23 de diciembre de 2012

—Sabes que no va a salir bien, ¿verdad? —le dijo Estigio a Aquerón.

—Me las he visto en peores situaciones.

—Y yo, pero casi nunca he salido bien parado.

Presa del miedo, ya que estaba a punto de convertirse en una hormiga a la que observaban a través de una lupa, Estigio permitió que Aquerón lo teletransportara a su dormitorio en el templo de Katoteros.

Antes de que Aquerón se casara, la estancia estaba decorada de forma espartana en tonos negros y marrones. En ese momento reinaban los azules y las paredes estaban decoradas con alegres animales de circo. Una cuna con dosel se encontraba a un paso de la enorme cama… como prueba de la paranoia de Aquerón y del sentimiento de culpa que lo abrumaba por Apolodoro.

El hijo de Aquerón, Sebastos, nunca dormía solo. El bebé había cumplido ya el año cuando su padre le permitió dormir en otro lugar que no fuera sobre su pecho.

Claro que no podía culparlo. Él sería igual, incluso peor, si tuviera un hijo.

Ese pensamiento lo dejó helado.

Era la primera vez en siglos que pensaba en la posibilidad de tener otro hijo. Dicha posibilidad se había convertido en algo real.

Sin embargo, se negaba a ser feliz. No hasta que Beth volviera a sus brazos y estuviera todo bien atado. Hasta que eso sucediera, podría pasar cualquier cosa, y no pensaba gafar el asunto.

—¿Puedes oírme?

Frunció el ceño cuando los pensamientos de Aquerón se colaron entre los suyos, pero asintió con la cabeza.

—Genial. Creo que será mejor que nos comuniquemos así de ahora en adelante.

Estigio asintió de nuevo con la cabeza. Se acercó a la puerta y aguzó el oído. El espíritu «pájaro» de Seth les había mostrado que los dioses estaban reunidos en el salón del trono, regodeándose con lo que le harían a Apóstolos cuando lo tuvieran en su poder.

Ninguna de las ideas era agradable, por lo que se alegraba mucho de que Aquerón hubiera reconsiderado la posibilidad de mandarlo como su doble.

Su hermano se reunió con él junto a la puerta.

—Han percibido nuestros poderes.

Algo que querían que sucediera, ya que eso los desconcertaría.

—¿Estás listo? —preguntó Estigio.

—Pues no.

Puso los ojos en blanco por el extraño sentido del humor de su hermano.

Aquerón lo miró y le tendió una mano. Styxx miró la cuna y el estómago le dio un vuelco. Su hermano era tan capaz de entregarlo a sus enemigos como de luchar para salvarlo. Si bien Aquerón siempre les había demostrado fidelidad a sus Cazadores Oscuros, en su caso jamás había dudado a la hora de ponerle la zancadilla.

Sin embargo, era la única manera de recuperar a Bethany. Le gustara o no, debía confiar en Aquerón y en su palabra de que lucharía con él, codo con codo.

Tras inspirar hondo para armarse de valor, aceptó la mano de su hermano y permitió que usara sus poderes para trasladarse con él al salón del trono.

Estigio soltó a Aquerón y se colocó tras él, de modo que quedaron espalda contra espalda. Él miraba de frente a Arcón, a Apolo y a Epitimia, mientras que Aquerón se enfrentaba al resto.

Arcón se puso en pie.

—Vaya, menuda sorpresa. —El dios atlante miró a Apolo con sorna—. Al parecer, no tendremos que ir en busca de tu mascota después de todo. Han sido muy amables al ahorrarnos la molestia. —Fulminó a Estigio con la mirada—. ¿Quién de vosotros es Apóstolos?

—Yo —contestaron al unísono.

Arcón empezó a gruñir.

—Los ojos —se apresuró a decir Apolo—. Los de Estigio son azules.

Aquerón se colocó junto a su hermano. Cuando hablaron, lo hicieron a la vez.

—Ya no.

Arcón los miró con los ojos entrecerrados.

—Pues tendremos que mataros a los dos.

—No —rugió Apolo—. Ese no era el trato.

Epitimia soltó un gruñido asqueado.

—Parad ya, los dos. Hay una forma muy sencilla de averiguar la verdad.

El comentario puso en guardia a Estigio. ¿Dónde estaba Urian con los refuerzos?

Epitimia tiró del cordón negro que llevaba en torno al cuello y les enseñó un frasquito de cristal. Tras quitárselo, lo dejó en el brazo del trono de Arcón y después hizo aparecer un martillo con sus poderes.

—Es el corazón de Bathymaas. Si el verdadero Estigio no da un paso al frente, la destruiré. Para siempre.

Estigio sintió que el pánico lo atenazaba por completo, pero recurrió a la calma que lo invadía durante una batalla para ocultar el caos emocional. Sabía que no debía reaccionar.

«Nunca dejes que tu enemigo te vea las tripas».

Ni siquiera miró a Apolo, que debía de haberles contado que era Aricles. ¿Cómo si no iba a saber Epitimia que el corazón de Bathymaas era importante para él?

—¿Eso significa que no la quieres? —Epitimia mantuvo el martillo sobre el frasquito—. ¿De verdad?

Estigio usó los poderes de Apolimia para enmascarar su verdadera voz.

—Si lo haces, perderás tu única baza para negociar con nosotros. Su vida es lo único que os mantiene con vida ahora mismo.

Se produjo un destello.

Dado que esperaban a Urian, Estigio y Aquerón se obligaron a mantener la calma al ver que Artemisa aparecía de repente junto a Apolo.

—¡Vaya, vaya! —exclamó la recién llegada mientras los miraba a todos—. ¿Interrumpo algo?

Apolo la cogió del brazo.

—¿Qué haces aquí?

—He venido a ver a Aquerón. Esta es su casa. Tengo permiso para venir de visita.

Arcón rugió, furioso.

—¡No es su casa!

Aquerón y Estigio se miraron, desconcertados. Ninguno de los dos sabía qué hacía Artemisa allí. No formaba parte de su plan. Ni por asomo.

