23 de diciembre de 2012

Savitar se detuvo para observar a Estigio, que estaba sobre una duna, recortado contra el sol. Se había quitado la túnica y solo llevaba unos pantalones anchos y unas botas para jugar al disco con su perro. Estigio reía una y otra vez mientras le tiraba el disco al animal y esperaba a que lo cogiera en el aire y se lo devolviera.

Era la primera vez que lo veía tan a gusto. Tan relajado. Era la primera vez que veía al príncipe jugar.

Y riendo.

Porque a quien estaba observando no era al feroz comandante militar que había aterrorizado a un panteón divino y a una nación, ni al príncipe encorsetado que guardaba la compostura en todo momento. El que tenía delante era el muchacho que jamás había tenido la oportunidad de vivir. El muchacho al que le habían arrebatado la juventud y al que le habían negado una vida mortal normal.

Tras observar la madurez, la responsabilidad y el dolor con el que cargaban tanto Estigio como Aquerón, era fácil olvidarse de lo jóvenes que habían sido cuando murieron. Pero en ese momento estaba claro.

Y la injusticia lo quemaba por dentro.

«No tengo derecho a pedirle este favor», pensó.

Ninguno de ellos lo tenía. El remordimiento lo carcomía mientras pensaba en la infancia y en la vida que Estigio habría tenido si ellos no hubieran intervenido. Podría haber sido ese príncipe adorado, querido y mimado que todo el mundo pensaba que era.

Y después habría sido un orgulloso guardián ctónico…

Para salvar y proteger a Aquerón, todos le habían hecho daño a Estigio. Atenea lo había dejado claro durante su nacimiento. Cuando Apolimia vinculó sus vidas, ordenó que Estigio recibiera todo el mal que sufriera Aquerón. Sólo que multiplicado. Sabía que debería marcharse y dejarlo tranquilo. Estigio sólo quería estar solo y se había ganado el derecho a estarlo.

Pero no podía hacerlo. Aquerón era demasiado importante para el mundo.

Sobre todo, era demasiado importante para él.

Savitar esperó hasta que Estigio llenó un cuenco con agua para el perro antes de aparecerse a su lado.

En un abrir y cerrar de ojos Estigio estaba armado con un puñal en una mano y un revólver en la otra. Ambos apuntándolo a la cabeza.

—Impresionante —dijo Savitar, que ni siquiera sabía que Estigio iba armado.

Ya no había ni rastro del muchacho que había estado jugando con su perro minutos antes. Tenía delante al estricto general que había liderado un ejército, que había luchado contra los dioses y contra los guerreros mejor entrenados, demostrando una fuerza y una astucia tales que sus enemigos se habían visto obligados a recurrir a engaños y trampas para derrotarlo.

Estigio lo fulminó con la mirada.

—¿Qué quieres?

—Que apuntes a otro sitio.

Estigio le apuntó a la entrepierna.

—Genial.

Estigio rio entre dientes mientras guardaba el revólver en la funda que llevaba a la espalda y se envainaba el puñal en la muñeca.

—No sé a qué has venido, pero no tiene nada que ver conmigo.

—Algunos de los dioses atlantes han regresado.

—Te repito que no tiene nada que ver conmigo.

—Quieren vengarse.

Estigio se inclinó para sacar una cantimplora de agua de debajo de la túnica.

—¿Y?

—De Aquerón.

Estigio bebió un sorbo, tras lo cual tapó la cantimplora.

—No tiene nada que ver conmigo.

—¿Y ya está? ¿Vas a dejar morir a tu hermano? Porque morirá… es imposible que sobreviva a esta amenaza.

Estigio tragó para aliviar el dolor que lo abrumaba.

—¿Estás sordo o qué? Porque bien saben los dioses que él lo ha repetido hasta la saciedad: no tengo ningún hermano.

—El mundo que conoces desaparecerá.

Estigio soltó una amarga carcajada.

—El mundo que conocí desapareció cuando mataron a mi mujer. Y cualquier cosa mínimamente relacionada con la vida que conocí desapareció durante los once mil años de mi solitario cautiverio. No sé nada de este mundo y sus guerras me la sudan. Paso —repitió mientras caminaba hacia su caballo y su camello.

—Tory está embarazada otra vez.

Estigio se quedó helado, conmocionado por sus palabras.

—Me alegro por ella. Y por Aquerón.

—¿Vas a condenar a una mujer inocente y a sus dos hijos a vivir sin su marido y sin su padre?

—¡Eso es injusto! —masculló, fulminando con la mirada al ctónico al que deseaba acribillar a balazos.

—La vida, como la guerra, es injusta. Es como es. ¿No fue eso lo que te enseñó Galen?

Estigio se estremeció por el recordatorio de todo lo que había perdido… por culpa de su hermano y de los dioses a los que había odiado desde el mismo día de su nacimiento.

—Flaco favor te haces recordándome lo traicioneros que son los dioses, ctónico.

—Muy bien. Sigue en tu desierto. Por lo menos te quedará el consuelo de saber que tanto la viuda como los hijos huérfanos de Aquerón simpatizarán con tu dolor.

Estigio se volvió hecho una furia y le arrojó la cantimplora.

Savitar la esquivó. De haberle dado, le habría hecho daño.

—¡Os odio a todos! —masculló Estigio con voz ronca. Una voz que era ronca por culpa de Aquerón y de los dioses que se negaban a dejarlo tranquilo.

A la mierda con todo…

No, se corrigió. A la mierda con todos.

Nadie se había compadecido de él. Se limitaban a arrojarlo a un lado y a olvidarlo como si fuera basura.

Hasta que lo necesitaban.

Lo único que había deseado en la vida era una familia. Una persona que lo tratara como si le importara. Pero sólo había conseguido sufrir una decepción tras otra.

Lo habían abofeteado y apuñalado en el corazón.

Todos ellos. Había tardado siglos en asimilar el hecho de que nadie lo querría jamás.

«¿Y qué más da, joder?», se preguntó.

No tenía vida. Nunca la había tenido.

No tenía mujer, ni un hijo.

Mucho menos dos hijos.

«Hazlo, a ver si así te mueres ya», se dijo. Nadie lloraría su muerte.

Enfadado, herido y angustiado por un hecho que jamás podría cambiar, se puso la túnica y después cogió la mochila del suelo. Con la respiración alterada, miró furioso a Savitar.

—¿Puedes encargarte de que alguien que lo necesite reciba mis animales y mis cosas? ¿Y de que el nuevo dueño no se coma a mi perro?

Savitar se quedó alucinado.

—¿Accedes?

Estigio desvió la mirada. Estaba tan abrumado por las emociones que no sabía muy bien cómo se sentía. Además de estar como siempre, solo y herido.

Claro que eso no era nada nuevo.

Enfrentó la mirada de los ojos lavanda de Savitar.

—Nunca he sido el cabrón por el que todos me habéis tomado. Sabías muy bien que no podía dejarlo morir. De lo contrario, no habrías venido.

—Gracias, Estigio.

—¿Por qué?

—Por ser el hombre que sabía que eras.

—Vete a la puta mierda, Savitar. Llévame donde tengas que llevarme y deja las gilipolleces sentimentales antes de que me líe a hostias contigo.

Tory ansiaba darle de leches a su marido.

—Lo que daría por tener los poderes divinos necesarios para estrangularte con ellos. No puedes hacer esto.

—Sota…

El repentino destello que se produjo en un rincón hizo que guardara silencio.

Tory contuvo el aliento al instante en cuanto aparecieron Savitar y Estigio. Se encontraban en la isla de Savitar, donde este los había llevado hasta que se resolviera la amenaza más inminente. Alexion y Danger estaban en la parte trasera de la casa, atendiendo a Sebastos mientras ella intentaba conseguir que su testarudo marido entrara en razón.

Se quedó boquiabierta al ver a Estigio. Lo había visto muy brevemente cuando la salvó de Satara y en aquel entonces era idéntico a Aquerón.

En ese momento…

Llevaba un atuendo negro de estilo tuareg y parecía sacado de una de las entregas de La momia. El sol le había aclarado muchísimo el pelo ondulado y tenía la piel muy morena. Aunque Aquerón nunca había estado pálido, parecía estarlo en comparación con su gemelo. Al llevar los ojos pintados con kohl, el azul resaltaba todavía más y se asemejaba al tono del Egeo. Llevaba el torso desnudo bajo la túnica, de forma que quedaban a la vista unas horribles cicatrices, prueba fehaciente del brutal pasado al que había sobrevivido. Verlas hizo que se le encogiera el corazón.

Ash gruñó por la inesperada aparición.

—Esto no tiene nada que ver con él.

Savitar resopló.

—¡Por todos los dioses! No sé por qué os pasáis la vida peleándoos. Sois igualitos, y no sólo físicamente. ¿Sabéis a qué conclusión he llegado? Los dos sois unos imbéciles que no os soportáis a vosotros mismos, de ahí que no queráis ni veros.

Tory soltó una carcajada al ver que ambos lo miraban con la misma expresión socarrona.

Hasta que la miraron a ella.

Y se rio todavía más.

—Son dos sujetalibros idénticos con movimiento, ¿verdad?

