25 de junio de 2012

—¿Dónde coño está mi hermano?

Urian puso en pausa el juego para mirar a Aquerón sin comprender.

—Cuidadín con el tonito, tío. Ni soy tu puta ni eres mi chulo.

En el mentón de Ash apareció un tic nervioso.

—Lo siento —dijo, si bien no sonaba muy arrepentido—. ¿Por casualidad sabes dónde está Estigio?

Urian le dio un trago a su cerveza.

—¿Crees que soy el guardián de tu hermano o algo?

—Le diste a Tory su dirección de correo electrónico. Supuse que lo tenías más o menos controlado.

Urian reanudó el juego y se mordió la lengua para no soltar una bordería que haría que Ash lo estampara contra la pared con una descarga astral.

—¿Y qué?

—Este mes me he pasado tres veces por su apartamento y no lo he encontrado. Además, es obvio que hace tiempo que no vive en él.

«Para ser un dios atlante tienes unos poderes de observación cojonudos. ¿Cuánto has tardado en darte cuenta? ¿Tres años y medio para saber que tu hermano se ha mudado?».

Sólo por eso le gustaría darle un puñetazo a Ash.

Para no cometer semejante estupidez, Urian carraspeó.

—Tal vez deberías repartir carteles con su cara, a ver si así alguien te da información de su paradero. —Frunció el ceño—. ¿Sigue haciéndose así? Hace tiempo que no veo ninguno.

—Hablo en serio, Urian.

—Ya me doy cuenta —replicó, y concentró toda su rabia en su oponente cibernético en vez de en su jefe—. Joder, ¿cómo se atreve mi hermano de once mil años a no estar en el sitio que lo dejé hace tres años y medio después de que me hiciera el enorme favor de salvarme la vida y salvar a mi mujer? Menudo cabronazo. ¡Perro inmundo! A lo mejor deberíamos sacarlo al patio y darle una paliza por haberte preocupado tanto.

—¿Se puede saber qué te pasa?

«Allá voy, derecho a la pared», pensó.

Se desconectó del juego y se quitó los cascos. Cogió la cerveza y se volvió hacia Aquerón.

—Sabes que moriría por ti. Me arriesgo por ti a todas horas sin pensar, sin titubear. Joder, a veces incluso me alegro de que me salvaras la vida. Pero no eres perfecto, Ash. Ninguno lo somos, y cuando se trata de tu hermano, eres un capullo insufrible.

La rabia hizo que Aquerón se pusiera colorado y que sus ojos se ensombrecieran.

—No conoces a mi hermano tan bien como yo —le soltó.

—¿En serio? —La voz de Urian destilaba sarcasmo—. ¿Cuándo fue la última vez que te sentaste a hablar con Styxx? Ah, espera… —Soltó una carcajada falsa y se dio una palmada en el muslo—. Que sé la respuesta. —Se puso serio y miró a Ash con desdén—. Teníais siete años. Así que… Vamos a ver, tienes la misma edad que mi padre, de modo que Matusalén a tu lado parece un recién nacido, lo que quiere decir que sólo han pasado once mil quinientos cincuenta y tres años, hora arriba u hora abajo. Vamos, que eres un experto en todo lo relacionado con Styxx. ¿Por qué iba a ponerlo en duda siquiera? Seré tonto…

Ash se puso más colorado si cabía.

—No te atrevas a juzgarme por algo de lo que no tienes ni idea.

—¿Por qué no? Tú no paras de juzgar a Styxx por cosas de las que no tienes ni idea.

—Te lo advierto, Urian.

—Tengo tendencias suicidas, jefe. El factor miedo le importa una mierda a alguien que le da igual la vida. Pero… dices que conoces a tu hermano, ¿no? Vale, experto, pues contéstame a una pregunta muy sencilla sobre él. —Hizo una pausa para darle más dramatismo—: ¿Cómo se llamaba su esposa? Ya sabes, esa mujer cuya existencia desconocías. Mantuvo una relación estable con ella durante cinco años antes de morir, mientras que tú vivías en la misma casa y te convertías en un experto sobre su vida… Menos mal que lo conoces muy bien. Es la única mujer a la que ha querido. Desconocer su nombre es como conocerme a mí y no saber nada de Phoebe. Además, tampoco es que se marcara su nombre y el de su hijo en el brazo hace once mil quinientos treinta y seis años ni nada de eso.

Los ojos de Ash adquirieron un tono rojizo.

—Intentó matarme —gruñó.

—Sí, lo sé, porque yo hablo con él. Hace casi una década en Nueva Orleans. Rodeado de Cazadores Oscuros, estabas bien despierto y eras un dios atlante con todos tus poderes a tu disposición cuando Styxx te atacó, movido por la desesperación y en un intento por librarse del infierno eterno al que estaba condenado. No es lo mismo que ser un muchacho humano dormido en su cama al que alguien le clava una daga en el corazón y lo deja tirado en el suelo, en un charco de su sangre, para que muera solo.

—Intentaba asesinar a su padre. ¿Te lo ha contado? Estaba conspirando contra él y me culpaba a mí.

—¿En serio? Porque sabes muy bien que la gente nunca miente en cosas así. Jamás, vamos.

Ash se tensó.

—Sí, la gente miente, Urian. Así que ¿por qué crees a Styxx cuando yo sé que es un mentiroso?

Urian lo fulminó con toda la rabia que sentía y soltó la cerveza.

—¿Por qué estás tan seguro de eso? Todavía no has contestado la pregunta más sencilla sobre él… Si hay algo que deberías saber acerca de tu hermano, es el nombre de su mujer.

Aquerón apartó la vista.

Urian meneó la cabeza. Cuando volvió a hablar, lo hizo con una voz ronca y gélida.

