14 de mayo de 2012

Aquerón acarició el pelo rubio de su hijo mientras Sebastos dormía contra su pecho. No había nada en el mundo que lo reconfortara más, y cuanto mayor se hacía Bas, menos comprendía cómo su familia había podido darle la espalda como lo había hecho. Él se arrancaría el brazo antes de pegarle a su hijo.

Y el resto de las crueldades que le habían prodigado…

Jamás. Sería incapaz de hacerle a su peor enemigo las cosas que le habían obligado a hacer a él.

Cerró los ojos y escuchó cómo Tory se quejaba en griego mientras calificaba los exámenes, sentada en el sillón verde que tenía delante.

—Seguro que estaban prestando atención en clase, cariño.

—¿De verdad? —Tory levantó la vista con expresión amargada—. Porque no sabía yo que alguna de las Tebas se encontrara en Yugoslavia.

Hizo una mueca al escuchar el error.

—Eso duele.

—Sí, duele mucho. Ni siquiera imparto esa asignatura. Por cierto, que sepas que uno de los héroes de Los siete contra Tebas se llamaba… no Partenopeo, que es casi calcado del apellido de la profesora que imparte la asignatura de Civilización Antigua, no… De eso nada, se llamaba Partenón. Partenón… Y yo pensando que esa pregunta estaba chupada.

Joder. ¿Cómo puedes equivocarte cuando tu profesora se llama Soteria Partenopaeo? Vamos, por favor… —Puso una nota en el examen—. Vale, un 3 enorme para ti, guapa. —Hizo una mueca y tachó la nota—. Está bien, un 4… No, mejor un 5. Soy incapaz de suspender a un alumno.

Ash se echó a reír por ese corazón de oro que lo había salvado del infierno de su vida.

—No sé, akribos. Me parece que esta alumna en concreto te está suplicando que la suspendas.

—Y por eso no quiero que me ayudes a corregir los exámenes. Catearías a todo el mundo.

Ash le dio un beso a su hijo en la coronilla.

—A Bas no lo catearía.

—Sólo tiene un año. Pese a su magnífico ADN, no va a asistir a esta clase antes de diez años.

—¿Sigues pensando en que se licencie en la universidad con doce?

—Sí. Con un nombre como Sebastos Eudoro Partenopaeo, el instituto no le va a sentar muy bien.

Ash rio de nuevo. En eso tenía razón, pero Bas tenía un demonio de la guarda, que no un ángel, y un padre que era un dios.

—No creo que vaya a tener problemas con los matones del colegio. Al menos durante mucho tiempo.

Con una sonrisa, Tory cogió el móvil de la mesita auxiliar y resopló.

—¿Pam y Kim te han mandado más fotos de los cachorros?

Ella negó con la cabeza.

—Tu hermano tiene un sentido del humor retorcidísimo —respondió.

Que mencionara a Estigio lo dejó helado y enarcó una ceja mientras su buen humor se esfumaba.

—¿De qué hablas?

—Le pedí que me diera su dirección postal, y mira lo que me ha mandado. —Le pasó el móvil para que la viera.

Styxx Anaxkolasi

13 Flegetonte hacia el Tártaro

Hades, 88888

Ash sonrió pese a la irritación y puso los ojos en blanco.

—Me encanta su apellido.

—Sí, el rey del infierno. Supuse que te gustaría. Y me encanta que su código postal sea la infelicidad repetida. Ah, y el trece por Hades y por su río de fuego. Incluso al Señor de la Oscuridad le resultaría hilarante. ¿Crees que se lo tendría que reenviar a Perséfone?

Mientras luchaba contra la rabia que lo invadía, Ash acunó la cabeza de Bas con una mano.

—Claro, ¿por qué no?

Tory se quedó petrificada al ver la expresión de Ash.

—¿Qué pasa? Pensaba que te haría gracia.

Esos turbulentos ojos plateados brillaban por un tormento que ella ni alcanzaba a imaginarse.

—Me pregunto para qué quieres su dirección.

Tory se quedó boquiabierta el escucharlo.

—Dime que no estás celoso.

Ash bajó la vista y miró a Bas, incapaz de enfrentar su mirada.

—Aquerón… —lo regañó—, por favor.

En esa ocasión sí la miró a la cara, y el odio de sus turbulentos ojos plateados la sobresaltó.