Un tic nervioso apareció en el mentón de Aquerón.

—No tiene gracia, Sota.

—Que lo decida Savitar.

Estigio clavó la mirada en su abultado vientre. El sufrimiento y el dolor que aparecieron en sus ojos le provocaron una opresión en el pecho. Ver esa agonía en un rostro idéntico al del hombre que lo era todo para ella…

Ansiaba consolarlo, pero no se le ocurriría intentarlo. Ni su marido ni Estigio reaccionarían bien.

Estigio parpadeó, haciendo que la expresión desapareciera de sus ojos, y miró a Aquerón.

—Ya vale de estupideces. Dime qué tengo que hacer.

—Irte a casa.

—Vale. —Estigio se encogió de hombros—. Será un placer consolar a tu mujer y criar a tus hijos en tu ausencia. Estoy seguro de que Soteria se olvidará de ti en cuanto pase una noche en mi cama.

Ash soltó un aullido rabioso y lo atacó. Lo tiró y comenzó a golpearle la cabeza contra el suelo. Estigio rodó, le asestó un puñetazo y lo alejó de una patada.

—¡Ya basta! —bramó Savitar al tiempo que se interponía entre ambos cuando vio que Aquerón iba a por más. Miró a Tory con expresión irritada, casi paternal—. ¿Te parece normal?

—No. ¿Siempre lo hacen?

—¡Sí! —respondieron los tres a la vez.

Estigio soltó un taco porque empezó a sangrarle la nariz. Tras sacarse un pañuelo blanco del bolsillo, se lo llevó a la nariz para tratar de cortar la hemorragia.

—Echa la cabeza hacia atrás —le aconsejó Tory.

Estigio suspiró.

—Es mejor hacia delante.

—¿Estás seguro?

—Sufro hemorragias nasales desde que era pequeño.

Y había arruinado varios peplos de su hermana. Algo que Ryssa le había echado en cara a lo largo de toda su vida. Tory se compadecía tanto de él que estaba al borde de las lágrimas.

—¿Necesitas algo? —le preguntó.

—¿Dónde está el baño?

Tory señaló una puerta situada en el pasillo, justo al lado del salón.

—Disculpadme —dijo Estigio, que salió para limpiarse.

En cuanto desapareció, Tory fue tras su marido.

—¿Qué es lo que te pasa?

Ash miraba furioso la puerta por la que se había marchado su hermano.

—Siempre sabe qué decir para cabrearme.

Tory cruzó los brazos por delante del pecho.

—Mi padre repetía mucho un antiguo refrán: «La hoja más afilada corta por ambos lados».

—¿Lo estás defendiendo?

—No, cariño. Nunca defendería a nadie por encima de ti. Te quiero con toda mi alma. Pero te conozco mejor que nadie y sé lo que tratas de hacer. Te estás castigando. Siempre que te sientes culpable, atacas. Y si te vas y mueres, no será ni un castigo para ti ni ayudarás a que Estigio se salve. Será un castigo para mí, para Bas y para él. —Lo cogió de la mano y se la llevó a la barriga para que sintiera cómo su hijo se movía en su interior—. ¿De verdad es lo que quieres?

Ash desvió la mirada al ver que Estigio regresaba. La expresión atormentada que lucían los ojos de su hermano mientras contemplaba cómo tocaba el vientre de su mujer le atravesó el corazón.

Después, Estigio lo miró a los ojos.

—Hace mucho tiempo, mi instructor me dijo que solo existe un motivo para ir a la guerra: proteger a tus seres queridos. Pero la vida me ha enseñado que a veces no hay que marcharse para protegerlos. A veces hay que quedarse con ellos si es lo que necesitan. Aquerón, morir no es un acto de valentía. Vivir y luchar, sí.

—Como lo es perdonar. —Ash se separó de Tory para acercarse a Estigio, a quien le tendió una mano—. ¿Hermanos?

Estigio titubeó. Después negó con la cabeza muy despacio.

—No voy a permitir que me hagas esto.

—¿El qué?

—Enviarme a que muera por ti con remordimientos. ¿Cómo te atreves? Ni se te ocurra tratar de ser mi hermano ahora cuando ya no importa. Necesitaba a mi hermano hace once mil años. Supliqué que fueras mi hermano en 2007 y también lo hice en 2008, pero me diste la espalda sin más. Siempre me la has dado. No puedo perdonarte. Ya no. —Estigio guardó silencio y después soltó una carcajada—. Tienes razón. Soy un cabrón egoísta. Siempre lo he sido porque no le he importado una mierda a nadie, así que sólo me tenía a mí mismo.

Aquerón se estremeció.

—Me has leído el pensamiento. Se me había olvidado que podías hacerlo.

—Se te han olvidado muchas cosas que a mí también me gustaría olvidar. —Miró a Savitar—. ¿Qué tengo que hacer?

—Debo llevarte con Apolimia para que puedas hacerte pasar por Aquerón de forma convincente.

Sus palabras lo dejaron tan rígido que apenas podía respirar. Al cabo de un minuto, soltó el aire con amargura.

—Por supuesto. Porque mi vida necesita un poco más de sufrimiento. —En su mentón apareció un tic nervioso justo antes de que mirara de nuevo a su hermano—. Y sí, Aquerón, sé muy bien lo que darías porque tu madre te abrazara. Lo mismo que habría dado yo porque la mía lo hiciera. En cambio, me apuñaló en el corazón por haberte parido. —Se ajustó la túnica en torno al cuerpo—. Llévame con ella. Acabemos con esto antes de que cambie de opinión.

—Estigio…

Silenció a Aquerón levantando una mano.

—Como me des las gracias, te juro por todos los dioses que te dejo sin dientes de un puñetazo, y me da igual lo que me duela después.

Savitar usó sus poderes para llevárselo.

Tory le acarició la espalda a Ash.

—¿Estás bien, cariño?

—Pues no, la verdad. Ahora mismo me odio porque estoy recordando cosas que había olvidado a propósito. Cosas que no debería haber olvidado jamás.

—¿Como qué?

Tory vio que se le llenaban los ojos de lágrimas.

—Todas las veces que Estigio me protegió cuando éramos pequeños. Una vez estábamos jugando y mientras corríamos tiré sin querer el busto del abuelo de Estigio. Cuando su padre apareció hecho una furia, Estigio me escondió debajo de una mesa y le dijo que había sido él. Lo azotaron por ser descuidado e irreflexivo. Después de que lo mandaran a la cama sin cenar, me colé en su dormitorio para ver cómo estaba. Los moratones lo cubrían desde la cintura hasta las corvas. Tenía unos verdugones espantosos porque lo habían golpeado con una vara. Le pregunté por qué no le había dicho la verdad a su padre. ¿Sabes lo que me dijo?

Tory negó con la cabeza.

—Que eso era lo que hacían los hermanos mayores.

Tory tiró de él para abrazarlo mientras Ash lloraba en silencio.

—Tranquilo, cariño, no pasa nada.

—Sí que pasa, Sota. Me he portado muy mal con él y no sé cómo compensárselo. ¿Cómo voy a dejar que haga esto por mí?

—No lo sé. La verdad, soy demasiado egoísta para aconsejarte algo. No quiero que Estigio sufra. Pero no puedo vivir sin ti. Así que voto por sacrificarlo para salvar tu vida.

—Sí, pero ahora yo soy el hermano mayor…

Estigio se detuvo en la puerta del jardín al ver a Apolimia sentada en un banco de piedra situado frente a un estanque oscuro. De repente, se le erizó el vello de la nuca al recordar un antiguo dicho de Dídimos: «Un hombre silencioso es un hombre pensativo. Una mujer silenciosa es una mujer furiosa».

Y él sabía que las mujeres tenían la fea costumbre de apuñalarlo si se despistaba.

Sin embargo, esa no necesitaba puñal alguno para atravesarle el corazón. Por no mencionar que Apolimia jamás se había compadecido de él. Su último encuentro fue muy breve y contaban con una audiencia que no les quitaba los ojos de encima. Además, no se atrevía a mirarla fijamente por temor a reaccionar de alguna manera que lo hiciera responsable de la muerte de Urian.

Esa era la primera vez que miraba atentamente a la mujer que había matado a su esposa y a su hijo.

A la mujer que se lo había arrebatado todo.

Para salvar a su propio hijo.

Sólo por eso debería odiarla, pero ¿cómo iba a hacerlo si él habría entregado su alma con tal de tener una madre que lo mirara con otra cosa que no fuera un odio inmenso? Pensara lo que pensase Aquerón, el amor incondicional e irracional que le profesaba su madre era lo único que le había envidiado.

Ese y el de Ryssa.

Estigio tragó saliva porque la antigua herida se abrió y lo abrumó el dolor. Las últimas palabras de Ryssa habían sido tan crueles y vengativas… en más de un sentido. Había hecho todo lo posible para ganarse el amor de su hermana, pero sus celos injustificados y su amor por Aquerón le habían impedido verlo como otra cosa que no fuera un egoísta inútil y mimado. Un incordio insoportable. Mientras él había hecho todo lo que estaba en su mano para proteger a Aquerón, Ryssa lo culpaba de cosas que escapaban a su control.

De cosas que él no había hecho.