—Pese a todos los poderes que tienes, eres incapaz de contestar. Se llamaba Bethany, para que lo sepas. Su hijo se iba a llamar Galen, en honor a su mentor, que murió en brazos de Styxx cuando era un muchacho. Un mentor que entregó su vida para salvarlo cuando alguien que no eras tú intentó asesinarlo mientras compraba el anillo de boda para su esposa. Ahora deja que te cuente lo que sé del hombre que conozco…

Ash apretó los dientes mientras se refrenaba para no golpear a Urian por su evidente estupidez.

—No quiero escucharlo. Y para que lo sepas, yo no soy el único que lo odiaba. No sabes cuánta gente lo quería muerto durante su vida como mortal. —Y añadió para sus adentros: «No sabes cuántas palizas me dieron ni cuántas veces me follaron hombres que detestaban hasta el aire que respiraba».

Dio un respingo, asaltado por esos dolorosísimos recuerdos.

Como Estigio era el príncipe, no podían tocarlo. Pero él era un puto inmundo y pagaban una buena suma a fin de fingir que era el príncipe y poder torturarlo en lugar de torturar a su hermano.

Semejante odio debía de estar provocado por algo.

Además, Ryssa también lo despreciaba. Su hermana era un alma amable y generosa que odiaba a Estigio con todas sus fuerzas.

—¿Styxx te ha contado que no tenía amigos? ¿Que nadie lo soportaba porque era un cabrón arrogante?

—¿Arrogante? Por todos los dioses, Ash, estás totalmente ciego en lo que a él respecta. ¿Alguna vez has hablado con él?

—Me largo —gruñó Ash.

Urian dio un paso al frente y lo fulminó con una mirada letal.

—Si te largas, le diré a Tory que te sujete mientras te cuento lo que tengo que decirte. Cosas que necesitas saber.

—No te atreverías.

—No me tientes… Porque esta noche, cuando estés en la cama con tu mujer pegada a ti y sonrías de felicidad, quiero que te tomes la molestia de pensar en lo que sentirías por la mañana si te despertaras y descubrieras que su calidez ya no está. Y que nunca estará. Que nunca disfrutarás otro momento con sus piernas contra las tuyas. Que nunca te despertarás y sentirás su cuerpo acurrucado contra ti. Después imagínate que entras en el dormitorio de Bas y descubres que también está vacío. Que todos los planes que habías trazado para él se han evaporado. Después quiero que te tomes un minuto y te imagines la clase de amor y de decencia que hizo falta para que Styxx me acompañara a Kalosis y abrazara a la mujer que los había asesinado. Por ti, Aquerón. Por el hermano que lo odia con todas sus fuerzas. —Urian hizo una pausa para que pudiera asimilar sus palabras—. Verás, admito que no soy tan buena persona como tú, Ash, pero te aseguro que no soportaría siquiera acercarme a mi padre para salvar al mundo, mucho menos lo abrazaría para evitarle a mi hermano el dolor que yo padezco cada vez que pienso en Phoebe… un dolor que siento con cada latido de mi corazón. Soy un cabrón vengativo. En su caso y después de que lo estamparais contra la pared unos segundos antes de que fuéramos a Kalosis, yo habría destripado a tu madre por lo que me arrebató. Y otra cosa que no sabes: tu madre le susurró algo al oído antes de que la abrazara, y aunque no tengo ni idea de lo que le dijo, conociéndola tan bien como la conozco sé que no fue algo agradable. Porque la bondad no es uno de los rasgos más característicos de la diosa de la destrucción. —Resopló y cruzó los brazos por delante del pecho—. Y luego, después de haber bajado a los infiernos para salvar a tu mujer y evitar que tú conocieras un tormento eterno, recibió una puñalada que mi padre te tenía reservada. Yo estaba allí, Aquerón. Lo vi. Nada de mentiras. Sólo la verdad. Y sí, lo curaste, pero después te diste la vuelta y te olvidaste por completo del hombre que te había salvado la vida, del hombre que había salvado la vida de tu mujer. Le diste la espalda, joder. Fui yo quien lo llevó a casa esa noche, y no has vuelto a preguntar por él ni una sola vez hasta hoy. —Se mordió el labio con sorna—. Ah, por cierto, se te olvidó sacarle el veneno antes de cerrarle la herida. Se pasó dos meses en coma, ardiendo de fiebre y delirando, y tuve que recurrir a Savitar para ayudarlo porque cuando te lo pedí a ti, me dijiste que sólo quería llamar la atención. Así que aunque te quiero como a un hermano, también considero a Styxx como parte de mi familia. Y a diferencia de ti, Styxx no tiene a nadie más en el mundo. El pobre desgraciado solo me tiene a mí. ¡La que le ha caído! —Inspiró hondo y torció el gesto antes de continuar—: Dejó el apartamento unos días después de que Savitar lo sacara del coma, hace más de tres años. Os salvó la vida a Tory y a ti, y has tardado tres años y medio en darte cuenta de que se ha ido. —Lo aplaudió con gesto sarcástico—. Buen trabajo, hermano. Buen trabajo.

Ash quería aferrarse al odio que sentía por Estigio. Lo necesitaba. Pero en ese preciso momento…

—¿Sabes lo que siempre me ha resultado fascinante, Ash? Que nunca me preguntaras cómo conocí a tu hermano.

Ash apartó la mirada, consumido por la vergüenza.

—Fue en Katoteros, para que lo sepas. Fui a dar un paseo por la playa y escuché un ruido en el templo que hay más abajo del tuyo. Lo encontré dentro, solo en la oscuridad, con apenas comida, y cuando le pregunté si quería que le llevara algo, ¿sabes lo que me pidió el cabrón arrogante de tu hermano?

