Urian apretó los dientes mientras conducía a Savitar al dormitorio de Styxx.
—Lleva así más de un mes.
Savitar miró a Urian con una ceja enarcada.
—Lo sé, ¿vale? Es como si todo su cuerpo se hubiera apagado. No ha bebido ni comido, ni siquiera se ha movido. De vez en cuando, susurra en griego o egipcio antiguos, pero no consigo entender las palabras.
Savitar frunció el ceño y apartó la manta para examinar la herida que Aquerón había cerrado. Nada más ver las tremendas cicatrices que cubrían a Estigio, se quedó boquiabierto por el espanto.
—¡Joder!
Urian suspiró, ya que entendía la reacción de Savitar.
—Además de ser un héroe de guerra que luchó en un montón de batallas, se pasó un año como prisionero de guerra en la Atlántida. No me ha contado mucho al respecto, sólo que fue una putada, pero a juzgar por las cicatrices, diría que lo torturaron durante todo el tiempo que pasó allí.
Savitar soltó el aire con fuerza.
—No tenía ni idea. ¿Aquerón sabe algo de esto?
—No lo sé. Pero teniendo en cuenta lo mucho que odia a Styxx, diría que no le importa. Seguramente diría que se lo merecía.
Savitar le puso la mano a Estigio en la frente.
—¿Cuánto tiempo lleva con una fiebre tan alta?
—Desde la pelea con Stryker. Ya ardía de fiebre cuando lo traje de vuelta a casa y no le ha dado un respiro ni le ha bajado desde entonces.
Savitar le puso una mano en el cuello.
—Casi no tiene pulso.
—Sí. No sabía qué hacer. Porque no puedo llamar a un médico, claro. Intenté contárselo a Ash, pero me dijo que seguramente Styxx estuviera fingiendo para llamar la atención. Me dijo que Styxx no podía morir y que no le pasaría nada. Que no me preocupase. Pero a mí no me parece que esté bien. Me parece un cadáver.
—Vale. Apártate. Voy a lanzarle una descarga para revivirlo.
Urian se colocó junto a la puerta mientras Savitar le ponía una mano en el pecho a Styxx. Escuchó un leve zumbido unos segundos antes de que una descarga con forma de martillo brotara de la mano de Savitar y golpeara el pecho de Styxx.
Estigio abrió los ojos de golpe. Jadeó y frunció el ceño al ver a Savitar y después a Urian, como si no los reconociera. En cuanto lo hizo, se le llenaron los ojos de lágrimas y los miró presa del pánico.
—¡No! —exclamó con voz entrecortada al tiempo que echaba un vistazo por la habitación—. ¡Beth! ¡Galen!
Estigio habría gritado de buena gana al darse cuenta de que no se encontraba en su cabaña, sino de vuelta en el infierno. Desesperado e histérico, saltó de la cama para buscar a su familia por el apartamento.
No estaban. Habían desaparecido.
Todo había desaparecido.
Una agonía traicionera lo destrozó mientras caía de rodillas y gritaba.
—¿Por qué habéis tenido que traerme de vuelta? ¿Por qué? ¡Estaba con ellos y era feliz! Estaba con ellos… —Enterró la cara entre las manos e intentó asimilar la realidad que despreciaba—. Beth, no vuelvas a dejarme… por favor… por favor, vuelve conmigo… ya no puedo vivir sin ti. —Y no soportaba la idea de estar allí solo.
Urian sintió que se le formaba un nudo en la garganta al presenciar un dolor que conocía mejor que nadie. Durante mucho tiempo había odiado a Ash por devolverlo a la vida. Cada día que vivía sin Phoebe era un día que detestaba con todas sus fuerzas.
«¿Por qué no lo he dejado tranquilo?», se preguntó Urian.
De haber sabido que Styxx estaba sumido en un coma en el que vivía con su familia, lo habría dejado así para siempre.
Con el corazón destrozado por su amigo, Urian se arrodilló junto a él y lo abrazó.
—Lo siento, Styxx. No lo sabíamos.
Savitar se acercó a ellos y le colocó una mano a Styxx en el hombro, haciendo que volviera a perder el sentido.
—Por desgracia, no se quedará así.
—Ayúdame a llevarlo a la cama.
En vez de ayudarlo, Savitar lo cogió en brazos como si pesara menos que una pluma y lo llevó al dormitorio. Savitar se estaba comportando de una manera muy rara. Sin embargo, Urian no lo conocía lo bastante como para arriesgarse a preguntarle qué le pasaba.
—Es desconcertante, ¿verdad? —le preguntó Savitar cuando entró en el dormitorio.
—¿El qué?