Pero era mejor no pensar en eso. El pasado había quedado muy atrás.

Literalmente.

Ahora había que concentrarse en el presente. Aquerón lo necesitaba… otra vez.

«¿Qué coño? De todas formas no tengo nada por lo que vivir», se dijo.

A Wasima y Jabar les daría exactamente igual quién los alimentara. A Skylos, lo mismo.

Respiró hondo mientras observaba a la diosa cuyo desprecio por él superaba al de su madre y al de su hermana.

Su cuerpo perfecto estaba cubierto por una vaporosa túnica negra, que resaltaba el tono platino de su pelo. Aunque pareciera irónico, la diosa atlante del sufrimiento y de la destrucción debía de ser la mujer más hermosa que hubiera existido jamás.

El borboteo del agua resultaba relajante pese al hecho de estar en el infierno atlante. Semejante soledad lo golpeó con fuerza, ya que lo hizo recordar su propio aislamiento, ese horror que hacía todo lo posible por olvidar. No había nada peor que vivir en un estrecho agujero con la única compañía de una cara idéntica a la de uno mismo. Una cara que solo reflejaba el mismo odio que moraba en su interior.

Pero a diferencia de él, Apolimia no estaba sola en su prisión.

Su mirada se posó en los dos carontes que flanqueaban a la diosa. Aunque no hablaban, al menos eran una forma de vida. Además, Apolimia contaba con un ejército de daimons que la servían y le hacían compañía.

Se estremeció al pensar en los siglos que había pasado pidiendo ayuda a gritos, pidiendo clemencia, pidiendo que alguien le hablara para poder escuchar otra voz. Ni siquiera pedía que le hablaran a él. Solo que hablaran.

Once mil años de soledad eran muy duros.

Once mil años de completa soledad.

—Después de todo no eres un cobarde.

Miró a Apolimia con los ojos entrecerrados mientras el odio que sentía por ella crecía en su interior, ahogando el dolor.

—He sido muchas cosas en la vida, pero un cobarde, jamás.

La diosa se levantó despacio y con una gran elegancia. La misma que él trataba de emular. Mientras se volvía para mirarlo, sus ojos pasaron de un turbulento color plateado a un rojo intenso… otro rasgo que su hijo había heredado de ella.

—No me engañas, perro. Te conozco perfectamente.

Estigio contuvo una carcajada amarga, pero lo hizo movido por la costumbre. En su época humana, semejante reacción habría hecho que su padre lo estampara contra la pared. Pero en ese momento, Apolimia no podía matarlo.

Solo Aquerón podía hacerlo, y el muy cabrón nunca le había mostrado clemencia.

—Me resulta difícil de creer. —Los únicos que habían llegado a conocerlo en la vida habían sido Bethany y Galen. Pero a esas alturas ya lo tenía asumido. Hacía mucho que se había acostumbrado a que lo prejuzgaran y lo despreciaran.

En un abrir y cerrar de ojos Apolimia desapareció y reapareció a su lado. Lo mismo que solía hacer Apolo. Le enterró los dedos en el pelo y le dio un doloroso tirón.

—Si no fuera por mi hijo, te arrancaría el corazón ahora mismo.

Estigio no reaccionó al dolor, ni siquiera se estremeció.

—Si no fuera por mi hermano, te sacaría las tripas.

Apolimia se rio de su amenaza y le tiró del pelo con más fuerza.

—Sólo eres una copia barata de mi Apóstolos. Una sombra del hombre en el que se ha convertido. Es imposible que te confundan con él. ¿Cómo van a hacerlo?

Le resultó extraño escuchar sus mismos pensamientos pronunciados por otra persona. Apolimia bien podría ser su padre diciéndole que jamás sería lo bastante bueno para gobernar. Que debería haberlo ahogado nada más nacer.

O que debería haberle aplastado la cabeza.

Al ver que no replicaba, Apolimia siseó y le enseñó los colmillos.

—Te odio.

Estigio rio entre dientes.

—El sentimiento es mutuo.

La diosa le dio tal tirón de pelo que no se habría sorprendido si le hubiera arrancado un mechón. Con los ojos rojos una vez más, lo acercó a ella y le clavó los colmillos en el cuello.

El dolor fue tan repentino y brutal que Estigio jadeó. Sin embargo, Apolimia se regodeó provocándoselo. De la misma manera que lo había hecho Apolo.

«¡Por todos los dioses! Arráncame el corazón», pensó. De esa forma a lo mejor disfrutaba de unos minutos de paz.

Sin embargo, a medida que Apolimia bebía su sangre, la brusquedad con la que lo aferraba disminuyó al igual que lo hizo el dolor. Al cabo de unos segundos, tuvo la impresión de que le ofrecía un abrazo maternal. Sin embargo, carecía de la experiencia necesaria para identificarlo como tal. Pocas personas en su vida lo habían abrazado.

Y mucho menos su madre.

Apolimia se apartó y lo miró con el ceño fruncido. Tenía los labios manchados por su sangre. Para su más completo asombro, le cerró la herida del cuello con una caricia.

—No tenía ni idea —dijo la diosa con un hilo de voz.

Estigio se zafó de su abrazo. No quería ni necesitaba la amabilidad ni la lástima de nadie, mucho menos la suya.

—Sí, bueno, todos tenemos mierdas con las que lidiar, ¿verdad?

Apolimia extendió los brazos hacia él, pero Estigio retrocedió. Ya no era un niño que suplicara un gesto amable. Había aprendido desde que era un bebé que estaba solo en el mundo. Y la verdad era que lo prefería así.

—¿Ya está? —quiso saber.

Apolimia asintió con la cabeza.

Bien, ya podía trasladarse a su siguiente prisión y ponerse manos a la obra… o morir. Esa sería la mejor opción. Tras limpiarse la sangre del cuello con una mano, se dio media vuelta para marcharse.

—¿Estigio?

Se detuvo, pero sin hablar. Era la primera vez que la diosa se dirigía a él por su nombre y no con un insulto.

—Gracias por hacer esto por Apóstolos —susurró con la voz ronca por la emoción—. Y aunque no sirva de mucho, siento todo lo que has sufrido por mi culpa.

Que lo sentía… Puso cara de asco al escucharla.

Esa vez sí soltó un resoplido desdeñoso.

—Todos nos arrepentimos de algo. —La miró con un odio abrasador—. Pero hay ciertas cosas que no se solucionan pidiendo perdón.

—¡Espera!

Aunque no era su intención, Estigio se detuvo.

Antes de que pudiera decir algo, Apolimia apareció tras él. Tras colocarle una mano en la frente, lo instó a apoyar la cabeza en uno de sus hombros con ternura y le clavó los colmillos en la yugular.

Estigio jadeó porque de repente todo comenzó a darle vueltas. No por el dolor, sino por la increíble descarga de poder. A su alrededor todo era más nítido, más definido. Aunque siempre había escuchado voces, en ese momento las escuchaba mejor.

Con más claridad.

Jadeante y débil, apenas podía respirar mientras la diosa apartaba los brazos de su cuello y lo abrazaba.

—¿Qué me has hecho? —quiso saber.

Apolimia le acarició el pelo, como si fuera el hijo que amaba.

—Te he dado mis poderes. Sólo es temporal. Pero no quiero que te hagan daño.

—No lo entiendo.

Lo besó en la mejilla mientras lo estrechaba entre sus brazos.

—Has accedido a hacer esto sin saber siquiera lo que te están pidiendo. Sólo sabías que tu hermano iba a morir si te negabas. Que mis nietos se quedarían sin padre. —Se le quebró la voz por los sollozos—. Estigio, vuelve. Si sobrevives, te prometo que tendrás lo que más anhelas.

—No te creo.

Sintió las ardientes lágrimas de Apolimia en la piel mientras la diosa seguía abrazándolo.

—Lo sé, cielo. Pero soy una diosa atlante. Debo cumplir mis promesas o morir. Eso sí puedes creerlo.

Todavía mareado, Estigio temía moverse. Se sentía muy raro. Débil y muy fuerte al mismo tiempo.

—Debes saber que ha sido Apolo quien ha empezado todo esto al despertar al panteón atlante con la sangre de su madre. Su intención es matar a Apóstolos, poner en su sitio a todo el panteón atlante y después ir a por ti. En un principio te marqué lo justo para que él se fijara en ti y dejara en paz a mi hijo. Pero ahora eres idéntico a mi hijo. Tienes los mismos poderes que él. Apolo jamás notará la diferencia a menos que tú se lo digas. Nadie lo notará. —Con una mirada triste y atormentada, le acarició una mejilla—. Reconozco tu coraje y tu gran corazón, m’gios. Y jamás lo olvidaré.

—¿Está listo?

Estigio se volvió, ya que no sabía muy bien qué decirle a Apolimia, y vio que Savitar se acercaba a ellos.

El ctónico retrocedió nada más verlo.

—Es espeluznante.

—¿El qué?