Ash negó con la cabeza.

—Agua potable. Eso era lo único que quería don Egoísta. Le costaba desalar el agua del río para poder beberla. Sé que a ti no te gusta comer, pero la próxima vez que estés en casa quiero que lleves a Tory a dar un paseo por la isla y que te indique qué comestibles encuentra. No hay muchos.

—Supuse que alguno de vosotros le estaba llevando comida.

—Has supuesto muchas cosas sobre él que no son ciertas. Como cuando me dijiste que se pasó once mil años en los Campos Elíseos. No fue así. Artemisa lo dejó en la Isla del Retiro, totalmente solo. No tenía a nadie con quien hablar y tampoco tenía provisiones. Ni siquiera contaba con un martillo.

—Eso no es lo que ella me dijo.

—Claro, porque la tía Artemisa nunca miente. En la vida. Sobre nada… ni siquiera sobre tener una relación de once mil años contigo que acabó con el nacimiento de una hija de mi edad. Artemisa es la fuente de la verdad absoluta, sobre todo en lo que a ti se refiere. El dulce y bondadoso trato que recibió durante todos esos siglos fue el motivo de que no se quejara cuando lo dejaste en Katoteros. Por eso sabía cómo sobrevivir sin nada. Pero la pregunta es por qué se marchó.

—Supongo que se aburrió.

—Otra vez con las suposiciones. —Urian bajó la vista hasta el tatuaje que llevaba Ash, que no era otra cosa que su hija caronte dormida—. Nuestra preciosa Simi lo atacó sin provocación previa y… en fin, lo mató. Pero es evidente que no puede permanecer muerto. Y antes de que vuelvas a llamarlo mentiroso, quiero que sepas que él no me lo ha contado nunca. Escuché a Simi vanagloriarse cuando le relataba a su hermana cómo había despedazado a la copia mala de tu persona que había intentado hacerle daño a su akri. De hecho, Styxx no ha pronunciado una sola palabra en tu contra. Ni una.

—Pero te dijo que lo había apuñalado.

—Sí, una noche que estaba fatal, borracho, y yo le pregunté por algunas de las cicatrices de su cuerpo. Aunque tiene muchas y algunas son espantosas, la enorme cicatriz zigzagueante que tiene en el pecho, justo sobre el corazón, destaca sobre las demás.

Ash frunció el ceño al escucharlo.

—¿Qué cicatrices?

—Por todos los dioses, Ash… ¿es que nunca has mirado a tu hermano? Las tiene por todo el cuerpo. Incluso en la cara.

No, nunca había visto cicatrices en Estigio. Pero tal como Urian acababa de señalar, nunca lo había mirado de verdad.

Había mirado a través de él.

—¿Dónde está?

Urian lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿Para qué? ¿Para que puedas hacerle más daño? Ni de coña. Se ha marchado a un lugar seguro para que no tengas que preocuparte por la posibilidad de que aparezca en tu puerta.

—Claro, es muy altruista con su cuenta de mil millones.

—Si te refieres al dinero que le diste cuando lo dejaste tirado sin más, que sepas que te lo transfirió todo antes de abandonar Nueva York. Y esa cuenta lleva cerrada más de tres años.

Harto del juego, Ash lo fulminó con la mirada.

—¿Sabes una cosa? Puedo encontrarlo sin tu ayuda.

—Como le hagas daño, Aquerón, te juro por todos los dioses a los que tanto odio que te doy de hostias. Por una vez, piensa un poco en él y déjalo tranquilo. Es lo único que quiere. Llevas tres años sin acordarte de él. ¿Qué más te dan otros trescientos?

Eran unas palabras duras. Pero más dura todavía era la verdad que encerraban.

Ash tragó saliva.

—Quiero hablar con mi hermano.

Urian suspiró.

—Vale. Está en el Sáhara. Y lo digo literalmente. Está viviendo como un beduino. Cené con él hace un mes, pero no lo he visto desde entonces. Es lo único que sé.

Ash lo saludó con una inclinación de cabeza y se marchó en busca de Estigio.

Aquerón se mantuvo invisible mientras observaba cómo Styxx le daba de comer a su caballo y a su camello. Urian no había exagerado en lo más mínimo la existencia tan parca que llevaba su hermano. De no ser por los penetrantes ojos azules que llevaba delineados con kohl, Styxx habría pasado por un tuareg. Vestido de negro de los pies a la cabeza, llevaba la boca y la nariz cubiertas con la kufiya, que le ocultaba el pelo y el rostro casi por completo. El único toque de color era la vaina marrón de la cimitarra y el agal rojo que rodeaba la kufiya negra. Así como las vainas marrones de los puñales que llevaba sujetos en los brazos.

El caballo mordisqueó la bolsita de cuero negro que Estigio tenía en la cadera.

Su hermano se echó a reír.

—Vaya, me has pillado. —Le acarició las orejas a la yegua y le dio unas palmaditas en el cuello—. Sí, son para ti. —Abrió la bolsita y sacó los trozos de manzana que procedió a darle de comer con la mano—. Está buena, ¿verdad?

La yegua movió la cabeza como si asintiera y resopló.

El camello resopló, pero irritado.

—No te preocupes, Jabar. No me he olvidado de ti.

Styxx se acercó al animal para darle comida.

Tras darles de comer y asegurarlos, se lavó las manos en el pequeño oasis y regresó a la diminuta tienda negra.

Ash lo siguió al interior y se quedó de piedra al ver lo que encontró. El «príncipe» tenía un modesto saco de dormir sobre una ajada alfombra persa, sobre la cual dormía un enorme perro marrón junto a un cuenco de comida medio vacío y a otro cuenco con agua. Al lado del saco de dormir había un iPhone, conectado a un pequeño altavoz por el que se oía «Criminal», de los Disturbed, a un volumen lo bastante alto como para que se escuchara dentro de la tienda, pero lo suficientemente bajo como para poder oír si alguien se acercaba. Una mochila, unas alforjas, cuatro linternas medianas que funcionaban con energía solar, un rifle y nada más.

