16 de enero de 2011

—Esto… es una mierda.

Estigio se echó a reír al escuchar la voz furiosa de Urian en el exterior de la tienda, mientras su perro empezaba a ladrar para advertirle de la llegada de un visitante. Tras llamar al enorme perro marrón, se levantó, apartó la lona de la puerta y salió para saludar a Urian.

—Yo no lo veo así, hermanito.

Urian, que estaba de pie con los brazos en jarras, contemplaba la pequeña tienda de Styxx y el vasto desierto que los rodeaba por los cuatro costados y que se extendía hasta el horizonte.

—Pues para mí esto es un infierno, colega. Aunque creo que en el infierno no hace tanto calor.

Sin dejar de reírse, Estigio acortó la distancia que los separaba.

—No hace tanto calor. Estamos en invierno. Vuelve en julio o en agosto.

—Ya. No, gracias. —Urian lo abrazó y después se apartó de él con el ceño fruncido—. Joder, pareces un nativo. De no ser por los ojos azules, no te habría reconocido.

Estigio se bajó el velo negro de la cara.

—¿Mejor así?

—No mucho. Así estás más raro si cabe. —Meneó la cabeza—. Cuando me llamaste la semana pasada y me dijiste que habías vivido en el desierto durante estos dos años, pensé que te referías a Marruecos o a alguna ciudad. Pero ya veo que vives en mitad del Sáhara.

Estigio se encogió de hombros.

—Este sitio me gusta, lo controlo.

—Podrá gustarte, pero a mí me trae desagradables recuerdos de la infancia. La vida antes de que existiera el papel higiénico era una porquería.

—Y te repito que yo no lo veo así.

Urian no parecía entender que a alguien le gustara vivir en el desierto.

—Tienes buen aspecto, por cierto. Te veo muy buena cara.

—Gracias —replicó él al tiempo que levantaba la lona para dejarlo pasar, aunque dentro de la tienda sólo tenía un saco de dormir y las alforjas donde guardaba los suministros más necesarios—. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien.

El enorme perro marrón entró a la carrera, se enroscó sobre el saco de dormir de Styxx y se puso a roer un hueso de cuero. Urian enarcó una ceja.

—¿Cómo se llama?

—Skylos.

Urian lo miró con el ceño fruncido.

—¿Has llamado «perro» a tu perro? ¿En serio?

Styxx se encogió otra vez de hombros.

—A él no parece importarle.

—Porque seguramente no hable griego.

Mientras sonreía, Styxx sacó una botella de vino y los dos únicos vasos que tenía, en los que lo sirvió.

Urian bebió un sorbo.

—Entonces ¿cómo se llaman el caballo y el camello? ¿Álogo y Cámila?

Styxx puso los ojos en blanco.

—No, ya tenían nombres cuando los compré. Jabar y Wasima. El perro empezó a seguirme un día.

Urian suspiró.

—Yo me volvería loco en este lugar. ¿Cómo llevas la soledad?

—Eso era precisamente lo que quería solucionar. Me he pasado toda la vida odiando la soledad. Después de que liberáramos a Soteria, comprendí que debía elegir: o me integraba en el mundo moderno o no lo hacía.

—Pues elegiste la peor opción, amigo mío.

—No. Porque esta existencia me resulta conocida. Es la que he elegido. Nadie me ha encerrado aquí ni me ha dejado en este sitio en contra de mi voluntad. Además, me gusta no estar rodeado por cuatro paredes.

Por fin había asimilado que jamás formaría parte de una familia o de un grupo de personas. Siempre que se encontraba cerca de alguien, se aferraba a la esperanza de que Aquerón cambiaría de opinión algún día o de que encontraría a un grupo de personas que lo aceptara.

En el desierto había dejado de ser la mitad o la parte de una entidad, y había aprendido a sentirse un ser completo.

—Pero háblame de ti, ¿cómo te va?

Urian cogió la lata de anacardos.

—Como siempre. Todo sigue igual. Siempre hay alguien que intenta gobernar el mundo o destruirlo. La verdad, no me apetece nada lidiar con el 2012 y con toda la mierda que se nos viene encima. —Se echó a reír y miró a Styxx de arriba abajo, examinando su turbante, la túnica negra y las botas—. Me resulta rarísimo verte vestido de tuareg. La cimitarra y la daga son perfectas para el rollito de Assassin’s Creed.

Estigio soltó una carcajada.

—También llevo una pistola y un rifle a la espalda. —Inclinó la cabeza para señalar las armas, que descansaban cerca del saco de dormir—. Lo bueno que tiene la espada es que no se queda sin balas cuando atacan los bandidos.

—Otra cosa que siempre se me olvida. Eres humano.

—Muchos discutirían esa afirmación.

Urian no replicó. En cambio, abrió la mochila que llevaba y le ofreció una caja de color azul oscuro.