Savitar hizo aparecer un espejo con sus poderes y se lo ofreció para que viera que tenía el pelo negro y ondulado, hasta los hombros, y los turbulentos ojos plateados de su hermano. Sí, era espeluznante. La diosa también le había cambiado la ropa. Llevaba vaqueros, una camiseta de manga corta y un abrigo largo de cuero, todo de color negro. Iba vestido exactamente igual que Aquerón, que seguía en casa de Savitar. Con razón Apolimia lo había tratado con tanta dulzura. Así era igualito que Aquerón. Seguro que eso había despertado su instinto maternal.

—Recuerda que sólo es temporal —le repitió Apolimia—. Cuanto más uses mi poder, antes te identificarán. Así que, por favor, resérvalo para cuando realmente lo necesites.

Estigio inclinó la cabeza y después le dijo a Savitar:

—¿Adónde vamos?

—A Katoteros.

—¡Esperad!

Estigio enarcó una ceja al escuchar el grito de Urian, que llegó corriendo seguido por un hombre rubio.

Savitar masculló:

—No tenemos tiempo para esto.

Urian resopló como si nada.

—Las quejas al jefe. Él ha sido quien me ha mandado durante el tiempo muerto. Aquerón va a dar una charla motivadora al equipo antes de que empiece la final.

Savitar soltó un suspiro exasperado.

—Recuérdame que cancele tu suscripción al canal de deportes. —Miró a Estigio con un extraño brillo en los ojos que este no supo identificar—. Muy bien.

De repente, Estigio se encontró de vuelta en la isla de Savitar con Aquerón y Tory, que le estaba dando galletas a su hijo. También estaban Danger y Alexion, Simi, Xirena y Katra, la hija de Aquerón, con su marido, Sin.

Así que su hermano había decidido mantener una reunión familiar mientras a él lo enviaba a morir en su lugar…

Qué bonito.

—No van a esperar todo el día —le advirtió Savitar a Aquerón.

—Lo sé, pero mientras repasaba la situación con todo el mundo e intentaba dar con una alternativa que no dejara a Estigio convertido en carne picada, Urian me recordó que a nuestro equipo le faltaba un miembro vital. —Aquerón miró a Estigio—. El quaterback que les plantó cara a los dioses atlantes y que les dio una paliza de muerte.

Estigio frunció el ceño al ver que todas las cabezas se volvían hacia él. La verdad, se asustó. No estaba acostumbrado a que tanta gente lo mirara de esa manera, a menos que estuvieran a punto de arrojarlo a las vías del metro.

Se encogió de hombros y les dijo:

—Como nadie se ha molestado en explicarme a qué voy a enfrentarme, no tengo nada que aportar.

Aquerón miró a Simi, que se puso colorada y sonrió con timidez.

—Bueno, veras, akri Styxx… todo empezó cuando Simi decidió que tu regalo de Navidad sería el deseo de tu cumpleaños, ¿lo entiendes?

—Ni una sola palabra.

Ash soltó una carcajada siniestra.

—Simi decidió despertar a los dioses atlantes como regalo para ti.

Estigio frunció el ceño.

—¿Por qué?

Simi suspiró con tristeza.

—Bueno, verás, es que Simi no quería despertarlos a todos. Sólo a una. Pero no se despertaba. Los demás se despertaron y se enfadaron mucho, y Simi no sabe por qué la diosa que quería despertar sigue dormida cuando es tan importante que se despierte y hable. Todo es muy confuso.

Sí, lo era…, pensó Estigio.

Antes de que pudiera decir algo en voz alta, Sin le dijo a Savitar:

—Tengo a dos dioses y a un semidiós que solicitan tu permiso para entrar en tu hogar y unirse a la fiesta.

Savitar lo miró como si se le hubiera ido la pinza.

—¿Quiénes?

—Mi hermano, Seth y el dios que más odias de todos.

—¿Noir?

—El siguiente —se corrigió Sin.

Savitar resopló, asqueado.

—Creía que ese cabrón estaba muerto.

—Al parecer, no.

En el mentón de Savitar apareció un tic nervioso.

—¿Qué quieren?

Sin se encogió de hombros.

—Dicen que pueden ayudarnos.

Con los brazos en jarras, Savitar miró furioso a Aquerón y después a Kat.

—Apolimia me debe una. Bien gorda. Y tú también —añadió al tiempo que miraba de nuevo a Sin y asentía con la cabeza.

Estigio se quedó más confundido todavía que antes, sobre todo cuando Set apareció al lado de Aquerón con un hombre idéntico a Sin, pero con el pelo más largo. El otro recién llegado se parecía mucho al hombre que él había rescatado en el desierto.

¿Qué coño estaba pasando?

El tío que se parecía a Sin se echó a reír y le indicó a Set que mirara a Estigio.

—Tiene cara de estar perdido.

Set sonrió y se transformó en el pelirrojo que Estigio había salvado unos meses antes en el desierto. Zakar se transformó en su «hermano».

En un abrir y cerrar de ojos, ambos retomaron sus respectivas apariencias divinas.

—Hace cuatro mil años —dijo Set—, Apolo y la puta de su madre usaron a mi hijo Seth —explicó al tiempo que señalaba con la cabeza al pelirrojo que los acompañaba— para atraparme en el desierto sin saber lo que le estaban haciendo y por qué. Después restringieron mis poderes para que los griegos pudieran hacerse con mi panteón y dejaron a mi hijo en manos de mi peor enemigo. De no ser por ti, Estigio, todavía estaría encadenado en el desierto, luchando contra los buitres… humanos y animales. —Miró a su hijo y su expresión se suavizó al instante—. Y mi hijo aún me odiaría por algo que intenté evitarle con todas mis fuerzas.

Estigio frunció el ceño aún más.

—¿Por qué no me dijiste que eras tú cuando te liberé?

—Bastante sufrías ya por Beth. No quería empeorar tu dolor, sobre todo porque poca cosa podía hacer para ayudarte. Más aún después del favor que acababas de hacerme. —Set inclinó la cabeza para señalar al hermano de Sin—. Zakar y yo fuimos aliados en el pasado, por eso te dije que me llevaras a su hogar para recuperarme. Desde que te marchaste, hemos intentado encontrar la forma de despertar a mi hija sin despertar también a los demás atlantes.

Cuanto más hablaban, más confuso le parecía todo a Estigio. ¿Por qué se preocupaban por otro panteón?

—Pero Bethany era egipcia, no atlante.

—Por mi parte, sí. Su madre es Sinfora.

Estigio sintió un nudo en el estómago al recordar a esa zorra cruel.

En ese momento supo cuál era el verdadero nombre de su esposa.

—¿Bethany es Bet’anya Agriosa?

Set asintió con la cabeza.

—Le daba miedo decírtelo, por razones obvias. Tenía tanto miedo de que no la perdonaras por lo que los atlantes te hicieron sin que ella lo supiera, que planeaba renunciar a su estatus divino en ambos panteones para vivir una existencia mortal contigo. Su tía ya le había preparado el suero que la habría despojado de sus poderes para poder estar contigo y no hacerte daño.

A Estigio se le llenaron los ojos de lágrimas mientras recordaba que Bethany le contó la verdad después de rescatarlo de la Atlántida y él la había rechazado. En aquel momento no estaba dispuesto a creerle. A esas alturas…

—Me habría dado igual. —Al menos después de haber tenido tiempo suficiente para asimilarlo.

—Me alegro, porque si quieres recuperarla, tendrás que enfrentarte a Apolo y luchar contra los dioses atlantes por ella.

—Aunque no vas a luchar sin nosotros. —Maahes y Maat aparecieron de repente en la estancia, junto a Savitar, que gruñó por lo bajo.

—¿Alguien más que quiera unirse a la fiesta?

Maahes esbozó una sonrisa insolente.

—Mami, ¿puedo?

La mirada que le echó Savitar dejó bien claro que estaba a punto de convertirse en una alfombra de león.

Maat se puso de puntillas y besó a Savitar en la mejilla.

—Recuerda que te caigo bien.

—No me cae bien nadie que entre en mi casa sin permiso, Mennie.

—Se te pasará —replicó ella, que miró al grupo—. Muy bien, niños. ¿Cómo vamos?

—Según tengo entendido, cuesta abajo y sin frenos. —Estigio cruzó los brazos por delante del pecho mientras reflexionaba sobre todo lo que le habían contado—. Voy a hacerme el tonto por un momento porque no acabo de asimilarlo todo. Podemos traer de vuelta a Bethany. ¿Es eso?

Maat y Set asintieron con la cabeza.

Las noticias le provocaron un dolor atroz. Todos esos siglos que se había visto obligado a vivir sin ella. Miró furioso a Aquerón.

—¿Por qué nadie me lo ha dicho antes?

Su hermano levantó las manos para apaciguarlo.

—No tenía ni idea de que Bethany era Bet’anya ni de que estaba en el sótano, en el jardín de estatuas. Esa es la verdad. Hace once mil años, cuando mi madre me llevó a Katoteros por primera vez estaba un poco distraído y desorientado. Después de trasladar todas las estatuas al sótano, cerré la puerta y jamás he vuelto a pisar ese sitio.

Pese a sus palabras, Estigio tuvo que contenerse para no asestarle un puñetazo. Si su hermano se hubiera molestado en conocer a Beth y en hablar con él un momento, podrían haber resuelto el tema hacía cientos de años.

«Cabrón imbécil…», pensó.

