Estigio se apartó de su familia y se percató de que los demás habían abandonado la arena.
Salvo Apolimia. La diosa los observaba con los ojos brillantes y las mejillas muy pálidas.
—Lo que os hice es imperdonable. Mi reacción estuvo motivada por el dolor y la furia, y lo que entonces interpreté como venganza no fue más que envidia. Como sabía que jamás podría abrazar a mi hijo, os privé de ese placer, y no sabéis cómo me arrepiento. Pero precisamente por vuestro hijo salvé a los apolitas. Una vez que me calmé, comprendí que había cometido un grave error al separarlo de sus padres y me aseguré de que estuviera a salvo.
Estigio la fulminó con la mirada.
—No tengo palabras para expresar lo que siento al enterarme de que no se me permitió ver a mi hijo crecer mientras yo estaba vivo y encerrado.
Apolimia asintió con la cabeza.
—Lo sé, Estigio.
Y lo decía en serio. Sabía exactamente cómo se sentía. Sin embargo, ella sí había podido ver a su hijo veintiún años después de que naciera.
Y Aquerón también conocía el mismo dolor. Artemisa y Apolimia le habían hecho lo mismo con Katra. Ni siquiera sabía de su existencia hasta que se lo contaron cinco años antes, y eso que en muchas ocasiones a lo largo de los siglos Aquerón había estado en presencia de su hija sin saber que era suya y de Artemisa.
Eso también era muy cruel.
Estigio enfrentó la mirada de Apolimia sin flaquear.
—Aunque parezca extraño, ahora mismo no estoy enfadado. Agradezco tanto tenerlos conmigo que no quiero malgastar ni un solo minuto pensando en otra cosa.
Bethany asintió con la cabeza.
—Es posible que mañana por la mañana te odie, Pol. Pero esta noche opino lo mismo que Estigio. Sólo quiero estar con mis chicos y olvidarme de todo lo demás.
Apolimia inclinó la cabeza.
—Los demás han vuelto al templo principal para que podáis estar a solas. Si alguna vez necesitáis algo… podéis contar conmigo. —Y volvió a Kalosis.
Estigio miró a su mujer y a su hijo con una sonrisa.
—Daría cualquier cosa por pasar la noche hablando con vosotros, pero…
—Hay que limpiar la mierda —remató Urian por él.
Bethany miró a su hijo con el gesto torcido.
—¿Quién te ha enseñado a hablar así?
Urian dio un respingo.
—Lo va a llevar crudo con todos los cambios que ha sufrido el mundo y con la tecnología moderna, ¿verdad? —dijo Galen.
El comentario hizo que el ceño de Beth se acentuara.
—¿Cuánto tiempo ha pasado?
Estigio le echó un vistazo a su reloj.
—Te dejé marchar hace once mil quinientos treinta y nueve años, ciento ochenta y tres días, y unas diez horas. Minuto arriba o minuto abajo.
Bethany se quedó pasmada al escuchar el tiempo que había pasado.
Pero lo que más la sorprendió fue que…
—Has llevado la cuenta de los latidos de tu corazón.
Estigio se remangó la camiseta.
—Beth, no te haces una idea.
Las lágrimas le provocaron un nudo en la garganta al ver que Estigio se había marcado sus nombres para poder tenerlos siempre a su lado. Tras besar el nombre de Galen, Beth besó a Estigio en los labios. Aunque le parecía imposible que su amor por él aumentara, en ese momento… solo quería pasar el resto de la noche haciéndole el amor y demostrándole con todo lujo de detalles lo mucho que adoraba a su noble príncipe.
Urian silbó por lo bajo.
—En fin, esto sería incómodo si no fuerais mis padres. El hecho de que lo seáis aumenta la incomodidad de forma exponencial.
Bethany se echó a reír y puso fin al beso para mirarlo con el ceño fruncido.
—Estoy deseando conocerte. —Miró de nuevo a Estigio—. Y tú y yo tenemos que hablar largo y tendido. Pero…
—Tenemos unos cuantos dioses con los que lidiar —susurró él.
Bethany asintió con la cabeza.