—Hay mala sangre entre nosotros, Sota. No sabes cuánta. Sólo conoces retazos de la historia. Dejémoslo en que preferiría que te mantuvieras alejada de él… Once mil años después sus venganzas siguen escociendo, todavía me dan ganas de matarlo. Por eso no le he permitido acercarse más. Me encantaría darle una oportunidad, de verdad que sí, pero no me atrevo. Sois demasiado importantes para mí como para poner en peligro vuestra seguridad.

El corazón le dio un vuelco al percatarse de la agonía que Ash se esforzaba por ocultarle. Nadie más la habría detectado en su voz, pero ella sí. Era muy consciente de los cambios en el estado de ánimo de su marido.

Dado que Ash siempre se había negado a hablar de su hermano, incluso a hablar con él cuando se encontraban cerca, sabía que su pasado debía de ser brutal. Pero no se había parado a pensar que un contacto tan inocente pudiera irritarlo tanto, sobre todo porque Styxx había tenido la amabilidad de rescatarla y después se había marchado para no molestarlos más.

—Lo siento mucho, Aquimou. No quería hacerte daño. Solo quería enviarle una nota de agradecimiento.

Cuando los ojos de Ash se volvieron rojos, supo que estaba furioso.

—¿Qué tienes que agradecerle? ¿Que convirtiera mi vida en un infierno?

Tragó saliva mientras sopesaba la idea de enseñarle lo que Styxx había enviado para el cumpleaños de Sebastos. ¿Lo irritaría todavía más? Sin embargo, era imposible pasar por alto el recelo de Ash por haberse comunicado con su hermano.

Sería mejor zanjar el asunto antes de que fuera a mayores. La imaginación era muchísimo más letal y destructiva que la verdad.

Tras quitarle el móvil, fue a la habitación de Bas y regresó con un cofre que le entregó a Ash después de coger a su hijo.

—Me lo envió al despacho por el cumpleaños de Bas. No había remite. Sólo una escueta nota deseándole un feliz cumpleaños. Ni siquiera la había firmado.

—¿Y cómo sabes que era de Styxx?

—Ábrelo.

Ash no sabía qué esperar. Una cabeza cortada… una estatuilla con un gesto obsceno… una cobra viva… No tenía la menor idea, pero cuando apartó el papel y encontró un antiquísimo caballito de madera, se le paró el corazón.

No, era imposible…

Pasmado, lo cogió y le dio la vuelta. En la parte inferior había una inscripción en griego antiguo: «Para Aquerón. De Ryssa. Con cariño». Se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar el momento en el que su querida hermana se lo regaló cuando cumplió cinco años. Se había emocionado… y Styxx le había regalado el soldadito a juego que su padre había quemado más tarde en un ataque de furia. Fue ese acto irracional lo que lo llevó a pedirle a su hermano que guardara el caballito en su habitación, donde estaría a salvo de todo daño, algo que no pasaría en la suya.

Tory sonrió mientras acariciaba el caballito que él sujetaba.

—Supuse que era de Styxx. ¿Quién si no iba a tenerlo?

Ash se obligó a no aplastar el caballito mientras escuchaba la furiosa voz de Styxx en la cabeza, como recuerdo del pasado: «Y yo daría lo que fuese por ver cómo te dan por el culo hasta que la sangre te corra por las piernas y no puedas andar».

—Se está burlando de mí.

Tory lo miró con el ceño fruncido.

—¿Cómo?

—¿Para qué iba a mandármelo si no es para hacerme daño? —Estigio debería saber mejor que nadie lo mucho que le dolían esos recuerdos.

—Yo no lo tengo tan claro, Ash. A lo mejor lo mandó porque creía que te gustaría tenerlo para tu hijo. Si sabe lo mucho que querías a Ryssa, seguramente creyó que te gustaría recuperar su regalo.

Sin estar muy convencido, Ash devolvió el caballito al cofre.

—Le concedes demasiado mérito.

—A lo mejor. Y a lo mejor tú no le concedes el suficiente.

Que su mujer defendiera al cabrón que había intentado matarlo lo enfureció. Una buena obra de Estigio, que prácticamente había sido una obligación, no compensaba todos los años de maltrato que había padecido a sus manos.

—No vuelvas a defenderlo delante de mí —gruñó—. Nació siendo un cabrón egoísta y aún lo es.

Tory levantó las manos en señal de rendición.