Sin embargo, había dado con la debilidad de Arcón sin querer. No soportaba que dijeran que era el hogar de Aquerón. Si el dios hubiera recibido las enseñanzas de Galen, habría sabido que no debía exponer su punto débil.

Artemisa parpadeó y miró al dios atlante con expresión inocente.

—¿No? ¿Y por qué te sientas en su trono? No es tuyo, que lo sepas. Yo acompañe a Aquerón cuando lo eligió y lo trajo aquí.

De eso nada —pensó Aquerón.

Estigio reprimió una sonrisa al escuchar la indignación de su hermano. «Sigue así, Artemisa», pensó. Estaba usando sus emociones para desequilibrarlos. Y a juzgar por lo roja que Arcón tenía la cara, estaba haciendo un trabajo excelente.

—¿Qué hace aquí, Apolo? —le preguntó Arcón entre dientes.

—No tengo ni idea.

Epitimia se tensó.

—Algo no me cuadra…

—No te cuadra porque esa no es mi hija.

Estigio y Aquerón se volvieron hacia Leto, la madre de Apolo y de Artemisa, que en ese momento entraba por una puerta lateral. Estigio tuvo un mal presentimiento. Si no se trataba de Artemisa…

Debía de ser Katra.

Mierda.

—Mamá, ¿qué haces? —preguntó Apolo con malos modos.

Leto pasó de la pregunta de su hijo y esbozó una sonrisa burlona mientras se acercaba a ellos.

—Katra, por favor. Me decepcionas. Pero no pasa nada. —Miró a Arcón—. Ya no necesitamos a los gemelos. Katra es la hija de Artemisa y de Aquerón. Es de la misma estirpe que la Destructora y es incluso más poderosa que sus padres. —Cogió a Kat y le puso una daga en el cuello—. Bueno, Aquerón, ¿a quién matamos? ¿A tu hija o a ti? Antes de que pudieran reaccionar, una descarga sónica atravesó la estancia. Fue tan brutal que los levantó a todos por los aires y estampó a Leto contra la pared.

Artemisa apareció en ese momento y puso a Kat a salvo.

—¿Cómo te atreves? —dijo muy despacio mientras encaraba a su madre—. ¡Nadie amenaza a mi niña! ¡Idiota! —Atacó a su madre con tanta ferocidad que Kat tuvo que retenerla para impedirle que la matara.

Aquerón aprovechó la distracción para usar sus poderes y quitarle el frasquito a Epitimia de las manos. Se lo dio a Estigio.

Tras hacerse un gesto, atacaron a los atlantes que tenían más cerca. Y Aquerón descubrió enseguida por qué los dioses de un mismo panteón no querían luchar entre sí. Dado que todos obtenían los poderes de la misma fuente, al luchar se debilitaban y sus poderes no funcionaban como deberían. Por eso los dioses que pertenecían a más de un panteón eran más fuertes, porque podían recurrir a otros poderes.

No obstante, tenía problemas para ver y le escocían tanto los ojos que se le habían llenado de lágrimas.

—¡Katra! —gritó Estigio al ver que Epitimia iba a atacarla por la espalda.

Kat se volvió justo cuando Epitimia estaba a punto de tocarla, pero en vez de retroceder, la pegó a su cuerpo y le arrebató los poderes.

—No vas a necesitarlos, zorra.

En cuanto asimiló los poderes de Epitimia, le crecieron los colmillos y sus ojos adoptaron un rojo demoníaco. Su piel se tiñó de un color que comenzó a cambiar, como la de Aquerón.

—¡Aquerón! —gritó Artemisa—. El demonio está controlando a Katra. ¡Ayuda!

Blanco como el papel, Aquerón se volvió hacia él.

—Ella es más importante que yo. Sácala de aquí —dijo Estigio, y le entregó el frasquito que contenía el corazón de Bethany a hurtadillas—. Libera a Beth aunque yo no consiga salir vivo.

Por primera vez en su larguísima vida, vio indecisión en los ojos de Aquerón mientras sopesaba si dejarlo solo para que se enfrentara a los demás sin su ayuda. Eso significó muchísimo para él.

Pero a la postre, su hermano tomó la decisión correcta.

Corrió hacia su hija para ponerla a salvo.

Estigio hizo aparecer su hoplon y lo usó para bloquear las descargas de los dioses mientras protegía la retirada de Aquerón y de Katra.

Se marcharon gracias a sus poderes, seguidos por Artemisa, y lo dejaron solo para que se enfrentara a los demás.

En los labios de Arcón apareció una sonrisa lujuriosa.

—Como en los viejos tiempos, ¿no, príncipe? Por cierto, tienes una pinta estupenda.

—¿Qué vas a hacer? —gruñó Apolo.

Arcón esbozó una sonrisa maliciosa.

—Esta noche vamos a divertirnos de nuevo con él.

Estigio se negó a reaccionar mientras escuchaba esas palabras y usaba los poderes de Apolimia para hacer aparecer su armadura y su espada. Aunque podía usar dichos poderes para luchar, la realidad era que se le daba mejor pelear con sus armas. No como un dios, sino como un hombre. Los miró con los ojos entrecerrados mientras analizaba sus puntos fuertes… y sus debilidades, aunque eran tan pocas que resultaban insignificantes.

Sí, lo llevaba crudo.

Esa sería la batalla más sangrienta en la que había participado.

Que así fuera. Estaba acostumbrado al dolor. Y no pensaba doblegarse sin plantar cara. Esa noche iba a recuperar su vida, y despedazaría a cualquiera que se interpusiera en su camino.

Bajó la barbilla y los miró con una sonrisa.

—Venid a por leña, zorras.

Aquerón dejó a su hija inconsciente en manos de Sin.

—La mordedura del demonio ha interferido de alguna manera con los poderes de Epitimia —explicó—. La he dejado seca, pero necesita alimentarse.

Sin asintió con gran seriedad antes de desvanecerse con ella.

