21 de enero de 2009

Estigio se despertó empapado de sudor después de medianoche. Tenía tanto frío que le castañeteaban los dientes. Alguien le colocó otra manta sobre los hombros. Por un segundo pensó que se trataba de Bethany.

No lo era.

Urian se colocó delante de él.

—¿Cómo estás?

Destrozado. Por completo. Pero no hacía falta decirlo. Aún no sabía cómo era posible que un sueño pareciera tan real. Había sentido las caricias de Bethany, el roce de su aliento en el cuello. La voz exigente de su hijo cuando pedía el desayuno por la mañana, cuando tiraba de él para sacarlo de la cama porque quería jugar.

«¡Ven, papá, ven!».

Ojalá pudiera ir.

Al ver que no respondía, Urian se acuclilló junto a la cama hasta que sus miradas se encontraron.

—Lo sé —susurró—. Todavía me despierto esperando encontrarme a Phoebe a mi lado. Ni siquiera he dado de baja su móvil. Lo mantengo para poder llamar y escuchar su voz durante los momentos de bajón, cuando pienso que no puedo soportarlo más. No es justo que nos veamos obligados a vivir sin ellas mientras el resto del mundo sigue adelante, ajeno al hecho de que falta la parte más importante. —Soltó una carcajada amarga—. Por eso estoy aquí aguantándote, con lo feo que eres. No quiero ver a Tory y a Ash. No porque lo odie como lo odias tú, sino porque me recuerdan lo que ya no tengo. Y aunque no les guardo rencor por la felicidad que comparten, verlos hace que la soledad me queme por dentro.

Estigio parpadeó por fin.

—¿Por qué me hablas, Urian?

—No lo sé. Cuando no estás catatónico o en coma, eres un tío simpático. O cuando no te da un ataque asesino. ¿Por qué me hablas tú?

La respuesta se le escapó sin que pudiera evitarlo.

—Porque no puedo escuchar tus pensamientos.

—¿Cómo dices?

Estigio suspiró.

—Me pasa desde que era pequeño. Escucho los pensamientos de todo el mundo, menos los de un reducido número de personas, una de las cuales eres tú.

—Vaya putada.

—Y que lo digas. Eso era lo que me ayudaba en el campo de batalla. Sabía cómo iban a reaccionar mis enemigos y podía adelantarme a sus movimientos.

—Bueno, visto así no es ninguna putada. —Urian pretendía hacerlo reír, pero lo que consiguió fue que Styxx se pusiera muy serio, de modo que cambió el tema de conversación—. ¿Crees que puedes comer algo?

—No lo sé.

Urian le ofreció una botella de agua.

—Bebe un poco. Aunque sé que no puedes morir de hambre ni de sed, también sé que las sufres. Le echaré un vistazo al frigorífico mientras te duchas. —Se incorporó y salió del dormitorio.

Deseando estar muerto, Estigio se sentó en la cama y se apoyó en las manos mientras le echaba un vistazo a su dormitorio. En el exterior el aullido de las sirenas se imponía al zumbido continuo del tráfico. Odiaba ese lugar.

Sí, Aquerón le había dado millones de personas con las que compartir esa ciudad, pero no podía relacionarse con ellas. Las pocas mujeres con las que había hablado habían enfatizado lo fuera de onda que parecía estar. Y por muy cachondo que estuviera, le resultaba imposible acostarse con ellas. En cuanto abrían la boca y empezaban a hablar de tonterías, perdía el interés.

Echaba de menos hablar de filosofía y reflexionar sobre política con Bethany. Escucharla tararear y cantar, algo que ella hacía de forma inconsciente.

Ninguna otra mujer podía compararse con ella, con su elegancia ni con su belleza.

Suspiró y se obligó a levantarse para ducharse. Al verse en el espejo torció el gesto. Aún llevaba la melena negra y larga de Aquerón. Puso cara de asco. ¿Cómo lo soportaba su hermano? Le resultaba demasiado femenino. Además, no era higiénico porque iba soltando pelos por todos lados. ¿Cómo se las apañaba Aquerón para luchar?

