apresuraba siempre a comentar, daba la impresión de sufrir un resfriado crónico.
«Esto… no hables. Y por todos los dioses, no intentes cantar. Tu voz es repelente. Da la impresión de que necesitas carraspear».
Una vez que soltó a Ryssa, Estes retrocedió e hizo un gesto hacia sus amigos.
—Puesto que he venido con la intención de llevarme a mi sobrino una semana…
Estigio frunció el ceño y miró a su padre en busca de confirmación. Nadie le había hecho el menor comentario al respecto.
Su padre se negó a mirarlo.
—… he pensado que se divertiría más con un grupo —siguió Estes—. Permitidme presentaros a mis amigos. —Tiró del hombre que estaba más cerca para que se aproximara a los escalones donde se encontraban Estigio y su padre—. Kastor, cuyo padre es un filósofo de Ítaca. Kastor fue enviado a la Atlántida para que ejerciera de tutor de los hijos de varias familias importantes. —Kastor, que no tendría más de veinticinco años, era moreno de pelo, tenía una nariz muy ancha y llevaba una barba corta.
Intercambiaron los saludos de rigor.
Estes señaló a los otros tres que seguían juntos.
—Procedentes también de los reinos griegos, Noé de Atenas… —Un hombre que parecía tener la misma edad que Jerjes, pero muy feo, de quijada prominente y con una barba negra y descuidada—. León de Macedonia… —Un hombre de aspecto normal y corriente, alto, pelirrojo, muy delgado y bien entrado en la treintena—. Néstor, también un ateniense… —Un hombre de pelo castaño y rostro anguloso con una belleza exótica. Estes bajó los escalones y se acercó al último hombre del grupo—. Y un príncipe atlante, primo segundo de la reina… Xan. —Perfecto tanto de físico como de semblante, Xan poseía el cuerpo que Estigio querría tener.
Aunque estaba trabajando para conseguirlo, de momento le quedaba mucho por hacer. A esas alturas ya tenía los músculos definidos, pero necesitaba aumentar de volumen.
El grupo saludó a su padre con una reverencia y después a él, salvo Xan, que los saludó como a sus iguales. Estrechó la mano de Jerjes y miró a Estigio con una sonrisa afable.
—Estaba deseando acompañar a Estes desde que me lo comentó. Me han dicho que es muy agradable cabalgar con vos, príncipe Estigio.
El inesperado halago lo incomodó.
—No sabría deciros, pero es un placer conoceros, alteza.
—Debería ser una semana agradable, entretenido con mi pasatiempo preferido y acompañado por un apuesto príncipe.
—Estes tenía razón. Es igualito que Aquerón, salvo que Estigio tiene unos ojos perfectos y preciosos. Fascinantes.
—Me alegro mucho de haber cambiado de opinión con respecto a venir.
Estigio meneó la cabeza en cuanto se sintió asaltado por los pensamientos de los recién llegados, tan rápidos que no supo distinguir a quién pertenecía cada uno y un tanto difíciles de entender, ya que mezclaban el griego con el atlante.
—Caballeros —dijo su padre, haciendo gala de la diplomacia de la corona—, por favor, entren y descansen un rato. He ordenado que preparen unas bebidas para darles la bienvenida.
Ryssa los precedió al interior.
Estigio solicitó un aparte con su padre.
—¿Por qué no me lo habías comentado?
—¿De qué te quejas? Ojalá yo pudiera irme una semana con mi hermano y olvidar las responsabilidades —pensó el rey, que dijo en voz alta—: Desconocía que vendría acompañado por un grupo de amigos. Pero no veo el menor problema. Hemos pensado que te gustaría pasar una semana de caza con tu tío, alejado del ajetreo del palacio. —Su padre lo dejó en los escalones y siguió a los demás.
Estigio apretó los dientes, furioso y maldiciéndolos a todos. ¿Acaso su familia no lo conocía en absoluto? ¿Cómo era posible que compartiera una casa con un grupo de personas que desconocían hasta el más mínimo detalle sobre su personalidad?
No soportaba sentirse rodeado de desconocidos. En absoluto. Ni tampoco le gustaba la caza.
«¿Cómo salgo de este aprieto? Tal vez Galen pueda romperme el brazo otra vez…», pensó.
Lo peor de todo era el mal presentimiento que tenía en la boca del estómago y que le decía que iba a suceder algo terrible. Aunque ignoraba qué podía ser.