Urian intentó llamar una vez más a Styxx, pero de nuevo saltó el buzón de voz. Temeroso de que hubiera caído en otro coma, se teletransportó a su apartamento.
Nada más aparecer supo que algo no andaba bien. Algo le indicaba que el sitio no era el mismo. Pero al echar un vistazo a su alrededor, no encontró nada fuera de lugar.
—¿Styxx?
Nadie contestó.
Registró el apartamento a toda prisa y lo descubrió vacío. Cuando entró en el dormitorio de Styxx, vio que había arrancado el dibujo donde aparecían Phoebe y él, y que lo había dejado encima del escritorio con una nota doblada. El miedo le provocó un nudo en el estómago mientras la desdoblaba y la leía.
Urian:
Eres el único que se dará cuenta de que no estoy aquí. No te preocupes, no voy a cometer una gilipollez. Es que no quiero vivir en un mundo que ya no comprendo. Cuando encuentre un lugar y la paz necesaria para funcionar, me pondré en contacto contigo. Hasta entonces, cuídate, hermano. Y gracias por ser mi amigo.
E.
Apretó los dientes y quiso ir a buscarlo para darle una paliza por el dolor que sentía en ese momento. Y no sabía por qué lo sentía. ¿Qué más le daba? Apenas lo conocía.
Seguramente porque eran espíritus afines. Styxx era el único que entendía lo de Phoebe. Después de seis años, los demás habían perdido la paciencia por su negativa a continuar con su vida y a encontrar a otra persona a la que querer.
Sin embargo, no resultaba tan sencillo. No cuando se tenía un pasado muy duro que compartir con otra persona. Un pasado que aún dolía y lo dejaba vulnerable. Costaba abrirse a otra persona porque en cuanto lo hacía, sabía que se arriesgaba a que le hicieran más daño, y también sabía que se arriesgaba a ser humillado si dicha persona aireaba sus secretos. Teniendo en cuenta que se había pasado la vida sufriendo…
Todo el mundo tenía un límite.
Reunir el valor necesario para confiar en alguien y para entregarle el corazón, y perder ambas cosas era una crueldad intolerable. Algo que no se superaba. Jamás.
Seis años pasaban en un abrir y cerrar de ojos. Como al parecer sucedía con once mil años.
Carraspeó y dijo en voz alta:
—Buena suerte, hermano. Ojalá encuentres el modo de dormir toda la noche y de volver a respirar y me cuentes el secreto.