—Te he traído una cosa que puede que te guste.

Estigio soltó el vaso para aceptar la caja y abrirla. Al ver los nuevos cuadernos de dibujo y los lápices sonrió muy despacio.

—Muchas gracias.

—Oye, es algo que no le debe faltar a alguien con tu talento. El dibujo que hiciste de Phoebe y de mí… es increíble. La clavaste como si la conocieras, y no sabes lo que te agradezco que me lo regalaras. Sólo conservaba su imagen en la cabeza. ¿Por eso empezaste a dibujar?

Estigio guardó el regalo con cuidado.

—En realidad, empecé a hacerlo cuando era pequeño. Era uno de mis pasatiempos preferidos, hasta que Ryssa me vio y pensó que estaba copiando sus diarios. Después de uno de sus berrinches más sonados, desplegó el pergamino y al ver mis torpes intentos por dibujar algo se echó a reír y los ridiculizó, tras lo cual fue corriendo a decirle a mi padre que malgastaba mis horas de estudio y los valiosos pergaminos haciendo tonterías. Mi padre no se lo tomó muy bien. Me hizo quemar los dibujos y ordenó que me azotaran, tras lo cual me obligó a ganarme todo el dinero que costaban los valiosos pergaminos y que yo había malgastado con mis tonterías. Después de aquella maravillosa experiencia, desarrollé tal aversión por el arte que ni siquiera me apetecía mirar cerámica grabada.

—Entonces ¿cómo aprendiste a dibujar así?

—En la Isla del Retiro. No tenía papel ni lápiz, pero sí había muchos palos, mucha arena húmeda y contaba con todo el tiempo del mundo.

¿Crees que dibujo bien? Deberías ver mis ciudades de arena.

—¿Te refieres a castillos de arena?

—Qué va, un castillo lo puede hacer cualquiera. Yo hago ciudades enteras, con ejércitos y acueductos.

Urian se echó a reír con ganas.

—Me pesa admitirlo, pero he echado de menos tu retorcido sentido del humor. Me asombra que tengas cobertura en este sitio.

—No tengo. Cuando te llamé la semana pasada estaba en una ciudad, comprando suministros.

—Ah. ¿Cómo cargas el teléfono?

—Soborno al dependiente de una tienda, que me deja enchufarlo durante una hora mientras compro.

—Lo tienes todo controlado.

Estigio se inclinó hacia una mochila y sacó un rollo de papel higiénico que le lanzó a Urian.

—Lo intento.

—Estás zumbado. —Una vez que se le pasó la risa, Urian carraspeó y dijo—: No me has preguntado por Aquerón.

Estigio se obligó a no reaccionar. A no demostrar la menor preocupación. Eso había sido lo más difícil de todo. Renunciar y enterrar una relación que había muerto hacía muchísimo tiempo.

—Supongo que le va bien. El mundo no ha acabado y yo sigo vivo.

—Tendrá un hijo en abril.

Estigio resopló.

—Todo un bombazo en el mundo médico. Y seguro que Soteria estará contentísima de no tener que sufrir un parto.

—¿Cómo…? Ah, ya. En fin, ya sabes a lo que me refería.

Sí, lo sabía.

—¿Saben qué es?

—Un niño.

Estigio se quedó sin aliento por semejante injusticia. Sin embargo, se obligó a controlar la ira. Aquerón no tenía la culpa de que su madre hubiera matado a Galen.

La vida de su hermano y su felicidad no tenían nada que ver con la suya. Otra cosa que había aprendido por fin. Aunque fueran gemelos, eran dos personas distintas que siempre habían llevado vidas diferentes.

Y Aquerón no lo quería en la suya.

Estigio sonrió.

—Me alegro por ellos. Estoy seguro de que será un niño guapo y fuerte.

Igual que lo habría sido su hijo de haber vivido.

Nunca había sabido con exactitud qué le molestaba más sobre la muerte de Bethany y de Galen. ¿El hecho de que ya no estuvieran con él o el de no haber estado con ellos para tratar de protegerlos? Se imaginaba el horror que había debido de sentir Bethany cuando se enfrentó a la Destructora.

Sola.

Tragó saliva para intentar aliviar el dolor eterno que jamás disminuía.

—¿Cómo está Davyn?

—Pirado. No sé por qué, pero ese es el tipo de gente a la que atraigo.

Estigio resopló.

Aeì koloiòs parà koloiôi hizánei.

Urian frunció el ceño al escuchar el antiguo refrán griego.

—¿Una corneja siempre buscará a otra corneja?

—Dios los cría y ellos se juntan.

Urian se echó a reír.

—Oye, me gusta ese refrán.

Estigio se inclinó para echar un vistazo al exterior por la lona de la tienda y comprobar si había oscurecido por completo. Tras soltar la taza, dijo:

—Si de verdad quieres saber por qué me gusta estar aquí, sígueme.