Aquerón miró boquiabierto a los demás ocupantes de la estancia, que supuestamente deberían haberlos ayudado a luchar.

—¿Qué ha pasado?

Set gruñó.

—No podemos entrar. Si no eres griego ni atlante, adiós muy buenas. Katra fue la única capaz de hacerlo. Pero incluso a ella le ha costado teletransportarse al salón del trono.

Urian asintió con la cabeza.

—Yo tampoco pude entrar. Tú eres su única esperanza, jefe.

—Simi, vuelve a mí.

Simi adoptó al instante un tatuaje en forma de dragón sobre el corazón de Ash.

Xirena se mordió el labio.

—¿Yo también, akri?

—Por supuesto.

De esa manera podría colar a los demonios en Katoteros.

Aquerón miró a sus aliados.

—Estoy debilitado, cada vez que los golpeo mis poderes divinos se agotan un poco más, y las armas que Artemisa ha traído tal vez funcionen con Apolo, pero a los atlantes no les hacen ni cosquillas. Estamos en un buen aprieto y no pienso mentiros, la cosa está muy chunga. Así que, ¿quién quiere venir conmigo para salvar la vida de mi hermano?

Todos dieron un paso al frente.

—Muy bien. Vamos a intentarlo.

Cerró los ojos e hizo acopio de todos sus poderes para teletransportarlos a todos a Katoteros.

Durante varios minutos él también tuvo bloqueada la entrada. Cuando por fin traspasaron lo que fuera que hubiera hecho Arcón para proteger el templo, Aquerón no daba crédito a lo que le esperaba. Había sangre por todas partes. Parecía una representación de Posesión infernal. Sin embargo, lo que más lo aterró fue ver el escudo de Estigio con su fénix. Estaba totalmente retorcido, en mitad del charco de sangre más grande. La sangre manchaba las puertas, como si hubieran arrastrado a una víctima que se resistía a través de ellas.

Demonbrean e Ilios gemían en el suelo, junto a Apolo, que tampoco se encontraba en su mejor momento. Estigio debía de haberle dado una buena paliza al dios griego antes de que consiguieran reducirlo. Epitimia seguía llorando sin parar y no se había movido del lugar donde cayó después de que Kat le arrebatara los poderes.

Tal como Estigio había predicho, Dikastis permanecía en las sombras y no parecía haber participado en la batalla.

Dado que no se fiaba de las intenciones del dios y no tenía claro qué bando apoyaría, Aquerón se acercó a él en primer lugar.

—¿Dónde está mi hermano?

La rabia relampagueaba en los ojos de Dikastis.

—Se lo han llevado a la arena del templo.

—¿Por qué no estás con ellos?

—Soy un dios de la justicia. Me niego a participar en algo injusto e inmerecido.

—En ese caso, ¿lucharás a nuestro lado?

Dikastis asintió con la cabeza sin vacilar.

Estigio respiraba con dificultad y estaba tan dolorido y magullado que ni siquiera sabía cómo seguía consciente. Había conseguido anular a tres dioses y debilitar al resto, pero se encontraba en franca desventaja y no era rival para una docena de dioses que llevaban descansando varios siglos.

Pese a sus esfuerzos, Arcón y Asteros lo arrastraron hasta al templo donde Aquerón lo había encerrado unos años antes… A la arena donde en otro tiempo hicieron de su vida un infierno. Riéndose a carcajadas, lo ataron al poste que usaban para darle palizas y hacer otras cosas que lo habían dejado marcado para toda la eternidad.

Joder.

Arcón enterró la mano en su pelo ensangrentado y le echó la cabeza hacia atrás.

—No te habrás rendido tan pronto, ¿verdad, príncipe?

Ni de coña. Ryssa pegaba más fuerte que Arcón.

—Que te den.

—Ojalá me dieras tú, pero por desgracia vamos a ofrecerte como sacrificio. —Arcón lo amordazó antes de mirar a Leto—. Invoca a nuestra señora de la venganza.

Leto soltó una carcajada mientras se acercaba a Estigio.

—No creerías que Epitimia tenía el corazón de Bathymaas, ¿verdad? Lo he tenido bien guardado todo este tiempo. Ahora voy a terminar lo que empecé hace catorce mil años. Y cuando termine de destruir lo que queda del panteón olímpico, despedazaré a los atlantes como hice con los sumerios y con los egipcios. Nadie me detendrá. Nadie.

Estigio puso los ojos como platos al escuchar los pensamientos de la diosa con total claridad.

Leto sacó una daga y le cortó en la mejilla a fin de llenar un frasquito con su sangre. Masculló unas palabras que él no pudo entender mientras mezclaba su sangre con otra sustancia. Y al hacerlo, todo empezó a darle vueltas.

De repente, recordó ser Aricles.

Vio a Bethany a su lado, aferrada a su brazo.

—No luches contra Apolo por mi honor. No merece una sola gota de tu sangre. Huye conmigo, Ari. Alejémonos de todo sin echar la vista atrás.

—No puedo, y tú tampoco, Bathia. Tenemos demasiadas obligaciones. Debemos proteger a mucha gente. No podemos dejar este mundo en sus crueles manos.

—Ya no me importa nada de eso. Tú eres lo único que quiero.

Con la furia y el dolor corriéndole por las venas, Aricles pegó la mejilla a la de Bathymaas y la abrazó con fuerza.

—Y tú eres lo único que me importa. No pienso permitir que ese cerdo mancille tu honor. No has hecho nada malo. —Se habían casado en secreto y quería cortarle la lengua a Apolo por las mentiras que, junto con su madre, había contado sobre Bathymaas—. Venceré a ese cabrón por ti, diosa mía. No tengas miedo.

Ella le enterró una mano en el pelo mientras las lágrimas resbalaban por su precioso rostro.

—Eres el corazón que dicen que me faltaba al nacer. Por eso ya no puedo ser la personificación de la justicia. Me has cambiado para siempre… Y no puedes dejarme en este espantoso mundo sin ti.

La besó en la frente.