—Quiero asegurarme de que no nos amenacen nunca más.
—Estoy de acuerdo contigo.
Con el corazón rebosante de orgullo y amor, los tomó de la mano y usó sus poderes para regresar al templo principal. Nada más llegar, contuvo el aliento al ver las señales de la lucha y la sangre que manchaba el suelo y las paredes. Espantada, enfrentó la mirada tímida de Estigio.
—Por favor, dime que la sangre no es tuya.
—En parte sí, pero mucha es de Demonbrean. Ese cabrón sangra como un cerdo.
Bethany hizo ademán de apartarse de él, pero Estigio le impidió que se soltara de su mano. Extrañada, lo miró.
El miedo que brillaba en sus ojos le atravesó el corazón.
—Te dejé marchar una vez en contra de mi voluntad y fue el peor error de mi vida. No pienso cometerlo de nuevo.
Ella entrelazó sus dedos y juntos caminaron hacia Aquerón, que estaba sentado en el trono negro de Arcón. De por sí la imagen ya era bastante chocante, pero la sensación aumentaba con la presencia de Artemisa y del dios sumerio Sin.
«Me he perdido un sinfín de cosas».
La mayoría de los dioses habían desaparecido a esas alturas. Sólo quedaban Maat, Urian, Sin, Artemisa, Seth, dos demonios y un hombre a quien no conocía.
Beth se detuvo cerca del trono. Estigio se pegó a su espalda y la abrazó por la cintura, tras lo cual le apoyó la barbilla en la cabeza. En otra época se habría sentido irritada por semejante opresión.
Esa noche, en cambio, nada podría complacerla más.
Aquerón los miró.
—¿Nos pones al día? —le dijo Estigio.
Simi soltó un suspiro irritado.
—Akri no deja que Simi se coma a los dioses malos. ¿En qué se ha convertido el mundo si un demonio tiene que suplicar comida? ¡Ni un mísero dedo con el que hacerse un bocadillo! Qué horror. Qué espanto.
Estigio se rio al ver la confusión de Bethany y le dijo al oído:
—Ya te explicaré lo de Simi después.
Aquerón suspiró al escuchar a Simi y después le dijo a Estigio:
—Bueno, después de que le cortaras la cabeza a Arcón, el resto se mostró más que dispuesto a regresar al estado de parálisis. Pero estaba pensando que un par de ellos podrían vivir en el plano humano después de que Kat los deje sin poderes.
Estigio titubeó.
—¿Cuáles?
—No pensaba tomar ninguna decisión sin consultártelo antes. Sé que no fueron precisamente amables contigo mientras estuviste aquí y si quieres destriparlos, yo mismo te ayudaré.
Bethany ladeó la cabeza para mirar a Estigio con el ceño fruncido.
—¿Desde cuándo sois amigos?
Estigio la besó en la nariz.
—Nos reconciliamos unos cinco minutos antes de que te despertaras.
El ceño de Beth se acentuó. Definitivamente, tenía muchas cosas que preguntarle.
—Dikastis —dijo Aquerón—. Iba a dejarlo tranquilo, siempre que tú estés de acuerdo. Me parece un tío decente.
Bethany asintió con la cabeza.
—Es responsable y leal siempre que no se incumplan las reglas.
—¿Recuperará Epitimia sus poderes? —preguntó Estigio.
Sin soltó una carcajada.
—Ni de coña. Confía en mí. Cuando Kat te quita los poderes, te los quita para siempre. En teoría te los puede devolver. Pero, aunque no me gusta hablar en nombre de mi mujer cuando no está presente, te puedo asegurar que Epi tendrá que acostumbrarse a vivir sin ellos.
A juzgar por sus palabras, Bethany sospechaba que Sin había perdido sus poderes a manos de su mujer en alguna ocasión.
Aquerón siguió:
—Leto está con Set, y no pienso inmiscuirme. Sobre todo después de que Seth y Artemisa me hayan contado lo que os ha hecho.
Orgullosa, Artemisa levantó la barbilla.
—Sí, ha sido una derrota aplastante.
Aquerón puso los ojos en blanco.