—Vale. Borraré su dirección de correo electrónico y bloquearé el remitente. Aunque tampoco creo que vaya a usarla. Como puedes ver, su respuesta fue muy escueta y… es evidente que no quiere que vuelva a ponerme en contacto con él.

—Gracias.

Tory inclinó la cabeza e hizo ademán de marcharse. Sin embargo, no pudo evitar un último comentario.

—Te juro que después de esto no pienso volver a sacar el tema, pero tengo que preguntártelo: ¿Por qué iba a guardar el caballito durante casi doce mil años y mantenerlo en tan buen estado si te odiara de verdad y fuera tan egoísta como dices? Parece nuevo, y yo mejor que nadie sé lo que cuesta mantener algo tan antiguo en ese estado durante tanto tiempo. No me parece un acto nacido del odio, Aquerón, sino uno nacido del amor.

«No debería hacer esto…».

Aquerón se había jurado que jamás volvería a leer los diarios de Ryssa. No soportaba ver su letra y escuchar su voz en la cabeza. Pero después de lo que había dicho Tory y de los recuerdos que sus palabras habían despertado, quería conocer más sobre la vida de Estigio durante los años que habían estado separados.

Porque lo que ese dichoso caballito había conseguido era que recordase lo que había recibido su hermano como regalo ese mismo año: un instructor de combate que le había puesto el ojo morado con sumo gusto y que le había partido la nariz durante la primera sesión de entrenamiento, además del «placer» de acompañar a su padre en las audiencias reales.

Cuando Styxx pidió un juguete como regalo, su padre se burló de él: «No estoy criando a un niño. Serás rey, y los reyes no juegan con juguetes. Eres demasiado mayor para estar jugando. Es hora de que comiences a asumir tus obligaciones reales y que dejes de ser tan egoísta y tan desconsiderado».

Estigio sólo tenía cinco años.

Ryssa no le había regalado nada. «¿Para qué malgastar mi dinero en algo que no va a apreciar? Tiene juguetes de sobra», había dicho. Pero en realidad no era así. Su padre los había usado a modo de castigo. Cada vez que Estigio lo irritaba, lo obligaba a quemar sus juguetes.

Las únicas veces que recordaba a su hermano jugando era cuando se escabullía para estar con él.

Ash guardó silencio mientras los recuerdos que llevaba tanto tiempo reprimiendo surgieron de golpe al leer los pensamientos de su hermana.

Casi todas las anotaciones eran inocentes. Muchas de ellas detallaban los días en los que su hermano recibía algo…

Hoy padre le ha dado a Estigio un increíble caballo negro. Seguro que ha costado cinco o seis veces más que mi poni. Padre dijo que es porque algún día entrará en combate. Pero yo no lo creo. Estoy segura de que Estigio se quedará en la seguridad de un carro de combate, detrás de un auriga y dos guardias.

Aquerón saltó varias páginas.

Para celebrar el festival en honor a Dioniso de mañana padre me ha regalado un sencillo colgante de oro. Estigio ha recibido una impresionante corona de hojas de laurel. Ni siquiera ha dado las gracias. Pero ¿por qué iba a hacerlo? Padre se lo da todo. He intentado hablar con padre y me ha dicho que no podía perder el tiempo con mi cháchara. Tenía que educar a su precioso heredero en cuestiones políticas.

Aquerón frunció el ceño al verla fecha. ¿Política? Estigio sólo tenía ocho años. ¿Qué clase de discusión política podría mantener su padre con un niño de ocho años?

—¿Qué haces?

Dio un respingo al escuchar la voz de Tory.

—Joder, haz un poco de ruido al andar. Me has dado un susto de muerte.

—Pues ya sabes cómo me siento al vivir con don Silencioso. —Se acercó para mirar por encima de su hombro—. ¿Por qué los estás leyendo aquí solo?

—Porque tengo una irritante esposa que dijo cosas con mucho sentido hace un rato y no quería que supiera que me había obligado a pensar en ciertos asuntos.

—Ah, en ese caso no le diré que te he pillado cotilleando.

—Me harías un gran favor.

Con una sonrisa, Tory se apoyó en su espalda y le rodeó la cintura con los brazos. Aquerón cerró los ojos y disfrutó de su cercanía. Era la única persona viva a la que le permitía acercársele por la espalda. Tory apoyó la barbilla en su hombro.

—¿Qué buscas?