—Permíteme defender tu honor, después podremos irnos a donde quieras.

—Júramelo.

—Te lo juro por mi alma inmortal. Siempre estaré contigo, Bathia. Nada me apartará de ti, jamás. Ni siquiera los dioses. —Cogió el ieb que llevaba colgado del cuello y lo levantó para besarlo antes de dejarlo de nuevo entre sus pechos.

Estigio jadeó cuando por fin comprendió lo que Set le había dicho.

Bathymaas había sido creada de la Fuente, no había nacido de una madre…

Dado que su corazón no latía, no había conocido emoción alguna hasta que Aricles le enseñó a amar.

El ieb egipcio era el corazón que Set le había dado de niña, cuando le preguntó por qué a ella no le latía el corazón como a los demás. Formaba parte del mismo amuleto que Bethany le había dado para que lo protegiera en la batalla.

«Esto contiene mi amor por ti, niña, y aunque no puedas comprenderlo, quiero que sepas que mientras lo lleves, tienes contigo una parte vital de mi persona. Mi corazón alberga mucho poder y te mantendrá a salvo y te reconfortará en mi ausencia».

Así había destruido Leto el panteón egipcio y había atrapado a Set en el desierto. Después de robar la mitad del corazón de Bathymaas que Set había escondido en sus dominios, usó el ADN del dios egipcio y la sangre de su hijo Seth para atraparlo.

Levantó la cabeza y miró la mitad del ieb que Leto llevaba en la muñeca y que encajaba con el que Bethany le había dado a él. Si bien su mitad contenía el arco y la flecha que conformaban el emblema de Bethany, la parte que llevaba Leto lucía el fénix que era el emblema de Aricles. Dos mitades de un todo. En ese momento todo parecía muy evidente, pero a menos que se supiera qué aspecto tenía un corazón egipcio, un ieb, era imposible percatarse de su origen.

O de su significado.

Leto se mojó los dedos con la sangre del frasquito y agitó el ieb. A continuación, lo limpió contra la mejilla que no le había herido.

—La historia se repite. Pobrecito, vas a morir dos veces a manos de tu amada. Y en cuanto mueras, ella destruirá a los dioses por mí. —Retrocedió y emitió un sonido penetrante y agudo… el mismo que se usaba en su época para invocar a un dios cuando se le ofrecía un sacrificio.

De repente, arreció un fuerte viento. Un viento que abrió las puertas y le azotó el cuerpo. Leto se tambaleó por su asalto.

Se escuchó un aullido lastimero un segundo antes de que un espectro apareciera junto a ellos. Era mucho más grande que un humano y flotaba en el viento con una capa de color rojo sangre. Cuando se acercó, Estigio se dio cuenta de que se trataba del espíritu vengativo de Bathymaas, nacido después de que Apolo la engañara para que matara a su amado.

Dado que estaba amordazado, no podía avisarle. Tal como hicieron catorce mil años antes, Apolo y Leto habían orquestado la caída de Bethany. Y su sufrimiento.

Leto lo señaló mientras se dirigía a Bethany.

—Mira al hijo bastardo de tu enemiga que cercenó la vida y la existencia de tu príncipe. ¡Véngate de los dos! ¡Arráncale el corazón a Apóstolos!

Bethany gritó de furia y de agonía.

Estigio puso los ojos como platos al darse cuenta de que iba a matarlo y de que no podía hacer nada para impedírselo.

Aquerón se detuvo en la entrada del templo. El mismo en el que había encerrado a Estigio la primera vez que lo llevó a Katoteros.

—¿Qué es este sitio?

—La arena —contestó Dikastis—. Aquí celebrábamos los juegos y las competiciones, y traíamos a aquellos a los que había que castigar o humillar.

Ash dio un respingo cuando su mente rememoró ciertas escenas del pasado de Estigio que se mezclaron con sus recuerdos.

«Y yo lo dejé aquí para que se pudriera… Solo por eso merezco que graben mi nombre en el agujero más abyecto del infierno».

¿Cómo había podido permitir que su propio dolor lo cegara por completo al dolor de Estigio? Saber que su hermano había intentado ayudarlo mientras estuvo cautivo y que nunca le había devuelto el favor le revolvía el estómago. ¿Cómo había podido ser tan frío? Tan cruel.

Si había algo que dejara bien claro la forma de ser de Estigio era que nunca se había vanagloriado cuando hacía algo por él o por Ryssa. Lo hacía por la sencilla razón de que era lo correcto, y la gloria personal nunca le había importado. Ni una sola vez. Mientras tanto, Ryssa y él lo insultaban por ello. Una y otra vez. Con razón Estigio ansiaba matarlo con todas sus fuerzas cuando se enfrentaron en Nueva Orleans. Se había ganado a pulso el odio de su hermano.

Pero no le fallaría en esa ocasión.

Ash miró a sus acompañantes: Urian, Davyn, Dikastis, Seth, Set.

Maahes, Maat, Zakar y los demonios.

—No sé qué vamos a encontrarnos, pero será mejor que nos ciñamos al plan original de Styxx. Y pase lo que pase, salvad a mi hermano.

Todos asintieron con la cabeza, menos Dikastis.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó el dios atlante.

—Que nos ayudes como buenamente puedas.

Sin embargo, le preocupaba que ningún atlante hubiera salido para enfrentarse a ellos. Debían de saber que estaban allí. Así que ¿por qué estaban tan tranquilos con tantos dioses extranjeros en sus dominios?

Con el corazón desbocado por el miedo, entró en el edificio. Un viento infernal los azotó, pegándoles la ropa al cuerpo, cuando entraron en el oscuro vestíbulo.

Tardaron varios minutos en llegar a la arena, donde el viento soplaba con más fuerza si cabía. Todos los dioses atlantes estaban en el suelo.

En cuanto Ash vio a Estigio se le cayó el alma a los pies. Una figura fantasmagórica vestida de rojo lo envolvía y tenía una daga contra su corazón.

—¡Bathymaas! ¡No! —gritó Set.