—Aplastante, Artemisa. Las derrotas son aplastantes.
—Como se diga. Mi madre amenazó a mi bebé, y mi lealtad está con Katra, con Mia y con nadie más. Hasta que Katra tenga más hijos, y estos a su vez tengan hijos. ¡Y nadie más! —Hizo un mohín—. Y hay alguien más, pero ya está. No le debo lealtad alguna a esa foca que intentó hacerle daño a mi niña. A ninguno de ellos. Y como he dejado que Set se quede con Leto, quiero a Epitimia en mi colección personal.
Aquerón miró a Estigio.
—Si alguien puede convertir en un infierno la vida de otra persona, esa es Artemisa. Te lo aseguro.
Estigio se vio obligado a contener una carcajada al escucharlo y ver la mirada que le echó la diosa. Su hermano tenía razón. Artemisa sabía muy bien cómo castigar a alguien. Dado lo que había llegado a hacerle a Aquerón, en aras de su supuesto amor, prefería no imaginarse lo que podía llegar a hacerle a alguien a quien odiara.
—Estoy de acuerdo.
—Yo también —dijo Maat.
—Eso nos deja con Apolo. —Aquerón guardó silencio mientras su mirada recorría a todos los presentes—. Casi todos se la tenemos jurada de una u otra forma, así que no sé cuál es la manera más justa de decidir su futuro.
Artemisa suspiró.
—Aunque me encantaría que lo hicieras, no puedes matarlo.
De repente, Estigio tuvo una idea y empezó a reírse de forma siniestra.
Bethany lo miró con el ceño fruncido.
—¿Por qué se me han puesto los pelos de punta?
—Porque tengo el regalo perfecto para cierta persona. Estoy seguro de que hasta Simi se alegrará.
Apolo gritó furioso pese a la mordaza mientras se debatía para librarse de la diktion que lo inmovilizaba. Era como una mosca atrapada en la tela de una araña. Si contara con sus poderes, podría escapar. Pero el colgante de Urian los había anulado.
—Que alguien me recuerde que no debo cabrear nunca a mi padre —dijo Urian, riéndose como el villano de unos dibujos animados—. Y no me refiero a Stryker. Joder, papá. ¡Esto es la leche!
Artemisa sonrió.
—Sí, la venganza está mejor congelada.
Aquerón suspiró y se frotó la cabeza.
—Me rindo, de verdad.
Estigio hizo caso omiso de la frustración de su hermano y tiró de Apolo para ponerlo en pie.
—Muy bien. Voy a llevar el paquete, que ya lleva unos cuantos siglos de retraso. —Besó a Bethany antes de mirar a Aquerón—. Cuida a mi chica. No tardaré. —Se volvió hacia Urian—. ¿Estás listo?
—Cuando tú quieras.
Aunque sabía que las cosas no se hacían así, Estigio usó sus poderes para trasladarse directamente al jardín de Apolimia, donde la diosa estaba sentada junto a su estanque.
Indignada, Apolimia jadeó y se puso en pie.
—¿Qué es esto?
Estigio obligó a Apolo a arrodillarse delante de la diosa. Totalmente desnudo y atado como él lo había estado cuando el cabrón lo dejó en manos de Arcón para que este lo torturara, Apolo no tenía más alternativa que obedecer. Estigio se habría compadecido de él si ese cabrón le hubiera demostrado un ápice de compasión en algún momento de su vida.
Sin embargo, tal cual había dicho Artemisa, la venganza se servía congelada, y cuanto más frío se mostrara, mejor.
—He venido a traerte un regalo. Como Aricles, te prometí que te entregaría a Apolo cuando lo derrotara… Siento mucho haber tardado tanto en cumplir mi promesa. —Se alejó para que Urian pudiera quitarle el colgante.
—Volveré en cuanto se lo devuelva a Davyn —dijo Urian.
Apolimia jadeó.
—No lo entiendo.
—Aquerón y yo hemos decidido que Apolo ya nos ha jodido bastante. Y aunque no puedes matarlo, creemos que te resultará entretenido como juguete para pasar el tiempo.
