8 de septiembre de 2012

—¡Zakar!

Estigio aminoró el paso al escuchar el grito de Seti. Aunque había esperado encontrarse con un campamento o una aldea, no era en ninguno de esos lugares donde vivía el hermano de Seti.

—¿Tu hermano vive en una cueva?

—Pues sí. —Seti desmontó de Wasima y guio a Estigio hacia la pequeña entrada.

Era un lugar peculiar. Y muy antiguo. Mientras Seti entraba en busca de su hermano, Estigio les dio agua a los animales. Habían viajado durante toda la mañana y él jamás habría avanzado tanto sin detenerse para que descansaran. Sin embargo, Seti ardía en deseos de comunicarle a su hermano que estaba vivo.

Un pequeño rebaño de cabras bajó por la cima de la colina, balando. En realidad, querían agua.

Mientras se reía por su impaciencia, Estigio cogió otro cuenco y se lo ofreció. Había acabado de atender a los animales cuando Seti volvió con un hombre que era casi tan alto como él. Algo muy inusual, sobre todo entre la gente del desierto.

—Estigio, te presento a mi hermano. Zakar… Estigio.

Zakar, que era más joven de lo que esperaba, tenía el pelo rizado y el pelo y los ojos, negros. Era muy distinto de su hermano, pelirrojo y con los ojos azules. En realidad, no se parecían en nada, pero no pensaba hacer el menor comentario. Puestos a pensarlo, Zakar le recordaba mucho al yerno de Aquerón, Sin.

—Es un placer conocerte, Estigio. Gracias por liberar a mi hermano.

Había empezado a pensar que jamás volvería a verlo.

—El placer es mío. Me alegro de haberlo encontrado cuando lo hice.

Los hermanos intercambiaron una mirada y en ese momento Estigio se dio cuenta de que no escuchaba sus pensamientos. Puesto que llevaba tanto tiempo solo no se había percatado de que no oía los pensamientos de Seti.

Qué extraño…

Zakar señaló la cueva.

—Tengo café recién hecho y yogur. Y fruta y hummus con pan.

Aunque preferiría seguir su camino, Estigio sonrió y aceptó su hospitalidad, como se acostumbraba a hacer en el desierto.

—Gracias, te lo agradezco mucho.

Los siguió al interior y descubrió un hogar muy acogedor. Aunque desde fuera pareciera espartano y poco atractivo, el interior era un palacio. Se destapó la cara mientras contemplaba los lujosos y carísimos muebles.

—Tienes un hogar muy bonito.

—Gracias. —Zakar fue en busca del café y la comida, mientras Seti lo invitaba a sentarse. Tenían un sofá y varios sillones.

Suspiró, encantado de poder sentarse en un comodísimo sillón relax.

—Es cómodo, ¿verdad?

Estigio asintió, alucinado.

—No estoy acostumbrado a estos lujos. —Estaba tan a gusto que le costó trabajo mantener los ojos abiertos y tuvo que contener un bostezo.

Seti dijo algo, pero estaba tan cansado que ni siquiera lo entendió.

Aunque intentó abrir los ojos, se quedó dormido.

Zakar dejó el café en la mesa y enarcó una ceja.

—¿Es una ofrenda?

—¡No! —exclamó Seti.

—Pero lleva la marca de Apolo.

—Lo marcaron sin su consentimiento y no es amigo de nuestro enemigo.

Zakar frunció el ceño.

—¿Por eso lo has traído?

—No. Lo he traído para poder usarlo.