Sin titubear siquiera, el espectro le clavó la daga en el pecho a Estigio, hasta la empuñadura, antes de echar la cabeza hacia atrás y rugir de satisfacción. Cuando habló, usó únicamente el atlante:

—Acoge a tu bastardo, Apolimia. Y ahora ven a buscarme, zorra asquerosa, para poder bañarme en tu sangre. ¡Saborea mi venganza, puta, y ahógate con ella!

Espantado, Ash miró a Set, que lucía una expresión tan apenada como la suya.

Habían llegado demasiado tarde.

Otra vez. Estigio estaba muerto, y en esa ocasión para siempre. La daga estaba impregnada con una sustancia que mataría cualquier cosa. Incluso a su hermano. Daba igual que sus fuerzas vitales estuvieran vinculadas. Daba igual que Estigio contara con los poderes de Apolimia. El ypnsi no hacía distinciones. Era definitivo.

Se le llenaron los ojos de lágrimas al comprender que le había fallado a su hermano una última vez. Ya no podría enmendar sus errores y demostrarle a Styxx lo mucho que sentía todo lo que le había hecho. Además, hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que quería a su hermano. Estigio había estado en lo cierto. Eran dos mitades de un todo, y el dolor por la pérdida de su hermano lo golpeó con más fuerza de lo que habría creído posible.

Mientras deseaba con todos los poderes que poseía poder devolverle la vida a su hermano, sintió cómo una solitaria lágrima resbalaba por su mejilla.

«Lo siento mucho, adelfos. Debería haber sido el hermano que tú fuiste para mí», pensó.

De repente, apareció una imagen de su madre. La proyección astral que usaba Apolimia para visitarlo.

—¿Qué has hecho? —le preguntó a Bathymaas.

La diosa de la venganza se abalanzó sobre ella y la atravesó.

—¿Tienes miedo de enfrentarte a mí?

Con una expresión de profunda tristeza, Apolimia negó con la cabeza.

—No has matado a Apóstolos. —Se le llenaron los ojos de lágrimas mientras miraba el cuerpo de Estigio—. Sigo encerrada en Kalosis. Has matado a Estigio de Dídimos.

—No —musitó Bathymaas. La incredulidad hizo que abriera los ojos de par en par y que se volviera hacia Styxx, momento en el que se quedó blanca—. ¡Mientes!

La sangre manaba de la herida que le había provocado, arrastrando consigo los poderes de Apolimia. Su pelo recuperó el color rubio, su piel se oscureció y las cicatrices que habían estado ocultas reaparecieron.

Leto soltó una carcajada.

—Pobre Bathymaas… te has vuelto a condenar por tu propia mano. —Usó sus poderes y se colocó detrás de Bathymaas para arrancarle el colgante que Styxx le había dado antes de enviarla de vuelta a Egipto, donde debía esperarlo.

Set corrió hacia ellas, pero antes de que pudiera alcanzarlas, Leto unió las dos partes del colgante.

—Ahora yo seré el alma de la justicia y tú… —Leto frunció el ceño al ver que el amuleto se negaba a unirse—. ¿Qué pasa? ¿Por qué no funciona?

Ash miró a Urian a los ojos y señaló con un gesto a los dioses que estaban inmovilizados en el suelo.

Urian asintió con la cabeza y se acercó a ellos, seguido por Davyn.

Ash había dado un paso hacia su hermano cuando, de repente, Styxx jadeó y arqueó la espalda como si algo lo hubiera poseído. La daga que Bathymaas le había clavado en el pecho salió disparada y cayó al suelo. Un haz de luz brotó de la herida, cerrándola. Acto seguido, se produjo una onda expansiva que los lanzó a todos por los aires, salvo a Ash, que ya había presenciado algo así en dos ocasiones.

La última vez en Nueva Orleans.

Esbozó una lenta sonrisa al darse cuenta de que Styxx por fin había recibido sus poderes como ctónico, unos poderes que impedían que un dios lo matara. Estaban presenciando el renacimiento de un ctónico, un acontecimiento muy doloroso. No obstante, lo malo era que su hermano desconocía sus poderes y no sabía usarlos. Cuando se manifestaban, se apoderaban de su dueño y costaba mucho usarlos o luchar contra ellos.

Sobre todo la primera vez.

Las cadenas que sujetaban a Styxx se desintegraron, y los trocitos salieron despedidos hacia todas partes. Estigio se alzó sobre el suelo y quedó suspendido en el aire.

—¿Qué pasa? —rugió Arcón.

Nadie contestó, ya que las descargas astrales que brotaban del cuerpo de Styxx les impedían hablar. De sus ojos y de su boca brotaron unos haces de luz segundos antes de que lo hicieran por todo su cuerpo, devolviéndolo de una muerte injusta y fortaleciéndolo.

Simi hizo ademán de acercarse a Estigio, pero Ash la detuvo. Dado que no era su demonio caronte, Styxx podría hacerle daño sin querer.

Sólo había una persona presente que podría detener todo eso, y estaba a punto de cometer el terrible error de atacarlo.

Ash hizo acopio de todos los poderes que pudo y se teletransportó junto a Styxx, que seguía flotando sobre el suelo. Sabía que era una estupidez, pero no le quedaba más alternativa.

En cuanto Bathymaas lo vio, resopló, furiosa.

—¡Tú!

Cuando hizo ademán de atacarlo, Ash la inmovilizó con sus poderes.

—Si me matas, Estigio también muere. ¿Eso es lo que quieres?

—¡Mátalos a los dos! —gritó Leto, que seguía intentando unir las dos mitades del corazón egipcio.

Bethany se irguió como si fuera a obedecer a Leto, pero después miró a Styxx y se tranquilizó.

—¿Qué hago para salvarlo? —le preguntó a Ash con voz angustiada.

—Tienes que llegar hasta él. Debes conseguir que deje de lado sus poderes para que sea consciente de quién es y de lo que es en realidad.

—¿Cómo?

Ash meneó la cabeza.