Ajeno a la presencia de Ash, Styxx se quitó la ropa hasta quedarse sólo con su akarbey.

Joder, Urian no bromeaba. Las cicatrices de Styxx eran espantosas. ¿Cómo, dónde y cuándo se las habían hecho? Al ver que se arrodillaba en una esquina para rebuscar en su mochila, Ash se quedó sin aliento porque reparó en el símbolo solar de Apolo, que se extendía desde un omóplato al otro.

Como dios, Ash sabía muy bien lo que significaba dicha marca y todos los horrores que conllevaba…

Una posesión feroz.

Con ella, Apolo advertía al resto de los dioses de que lucharía con uñas y dientes para que Styxx siguiera siendo su esclavo. Y Apolo no hacía esas cosas a la ligera. El dios olímpico nunca había marcado a Ryssa como su propiedad. No le había importado lo suficiente. Puesto a pensarlo, Artemisa tampoco lo había marcado a él oficialmente, y habían estado juntos miles de años antes de que Tory lo liberase.

Y mientras contemplaba la marca, el recuerdo del último día de Ryssa y sus histéricas acusaciones según las cuales Estigio había seducido a Apolo tomaron un cariz muy feo. Si bien se podía haber equivocado en muchas cosas con respecto a Estigio, había algo que tenía muy claro: su hermano era un heterosexual convencido.

No así Apolo. Y si Styxx se había opuesto a su posesión, Apolo se habría vengado de forma brutal. Sólo había que ver lo que el muy cabrón le había hecho a su propia gente…

A su propio hijo.

A él mismo.

Escuchó de nuevo las palabras de Tory sobre los dioses que fingían ser mortales y se le ocurrió una posibilidad terrible. Siempre se había preguntado cómo era posible que Estigio se portara tan mal con él. Cómo era posible que su gemelo fuera capaz de lo que prácticamente era atacarse a sí mismo cada vez que lo atacaba a él.

El hecho de que Apolo lo castrara tenía más sentido que la idea de que lo hubiera hecho su hermano. El dios olímpico habría querido vengarse de él por haberse acostado con Artemisa y haberla «mancillado». El salvaje ataque tenía mucho más sentido si la causa era Artemisa y no una mujer por la que Styxx no sentía nada.

Estigio sujetó una manzana con los dientes y se puso en pie con dos botellas de agua caliente, un cuaderno de dibujos y varios lápices. A continuación, se sentó en el jergón sin molestar al perro y abrió una botella de agua para beber. Mientras se comía la manzana, abrió el cuaderno de dibujo por una página en la que se veía el boceto de una mujer sentada en un precioso arroyo, con un bebé en brazos. La mano del bebé estaba sobre los labios de la mujer mientras ella lo miraba con una sonrisa. Aunque sólo era un boceto, el amor que se reflejaba en la cara de la mujer era asombroso.

Ash miró la mano izquierda de Styxx, con la que sujetaba la manzana, y reparó en los nombres de su esposa y de su hijo, que se había marcado con sumo cuidado en la piel.

Un tributo eterno. No era un gesto que un hombre hiciera a la ligera. La verdadera magnitud de la pérdida de Styxx y del amor que su hermano le había profesado a su familia lo golpeó con tanta fuerza que tuvo miedo de echarse a vomitar.

Styxx soltó la manzana y se limpió la mano en el muslo antes de inclinarse hacia delante para ponerse a dibujar. Ash dio un respingo al verlo colocarse el lápiz con la mano izquierda para que la dañada mano derecha pudiera usarlo. Sus ademanes dejaban claro que estaba tan acostumbrado a hacerlo para poder usar la mano medio paralizada que no tenía ni que pensarlo.

Los ojos azules de Styxx se llenaron de lágrimas mientras comenzaba a mover con mimo la mano derecha, surcada de terribles cicatrices, por la página.

—Te echo de menos, Beth —musitó antes de añadir más detalles.

Styxx apartó un poco el cuaderno mientras dibujaba, y en ese momento Ash se dio cuenta de por qué.

Lo estaba protegiendo.

De vez en cuando, una lágrima brotaba de sus ojos mientras dibujaba. En silencio y sin perder la concentración, su hermano se la limpiaba con el hombro y seguía con los trazos.

Asombrado por el enorme corazón de su hermano y por su talento, Ash se puso de rodillas para observar los trazos precisos y expertos. No tenía ni idea de que fuera capaz de algo así.

En cuanto terminó el dibujo, Estigio se sorbió la silenciosas lágrimas y fue repasando el cuaderno, que estaba lleno de dibujos de la misma mujer y del mismo niño a diferentes edades, desde recién nacido a la madurez. Era como si hubiera creado los recuerdos de su mujer y de su hijo que le habría gustado tener.

Unos recuerdos que le habían arrebatado.

Que Apolimia, su madre, le había arrebatado.

Sin embargo, lo peor de todo era que el niño le recordaba a Bas. Al ver que Styxx se detenía en un dibujo en el cual él abrazaba a su mujer y a su hijo, se vio obligado a marcharse.

Las palabras de Urian por fin calaron en su mente, haciendo que se echara a llorar mientras trataba de imaginarse lo que sería vivir sin Tory y sin Bas durante un solo día. Durante siglos sería…

«¿Cómo pude pedirle que salvara la vida de mi mujer y abrazara a la asesina de la suya?».

Urian tenía razón. Era un capullo insufrible. Y no sabía nada acerca de su hermano.