A diferencia de él, su mujer se los había leído enteros.

—Información sobre Estigio.

—Ah, yo llamo esa parte «Arrebatos Celosos».

Ash frunció el ceño.

—¿Por qué lo dices?

—Es cierto que no conocí a Ryssa. Sé que la querías, así que jamás diría una palabra en su contra, pero cuando lees las anotaciones del diario con la objetividad de alguien que no la conocía, parecen muy mezquinas cada vez que mencionan a Estigio. Es como si fuera bipolar. Cualquier cosa relacionada contigo es tierna y cariñosa. Sus palabras están llenas de amor, de compasión y de devoción. Pero todo lo relacionado con Estigio se resume en esto: «Matar al cabroncete al que odio». Como lo que estás leyendo.

Tory leyó el griego antiguo sin cometer errores, tal como él le había enseñado.

—«Hoy Estigio se ha ido a la guerra. No puedo creerme lo mucho que ha avergonzado a padre al quitarse el sello delante de todos y dárselo. Podría comprar una yeguada entera con lo que vale ese anillo, pero él lo ha tratado como si fuera una minucia. Está muy mimado. Nada tiene valor para él. Le dije a padre que debería fundirlo y mandar hacer un anillo para mí. Al menos yo sí lo apreciaría». —Tory suspiró—. Cualquiera se preguntaría por qué un príncipe se quitó lo único que garantizaría su regreso a casa si lo capturaban los enemigos. Sin ese sello, sería tratado como cualquier otro prisionero y lo matarían o lo venderían como esclavo, una posibilidad más que probable teniendo en cuenta su edad, su belleza física y la época en la que vivió. Vamos, fue un «Que te den, padre» en toda regla. Sé que era joven, pero debía de estar tocado del ala para arriesgarse a padecer lo que suponía la esclavitud por aquel entonces para un adolescente guapo.

Ash tragó saliva al ver la fecha.

—Joder, era demasiado joven para ir a la guerra. —Apenas tenía dieciséis años…

—Ah, ahora que lo mencionas, quería preguntarte una cosa… —Tory pasó las páginas.

—Para. —Ash la detuvo, retrocedió unas páginas y comenzó a leer.

23 de junio de 9529 a. C.

Cuando por fin averigüé el paradero de Aquerón ya era mediodía. Sabía que no tenía que preguntarle a mi padre, porque con eso solo conseguiría enfurecerlo…

Aquerón meneó la cabeza y lo releyó.

—Eso no puede estar bien.

—¿Por qué lo dices?

—Ryssa me llevó comida mucho antes de esta fecha.

—¿Estás seguro?

—Créeme, jamás podría olvidarlo. Me trataban tan mal que la poca amabilidad que recibí se me quedó grabada en la mente.

—No me refiero a eso. Me refería a si estás seguro de que era Ryssa y no Styxx quien te llevaba la comida.

Ash hizo una mueca mientras lo pensaba.

—Estigio me odiaba. Tory, ordenó que me castraran. Brutalmente. No tienes ni idea de las cosas que me hizo pasar.

—Y te lo vuelvo a preguntar: ¿estás seguro? ¿Cuántas veces ha fingido Artemisa ser otra persona para llegar hasta ti? O cualquier otro dios, ya que estamos. ¿Recuerdas la Odisea, cuando Atenea se paseó por ahí disfrazada de Mentor? O la Ilíada. Los dioses siempre estaban haciéndose pasar por otros, por cualquier motivo.

Tenía razón.

Tory cogió otro diario y lo abrió.

—Y nunca me has dicho que Styxx estuvo contigo en la Atlántida.

—Porque no estuvo.

—¿Ah, no? —Tory buscó una página y señaló un párrafo—. Lee esto.

28 de octubre de 9533 a. C.

Estigio ha vuelto hoy de la Atlántida y cualquiera habría dicho que el mismísimo Zeus había descendido del Olimpo para regalarnos su divina presencia. En vez de enfadarse con él por su egoísmo al abandonar sus obligaciones y desaparecer sin avisar a nadie, haciendo que padre se preocupara muchísimo, ¡padre ha recompensado al monstruo! Le ha dado aposentos muchísimo mejores que los míos. ¿Cómo va a aprender Estigio a ser considerado con los demás si padre lo consiente por su desconsideración? Me revuelve el estómago ver cómo lo miman.