—Ni puta idea. Intentaré sujetarlo, pero debes conseguir que entre en razón, porque de lo contrario sus poderes lo despedazarán y nos destruirán a todos.

Bathymaas asintió con la cabeza y se apartó para que Ash pudiera abalanzarse sobre Styxx. Cuando su hermano hizo ademán de golpearlo, lo abrazó con todas sus fuerzas.

Estigio gritó de rabia mientras intentaba liberarse.

El espectro adoptó la forma de Bethany y apareció delante de Styxx, tras lo cual le tomó la cara entre las manos.

—¿Estigio? ¿Puedes oírme?

Otra onda recorrió la zona y algo parecido a un huracán los azotó con tanta fuerza que alejó a Bethany. Ash estrechó a Styxx con un brazo mientras extendía el otro para atraparla e impedir que el viento se la llevara.

Bethany se tambaleó cuando sus recuerdos se fundieron con los de Bathymaas, completándola por fin. Se vio con Estigio y con Aricles, y recordó todo lo que los dioses les habían hecho para mantenerlos separados.

La furia la invadió, pero se obligó a tranquilizarse. Ya se vengaría después. En ese preciso momento tenía que salvarlo. Pasara lo que pasase, no permitiría que sufriera un día más ni que muriera por esos cabrones.

O por ella.

Estigio apartó a Aquerón y se volvió hacia ella con una expresión asesina en sus ojos azules. Asustada y titubeante, hizo lo primero que se le ocurrió.

Lo besó.

Estigio se quedó paralizado cuando el olor a eucalipto y a azucena se le subió a la cabeza. A medida que su calidez se extendía de nuevo por sus brazos, recordó lo que era formar parte de un todo. Esa dulce y maravillosa caricia lo tranquilizó al punto.

Temeroso de que fuera un sueño, se apartó muy despacio para mirar a la mujer a la que abrazaba. ¿No estaba soñando? ¿Era real?

—¿Beth?

La sonrisa que ella le regaló se la puso dura al instante.

—¿Estás conmigo, akribos?

—No estoy seguro. ¿Estoy muerto?

Ella se echó a reír.

—No lo sé. ¿Y yo?

—¡No! —gritó Leto al tiempo que se abalanzaba sobre ellos.

Sin pensárselo, Ash la interceptó. Pero nada más acercarse a ella, la diosa lo apuñaló en el estómago con la misma daga atlante impregnada con aima que Bethany le había clavado a Styxx. Si bien el veneno era letal para los mortales, también era un potente narcótico para los dioses, y era el mismo suero que Apolimia había utilizado con su panteón para sumirlos en el ypnsi cuando se enfrentó a ellos por la muerte de su hijo.

Ash trastabilló hacia atrás y cayó de rodillas.

Styxx se acercó a él corriendo.

—¿Aquerón?

—¡Simi! —gritó, sin hacerle caso a su hermano.

—¡Simi va pitando, akri! —Se desvaneció.

El cuerpo de Aquerón se tornaba gris con rapidez a medida que el veneno se extendía desde la herida. Sus ojos adoptaron un resplandeciente color rojizo mientras le colocaba una mano a Styxx en la mejilla y lo abrazaba.

Antes de darse cuenta de lo que pensaba hacer su hermano, Aquerón le clavó los colmillos en el cuello y le entregó sus poderes para que pudiera usarlos. Nada más acabar el traspaso, Ash cayó de espaldas y lo miró a los ojos.

—Dales una buena paliza, hermano.

—Será un placer. —Tras poner lo más cómodo que pudo a su hermano en el suelo, Estigio vio que Urian estaba luchando con Fanen—. Urian, aquí.

Urian se teletransportó junto a ellos y soltó un taco al ver en qué estado se encontraba Aquerón.

—Protégelo —le dijo Estigio, que se puso en pie despacio mientras dejaba que los poderes de Aquerón se mezclaran con los suyos propios.

Joder… las habilidades de Aquerón dejaban en ridículo a las de Apolimia. Si Katra era más poderosa que su padre…

Era una idea acojonante.

—¿Estigio?

Titubeó al escuchar el miedo que teñía la voz de Bethany. Era la única persona en ese lugar que jamás le había hecho daño a conciencia. La cogió de la mano y la pegó a él para poder protegerla. Además, era la única que podría llegar hasta él si sus poderes volvían a arrebatarle el control.

—Estoy bien —le aseguró—. Lo estaré siempre que no te separes de mí.

Los dioses luchaban a su alrededor.

Leto se abalanzó sobre ellos con la daga en alto. Estigio se colocó delante de Bethany para enfrentarse a esa kuna que había intentado destruir a su esposa en dos ocasiones. Ya era hora de zanjar el asunto, de acabar con ella de una vez por todas. Leto lo atacó, pero la inercia hizo que perdiera el equilibrio. Estigio la agarró del brazo, le dio un tirón y la desarmó con un simple giro de su muñeca.

Sin embargo, pese a todo lo que esa zorra les había hecho, era incapaz de golpearla. Galen le había enseñado que un hombre jamás debía golpear a una mujer, bajo ninguna circunstancia, aunque se mereciera el golpe. Los hombres eran mucho más fuertes.

Leto se echó a reír al darse cuenta de que no iba a pegarle.

Hasta que Bethany salió de detrás de su espalda con un brillo decidido en los ojos.

—Ya me encargo yo de esta zorra.

Estigio se apartó y le permitió vengarse de la diosa que ambos odiaban después de catorce mil años. De la diosa que había movido cielo y tierra para destruirlos.

Y puestos a pensar en el odio y en la venganza…

Se volvió hacia Arcón, que luchaba contra Zakar. Tras hacer aparecer su espada y su escudo gracias a sus poderes, se acercó ellos.

—¿Zakar?

El sumerio lo miró por encima de Arcón y se apartó para dejar que Estigio se enfrentara al dios atlante.

Arcón se echó a reír.

—Por favor. ¿Crees que unos poderes prestados me asustan, muchacho? Me he limpiado el culo con criaturas mejores que tú, con guerreros mejores que tú.