Se llevó las manos a los ojos e intentó controlarse por todos los medios mientras recordaba el dibujo que Styxx había hecho del niño con un osito de peluche. De no saber que era imposible, habría jurado que su hermano había visto a su hijo.

Ya puestos, incluso sus respectivas mujeres se parecían lo bastante como para ser familia.

¿Sería posible que hubiera permitido que el odio hacia Estes y los celos de Ryssa hacia Estigio lo hubieran infectado hasta el punto de influir en sus opiniones? No debería ser tan fácil de convencer…

¿O sí?

Y pensar en todas las veces que había predicado que siempre había tres versiones de todo acto: la propia, la de los demás y la verdad, que estaba en algún punto intermedio.

Sin embargo, en lo referente a su hermano…

«Las emociones no piensan».

Él lo sabía mejor que nadie.

Y mientras seguía de pie en una solitaria duna, con la vista perdida en el ardiente y vasto desierto, recordó lo mucho que Styxx odiaba estar solo de niño. Recordó la cantidad de veces que se había colado en su habitación y la cantidad de palizas que le habían dado por eso. Pero había ido en su busca pese a todo.

«Hermanos. Para siempre».

Estigio había intentado compensarlo. Lo había buscado, pero él lo había apartado con brusquedad. Una y otra vez. Lo peor de todo era que le había dado la espalda a Styxx durante siglos y no había pensado en él.

Ni una sola vez.

«Es increíble el daño que nos hacemos a nosotros mismos y el daño que les hacemos a los demás cuando solo queremos evitar que nos hagan daño», se recordó. ¿Cuántas veces se lo había dicho a un Cazador Oscuro?

Claro que siempre era más fácil dar consejos que seguirlos.

Movido por la necesidad de arreglar las cosas, Ash regresó junto a la tienda. Permaneció de pie varios minutos, sopesando la lógica concerniente a sus actos.

Sin embargo, no era un cobarde.

Inspiró hondo para armarse de valor y levantó la entrada de la tienda.

—¿Estigio?

El perro se agazapó y comenzó a gruñirle.

Su hermano seguía sentado, pero estaba inclinado hacia delante, taponándose la nariz con un pañuelo ensangrentado al tiempo que calmaba al perro que tenía al lado.

—No he hecho nada, joder.

Desconcertado, Ash frunció el ceño.

—¿Cómo?

—Sea cual sea el motivo por el que has venido a recriminarme, yo no he sido. No soy un dios. No puedo irme de aquí en un abrir y cerrar de ojos. Tardaría una semana entera en llegar al pueblecito más pequeño. —La rabia y el odio lo consumían.

Y Ash sabía que se lo merecía.

—He venido para agradecerte el regalo que le enviaste a Sebastos.

—Habría bastado con un mensaje de correo electrónico.

—¿Te habría llegado?

—Tarde o temprano, sí.

Ash entrecerró los ojos al ver los otros dos pañuelos empapados de sangre en el suelo.

—¿También sigues teniendo dolores de cabeza?

—Sí, y el más gordo de todos acaba de entrar en mi tienda. —Styxx se apartó el pañuelo para comprobar si se había cortado la hemorragia, pero vio que no era así. Dobló el pañuelo y volvió a ejercer presión sobre la nariz—. ¿Qué quieres?

«Que me perdones», pensó. Sin embargo, no tenía derecho a pedírselo. Urian había estado en lo cierto. Styxx había intentado matarlo, sí, pero lo había hecho de frente. Joder, incluso le había avisado de que iba a por él.

Él, en cambio, lo había hecho por la espalda. Pero los dos habían actuado por el mismo motivo: solo querían terminar con su sufrimiento.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Sí —respondió Estigio—, eres un gilipollas y yo un cabrón. ¿Qué coño les pasa a los hombres de mi familia que siempre quieren interrogarme cuando me duele algo y estoy sangrando?

Ash bajó la mirada y la clavó en las cicatrices que tenía Styxx en el costado. Partían de la axila, donde las quemaduras habían hecho imposible que creciera el vello, y desaparecían por la cinturilla de los pantalones. Incluso tenía el pezón desfigurado. Esas cicatrices, muy características, despertaron sus recuerdos e hicieron aflorar un acto de estupidez que había reprimido hacía mucho tiempo. Dio un respingo al recordar el momento en el que vio las cicatrices que cubrían las ingles y los muslos de su hermano en la Atlántida.

«¿Qué has hecho? ¿Masturbarte con un hierro candente?».

En vez de golpearlo como se merecía, Styxx se acurrucó y no le contestó. Se limitó a clavar la mirada en la pared.

Deseó poder retroceder en el tiempo y darse un buen puñetazo por semejante crueldad. Era evidente que alguien había torturado con saña a su hermano.

Mientras era apenas un niño.

Antes de entrar en combate. Solo que en aquel entonces a él le daba igual. Sumido en su propia desdicha, no había pensado ni un segundo en la de Styxx.

«Sólo porque tú lo estés pasando mal, Aquerón, no significa que yo lo esté pasando bien», recordó. Con razón Styxx le había hablado tan mal.

Una y otra vez. Sin embargo, la cicatriz que más lo descomponía era la que tenía justo sobre el corazón. La que él le había provocado…

—¿Por qué sigues aquí? —preguntó Styxx—. Querías perderme de vista. Me he perdido. Siento haberte enviado el dichoso caballito que ya no quería conservar. No volveré a molestarte. ¡Largo!

—¿Por qué me lo enviaste?

En el mentón de su hermano apareció un tic nervioso.

—Porque te prometí que no permitiría que le pasara nada, y pese a lo que piensas de mí, cumplo las promesas que hago.

Ash cerró los ojos mientras el dolor lo asaltaba.