Miró a Set y luego a Maat. ¿Por qué no se lo habían dicho ellos?

—Cielo, todos la dimos por muerta —dijo Maat con ternura—. En serio, de haber sabido que estaba petrificada en Katoteros, la habríamos liberado sin dudar.

—Bueno, o lo habríamos intentado. —Set suspiró—. Porque seguramente no habríamos tenido éxito. Ahora podemos hacerlo por la alineación planetaria… y gracias al demonio. —Miró a Simi.

Simi miró a Estigio con una sonrisa que le derritió el corazón. ¿Cómo era posible que una criatura tan letal y fría pudiera ser tan adorable y tan mona? No lo entendía. Sin embargo, lo era.

—Simi dijo que tus deseos podían hacerse realidad y no sólo en Disneylandia. A veces también pasa en el mundo real.

Aquerón frunció el ceño al ver la familiaridad con la que lo trataba.

—¿Desde cuándo sois amigos?

Simi hizo un mohín.

—Desde tu cumpleaños, akri. ¿Sabes que akri Styxx no tiene a nadie con quien compartir su día especial? Estaba solo y Simi fue a disculparse y a hacerse amiga suya, para que ya no estuviera solo en su día especial. Pero rompió el corazón de Simi y ahora es como Bas y akra Kat. Simi lo ha adaptado… no. Lo ha adoptado. —Esbozó una enorme sonrisa que dejó sus colmillos a la vista.

En vez de enfadarse, Aquerón se echó a reír y la besó en la mejilla.

—Muy bien, Estigio. Tú diriges la orquesta. ¿Cómo lo hacemos?

Estigio echó un vistazo a su alrededor, observando a los dioses y a los demonios.

—Sigo siendo el único humano en la estancia. No sé contra qué ni contra quién nos enfrentamos. Necesito más detalles.

Aquerón levantó las manos y usó sus poderes para que apareciera en la pared un plano de su templo de Katoteros, más concretamente de la zona del sótano, donde estaban las estatuas. Mientras hablaba, la imagen iba cambiando.

—Los dioses se despertaron en el sótano, mientras Simi y Xirena buscaban a Bet’anya. Como yo estaba en Las Vegas con Sin y Katra, luchando contra la pesadilla de Ren, y Tory se encontraba con mi madre en Kalosis, los dos demonios tuvieron mucho tiempo para liarla… con cariño. Tan pronto como los dioses empezaron a moverse, Xirena corrió a decírselo a Alexion y a Danger. Entre ambos cogieron a Simi y vinieron aquí para contarle a Savitar lo que había pasado.

—Por eso me llamaron mientras estaba en Minnesota —terció Urian—. Y me dijeron que no volviera a casa en unos días, ya que teníamos unos cuantos intrusos en Katoteros que no me darían una fiesta de bienvenida.

Aquerón suspiró.

—Todos iremos a ciegas —dijo al tiempo que señalaba el plano de la pared—. Sabemos esto por los recuerdos de Simi. Después de que ella y los demás abandonaran Katoteros, Arcón y los otros bloquearon nuestras esforas. No podemos ver dónde están ni qué sucede en el interior del templo.

Estigio asintió con la cabeza mientras asimilaba la información.

—¿Sabemos a quiénes nos enfrentamos?

Aquerón miró a Simi antes de contestar.

—No estamos seguros al cien por cien. Como Simi era un bebé cuando ellos gobernaban, se lía un pelín con sus nombres, y ella fue la única que les echó un buen vistazo. Lo más probable es que sean… —Se volvió para mirar la imagen de la pared, que de repente mostraba una serie de dibujos… muy propios de Simi—. Dikastis, Ilios, Isorro, Asteros, Epitimia, Diafonia, Nyktos, Paidi, Teros, Fanen, Demonbrean y sabemos con certeza que Arcón está con ellos porque es con él con quien hemos hablado. Además de nuestro capullo preferido, Apolo.

—Genial. —Estigio apretó los dientes, asaltado por los antiguos recuerdos—. Una lista de invitados perfecta… para una fiesta en el infierno.

Todos ellos le guardaban rencor y se habían asegurado de dejarle una cicatriz en el alma. Las Moiras se estaban burlando de él, no cabía la menor duda.

Tas soltar un suspiro exasperado, se acercó a la pared para explicarles a los demás con quiénes iban a enfrentarse. A diferencia de Simi, él conocía sus nombres y sus caras. Incluso reconoció a Demonbrean, que Simi había recreado como a Rompe Ralph. Los llevaba grabados a fuego en la memoria.

Estigio fue señalándonos uno a uno.

—Apolo no nos dará problemas. Es un imbécil en este tipo de situaciones. Un matón cobarde que retrocederá en cuanto se enfrente a alguien más poderoso. —Que por desgracia, no era él—. No liderará ningún ataque, pero se mantendrá en la retaguardia hasta que pueda lanzar un puñetazo sin arriesgarse mucho. Por desgracia, Arcón no se parece a él. Es listo y letal. Y muy vengativo. Brutal. Pero, de todos estos, debemos neutralizar de inmediato a Epitimia y a Asteros. —Los señaló a ambos—. No los subestiméis. Sobre todo a Epitimia. —Miró a los congregados en la estancia—. Y no dejéis que esa zorra os toque. Demonbrean es todavía más tonto que Apolo, pero parece una montaña. Tiene la piel gruesa como una armadura y le encanta aplastar cosas. Enfrentaos a él como si fuera una pitón y no permitáis que os abrace. Dikastis esperará hasta analizar la situación, y es posible que ni siquiera participe en la lucha. El resto son seguidores. Letales, pero peones a fin de cuentas. Eran los sirvientes de Misos en la guerra, y solo hacían lo que se les ordenaba. Si elimináis a Arcón, se rendirán. ¿Sabemos qué es lo que piden?

Savitar soltó un gruñido amenazador.

—Arcón se puso en contacto conmigo porque yo era el ctónico encargado de la Atlántida y porque desconoce mi relación con el niñato aquí presente, al que quieren como sacrificio a fin de usar su sangre y su corazón para despertar al resto de la banda, salvo a Bethany. Arcón la culpa de todo esto, como si él no fuera el responsable de que maldijeran a Aquerón. ¿Te dice eso algo sobre su inteligencia?

—La cerrazón no tiene nada que ver con la inteligencia. —Estigio se frotó la frente mientras asimilaba algo que nadie le había comentado cuando le pidieron que se hiciera pasar por Aquerón—. Por curiosidad, ¿cuál era el plan una vez que me enviarais a morir y descubrieran que ni mi sangre ni mi corazón resucitaban a sus muertos?

Savitar se encogió de hombros como si nada.

—Sólo queríamos un poco más de tiempo para reunir a algunos ctónicos y aniquilarlos.

—Ya se sabe que los ctónicos prestan su ayuda con generosidad, sí. Su lema es: «No jugamos en equipo. Vamos por libre. Y punto».

Además, era mejor no darles de comer después de la medianoche o en ningún momento del día, ya que podían arrancar la mano que les ofrecía la comida y metérsela a su antiguo dueño por salva fuera la parte.

Estigio se habría echado a reír si no estuviera tan enfadado.

—Gracias a los dioses que no estabais entre mis consejeros militares. Nos habrían aplastado a la primera —murmuró entre dientes. Después añadió en voz alta—: ¿Han recuperado todos sus poderes?

Aquerón se encogió de hombros.

—Ni idea.

—Supongamos que sí. —Estigio enumeró los hechos—. Estamos igualados en número. El punto débil de nuestro grupo soy yo. ¿Cuáles son nuestras ventajas?

Simi abrió su mochila y sacó la salsa barbacoa.

—¡Demonios listos para comer, señor akri Styxx! ¡Sí!

Aquerón se rio al ver el entusiasmo de Simi y señaló con la barbilla a su otra hija.

—No quiero que Katra se ponga en peligro, pero es un Sifón.

Un poder fantástico con el que contar, sobre todo si se tenía a favor y no en contra.

—Papá, también tengo entrenamiento militar. —Kat puso los ojos en blanco y miró a su marido, Sin, al que le advirtió con la mirada que no dijera una sola palabra. Después se volvió hacia Estigio—. Fui la koré principal de mi madre, que no es tan sobreprotectora como mi padre y mi marido y…

—Que la puso en primera línea de batalla más de una vez, demostrando que su seguridad le importaba un pimiento, cosa que todavía me tiene cabreado —masculló Sin.

Kat sonrió y le acarició una mejilla.

—Sí, cariño, pero si no hubiera sido tan descuidada, no te habría conocido, ¿verdad?

Sin rezongó algo por lo bajo.

Al igual que Bethany, Kat pertenecía a los dos panteones a los que iban a enfrentarse. Un plus muy conveniente.

—¿Con qué más contamos que ellos desconozcan?

Set cruzó los brazos por delante del pecho.

—Mi hijo fue el Primer Guardián de Noir en Azmodea durante mil años.

Seth asintió con la cabeza.

—Estoy acostumbrado a pelear con dioses cabreados. También puedo ofreceros una vista de pájaro del lugar que queráis. No podrán bloquearme.