La diosa esbozó una sonrisa sádica mientras se relamía por la idea.
—Estigio, te prometo que no lo mataré. Sería un final demasiado compasivo para él. No, no y no. Voy a disfrutar de cada minuto de esto. —Acortó la distancia que los separaba y besó a Estigio en una mejilla—. Gracias por el regalo, m’gios. Por favor, transmítele a tu hermano mi amor y mi completa adoración.
La puerta del jardín se abrió, pero en vez de aparecer Urian, la que entró fue Céfiro, que miró a Apolo con expresión voraz.
—¡Oh! —Se echó a reír nada más verlo—. Sabía que lo había presentido. —Miró a Apolimia—. Avísame cuando pueda jugar un ratito con tu nuevo juguete.
Estigio sintió un escalofrío en la espalda al escuchar el grito de Apolo, que comenzó a debatirse con violencia. Por un instante se sintió mal.
Pero la sensación se desvaneció enseguida.
—Troo to peridromo —dijo Estigio.
«Que te aproveche». Las mismas palabras que había usado Dioniso el día que apareció con Apolo.
Estigio se dio media vuelta justo cuando volvía Urian.
Juntos regresaron junto a Bethany, que tenía en brazos a Sebastos y estaba hablando con Tory y con Maat. Verla con un niño rubio en los brazos fue como una patada en los huevos. Era como ver hecho realidad uno de sus sueños. Durante un minuto fue incapaz de respirar.
Hasta que ella lo miró y le sonrió.
—Aquí está. Bas, dile hoja al tío Styxx.
—¡Hola, tío Styxx! —dijo el niño, que empezó a reírse y a dar botes en los brazos de Bethany.
Ella le hizo cosquillas en la barriga y el niño la besó entre carcajadas al tiempo que le enterraba las manos en el pelo.
—¿Estás bien? —le preguntó Aquerón, que se acercó a él.
Estigio enfrentó la mirada de Urian y asintió con la cabeza.
—Lo estoy. —Y por primera vez en siglos, era cierto.
Tras acercarse a su mujer, acarició los rizos de Bas y después le apartó las manos del pelo de Bethany con suavidad.
—Hola, Bas.
—¿Quieres cogerlo? —le preguntó Tory.
Aterrado por la simple idea, Estigio negó con la cabeza.
—Puedo romperlo y cabrear a Aquerón.
Tory y Bethany se echaron a reír.
—No puedes romperlo, cariño —le aseguró Bethany.
—No lo sé. La última vez que tuve en brazos a un niño de su edad, creo que le rompí algo, porque me mojó entero.
Bethany se echó a reír con tantas ganas que se vio obligada a entregarle el niño a su madre para no dejarlo caer.
Tory besó la cabeza de su hijo.
—Tienes razón, Bethany. Es graciosísimo.
—Y ahora que ha vuelto —terció Maat— necesitamos hacer una cosa. Si nos perdonáis…
Sin saber lo que quería la diosa, se dejaron hacer y de repente se encontraron en casa de Savitar.
Bethany contempló el lugar asombrada.
—¿Dónde estamos?
Maat le respondió llevándola al mismo dormitorio donde Simi había trasladado su cuerpo.
Estigio se quedó sin aliento al ver que el cuerpo inerte de Bethany seguía en la cama donde la había dejado. ¡Con razón su peplo estaba limpio! Pero…
—No lo entiendo. ¿Qué está pasando?
—Set te lo explicó. Dividió su corazón. Bethany no ha estado completa desde el día que te mató, engañada por Apolo. Cuando Leto invocó su parte vengativa, solo apareció esa parte de ella, que era la que amaba a Aricles. —Señaló a la Bethany que estaba de pie a su lado—. Esta.
—¿Por eso el amuleto no se une?
Maat negó con la cabeza.
—Como eslabón entre Bethany y Bathymaas, el amuleto quedó inservible después de que se rompiera tras la muerte de Aricles. Bathymaas te lo dijo, hace mucho tiempo. Tú eres su corazón. Te lo entregó como Aricles y renació contigo y solo contigo. Por eso no podía sonreír ni reír hasta que te encontró de nuevo. Set vinculó su corazón a tu alma, para asegurarse de que regresabas a su lado. —Se acercó a la cama—. Ven, Bet. Vamos a reuniros de una vez por todas.