«¿Por qué no hablé contigo cuando me lo pediste en Katoteros?».

Porque estaba furioso. Y dolido.

Pero sobre todo furioso.

—Sólo quería disculparme contigo, Styxx.

Su hermano lo miró sin dar crédito.

—Ah, vale. —Su voz destilaba sarcasmo—. Me alegro de que te hayas quitado ese peso de encima. ¡Tachán!

«Eres un gilipollas».

¿Qué más daba que estuviera justificado?

Ash suspiró.

—Antes de irme, ¿te gustaría ver una foto de Sebastos con tu regalo?

Cuando esos penetrantes ojos azules se clavaron en él, la agonía que vio en ellos fue como una patada en los huevos.

—¿Crees que sabes lo que es el dolor? No lo sabes. Créeme. He vivido tu puta vida, ¿te acuerdas? Conozco todos y cada uno de sus detalles. Y dado que Artemisa me encerró en aquel infierno y vi que me odiabas sin motivo alguno y por cosas que nada tenían que ver conmigo, me ha costado la misma vida no odiarte por eso y por lo que tu madre me hizo. Por todo lo que tu madre me arrebató. Pero como me enseñes una foto de tu hijo, perfecto y saludable, no seré responsable de mis actos. Y antes de que te dé un ataque como a Ryssa y empieces a decirme lo egoísta que soy… No, no tengo celos de tu felicidad ni de tu familia. En mi cabeza no queda hueco para eso, estoy demasiado ocupado llorando la pérdida de la mía. ¡Y ahora, largo!

Ash asintió con la cabeza y salió de la tienda.

Escuchó el grito estentóreo de Estigio, cargado de angustia y de una rabia incontenible. Era el mismo que se escuchaba cada vez que un Cazador Oscuro moría como humano por culpa de una injusticia. Era el grito que hacía que Artemisa bajara desde el Olimpo para preguntarles si querían vender su alma por un acto de venganza contra la persona o las personas que les habían causado daño.

Aquerón jamás creyó que alguien podría emitirlo por algo que él hubiera hecho.

Y jamás habría creído posible que saliera de la garganta de su propio hermano. Había estado tan abrumado por su dolor y por su rabia que no se había parado a considerar lo que sentía Styxx. Desde fuera, la vida de Estigio había parecido perfecta.

Amado príncipe. Héroe de Dídimos. Heredero de un vasto imperio. Sin embargo, una casa podía parecer nueva por fuera y estar plagada de termitas que devoraban los cimientos hasta que la construcción se derrumbaba, pese al esfuerzo de mantenerse en pie y resistir al brutal ataque.

Y una sonrisa podía esconder un dolor profundísimo.

—Lo siento, Styxx. —Y en esa ocasión lo decía en serio.

Dado que necesitaba reencontrar la paz, Aquerón se dirigió la isla que Savitar consideraba su hogar. Como estaba anocheciendo, encontró a su antiguo mentor y amigo ataviado con un traje de neopreno negro, sentado en la orilla junto a su tabla de surf, contemplando la puesta de sol sobre el océano. Savitar estaba recostado sobre los brazos, con las piernas extendidas, cruzadas a la altura de los tobillos, y carraspeó nada más verlo.

—El niñato viene a perturbar mi depresión. ¿Qué pasa, hermano?

Ash usó sus poderes para vestirse con un traje de neopreno a fin de sentarse en la orilla junto a Savitar. Dobló las rodillas y se rodeó las piernas con los brazos antes de soltar un hondo suspiro.

—Urian me ha dicho que tuviste que sacar a Styxx de un coma.

Savitar asintió con la cabeza.

—¿Qué sabes de su pasado?

El ctónico se encogió de hombros con gesto despreocupado.

—Tú eras su hermano. Deberías saberlo.

—No juegues conmigo, Sav, no estoy de humor.

El aludido miró a Ash.

—Sólo conozco unos pocos detalles, nada más.

—¿Cuáles?

—Sabes que era el ctónico de la Atlántida, así que sólo sé lo que sucedió allí.

Savitar estaba mintiendo como un bellaco, pero no pensaba echárselo en cara en ese momento.

—¿Y?

—Sabía lo mismo que tú… que Estigio condujo su ejército hasta las costas atlantes y que los estaba machacando de tal manera que sus dioses se vieron obligados a pactar con Apolo antes de que los derrotara por completo.

Ash frunció el ceño al escucharlo.

—Pero no fueron los dioses quienes pactaron. Fueron los reyes griegos. Le ofrecieron mi hermana a Apolo.

—Eso no es del todo exacto.

Ash detestaba que Savitar pronunciara esas palabras. Nunca auguraban nada bueno.

—¿Qué quieres decir?

—Que Apolo no quería a tu hermana. Estigio contaba con la misma belleza y el mismo atractivo sexual que tú, también cortesía de Epitimia, y Apolo se prendó de él en cuanto lo vio por primera vez… tal como pasó con Artemisa y contigo. Los dioses atlantes tenían que librarse de Estigio antes de que los venciera por completo. Le dijeron a Apolo lo que tenía que hacer para conseguirlo. Pero todos sabían que el rey de Dídimos jamás accedería públicamente a que su heredero fuera el amante de Apolo. De modo que Apolo usó a Ryssa como tapadera para controlar a Estigio.

Por desgracia, eso explicaba muchas cosas.

E hizo que a Ash le ardiera el estómago por la culpa y el dolor.

—Dado que eras el ctónico de la Atlántida, ¿sabes algo de las otras veces que Styxx estuvo allí?

Savitar lo miró con expresión fría.

—Tu hermano estuvo en la Atlántida cuatro veces a lo largo de su vida.

Ash jadeó. No, era imposible…

—¿Cuatro veces?