—Y gracias a Davyn —terció Urian, señalando al amigo que había sacado de Kalosis— tenemos esto. —Levantó un colgante que Estigio no reconoció.

Sin embargo, Set puso los ojos como platos.

—¿Cómo lo has conseguido?

Urian resopló.

—El enemigo de mi enemigo es mi mejor amigo. Davyn se lo ha pedido a mi padre, que se lo ha prestado encantado porque quiere que se lo pongamos a Apolo en el cuello y que le hagamos un bonito lazo.

—¿Qué es? —quiso saber Estigio.

Set soltó una carcajada siniestra, pero no hizo ademán de tocar el colgante.

—El Ojo de Verlyn, capaz de anular los poderes de cualquier dios que lo toque.

Estigio lo miró con renovado respeto.

—¿Durante cuánto tiempo?

—Quedan anulados sólo con rozarlo. Después, depende del tiempo que el dios siga en contacto con el colgante y de lo fuertes que sean sus poderes. Si pasa demasiado tiempo, los pierde para siempre.

Estigio sonrió e inclinó la cabeza. Era un juguete estupendo.

—¿Funciona sólo con dioses o también sirve con otras criaturas?

Set se encogió de hombros.

—No lo sé.

Antes de que pudieran reaccionar, Simi le cogió la mano a su hermana y la obligó a tocar el colgante.

—¡Oye! —exclamó Xirena.

—¿Tienes poderes? —le preguntó Simi.

Xirena le lanzó una bola de fuego.

Simi sonrió y esquivó la bola de fuego antes de mirar a Estigio y soltar a su hermana:

—No funciona —le dijo.

Urian se echó a reír.

—Yo tengo una cuarta parte de sangre divina en las venas, pero no me afecta.

—Creo que soy el único semidiós presente —dijo Seth, que cogió el colgante con valentía y esperó. Al cabo de un par de minutos, negó con la cabeza—. Tampoco me afecta.

—Como mis poderes son un préstamo de Apolimia, yo no voy a arriesgarme. Vamos a suponer que debo mantenerme alejado de él. Urian, tú lo custodiarás. —Estigio titubeó de repente, ya que se le ocurrió otra cosa—. ¿Podemos partir la piedra o duplicarla?

Set negó con la cabeza.

—No sin destruirla.

Estigio frunció el ceño y miró a Aquerón, ya que nadie sabía cómo le afectaba el colgante.

—¿Y si la piedra sólo anula tus poderes divinos y deja los demás poderes intactos?

—Es lo que suele pasar. ¿Por qué? ¿Estás pensando en darme un regalo de Navidad anticipado?

—No me distraigas ni me tientes.

Estigio repasó el resto del arsenal con el que contaban y también el plano del templo de Aquerón. Definitivamente, tenían que usar a Seth para que les informara de lo que se estaba cociendo. Pero antes…

—La pregunta más importante de todas: ¿Dónde está mi Bethany?

Estigio extendió un brazo para aferrar el pomo de la puerta, pero Katra se lo impidió.

—Sé que acabamos de conocernos, Styxx, pero creo que no deberías entrar solo. Alguien debería acompañarte.

La preocupación con que lo miraban esos ojos verdes lo asombró.

—¿Cómo es posible que seas la hija de Artemisa?

Kat sonrió.

—No es tan mala como crees. Apolo, en cambio, es mucho peor de lo que imaginas.

Simi, que estaba al otro lado, se inclinó para decirle al oído:

—Simi no hará ningún ruido. Akri Styxx no se enterará de que está con él.

Urian le colocó una mano en un hombro.

—No te preocupes. Actúa de forma natural, porque no vamos a analizar nada. Solo queremos estar a tu lado, por si nos necesitas.

Su bondad lo abrumó. No estaba acostumbrado a que se preocuparan por él. No desde que Bethany y Galen desaparecieron de su vida.

—Gracias.

Tras respirar hondo para relajarse y controlar sus emociones, Estigio abrió la puerta del dormitorio. Los gigantescos ventanales estaban abiertos, dejando que entrara la brisa del océano. Sin embargo, solo tenía ojos para la enorme cama con dosel emplazada en el centro de la estancia. Las cortinas blancas estaban atadas a los postes del dosel con unos cordones dorados. Sin embargo, no alcanzaba a ver a la ocupante de la cama.

Sólo veía un bulto cubierto por las prístinas sábanas blancas.

Justo antes de que los atlantes lanzaran el ataque en Katoteros, Simi había logrado sacar el cuerpo de Bethany y lo había trasladado a ese lugar hasta que encontraran algún modo de despertarla.

Aunque no sabía qué esperar, cada paso que lo acercaba a ella le aceleraba el corazón.

Tan pronto como vio el rostro sereno de Bethany, se quedó petrificado por culpa de las emociones. Eran tantas que apenas atinaba a identificarlas. Estaba igual que la última vez que la vio…

Preciosa.

Salvo que su abdomen estaba plano. Con una mano temblorosa, apartó las sábanas y vio la sangre que aún manchaba su peplo. La evidencia del ataque de Apolimia. Echó la cabeza hacia atrás y rugió por la furia y el dolor al ver lo que esa zorra le había hecho a su corazón. Incapaz de soportar la culpa por no haber estado a su lado para protegerla, cogió su cuerpo para poder abrazarla de nuevo.

Estaba helada.

—¿Beth? —susurró contra su mejilla mientras le apoyaba la cabeza en un hombro, tal como había hecho tantos siglos atrás, cuando estaban a solas—. Por favor, vuelve conmigo. Por favor. Te necesito tanto…

Sin embargo, Beth no se movió ni respiró. Siguió inerte entre sus brazos.

Las lágrimas resbalaron por las mejillas de Estigio al tiempo que el corazón se le rompía de nuevo. Era como si la perdiera por primera vez. Se sentía desorientado y solo. Inútil.

Destrozado.

¿Por qué se habían despertado esos gilipollas y ella no? ¿Por qué? No tenía sentido.

Y no estaba bien.

Sintió una mano en el hombro. Puesto que esperaba a Urian, se sorprendió al encontrarse con Aquerón al lado mientras los demás abandonaban la estancia en silencio. La imagen de su hermano fue como si le aplicaran un hierro candente. Ansiaba la sangre de ese cabrón por lo que le había pasado a Beth.

Soltó a Bethany con cuidado en la cama.

Después, con un grito ensordecedor, se volvió hacia Aquerón y le asestó un puñetazo. Su hermano lo bloqueó y lo abrazó. Estigio intentó zafarse de sus brazos, pero Aquerón lo estrechaba con tanta fuerza que parecía estar atrapado por unos grilletes de hierro.

—No pasa nada, Estigio. Sé lo que duele.

No lo sabía. Sus hijos estaban sanos y salvos. Tory estaba sana y salva…

Nadie mataría a su hijo ni dejaría a Tory petrificada y sola como había estado Beth durante siglos.

Sin embargo, algo se quebró en su interior al sentir por fin el abrazo de Aquerón. En ese momento no eran dos hombres adultos, sino dos niños desesperados y odiados que solo se tenían el uno al otro.

Que Aquerón lo abrazara a esas alturas, después de tanto tiempo, lo quemaba por dentro.

—No sabes cómo te odio —masculló.

—Lo sé, hermano, lo sé… —replicó Aquerón, que siguió abrazándolo como cuando solo se tenían el uno al otro contra ese mundo que los había maltratado durante toda la vida. Cuando solo contaban con el amor y el respeto fraternal—. Ojalá pudiera cambiarlo todo. Todo —susurró Aquerón—. Ojalá te hubiera hecho caso y hubiera seguido el consejo que les doy a los demás. Te hice daño, te abandoné y me equivoqué al hacerlo. Me equivoqué y lo siento muchísimo.

Estigio ansiaba despedazarlo. Con toda su alma. Necesitaba sentir la sangre de Aquerón en las manos.

No obstante…

Esa parte de su corazón que solo ansiaba recuperar a su hermano disfrutaba del momento. Eso era lo que había ansiado mucho antes de que apareciera Bethany en su vida. Eso era lo que había buscado cuando fue a la Atlántida, enfermo, asustado y solo para liberar a Aquerón.

Pese a todo lo que había pasado, pese a todos los que le habían hecho daño, incluso pese a los errores que ellos mismos habían cometido, seguía queriendo a su hermano.

—¿Por qué no puedo odiarte?

Aquerón lo estrechó con más fuerza.

—Porque eres mejor persona que yo. Siempre lo has sido.

Pero eso no era cierto y él lo sabía. Jamás habría podido hacer lo que Aquerón había hecho por los Cazadores Oscuros. Aunque a él le había dado la espalda, había sido el campeón y la salvación de muchos otros. Y lo había hecho con una dignidad y una generosidad difícil de ofrecer teniendo en cuenta el brutal pasado que habían sufrido.

Ambos eran dos putos marcados como tales a los que habían humillado, torturado, traicionado y abandonado como a dos despojos.

Su hermano lo había superado y se había construido una vida pese a toda la gente que había querido destruirlo. Y seguía firme en su camino.

Aquerón se separó de él y apoyó la frente en la suya, como solía hacer cuando eran pequeños. Tras colocarle una mano en la nuca, le cogió un mechón de pelo con suavidad y lo miró a los ojos.