—Lo mucho que se parece a Ash.
Urian se encogió de hombros.
—Son gemelos idénticos. Yo tuve unos hermanos que también lo eran. Pero aunque tengan el mismo aspecto y compartan algunas manías, es normal que tengan personalidades distintas.
Savitar recorrió la estancia con la mirada antes de abrir el armario, donde Styxx guardaba dos pantalones vaqueros pulcramente doblados en el estante superior. Un jersey, una chaqueta, dos camisas de manga larga y tres camisetas de manga corta. Un par de zapatos. Con el ceño fruncido, Savitar continuó examinando las seis estancias que componían el apartamento.
Urian lo siguió, picado por la curiosidad.
—¿Qué buscas?
—¿Cómo describirías este lugar?
Urian soltó la primera palabra que se le ocurrió.
—Espartano.
Savitar asintió con la cabeza.
—Un sitio que no haría feliz a un príncipe mimado, ¿verdad? —Le ofreció un talonario a Urian—. Aquerón le dio mucho dinero. Y a juzgar por los pocos platos que tiene, es evidente que no celebra muchas fiestas, si acaso ha celebrado alguna. Lo único en lo que parece haberse gastado dinero es en el ordenador.
—Y sólo porque yo se lo encargué. No sabía nada de ordenadores y me pidió consejo.
Savitar cogió el teléfono de Styxx y se lo dio a Urian.
—Sólo tiene tu número en los contactos, y eres el único al que ha llamado.
Y no muy a menudo ni durante mucho rato. La conversación más larga que habían mantenido fue sobre el ordenador y seguramente habría durado unos veinte minutos como mucho.
Urian suspiró.
—Supuse que se veía con más gente.
—¿Te ha dicho algo de que esté solo?
—La verdad es que no habla mucho. Suele hacer muchas preguntas acerca de las cosas modernas que no comprende. O de las costumbres y las frases hechas que no entiende.
Savitar frunció el ceño.
—¿Habla alguna vez de Ash o de su hermana?
—Sólo si yo saco el tema, y siempre se apresura a cambiar de conversación. Sin contar con lo de esta noche, o cuando Ash y él se están peleando, suele ser muy tranquilo y reservado. Tímido. Pero tiene un sentido del humor muy retorcido.
—¿A qué te refieres?
Urian sonrió al recordar sus breves conversaciones.
—Una de mis anécdotas preferidas: le soltó una bordería a una chica durante una cita a ciegas y después se disculpó diciendo que era alérgico a la imbecilidad. Otra vez, le dije que era un líder y no un seguidor. Él me corrigió diciendo que si había que internarse en un sitio oscuro y tenebroso que pusiera los pelos de punta, estaría encantado de seguirme.
Savitar soltó una carcajada.
Urian continuó:
—También quería saber por qué tienen fecha de caducidad la nata agria, el suero de leche y el queso azul si ya están malos, o cómo es posible que las llamas devoren un edificio como si el fuego tuviera hambre. —Se echó a reír—. Y lo mejor de todo: me preguntó por qué ahora tenemos doctores y no médicos.
Savitar torció el gesto.
—Es lo mismo.
—Eso le dije, pero él me señaló que en los tiempos bárbaros, los doctores y los académicos no practicaban la medicina. Quienes ejercían eran los médicos que te curaban… o te mataban, como ahora, vamos. Me preguntó por qué la gente confiaba en alguien capaz de confesar sin ambages que todavía sigue aprendiendo mientras ejerce su profesión.
Savitar resopló.
—No se me había ocurrido pensarlo así.
—Bueno, y hace unos meses estaba en un supermercado y me preguntó por qué el zumo de limón tenía añadidos artificiales mientras que el detergente del lavavajillas contenía limones reales. Y quiso saber qué tiene la gente de hoy en día en contra de los pavos. Resulta que había encontrado pavo en lonchas, en filetes y en hamburguesas, pero no pavos enteros. Por supuesto, yo tampoco había caído en eso. Seguramente porque la única vez que entré en un supermercado lo hice para buscar un humano del que alimentarme.
Savitar pasó de ese último comentario.
—Debe de resultarle duro adaptarse.
—No se queja. Intenta comprender la mentalidad moderna, como el hecho de que lo tilden de ser un cerdo machista si le abre la puerta a una mujer para que pase y de cerdo insensible si no lo hace.
—Cuando lo averigüe, dile que escriba un libro, así nos forraremos.
—Ya ha dado con un truco: se queda rezagado hasta que la mujer entra y luego corre hacia la puerta antes de que aparezca otra.
Savitar se echó a reír, pero se puso serio enseguida.