Savitar asintió con la cabeza.

—La primera vez apenas era un niño y fue para liberarte de tu tío. Estes lo capturó y lo retuvo.

—¿Y no hiciste nada para evitarlo?

—No me enteré en su momento.

—¿A qué te refieres?

Con expresión atormentada, Savitar se inclinó hacia delante y se pasó una mano por el pelo húmedo.

—Tu madre anuló mis poderes cuando eras pequeño para que no pudiera veros ni a ti ni a tu gemelo. No sabía que intentó liberarte hasta que lo saqué del coma.

—¿Y qué te hizo mirar en sus recuerdos?

—Llevaba tatuadas en el pubis la palabra «puto» en griego antiguo y la palabra «tsoulus». Puesto que soy imbécil, quise enterarme del motivo. Y descubrí por qué no se debe mirar en ciertos sitios.

Ash cerró los ojos, consumido por el dolor, un dolor tan profundo que apenas podía pensar.

—Por favor… dime que es mentira.

—Sabes que no puedo hacerlo. Por eso Styxx atacó la Atlántida como si tuviera una deuda personal que saldar. La tenía. Tu tío lo había retenido y lo había prostituido, al igual que a ti. Incluso perforó la lengua de Styxx… algo que también hizo Apolo.

Ash jadeó al compadecerse de su hermano.

—Ya que miraste, ¿cómo consiguió atraparlo mi tío?

—No me hagas preguntas de las que no quieres saber la respuesta.

Sin embargo, Ash hizo oídos sordos.

—Quiero saberlo. —Necesitaba saberlo.

Savitar lo miró con expresión feroz.

—Ya deberías saberlo, Aquerón. Tú estabas allí cuando pasó.

—¡Y una mierda! —Se quedó callado—. Enséñamelo.

Savitar negó con la cabeza.

—Hay recuerdos que nadie tiene por qué tener.

Una vez más, Ash hizo oídos sordos.

—Artemisa castigó a Styxx con mis recuerdos. Lo obligó a vivir mi vida, pero en vez de conseguir que me perdonase solo ha conseguido avivar su odio hacia mí. Quiero saber por qué. Por favor, Savitar. Necesito saber cómo lo capturaron.

—Y yo me niego a enseñártelo —masculló Savitar… con una amargura que nunca antes había dirigido hacia él—. Dejémoslo en que se habría librado si tú no te hubieras resistido ni hubieras llamado a tu tío para decirle dónde te encontrabas. Podrías haber escapado con Estigio voluntariamente, pero tenías demasiado miedo para intentarlo. Lo peor de todo es que mientras Estes lo retenía, tú te reíste y te vanagloriaste de todo lo que le hacían. A todas horas. Se lo echaste en cara todo el tiempo que estuvo en la Atlántida contigo y ayudaste a prepararlo para complacer a los hombres con los que tu tío lo prostituía. Incluso lo sujetaste mientras Estes lo marcaba como un puto.

Ash jadeó cuando esa verdad lo golpeó. Sintió un nudo en la garganta.

—No lo hice.

—Sí que lo hiciste.

Ash meneó la cabeza.

—No soy esa clase de persona, Savitar. No lo soy.

—Todo hombre, mujer o niño es capaz de unos prejuicios extremos y de una crueldad insospechada si siente que su odio está justificado. Tengan razón o no. Todos somos capaces de atacar cuando sentimos dolor. Nadie, ni siquiera tú o yo, somos inmunes. Como dijo Platón, sé amable con todo el mundo, porque todos libramos batallas difíciles. Y sí, te hizo mucha gracia que el adorado príncipe heredero fuera marcado como un puto y como un esclavo, y que fuera prostituido para servir a los mismos hombres que pagaban por follarte a ti. En tu defensa, eras joven y estabas drogado, sumido en tu propio infierno.

—Eso no es excusa. —Tuvo que parpadear para contener las lágrimas.

—No, no es excusa. Sólo es la cruda realidad. —Savitar soltó una carcajada amarga—. ¿Te has preguntado alguna vez por qué los dioses crearon a los hombres, niñato? Personalmente creo que somos el primer reality show de la Historia. Esos cabrones estaban tan aburridos que nos crearon para poder sentirse mejor consigo mismos.

—No tiene gracia.

Savitar suspiró.

—No, la tragedia nunca la tiene. Nuestras vidas están marcadas y guiadas por las cosas de las que nos arrepentimos. Las cosas que queremos eliminar pero no podemos. En un mundo perfecto nunca les haríamos daño a nuestros seres queridos ni haríamos que sufrieran por nuestra culpa. Pero el mundo no es perfecto, y nosotros tampoco.

Aun así, Ash era incapaz de perdonarse por el trato que le había dispensado a Styxx hacía tantos siglos.

—Casi me da miedo preguntar por la segunda visita de Styxx.

—También estabas allí en esa ocasión.

—Cuando me echaron a la calle. —Después de haberse burlado de Estigio, después de provocarlo.

Y de provocar a su padre.

Savitar asintió con la cabeza.

—Por cierto, ¿sabes cómo murió Estes?

—Un ataque al corazón o algo así mientras dormía.

Una vez más, Savitar meneó la cabeza.

Ash tuvo un mal presentimiento cuando la verdad lo golpeó con saña. Algo que nunca antes se le había pasado por la cabeza…

Su hermano era un soldado entrenado para matar.

—¿Styxx?

—Sí —murmuró Savitar—. Estes había planeado prostituir a tu hermana con un príncipe atlante. Para protegerla a ella y también a ti, después de que lo violaran en grupo, Estigio se soltó de las ataduras y asfixió a Estes mientras dormía. Luego, presa de la culpa, del pánico y del miedo, fue a la Atlántida con el padre al que odiaba para liberarte.