—Nunca más te daré la espalda, hermano. Te…

Estigio le tapó la boca con una mano, silenciándolo.

—No hagas una promesa que no puedas mantener. —Porque moriría. Le limpió las lágrimas que le humedecían las mejillas—. ¡Puaj! Parecemos dos viejas sentimentales. —Enterró las manos en el pelo de Aquerón, que ya no era una larga melena, sino una melena corta que apenas le rozaba el mentón—. Por lo menos ahora llevas un corte de pelo decente.

Aquerón se echó a reír.

Tanto él como Tory se habían cortado el pelo y lo habían donado a la caridad después del primer cumpleaños de Sebastos. Mientras que Tory tenía una melena que ya le rozaba los hombros, Aquerón había mantenido el suyo más corto, tal cual lo tenía Estigio la primera vez que fue a la guerra.

Aquerón soltó un suspiro entrecortado y lo soltó.

—Estigio, no sabes lo mucho que te eché de menos cuando Estes me llevó a la Atlántida. No podía soportarlo. Lloraba hasta caer enfermo. Por eso tuve que enterrarlo. Estar apartado de ti y escuchar cómo me decía una y otra vez que me odiabas me dolía tanto que me resultaba insoportable. Estes no paraba de repetirme que no me querías a tu lado. Que querías el amor de padre solo para ti y que tú eras la razón por la que me habían sacado de mi casa y me habían dejado con él. Que nunca pensabas en mí. Que no preguntabas por mí. Debería haber imaginado que no era cierto. Pero estaba cegado por la vergüenza y por un odio atroz. En mi mente, tú recibías todo el amor, el consuelo y el respeto que a mí se me negaban.

Estigio resopló.

—Sé muy bien lo que sufriste. No sólo tengo mis recuerdos, también tengo los tuyos.

Aquerón lo miró con seriedad.

—Yo también tengo los tuyos. —Se le llenaron los ojos de lágrimas otra vez—. Y no sabes lo imbécil que me siento. Jamás imaginé, ni en mis peores pesadillas, que Estes se atreviera a prostituirte. Ya ni te digo lo de Apolo y los atlantes… y lo que yo te hice. —Habían abusado de Estigio con brutalidad y había sufrido violaciones durante tres años más que él—. La verdad es que no sé ni cómo me diriges la palabra.

En el fondo sí que lo sabía. Estigio se sentía culpable. Se sentía responsable por lo que le había pasado. Por no haber podido evitar lo que le hicieron su padre y su tío. Por haber antepuesto la seguridad y el bienestar de Bethany al de su hermano.

—Estigio, si sirve para que te sientas mejor, yo también la habría elegido a ella. —Sobre todo teniendo en cuenta el pasado que habían sufrido y lo que les habían hecho. El amor era un don preciado que ninguno de los dos despreciaría y tampoco darían de lado a la persona lo bastante fuerte como para entregarle lo que otros no les habían dado—. No cometiste un error al protegerla. Y te la devolveremos. Te lo juro.

Estigio se secó los ojos mientras retomaba el control de sus emociones. No tenía muy claro si debía creer o no las palabras de Aquerón, pero era lo más cerca que había estado de confiar en alguien durante siglos.

—Prométeme una cosa. Si esto no funciona, me matarás.

—¿Eso es lo que quieres?

Estigio cogió la mano de Bethany y asintió con la cabeza mientras jugueteaba con su anillo de boda.

—Estaba muy contenta el día que se lo puse. Todavía la veo sonreír… —Se estremeció por la agonía—. ¡Por todos los dioses, Beth! ¿Por qué no me fui contigo cuando te marchaste?

Aquerón le colocó una mano en un hombro.

—Habría dado lo mismo. Si se hubiera tomado el suero, mi madre la habría matado igualmente. Al menos de esta forma tenemos una oportunidad de revivirla.

Antes de que Estigio pudiera hablar, se produjo un destello cegador.

Ambos se volvieron, listos para pelear, y se quedaron atónitos ante la aparición de Artemisa. Al verlos juntos, la diosa frunció el ceño y soltó una especie de jadeo.

Estigio inclinó la cabeza hacia Aquerón y dijo:

—Creo que la hemos asustado más que ella a nosotros.

Aquerón suspiró.

—¿Qué haces aquí?

Artemisa estaba a punto de contestar, pero guardó silencio y se acercó a ellos para golpearlos a ambos en un hombro con los índices.

—Esto no… no está bien. Decid algo más para averiguar quién es Aquerón.

—¿El qué, Artemisa?

—Ese es el tono irritado de voz que detesto. —Le dio la espalda a Aquerón y le dijo a Estigio—: Te he traído regalos.

Las palabras de la diosa lo asustaron más que su repentina aparición.

Siempre había que recelar de los regalos de los griegos, sobre todo si procedían de un dios.

—¿Por qué?

—Porque vas a enfrentarte a mi hermano y a los otros animales… y quiero que ganes y que lo hagas sangrar. Mucho. Litros y litros de sangre, hasta que cubra el suelo y lo inunde todo.

Estigio miró a Aquerón por encima del hombro de Artemisa.

—¿Debo asustarme por este afán asesino?

—Yo estoy acojonado. —Aquerón frunció el ceño aún más—. ¿Qué ha hecho Apolo?

—Atacó a Nicholas mientras estaba débil. No pienso permitirlo. Y como no soy lo bastante poderosa como para atacarlo yo sola, quiero que tú le des para la barba.

Aquerón puso los ojos en blanco.

—¿Quieres decir que le dé para el pelo?

—Lo que más te apetezca. No puedes matarlo, pero puedes hacerlo sufrir. Mucho. Sin piedad. Con saña. Le he entregado a Savitar unas cuantas armas que he sumergido en el río Estigio. Debilitarán a Apolo y lo dejarán en un estado similar al de un mortal. —Miró a Estigio con todo el odio que sentía por Apolo—. Si estuviera en tu lugar, yo lo castraría despacio y con mucho…

—¡Abuelita! ¡Abuelita! —De repente, una niña morena de unos cuatro años entró en el dormitorio y corrió hacia los brazos de Artemisa.

La diosa se olvidó al instante del motivo de su furia y le dio un abrazo a la niña mientras la alejaba de ellos.

—¡Mia Bella! ¿Cómo está hoy mi tesoro?

La niña chilló.

—Abu, abu, abu… ¿sabes una cosa? ¿Sabes una cosa? Simi va a ponerme cuernos en la cabeza como los suyos y los de pappas. Y dice que puedo escoger el color que más me guste y que los tendré todo el tiempo y que brillarán en la oscuridad.

Artemisa, que miraba a la niña con los ojos desorbitados, parecía tan espantada como lo estaba Estigio.

Aquerón se echó a reír y le frotó la espalda a la niña.

—¿Y si Simi te regala unos cuernos de quita y pon?

Mia hizo un mohín.

—¡Pappas! No. Los quiero de verdad. Como los tuyos y los de Simi y los de Xireni.

Artemisa sopló el aire que había estado conteniendo.

—Sabes que pappas sólo tiene cuernos cuando se enfada, ¿verdad?

Mia puso los ojos como platos.

—¿De verdad?

Ambos asintieron con la cabeza en silencio.

En ese momento, la niña reparó en Estigio y de nuevo abrió los ojos de par en par.

—¿Quién ha clonado a pappas? —susurró.

Aquerón sonrió.

—Es mi hermano… tu tío Styxx.

Antes de que Estigio adivinara lo que la niña iba a hacer, se arrojó a sus brazos y lo besó.

—Eres igual que mi pappas. —Después le colocó las manos en las mejillas y le frotó la nariz con la suya—. Así es como los carontes dicen hola. Pero sólo si le caes bien. Si no, te comen con ketchup o con salsa barbacoa. O si es como mi tío Xed, con jalapeños, que también son muy picantes.

—No asustes a tu tío nada más conocerlo, preciosa. —Artemisa la cogió de nuevo en brazos y comenzó a hacerle cosquillas.

La puerta se abrió y entraron Kat y Sin, que resoplaron con alivio y cierta irritación paternal.

—Lo siento —se disculpó Kat al tiempo que cogía a su hija de los brazos de su madre—. Ha salido pitando en cuanto le hemos quitado la vista de encima tres segundos. Debe de haber percibido tu presencia. —Kat abrazó a su madre y le dio un beso en la mejilla mientras Sin le quitaba a la niña de los brazos.

Estigio contuvo una sonrisa al ver cómo se iban pasando a la niña como si fuera un balón de fútbol americano. A la pequeña no parecía importarle en lo más mínimo.

Mia miró a su padre con una carita monísima.

—¿Me he portado mal, papi?

Sin reaccionó de la misma manera que habría reaccionado Estigio: se derritió y sonrió.

—No, corazón. Pero no debes desaparecer así sin decirnos adónde vas. —Era de lo más incongruente ver a un tío tan duro y fuerte como Sin sosteniendo en brazos a lo que parecía una princesita sacada de un cuento de hadas, vestida con un vaporoso vestido amarillo de tul que estaba adornado con flores de tela rosas y blancas. Llevaba unos leotardos rosas a juego y unos zapatos rosas de charol. Para completar la imagen, incluso lucía unas diminutas alas rosas de tul—. Tienes que volver con la tía Tory, la tía Danger y el tío Kish y quedarte con ellos un ratito, ¿vale?