—No te voy a discutir lo de las criaturas, pero harías bien en recordar que nunca ha nacido un guerrero mejor que yo, Arcón. Por eso ayudaste a Apolo y a Leto a hacer trampas para matar a Aricles. Sabías que estaba en deuda con Apolimia por su favor y que al final vendría a por ti.

Arcón resopló y le lanzó un hachazo al escudo. Estigio intentó golpearle en las piernas con la espada. El dios atlante se apartó de un salto al tiempo que él se giraba y le lanzaba una estocada desde abajo que le hizo un corte en el brazo.

Arcón gritó de dolor.

Estigio obligó a retroceder a Arcón, a quien le costaba la misma vida bloquear sus golpes. De hecho, el miedo iluminó los ojos del dios cuando se dio cuenta de que no iba a ganar ese asalto.

—Vamos —lo retó Arcón—, devuélveme al ypnsi. Me liberaré de nuevo. Y cuando lo haga, pienso volver a por vosotros tres. No podéis hacer nada para detenerme. Volveré.

—No —lo corrigió él—. No volverás. —Amagó hacia la derecha y cuando Arcón intentó defenderse, lo atacó con una estocada perfecta que le cortó la cabeza de un tajo.

Los presentes se quedaron paralizados al darse cuenta de lo que había hecho. Al darse cuenta de lo que era en realidad.

Un ctónico capaz de matar a los dioses. Solo los ctónicos tenían el poder de destruir a un dios y de devolver su poder a la Fuente sin destruir el universo. Y aunque matar a un dios los debilitaba, seguían siendo los tíos más duros del universo. Solo morían a mano de la Fuente, de alguno de sus siervos, de otro ctónico o por el efecto de determinados sueros.

En ese momento, los atlantes hicieron lo mismo que en Halicarnaso cuando se percataron de que era imposible derrotar a Estigio: soltaron las armas al instante y se arrodillaron.

Salvo Bethany y Leto, que seguían luchando. El ansia de venganza que refulgía en los ojos de su mujer era acojonante.

—¿No deberíamos separarla? —le preguntó Urian cuando se puso a su lado.

Antes de que pudiera contestar, Set intervino y cogió a Leto de tal manera que cortó el riego sanguíneo a su cerebro. En cuanto perdió el conocimiento, Set se la echó al hombro.

—Aunque respeto tu necesidad de darle una paliza, hija mía, yo tengo una cuenta pendiente con ella mucho más larga. Y no sólo por lo que te hizo a ti, sino también por lo que le hizo a tu hermano. —Se inclinó para darle un beso en la mejilla a Bethany—. Volveré pronto y no temas… aunque nunca le haría daño a una dama, esta zorra no entra en esa categoría. —Se detuvo para mirar a Zakar, que esbozó una sonrisa maliciosa por la anticipación.

En un abrir y cerrar de ojos, los tres desaparecieron.

—¿Hermano? —susurró Bethany desconcertada mientras se volvía hacia Estigio—. ¿Qué hermano?

Él señaló a Seth, que se encontraba alejado de ellos.

—Seth nació mucho después de que Apolimia te sumiera en el ypnsi en Katoteros.

Bethany se acercó a Seth mientras él se arrodillaba junto a Aquerón. Era una estatua de piedra de los pies a la cabeza. Miró a Urian con el ceño fruncido.

—¿Qué lo ha provocado?

Aima —contestó Dikastis, que se arrodilló junto a él.

Estigio hizo ademán de matar al dios, pero Urian se lo impidió.

—Está de nuestra parte.

—¿Seguro?

—Ha apuñalado a aquel. —Señaló a Teros—. Y me ha salvado el culo.

Maahes se reunió con Seth y con Bethany mientras Maat se colocaba junto a Estigio. La diosa le colocó una mano en el hombro para reconfortarlo.

—Aquerón se pondrá bien. En cuanto Simi traiga el antídoto, despertará.

Estigio quería creerlo.

—¿Estás segura?

La diosa asintió con la cabeza.

—De lo contrario, Apolimia no estaría tan tranquila.

Y estaba muy tranquila… tanto que daba miedo. Incluso cuando Simi regresó con tres hojas del Árbol de la Vida que solo crecía en el templo que la Destructora tenía en Kalosis. Apolimia se mantuvo muy quieta y callada.

—¿Qué hago con esto? —le preguntó Estigio a Simi.

—Estrújalas hasta que brote su savia —dijo Apolimia—. Después vierte nueve gotas en los labios de Apóstolos.

Estigio titubeó.

—¿Y si me equivoco y le pongo diez gotas?

—Mejor no averiguarlo.

Lo tendría en cuenta.

Bethany regresó junto a él mientras contaba las gotas.

En cuanto la novena gota tocó los labios de Aquerón, su cuerpo fue recuperando poco a poco el color. Su hermano gimió y abrió los ojos antes de hacer una mueca.

—La próxima vez, que alguien le ponga sabor a menta. Es la cosa más asquerosa del mundo.

Estigio resopló.

—No te estarás quejando de que te haya devuelto a la vida, ¿verdad?

—Sí y no. Pruébalo y verás como tú también protestas.

Resopló de nuevo y le ofreció la mano a su hermano. Aquerón la aceptó y dejó que lo ayudara a ponerse en pie.

Se miraron un buen rato. Se habían unido por primera vez desde que Estes se llevó a Aquerón a la Atlántida. Hermanos, para siempre.

Pese a su mutua imbecilidad.

Aquerón lo abrazó con fuerza antes de apartarse para dejarlo con Bethany.

Aunque no acababa de asimilar lo que parecía un sueño retorcido, Estigio se volvió hacia ella y la abrazó. Apoyó la cabeza en la suya e inspiró hondo mientras su aroma y su calidez lo inundaban como ninguna otra cosa. Aunque había descubierto lo que significaba sentirse completo de nuevo, nada podía compararse con lo que experimentaba siendo parte del todo que conformaban Bethany y él.