Skylos levantó la cabeza, pero como Estigio no le dijo que los acompañara, volvió a dormirse.

Tan pronto como salieron, Estigio alzó la vista al cielo y después empezó a levantar los laterales de la tienda para aprovechar el frescor de la noche.

—En Nueva York no tienes una vista como esta.

Urian contemplaba boquiabierto el cielo cuajado de estrellas.

—Se me había olvidado lo brillantes y bonitas que son.

—Sí. Cuando era pequeño me sentaba en mi terraza durante horas, contemplándolas. —Aquerón y él inventaban historias sobre los héroes cuyas constelaciones reconocían—. Casi nunca levanto la lona de la tienda. Acostumbro a dormir aquí fuera, en la arena, observándolas. Es una de las cosas que más he echado de menos durante todos estos siglos. En la Isla del Retiro no existen y en Katoteros tampoco.

—No había reparado en el hecho de que en Katoteros sólo existe una luna. Alexion dice que las estrellas se apagaron cuando Apolimia mató a Astor, creo que se llamaba.

—Asteros.

Urian enarcó una ceja al escucharlo.

—Me asombra que recuerdes todos sus nombres.

La verdad era que jamás podría olvidar a Asteros. Había recuerdos demasiado espantosos como para que el tiempo los diluyera.

—¿Tienes hambre? —preguntó Estigio—. Tengo escorpiones desecados, nueces, higos, dátiles y manzanas.

Urian puso cara de asco.

—Espero que lo del escorpión sea para vacilar.

—No, está muy bueno. Sabe como el pollo.

—Ja, ja, ja —replicó Urian, fingiendo que reía—. Prefiero seguir bebiendo sangre… o comerme los zapatos.

Estigio chasqueó la lengua.

—Es posible que me quede un poco de ternera seca.

—Eso sí puedo comérmelo.

Estigio entró en la tienda.

—Me alegro de tenerte aquí, Urian. Se me había olvidado lo que era mantener una conversación de verdad con alguien que no sólo existe en mi cabeza.

—Bueno, ahora que sé dónde estás, me pasaré a darte la vara de vez en cuando. Mientras no me des saltamontes, hormigas y escorpiones para comer o cualquier otra asquerosidad con muchas patas que los dioses no crearon para alimentarnos.

—Deja de quejarte tanto y cómete la carne o te quedarás sin natillas. ¿Cómo vas a comerte las natillas si no te comes la carne?

Urian se echó a reír.

—Me sorprende que conozcas a Pink Floyd.

Estigio se encogió de hombros, tras lo cual abrió una lata de comida para Skylo, que sirvió en un pequeño cuenco metálico.

—La música moderna es lo único que echo de menos de tu mundo.

—La próxima vez que venga te traeré una batería solar para que cargues el móvil. Aquí tienes energía solar de sobra.

—Desde luego. No sabes cuánta. —Estigio se detuvo cuando sus ojos se posaron sobre el arca que había vuelto a aparecer de repente mientras estaba en Katoteros. Aunque hacía mucho que había dejado las hierbas, todavía contenía cuatro objetos que le pertenecieron en su etapa de mortal.

La abrió y sacó algo envuelto con un paño aceitado que le ofreció a Urian.

—Un regalo para ti, hermanito.

Urian frunció el ceño.

—Gracias. —Cuando apartó el paño, descubrió los brazales negros y dorados de Styxx—. ¡Uau! ¿Cuántos siglos tienen?

—Eran míos. Galen me los regaló y los llevé en todas las batallas en las que participé.

Urian se quedó boquiabierto, y después negó con la cabeza.

—No puedo aceptarlos.

Estigio insistió.

—Ya no los necesito para nada. Sólo son una cosa más que tengo que transportar y cuidar. Así no tendré que preocuparme de perderlos.

Urian silbó.

—Son increíbles. No entiendo cómo están tan bien conservados.

Gracias. Los guardaré como un tesoro.

Su gratitud incomodó mucho a Estigio.

—Sé que te gusta coleccionar antigüedades. Y no vas a encontrar nada tan antiguo como eso. —Se dispuso a encender el fuego para preparar la cena.

Urian envolvió de nuevo los brazales con el paño y los guardó en su mochila sin dejar de mirar a Styxx. La tristeza le anegó el corazón mientras observaba a su amigo, tan fuera de lugar en el mundo que se había visto obligado a refugiarse en el paraje más remoto de la tierra a fin de encontrar su sitio. En su caso, no había bromeado al afirmar que se volvería loco si tuviera que soportar semejante soledad. Era una forma de vida demasiado dura y aislada.

Pero, por desgracia, eso era lo único que Styxx conocía.

Lo único que había conocido en la vida.