—Dime una cosa, Urian. ¿Qué opinas de él?
—Me cae bien, y no es porque lo hubiera idolatrado como héroe militar cuando era niño. Por aquel entonces era mucho mayor que yo. Más o menos como tú.
Savitar enarcó una ceja para regañarlo por sus palabras, pero después sonrió e incluso se echó a reír.
—Ya me conoces, ctónico, no me gusta la gente, y básicamente odio a todo el mundo a todas horas, pero cruzaría la calle para hablar con él… En realidad, ya lo he hecho.
—Viniendo de ti, es el apoyo más incondicional que se me ocurre.
Urian asintió con la cabeza.
—Es que no comprendo por qué Ash y él se odian tanto. En fin, yo he tenido hermanos a los que no aguantaba más de cinco minutos seguidos, pero no los odiaba. Solo éramos distintos. Y aunque nos dábamos tortas de vez en cuando, nunca intenté matar a uno.
—Entiendo por qué Aquerón lo odia, y me parece justificado. Créeme. La propia Apolimia me ha contado la mala sangre que hay entre ellos, y sé que no miente. Pero me cuesta encajar las historias que me han contado con el hombre que vive aquí. Por supuesto, once mil años pueden cambiar a una persona… No lo sé. —Savitar suspiró—. Cuídalo y avísame si vuelve a sumirse en otro coma. —Se desvaneció.
Urian hizo ademán de marcharse también, pero teniendo en cuenta lo mal que se había puesto Styxx, no quería que se despertase solo.
Suspiró y echó un vistazo a su alrededor para matar el tiempo. Reparó en el cuaderno de dibujo que descansaba en la mesita auxiliar. Presa de la curiosidad, se acercó a la mesita y abrió el cuaderno.
Se quedó de piedra al ver su contenido. Una mujer despampanante que debía de ser Bethany llenaba casi todas las hojas. Algunos dibujos eran tan reales que parecía estar a punto de salir de la hoja para tocarlo. Pero los más emotivos eran aquellos en los que Styxx aparecía con ella. Había capturado a la perfección sus sonrisas y sus expresiones alegres, pero sobre todo había capturado la angustia y el amor en su propio rostro mientras la abrazaba. También había dibujos de Bethany con su hijo, y del niño solo. Un niño al que Styxx nunca había visto. Eso le destrozó el corazón.
Joder, Styxx era un dibujante buenísimo. ¿Quién lo iba a decir?
Lo más sorprendente de todo fue que Bethany no aparecía desnuda en ningún dibujo, aunque en un par de ellos sí que estaba en una pose sensual ataviada con un peplo griego. Styxx no la había dibujado para que nadie más la viera, pero de todas formas había mantenido el honor de su esposa y la había respetado.
Se quedó de piedra al ver la siguiente hoja y descubrir a un niño pequeño ataviado con el casco de un hoplita corintio. Era una imagen hilarante y muy tierna. Junto al niño, Styxx había escrito «Galen» en griego… También había unos cuantos dibujos de un Galen adulto, y de una mujer llamada Antígona, de un caballo y de un perro, y unos cuantos paisajes que debían de ser de Dídimos.
Aunque los más sorprendentes fueron… el dibujo de Aquerón ataviado con su ropa de estilo gótico y la larga melena negra, y otro en el que aparecían los dos juntos pero separados por un rayo.
Cuando Urian pasó a la siguiente página, se le paró el corazón. Styxx lo había dibujado con Phoebe. Aunque Estigio nunca la había visto, había clavado sus facciones a partir de las descripciones de Urian. Daba un poco de miedo que pudiera hacer algo así y también demostraba que los dibujos de Bethany eran muy fieles.
Increíble.
El amor que Styxx sentía por su esposa y por su hijo brotaba de cada hoja. Dado que no le quedaba nada material a lo que aferrarse, se había visto obligado a crear los dibujos. Era como mirar en su alma.
Dejó el cuaderno de dibujo donde lo había encontrado.
Había algo inquietante en dicho cuaderno.
En él veía su propio futuro. Phoebe sólo llevaba unos años muerta, pero su ausencia seguía quemándolo por dentro. Styxx llevaba sufriendo ese dolor once mil años y seguía tan angustiado como el primer día. Un hecho que no le auguraba nada bueno.
Tal vez por eso se sintiera tan unido a Styxx. Compartían tragedias parecidas y casi habían nacido a la par en la antigua Grecia. En fin, no del todo, ya que Styxx debía de tener la misma edad que su padre, pero casi.
Miró de nuevo el cuaderno y se estremeció.
«Así que eso es lo que me espera: la locura», pensó. «Genial».