—Te dije que volvería a por ti, diosa mía. Que nada me detendría.

—Sí, pero ¿tenías que tardar tanto? Por favor…

Se echó a reír pese al dolor que su pulla le había provocado y la abrazó con más fuerza todavía.

—Me temo que vas a tener que aprender a vivir conmigo. Jamás volveré a dejarte marchar. Considérame una extensión de tu cuerpo muy crecidita.

Bethany esbozó una sonrisa temblorosa mientras lo miraba con los ojos llenos de lágrimas.

—Me alegro muchísimo de haberte recuperado. Ojalá nuestro hijo también estuviera aquí.

—Lo sé, cariño —musitó.

—Esto… ahora que lo mencionáis…

Estigio levantó la cabeza al escuchar el nerviosismo en la voz de Apolimia. La diosa parecía haber recuperado el habla. El miedo reemplazó a la felicidad al pensar en el motivo de dicho nerviosismo.

—¿Qué pasa?

—¿Recuerdas la promesa que te hice, Estigio?

Que lo arreglaría todo si sobrevivía.

—Sí…

—No maté a vuestro hijo. Quería hacerlo. Con desesperación. Pero cuando miré a ese niñito perfecto, vi a Apóstolos y fui incapaz de hacerle daño.

Bethany jadeó.

—¿Está vivo? ¿Dónde está?

Apolimia miró a Urian, que a su vez se volvió para ver quién se encontraba detrás de él.

Estigio se quedó boquiabierto al comprender lo que le estaba diciendo.

—¿Urian es Galen? —preguntó.

Sin embargo, una parte de él lo supo el mismo día que se conocieron. Había experimentado cierta conexión, cierto cariño. Por fin tenía sentido.

Urian meneó la cabeza.

—Es imposible. Nací antes de que ellos murieran.

—No, no es verdad. —Apolimia esbozó una sonrisa triste—. Strykerio te lo contó porque no quería que supieras que tu hermano y tú fuisteis los primeros apolitas que nacieron ya con la maldición. Y eso fue culpa mía. Escogí a la mujer de Strykerio a propósito porque me parecía una venganza perfecta que Apolo cuidara al hijo de Estigio después de todo lo que le había hecho… en ambas vidas. No tenía ni idea de que Apolo os maldeciría a todos por la muerte de una mujer a la que no soportaba. Al igual que en el caso de Apóstolos y de Estigio, tu sangre se mezcló con la del verdadero hijo de Strykerio, y eso hace que también tengas algo de él. Tú, niño, eres el único ser vivo que tiene parte humana, parte atlante y parte apolita… y llevas en tus venas la sangre de tres panteones y de tres dioses.

Urian no daba crédito a lo que escuchaba.

—¿Lo sabe Stryker?

Apolimia asintió con la cabeza.

—Se lo conté hace mucho, después de que crecieras y él comenzara a preguntarse por las habilidades tan desarrolladas que demostrabas. Le dije que eras un ser muy especial, pero no le confesé la identidad de tus verdaderos padres. Tu linaje único es el motivo de que no te afectaran las almas malvadas de las que te alimentabas en otro tiempo. Por eso podías aguantar más sin alimentarte y por eso tu sangre podía alimentar a Phoebe mientras vivía. También es el motivo de que Strykerio te rebanara el cuello en vez de atravesarte el corazón. A diferencia de otros daimons, no habrías muerto de una herida en el corazón. Solo la pérdida de sangre podía matarte.

Urian miró a Aquerón.

—¿Lo sabías?

—Sabía que era raro que Stryker te hubiera cortado el cuello en vez de apuñalarte, pero el resto, no. No tenía ni idea de que eras mi sobrino. Mi madre —dijo, tras lo cual hizo una pausa para mirarla con cara de pocos amigos— jamás me ha comentado nada.

Urian frunció el ceño.

—Joder, menudo cacao tengo ahora mismo. ¿Mi mejor amigo es mi padre? El hombre al que idolatraba de niño… cuyo emblema llevo tatuado en el brazo… Y que es más joven que yo. Joder, no creo que pueda asimilarlo todo. Que alguien me borre la mente, ¡por favor! ¿Dónde está el dragón ese del Santuario? Simi, ve a por Max. Lo necesito.

Bethany se acercó despacio a él, mordiéndose el labio inferior. El corazón le latía descontrolado mientras buscaba confirmación física de lo que acababa de decir Apolimia. Aunque era más rubio que Estigio, su pelo tenía el mismo tono que el de Aara. No era tan alto como su padre, pero sí lucía la misma expresión que ponía Estigio cada vez que estaba enfadado o confundido. Le colocó una mano en la mejilla y lo miró fijamente.

—Veo a tu padre en ti. Mi niño es precioso. Como siempre supe que sería. —Lo abrazó con fuerza, abrumada por un millar de emociones. De entre todas ellas sólo distinguía la alegría que le inundaba el corazón por tenerlo con ellos. Por el hecho de que Apolimia por fin mostrara hacia ellos compasión y bondad—. Detesto no haberte visto crecer, pero te quiero mucho… Urian.

Pese a todo lo que había dicho Urian, la abrazó como si lo hubiera criado. Estigio los abrazó a ambos como había ansiado hacer durante siglos. No podía creer que fuera verdad. Que estuvieran con él.

Una parte de él estaba cabreadísima con Apolimia por no haberle hablado de Urian años atrás. Pero en ese preciso momento se alegraba tanto y estaba tan agradecido que no quería malgastar un solo instante en lamentaciones por un pasado que no se podía cambiar. Joder, ya había pasado muchos siglos lamentándose. En ese instante solo quería olvidarse de todo lo sucedido y concentrarse en el futuro, que por fin le ofrecía esperanza y amor.

Y una familia.

Las únicas cosas que siempre le habían importado.

Sí, la vida era dura para todo el mundo, pero era todavía más dura cuando se luchaba solo. Y aunque en esos momentos era poderoso, también era muchísimo más fuerte con el apoyo de su hermano y con la compañía de su esposa y de su hijo.