Incapaz de seguir aguantándolo, entró de nuevo en el dormitorio en busca de las tijeras, que estaban en un cajón de la cómoda, y volvió al cuarto de baño para cortarse el pelo. Estaba a punto de tirar la coleta cuando recordó haber visto anuncios de algunas organizaciones que hacían pelucas para enfermos de cáncer. De modo que tras enrollarla, la dejó en la encimera del lavabo y se metió en la ducha.

Una vez que estuvo limpio y vestido, fue a la cocina, donde descubrió a Urian comiéndose un sándwich.

—No acabo de acostumbrarme al sabor de la comida. Es difícil comer después de haberme pasado once mil años alimentándome de sangre.

Estigio se estremeció al pensar en lo que Apolo les había hecho a los suyos.

—Me sorprende que no te hayas limado los colmillos.

—Lo pensé. Pero no me veo sin ellos. Soy demasiado viejo para cambiar. Además, es posible que eso me creara problemas para masticar, con lo que me ha costado aprender. Seguro que no te has dado cuenta de que masticar es una habilidad importante. La primera vez que comí, me mordí la lengua… un espectáculo que no fue nada agradable.

Estigio se sentó para comerse su sándwich.

—¿Qué te decidió a convertirte en daimon?

—La rabia, fundamentalmente. Mi mejor amigo era un par de años mayor que yo y se negó a luchar contra la maldición. Así que tuve que verlo envejecer en menos de veinticuatro horas. Se pasó todo el día aullando de dolor hasta que acabó convertido en una nube de polvo. Jamás le había hecho daño a nadie. Ni siquiera se había enzarzado en una pelea y había muerto por culpa de algo que le pasó a mi abuelo antes de que yo pudiera andar. Me cabreó. Sin embargo, cuando perdí a Phoebe comprendí por qué Apolo se puso tan furioso y nos maldijo. Si hubieran asesinado a mi hijo y a la mujer que amaba, yo también habría hecho lo mismo que Apolo, o más.

Estigio soltó un suspiro dolorido.

—Apolo no quería a Ryssa.

Urian enarcó una ceja.

—¿Cómo?

—Era una posesión. Nada más. Se pasaba casi todo el tiempo quejándose porque Ryssa no paraba de lloriquear y de protestar… algo que mi hermana hacía… continuamente.

—Eso no es lo que dice Ash.

—Él y yo tuvimos dos hermanas muy distintas. A él lo adoraba, y a mí me odiaba.

—¿Por qué?

Estigio se tragó el bocado de comida.

—¿Qué puedo decir? Soy un gilipollas. En cuanto a Aquerón, Ryssa le tenía lástima. En el fondo estaba convencida de que yo le había arrebatado a mi hermano el trono y el amor de mi padre.

—¿Por eso Ash dice que eres un ladrón?

Estigio se encogió de hombros.

—No lo sé. Por irónico que parezca, yo ni siquiera quería el trono. Sólo quería una familia que no me odiara.

Urian apuró el sándwich.

—Yo te habría dado unos cuantos hermanos con mucho gusto. Tío, en mi casa había demasiada testosterona. No sé cómo nos soportaban mi madre y mi hermana. Pero siempre fuimos felices. Aunque mis hermanos mayores aseguraban que mi padre era un hombre distinto antes de que Apolo nos maldijera.

—¿En qué sentido?

Urian se encogió de hombros.

—Más alegre y más tranquilo. —Cogió el pepinillo que tenía en el plato—. Lo que más me fastidiaba era no poder ver la luz del sol. —Soltó una amarga carcajada—. Mi padre se cabreaba mucho conmigo cuando era pequeño, porque me ponía en la puerta al amanecer, intentando ver el sol. Y él me decía a gritos que si quería estallar en llamas, él mismo se encargaría de hacerlo dándome una tunda en el culo que me dejaría bien calentito si no me ponía a salvo.

Estigio se echó a reír.

—Te quería.