Bethany titubeó.
—¿Seré distinta?
—No, preciosa —le aseguró Maat con una tierna sonrisa—. Salvo que por fin podrás ser feliz de nuevo.
Nerviosa, Bethany se mordió el labio inferior y miró a Estigio, que le masajeó los hombros.
—Estoy aquí, Bethany. No pienso irme a ningún lado.
De mala gana, Bethany se apartó de él y se acercó a la cama.
—¿Qué hago?
—Túmbate sobre ti misma.
—¿Y ya está?
Maat asintió con la cabeza.
Con la esperanza de que funcionara, Bethany se tumbó sobre su cuerpo. Al principio no sintió nada. Después empezó a experimentar una especie de calidez que se extendió por su cuerpo y acabó quemándola de forma dolorosa. De repente, se cayó y abrió los ojos.
En ese momento, se sentó en la cama y echó un vistazo a su alrededor.
—¿Qué ha pasado?
—Que has vuelto —contestó Maat, dándole un beso en la mejilla—. Me voy. Savitar está en la playa y no regresará hasta que oscurezca. No hay nadie que pueda molestaros, y sé que necesitáis estar a solas. —Desapareció al instante.
Estigio, que de repente se sentía inseguro y receloso, se sentó en el borde de la cama.
Bethany lo observó mientras él la miraba. La expresión de sus ojos le dejaba bien claro que estaba aterrado por la posibilidad de que no fuera cierto lo que estaba sucediendo. Por la posibilidad de despertarse solo de nuevo.
La verdad, se sentía muy desorientada. Había sido un día de locos.
Pero en ese momento…
Extendió un dedo para tocar el agujero que tenía su camiseta allí donde lo había apuñalado. Asqueada por lo que Leto la había obligado a hacer, se estremeció.
—Lo siento mucho, Estigio. Ahora todos los miembros de tu familia han intentado matarte.
—Salvo Urian.
Aunque trató de contener una sonrisa, no lo consiguió.
—Nunca se sabe.
Él se echó a reír.
—Beth, si de esa manera consigo que vuelvas, no me importa que me arranquen el corazón y lo sirvan en una bandeja.
Ella lo miró con recelo.
—¿De verdad no has estado con otra en todos estos años?
—Estás a punto de descubrirlo, de verdad. Si duro lo bastante como para metértela, será un milagro. —La miró con un brillo angustiado en los ojos y tragó saliva—. Si tú quieres, claro.
Y eso era lo que más le gustaba de él. Pese a la confianza y al poder que exudaba, Estigio aún tenía momentos de timidez e inseguridad. No muchos, pero los suficientes para que resultara de lo más tierno.
Le quitó la camiseta y le colocó una mano en el centro del pecho.
—Me siento fatal por ti. Yo tengo la impresión de que nos vimos justo ayer. Es como si no hubiera estado durmiendo. Pero tú…
Estigio le puso un dedo en los labios.
—Da igual.
Sin embargo, no daba igual, y ella lo sabía. Mientras Estigio dejaba a Apolo en manos de Apolimia, Tory y Aquerón le habían hablado de sus cuadernos de dibujo. De lo torturado e infeliz que había estado durante todos los siglos pasados sin ella. No comprendía cómo había podido serle fiel. Cómo había encontrado la fuerza para sobrevivir y seguir adelante. Pero le alegraba que lo hubiera hecho. Claro que Estigio nunca había sido un cobarde. Era un héroe y un guerrero, y siempre lo había sido. Perfecto hasta por sus imperfecciones. El dueño de su corazón. Ansiosa por complacerlo, se colocó a horcajadas sobre él.
Estigio contuvo el aliento al sentir de nuevo su cuerpo contra el suyo. Se echó a temblar al experimentar aquello que más había deseado. Sin embargo, no acababa de asimilar que la tenía de nuevo entre los brazos. Bethany enterró las manos en su pelo y le dio un beso abrasador que lo hizo estallar en llamas. Después, una de sus manos descendió por su pecho para desabrocharle los vaqueros y creyó morir de deseo por sus caricias.