La niña hizo un mohín muy cómico y asintió con la cabeza.

Artemisa detuvo a Sin antes de que se llevara a la niña.

—La abuela irá a verte enseguida y le leerá un cuento a su tesoro precioso, ¿sí?

Mia sonrió y empezó a dar botes de alegría.

—¿Podemos dar un paseo en tu carro tirado por ciervos?

—Solo si papá y mamá nos dan permiso. Y tendrás que ponerte un jersey. —Artemisa le dio un abrazo y un beso—. Iré en cuanto pueda.

La niña asintió y después se quedó rígida entre los brazos de su padre.

—¡Espera, espera! ¡Pappas!

Aquerón sonrió y le dio un abrazo.

—Yo también iré en cuanto pueda.

—¿Vamos a ver Megamind?

—Claro, cielo.

La niña se despidió dándole un húmedo beso en la mejilla, tras lo cual Kat se la quitó a Sin de los brazos.

—La llevaré de vuelta al armario y la encerraré con llave.

Sin besó a su hija en la coronilla antes de decirles:

—Siento mucho la intromisión. —Y se marchó en pos de su mujer y de su hija.

A solas por fin con Artemisa, Aquerón miró a Estigio.

—¿Estás bien?

«No mucho», pensó.

Estigio tragó saliva para aliviar el dolor que lo abrumaba.

—Tienes una nieta preciosa y no te guardo rencor por tu familia. —Miró a Bethany y sintió el escozor de las lágrimas tras los párpados—. Sólo quiero la mía.

—Eso no va a ser fácil.

Ambos miraron ceñudos a Artemisa. Su forma de decirlo ponía en evidencia que conocía algo que ellos no sabían.

—¿A qué te refieres? —preguntó Estigio.

—Sabes que mi hermano estaba enamorado de ella, ¿verdad?

Estigio se quedó boquiabierto al escuchar algo que nadie había mencionado.

—¿De Bethany?

—De Bathymaas —lo corrigió Artemisa—. Mi madre y él fueron los silbones que os delataron.

Era muy difícil entender a la diosa cuando hablaba.

—¿Los silbones?

—Los… soplones —la corrigió Aquerón con un deje resignado en la voz.

Artemisa suspiró.

—Como se diga. No entiendo estos palabros modernos.

Estigio contuvo una carcajada mientras asentía en silencio.

Aquerón carraspeó.

—Creo que quieres decir palabras.

Ella lo miró irritada.

—No, esta vez lo he dicho bien. Palabro existe. A lo que iba. Mi madre odiaba a Bathymaas porque codiciaba sus poderes y porque Bathymaas no detuvo a Hera cuando se comportó tan mal con nosotros y nos dejó con la maldición de alimentarnos de sangre, cosa por la que yo le arrancaría los ojos ahora mismo. Cuando Apolo se enamoró de ella y Bathymaas lo rechazó de plano, mi hermano montó en cólera. Se negaba a aceptarlo. Así que cuando descubrió que no solo estaba enamorada del atlante Aricles, sino que también se estaba acostando con él, se le fue la tenaza.

—La pinza.

—Lo que sea. —Miró a Aquerón y le gruñó, cansada de sus constantes correcciones—. Apolo fue quien engañó a Bathymaas para que te matara, de la misma manera que me hizo a mí con Orión. Menudo cabrón envidioso. Eso la destrozó. Pero tú le juraste que aunque te costara diez mil vidas, regresarías a su lado. Y me alegro de que lo hayas hecho, pero a Apolo no le hará ni pizca de gracia cuando descubra quién eres en realidad.

Estigio comenzaba a padecer una de sus migrañas más benévolas.

—Estoy totalmente perdido otra vez. Bethany no es Bathymaas.

Bathymaas nació de la fuente primigenia.

—Sí. De Set.

—¿De Set? —repitió Estigio.

Artemisa asintió con la cabeza.

—Se volvió… —miró a Aquerón con expresión malévola— majara. Más o menos igual que Apolimia cuando Apolo mató a Aquerón. Pero su tecla de apagado…

—¿Botón o interruptor? —Aquerón parecía incapaz de contenerse a la hora de corregirla.

Estigio comenzaba a pensar que lo hacía para desquiciarla.

Artemisa hizo un mohín y siguió hablando.

—Su botón de apagado era más difícil de encontrar que el de Apolimia. La única manera de detener a Bathymaas era hacer que renaciera sin el recuerdo de Aricles. Por eso su madre es Sinfora, la pena, y por eso Bethany no quería casarse ni se relacionaba mucho con los hombres. Pero, por extraño que parezca, siempre iba a pescar al sitio donde os conocisteis siglos antes. Como si estuviera esperando que volvieras a su lado, a pesar de no recordarte.

Estigio siempre se había preguntado por qué Bethany había elegido esa poza para pescar y por qué siempre le era tan fiel al lugar. Por fin tenía sentido.

—¿En Dídimos?

—En aquel entonces no se llamaba Dídimos, pero sí. Aricles nació en una casita de piedra casi idéntica a la que tú le regalaste a Bet’anya y fue allí donde te reclutó para su Èperon. Instaló su cuartel general en la isla gemela a Dídimos, que fue donde tú creciste. Bathymaas ansiaba estar junto a Aricles, de modo que solía espiarlo cuando él tenía tiempo libre. Aunque fue el mejor guerrero que había pisado la tierra, se sentía más campesino que soldado. Siempre que podía, se apartaba de sus compañeros y se iba a pescar solo al arroyo donde la conociste. Puesto que era una diosa, Bathymaas nunca había visto a nadie pescar y le llamó la atención. Mientras él le enseñaba cómo se hacía, comenzaron a pasar más tiempo juntos y se enamoraron.

—Y por eso no monté en cólera el día que nos conocimos.

Estigio se volvió y vio que Set acababa de entrar en el dormitorio.

—Tan pronto como te vi, supe que eras Aricles. Y que de algún modo te las habías arreglado para mantener tu palabra y encontrarla de nuevo. También estoy segurísimo de que eso fue lo que atrajo a Apolo. Por eso estaba tan obsesionado con hacerte sufrir.

—No. La culpa de eso la tuvo el imbécil de mi otro hermano. Sobrestimas a Apolo. Es como un niño pequeño… ¡qué bonito y brilla, lo quiero! Más o menos como le pasa al demonio de Aquerón. —Artemisa miró a Estigio a los ojos—. Bathymaas fue el primer amor de mi hermano y su rechazo lo destrozó. Al menos eso es lo que asegura. Y por eso mi madre os maldijo y os condenó a no estar juntos jamás.

—¿Por eso Bethany no se despierta?

—En parte —respondió Set—. Pero la causa principal es que solo tiene medio corazón. Para traerla de vuelta, y cuerda además, no como el espíritu de la venganza en el que se convirtió tras la muerte de Aricles, tuve que arrancarle la parte de su corazón en la que vivía tu recuerdo y borrarte por completo de su memoria.

Aquerón frunció el ceño.

—Eso es imposible desde el punto de vista biológico.

—No. Bathymaas no era humana ni nació de un útero. Fue un regalo que se me concedió para enseñarme lo que era la compasión por los demás. Puesto que el Mavromino había creado al primer malacai, el Kalosum la creó a ella para evitar que yo le diera la espalda a todo aquello para lo que había sido creado. Por eso nunca debía conocer el amor de un hombre. Su deber era mantenerse pura y seguir siendo el orden opuesto a mi caos. Ella era la justicia. Fría e implacable, sin el menor interés personal y sin la habilidad para tener un preferido. Aricles cambió todo eso. Y cuando se le rompió el corazón tras su muerte, sus lágrimas la transformaron en la venganza cruel e indiferente. Perdió el equilibrio por completo y solo le importaba que el mundo pagara el mal que les había hecho a Aricles y a ella. Aunque parezca irónico, eso fue lo que me enseñó el motivo por el que siempre debía mantener el control sobre mis propios poderes. Si Bathymaas era malévola, yo podía serlo mucho más en el caso de que permitiera que el Mavromino me controlara algún día.

Estigio miró de nuevo a Bethany.

—¿Y cómo la despierto?

—Debemos devolverle su corazón.

—Que está ¿dónde?

Set suspiró.

—Lo último que supe fue que se lo habían dado a Epitimia. La cara pérfida del deseo son los celos incontrolables. Epitimia deseaba a Apolo y creía que si robaba esa parte de Bathymaas, eso la ayudaría a seducirlo.

Artemisa resopló.

—No funcionó. Era demasiado zorrón para mi hermano. Aunque parezca que no, tiene ciertos principios.

—Pues entonces debemos ponerle el colgante. —Tras besar la mano de Bethany, Estigio la arropó y le pasó el dorso de los dedos por un suave pómulo.

«No te fallaré, Beth».

Sin importar lo que le costase, la despertaría. Aunque para ello tuviera que morir.

Se alejó de la cama y miró a los presentes con expresión decidida.

—Vamos a acabar con esto.