—Sí. Hasta el día que me degolló. Sigo sin entenderlo. Después de que muriera Darío, crie a sus hijos, que eran bebés, como si fueran míos. La muerte de Ida y Mylinos casi acabó conmigo. No me imagino cabreado con ellos hasta el punto de matarlos, y eso que en realidad no eran hijos míos. —La angustia que reflejaban sus ojos atravesó el corazón de Estigio—. ¿Cómo es posible que alguien degüelle a su propio hijo?

—No lo sé, Uri. Yo tampoco lo entiendo. Cuando era pequeño, mi madre intentó matarme por entregarle un regalo de cumpleaños. Me apuñaló no sé cuántas veces.

Urian abrió los ojos con incredulidad.

—¿Tu madre?

Él asintió con la cabeza.

—Y Ryssa también.

—¿También te apuñaló?

Estigio bebió un sorbo de leche antes de responderle.

—Ryssa me destripó un día antes de su muerte.

—¿Qué le hiciste? —preguntó Urian, de una forma casi cómica.

Por desgracia, no les había hecho nada.

—Me atacó por tu abuelo.

—¿Por Apolo? ¿Por qué?

Estigio se estremeció por el recuerdo.

—Estaba celosa. —El asco le provocó un escalofrío—. Pensaba tontamente que yo trataba de seducir a Apolo para convertirme en su amante y reemplazarla.

—¡Puaj!

—No puedo estar más de acuerdo contigo. Sin ánimo de ofender, odiaba a tu abuelo con todas mis fuerzas. El simple hecho de estar en la misma habitación que él me ponía los pelos de punta y me revolvía el estómago.

—No te preocupes. No pienso salir en su defensa. En mi opinión es un hijo de puta egoísta e insoportable. —En ese momento lo llamaron al móvil. Miró la pantalla para ver quién era—. Perdona, tengo que contestar. —Se levantó y salió de la cocina mientras Estigio apuraba la comida.

A juzgar por la rapidez con la que había abandonado la estancia, se trataba de Aquerón.

Cuando volvió al cabo de unos minutos, Estigio estaba recogiendo los platos.

—Tengo que irme. ¿Echamos luego una partida de Age of Mythology?

—Claro.

Urian le tendió la mano y cuando Styxx la aceptó, tiró de él para darle un abrazo fraternal. Acto seguido, Urian desapareció sin decir nada más.

Estigio acabó de recoger la cocina y fue en busca de su libro de bocetos. Ojeó las páginas, tocando los rostros del pasado que jamás lo abandonaban. Se detuvo al llegar a la imagen de Bethany con su hijo. Era como en su sueño. Estaba sentada en el claro de un bosque, sobre una manta, acunando al niño. En ese momento comprendió que la alucinación era fruto de sus dibujos.

El niño al que había abrazado no era real.

Y Bethany se había ido. Debería haber sabido desde el principio que se trataba de un sueño por el simple hecho de que Bethany no estaba ciega. Pero se había sentido tan agradecido y tan feliz que ni siquiera había cuestionado ese pequeño milagro.

Una solitaria lágrima se le deslizó por el rabillo del ojo. Suspiró mientras se la limpiaba. Estaba muy cansado. Más cansado que nunca.

En otro tiempo, en un tiempo muy, muy lejano, sabía cuál era su destino. Sabía quién era y lo que era.

En ese momento…

«Carezco de lugar en este mundo».

Y lo peor era que tampoco tenía a nadie.

En ese instante supo lo que debía hacer. Había llegado el momento de que recuperara su vida, por pésima que fuera. Aunque había perdido la perspectiva de las cosas durante un tiempo, no dejaba de ser un guerrero. Eso era lo que sabía hacer. Estaba cansado de que otros decidieran su existencia. A partir de ese momento se las arreglaría por su cuenta. Y tendría que encontrar un lugar donde nadie pudiera controlarlo o encarcelarlo de nuevo. Algún lugar donde se sintiera cómodo. Algún lugar que pudiera hacer suyo.