«Y yo lo insulté».

—No lo sabía.

—Claro que no. Si Styxx le hubiera dicho algo a alguien, lo habrían ejecutado. Con brutalidad. Pero ¿puedes imaginarte lo que debía de sentir un muchacho que cargaba con tanto miedo y con semejante sentimiento de culpa?

No, no podía. Con razón Estigio había sido tan reservado y tan callado. Un rasgo por el que siempre se habían burlado de él.

«Se cree demasiado bueno para hablar con los demás. Míralo, pavoneándose como si fuera muy importante».

Los despectivos comentarios de Ryssa y sus críticas tomaron un cariz muy distinto a la luz de la nueva información con la que contaba Ash.

Desde ese nuevo punto de vista, ya no veía la arrogancia y la vanidad de su hermano tanto como su agotamiento y su resignada tristeza.

Y sí que recordaba a Bethany. Vagamente. Sin embargo, esos recuerdos eran muy dolorosos, porque hacían aflorar el resentimiento que lo invadía cada vez que veía a Estigio con ella. Dado que Artemisa se negaba a reconocerlo en público, el hecho de que Bethany sonriera y abrazara a su hermano nada más verlo hacía que los odiara a ambos aún más.

—¿Y las otras dos ocasiones? —preguntó, en un intento por reconciliarse consigo mismo.

—La siguiente no fue tan mala. Estigio estaba rodeado de su ejército. Pero iban cortos de provisiones y tenían que luchar por cada palmo de tierra contra los atlantes que querían aniquilarlos. Aun así, salió victorioso. Y fue atacado una vez de vuelta en casa por los celosos griegos.

Savitar se rascó la mejilla y lo fulminó con una mirada fría.

—La última vez que estuvo allí fue la peor.

—¿Peor que lo de Estes? —preguntó Ash, sin dar crédito.

El ctónico asintió con la cabeza despacio.

—¿Sabes que tiene la marca de Apolo en la espalda?

—Sí. La he visto justo antes de venir aquí.

—Tu hermano no llevaba muy bien la esclavitud. Se enfrentó a Apolo con uñas y dientes, hasta tal punto que Apolo decidió doblegarlo por la fuerza. Como no fue capaz de hacerlo solo, solicitó la ayuda de otros. Styxx pasó un año en la Atlántida como prisionero de guerra. Primero lo retuvieron los dioses, y después se lo entregaron a la reina atlante y a su pueblo en Aeryn.

Ash dio un respingo al escucharlo.

—Lo torturaron.

—Ja, hicieron mucho más que eso.

Ash se estremeció. Dado que había sido el chivo expiatorio de su hermano en un prostíbulo, se hacía una idea de cómo se habían portado los demás cuando tuvieron al verdadero Estigio entre las manos. Las civilizaciones antiguas habían sido muy creativas a la hora de expresar su crueldad.

Y también habían sido brutales.

Sin embargo, Ash era incapaz de recordar un período de tiempo en el que Styxx no hubiera estado en el palacio.

—Aparte de la guerra, ¿cuándo faltó durante todo un año?

—Conoces la respuesta, Aquerón. Fue durante el año que se comportó de forma tan rara. Cuando empezó a relacionarse con los demás y a asistir a fiestas. No era Estigio.

Por supuesto que no. Incluso Ryssa había comentado lo mucho que lo había cambiado la guerra, porque se estaba comportando de forma muy rara.

—El año que se comprometió con Nefertari. —El mismo año que a él lo castraron y lo torturaron, y el mismo año que se descubrió la conspiración contra su padre.

Savitar asintió con la cabeza.

—Apolo lo orquestó todo. Como he dicho, quería doblegarlo. De modo que sacó a Styxx del palacio y dejó a uno de sus secuaces para que nadie se enterase de lo que había hecho. Quería arruinar la vida y la reputación de Estigio. Quería que todos se volvieran en su contra.

Y lo había conseguido.

—¿Cuándo volvió Styxx a Dídimos?

—Ya lo sabes.

Ash apartó la mirada. Cuando se vio obligado a arrodillarse desnudo delante de Apolo, en un templo lleno de sus súbditos, que se reían de él…

«Tendrías que haberlo visto, Aquerón», resonó la voz de Ryssa en su cabeza mientras se lo contaba después de que hubiera sucedido. «Se lo tiene merecido por haber insultado a Apolo con su soberbia».

Soberbia… por rechazar la posesión de Apolo.

Y al igual que los demás, él había encontrado muy graciosa la humillación pública de su hermano, muy parecida a la que él mismo había sufrido por culpa de Apolo y de Artemisa en el templo de esta.

Con razón Styxx los odiaba a todos.

Savitar volvió a suspirar.

—Por si no sientes ya suficiente culpa, voy a echarte más mierda encima.

El miedo le provocó un nudo en la boca del estómago.

—¿Más?

—Sabes que todos los ctónicos nacen como mortales, ¿verdad? Se supone que ninguno tiene relación alguna con los dioses.

—Sí… —Ash era la única excepción a la regla.

—Estigio no te robó tu derecho de nacimiento, niñato… tú se lo robaste a él. Era él quien debía nacer como ctónico. Pero cuando te pusieron en el vientre junto a él, absorbiste la mayoría de sus poderes y lo dejaste con unos cuantos efectos secundarios muy desagradables. Las hemorragias nasales, los dolores de cabeza y la capacidad de escuchar los pensamientos de los demás.

Sin medios para protegerse.

Joder.

Ash tenía el estómago tan revuelto que a esas alturas ya debería estar vomitando.

—¿Cómo lo arreglo, Savitar?

—Hermano, esa es la pregunta del millón. Y si supiera la respuesta, jugaría a la lotería.