Bethany se detuvo de repente y se echó hacia atrás para mirarlo a los ojos con el ceño fruncido.
—¿Qué es esta cosa?
Estigio se echó a reír.
—Una cremallera.
—¿Qué es una cremallera?
Sonrió al recordar lo confundido que se había sentido cuando Dioniso lo llevó a Nueva Orleans.
—Una cosa que sirve para abrochar la ropa. —Se desató las botas y las dejó en el suelo, tras lo cual le demostró cómo se usaba una cremallera. Acto seguido, se la bajó y se desabrochó el botón de la cintura.
—Echo de menos tu quitón. Era más cómodo para tocarte. —Bethany le bajó los vaqueros hasta dejarlo expuesto a sus curiosas manos.
Con la respiración entrecortada, Estigio se esforzó para pensar en otra cosa que no fuera el roce de sus manos sobre la piel. Sin embargo, en cuanto empezó a acariciársela, perdió la batalla. En contra de su voluntad, experimentó un orgasmo exquisito y se corrió al instante.
Aunque su cuerpo seguía estremeciéndose, se cubrió la cara con una almohada, avergonzado y dolorido. Había dicho la verdad. No sólo no se la había metido, sino que ni siquiera se había acercado.
—¡Soy un inútil!
Bethany siguió acariciándolo y torturándolo hasta que él se quitó la almohada de la cara.
—No, Estigio. No lo eres. Jamás he dudado de ti, pero esto me demuestra lo mucho que me quieres, y el hecho de que has sido tan fiel como me prometiste que serías. —Hizo un mohín travieso y le sonrió—. Además, te conozco. Sé que vas a pasarte las próximas veinticuatro horas compensándome. Eres de lo más competente.
Estigio levantó una mano para juguetear con uno de sus largos mechones de pelo.
—Lo soy, Bethany. Pero sólo contigo.
En ese momento le quitó el peplo y rodó con ella sobre el colchón para saborear el contacto con su cuerpo. El corazón se le aceleró, consumido por la indecisión. ¡No sabía por dónde empezar y ansiaba devorarla!
De modo que empezó besándola en los labios y después descendió hasta sus pechos.
Bethany le tomó la cabeza entre las manos mientras él la saboreaba con meticulosidad y sus dedos la exploraban a placer, penetrándola y multiplicando el deseo que la embargaba. En cuanto sustituyó los dedos con la boca, gritó de placer.
Estigio soltó una carcajada ronca.
—Eso es, Beth. Córrete. Necesito saborearte.
Esas palabras la catapultaron al orgasmo. Echó la cabeza hacia atrás y gritó mientras el placer la consumía en deliciosas oleadas. Sin embargo, él siguió acariciándola y lamiéndola hasta dejarla totalmente satisfecha.
Después ascendió por su cuerpo mordisqueándola con suavidad hasta llegar de nuevo a sus labios. Una vez sobre ella, la miró a los ojos y se colocó entre sus muslos.
Bethany le tomó la cara entre las manos mientras sentía el roce de su erección en el abdomen.
—¿Ves? Sabía que no tardarías en entrar otra vez en acción.
Estigio sonrió, la besó y la penetró. Ambos gimieron al unísono mientras ella lo rodeaba con piernas y brazos, y él empezaba a mover las caderas.
—Te he echado tanto de menos —le susurró Estigio al oído—. Y no sólo por esto. Por tu olor, por la calidez de tu cuerpo.
—Soy tuya. Para siempre. Y es literal.
—Yo también soy tuyo para siempre.
En esa ocasión, Estigio sabía que nada podría separarlos de nuevo. Y si alguien cometía la estupidez de intentarlo siquiera, aprendería la lección que les había enseñado a Arcón y a Apolo. Estigio de Dídimos luchaba por lo que quería. No se amedrentaba. No se rendía. No perdía.
Aunque tuviera que regresar de entre los muertos. Nada lo detendría y jamás viviría sin la parte más esencial de su persona: Bethany.