Y cuando le pregunté por Aquerón, me dijo lo mismo que Estes: «Está bien, Ryssa. Está bien». Nada más. Ni una sola palabra acerca del aspecto que tiene Aquerón ni nada. Ni siquiera quería hablar del tema. Me dijo con muy malos modos que lo dejara tranquilo cuando insistí en que me diera más detalles sobre mi hermano. Se comporta como si estuviera drogado o algo. Es asqueroso, y apesta. Huele como a fruta. Es un olor penetrante y repulsivo. Si yo oliera así, padre me obligaría a bañarme.

Debería ir a la Atlántida y desaparecer durante dos meses, a ver si a padre le gusta eso.

Las cartas que Estes le mandó a padre decían que estaba disfrutando muchísimo del tiempo que pasaba junto a Estigio, y que disfrutaba mucho montando con Aquerón, con Estigio y con sus amigos. Dijo que le encantaba enseñarle a Estigio cosas nuevas y ver a los gemelos juntos, día y noche. Por supuesto, no dejaba de tirarle flores a Estigio a expensas de Aquerón.

«Es un alumno mucho más avezado y tiene un don de lenguas del que estamos haciendo buen uso», escribió Estes. Como si Estigio pudiera ser mejor que mi Aquerón en algo.

Lo que no entiendo es una cosa: ¿cómo puede Estigio comportarse tan mal después de una visita tan larga y tan entretenida? No ha salido de sus aposentos desde que volvió y le gruñe a cualquiera que se le acerca. Cuando sale, tiene un aspecto penoso. Tiembla todo el tiempo y se estremece si te acercas a él. Ni siquiera se atreve a mirar a padre. No entiendo cómo funciona la mente del monstruo de mi hermano.

Padre ni siquiera se ha dado cuenta. Se alegra tanto de haberlo recuperado que le da igual el comportamiento tan vergonzoso de Estigio.

Desde que recibí la carta de la sirvienta pidiéndome que fuera a la Atlántida, estoy pensando que yo también voy a ir. Al fin y al cabo, si Estigio puede divertirse, yo también puedo.

Sí, eso haré. Le demostraré a padre de qué estoy hecha. Iré a ver a Aquerón y a Estes, y tendré mi propia aventura. Así comprobaré cómo está Aquerón y me aseguraré de que es feliz.

A Aquerón le daba vueltas la cabeza por lo que acababa de leer.

—No recuerdo que Estigio fuera a verme.

—Fueron dos meses.

Ash cerró el diario y lo soltó. Gracias a lo que Ryssa había descrito y a lo que comentaba Estes en sus cartas, comprendió lo que le habían hecho a Estigio. A Estes le encantaban los dobles sentidos. Unos dobles sentidos que empleaba en público para humillar y hacer daño a sus víctimas. Él mismo había sufrido en sus carnes esa crueldad mientras vivía con su tío.

En ese momento, paralizado en el sillón, recordó algunas de las cosas que Estigio le había soltado de pasada, cuando estaba furioso, pero que jamás le había explicado a fondo.

La noche que Estigio intentó liberarlo después de que su padre ordenara que lo enviasen de vuelta a la Atlántida.

Su hermano no había mentido cuando clavó el puñal en la tierra. Debió de ir a la Atlántida él solo para liberarlo. Y de alguna manera lo habían capturado.

«Ese cabrón retorcido de Estes…», pensó. Sí, sería típico del vicioso de su tío arrebatarle los recuerdos y permitir que Estigio conservara los suyos para torturarlo. Por encima de todo, Estes adoraba jugar con las mentes de los demás y volverlos locos.

Le encantaba usarlos para que se hicieran daño.

Estes había hecho lo mismo con Ryssa. Lo había convencido de que su hermana lo odiaba y de que no quería saber nada de él. Sin embargo, al mismo tiempo le aseguraba a Ryssa que él era feliz, que se encontraba bien. Y si Estigio se había preocupado por él hasta el punto de ir en su busca para liberarlo, Estes se habría asegurado de borrar dicho recuerdo para evitar posibles fugas, de la misma manera que se habría asegurado de castigar con severidad a Estigio para que nunca más intentara liberarlo.

Se le llenaron los ojos de lágrimas mientras miraba los diarios cerrados y abrazó a Tory en busca de consuelo.

—¿Qué pasa, cariño?

—Tory, si he hecho lo que creo que he hecho, no sé si podré vivir con mi conciencia.