20 de noviembre de 2008

Estigio estaba sentado a la mesa de su dormitorio, jugando la campaña de «Nueva Atlántida» del Age of Mythology. Sí, le resultaba muy raro, pero por algún motivo también le resultaba casi reconfortante.

Estaba ganando terreno con facilidad cuando sintió una poderosa presencia a su espalda. Como supuso que se trataba de Apolo, se levantó de un salto, dispuesto para la lucha.

No era Apolo.

Se encontró a un Urian con expresión reservada. Eso bastó para aumentar su nerviosismo. Solo se le ocurría un motivo para que Urian tuviera esa cara…

—¿Qué cree que he hecho ahora?

Urian frunció el ceño.

—¿Cómo?

—Aquerón. ¿No es quien te ha enviado a buscarme?

Urian negó con la cabeza.

—La verdad es que no me ha enviado. He venido para pedirte un favor.

Eso lo sorprendió mucho. Si bien habían mantenido el contacto desde que su hermano lo dejó en ese lugar, Urian no era de la clase de hombres que pedía favores.

—¿Qué necesitas?

—Han secuestrado a Tory, la mujer de Aquerón, y la han llevado a Kalosis, donde está su madre. Ash está preparado para ir a buscarla.

—Una reacción que liberaría a su madre de la prisión y acabaría con el mundo.

Estigio permaneció impasible ante las noticias.

«Me la suda. ¿Por qué iba a preocuparme?», pensó.

Al menos eso era lo que quería creer. Sin embargo, era evidente que a Urian sí le importaba y que no quería que ni su cuñada ni sus sobrinos acabaran heridos.

Titubeó, ya que sabía muy bien que no debía ayudar a su hermano.

Cada vez que lo había intentado, lo había pagado muy caro.

—¿Tory es inmortal? —le preguntó a Urian.

—Completamente humana. La ha secuestrado mi tía Satara, impredecible si tiene un día bueno y despiadada si tiene un día malo.

Dado que Satara era hija de Apolo, Estigio se imaginaba muy bien su crueldad.

«No lo hagas. Aquerón no lo haría por ti…», se dijo.

—Vas a acompañarlo, ¿verdad?

Urian asintió con la cabeza.

Era el nieto de Apolo. En el pasado había sido uno de los comandantes de Apolimia. En ese momento era la mano derecha de Ash. Debería odiar al hombre que tenía delante con todas sus fuerzas. Pero Urian había sido amable con él y tenía algo que despertaba su instinto protector. No tenía ningún sentido. Y por más que intentara luchar contra su corazón, no podía dejar que Urian fuera solo en una misión suicida.

Joder.

Suspiró al reparar en el motivo más lógico de la visita de Urian.

—¿Quieres que me haga pasar por Aquerón?

—Lo hiciste una vez para ayudar al enemigo. ¿Lo harías de nuevo para ayudar a un amigo?

Estigio soltó una carcajada amarga.

—¿Cómo quieres que lo sepa? Solo he tenido dos amigos en toda la vida y los dos murieron asesinados cruelmente.

—¿No me consideras tu amigo?

—No, te considero una hemorroide.

Urian sonrió, enseñándole los colmillos.

—Vamos, eso es cruel.

—Vale, vale… Muy bien. Pero lo hago por ti y por una mujer inocente, no por Aquerón.

—En ese caso, en mi nombre y en el de Tory, no tengo palabras para agradecértelo. Por cierto, ¿qué tal tus habilidades en combate?

Estigio resopló.

—Según mi padre, nunca he tenido. Colocaba a mis hombres delante de mí y me escondía bajo sus cadáveres para protegerme.

Urian frunció el ceño y sin replicar utilizó sus poderes para sacarlos de la pequeña estancia.

Estigio se quedó helado al ver a Aquerón junto a un enorme ctónico llamado Savitar. Ese debía de ser el hombre que había adiestrado a su hermano después de morir a fin de que aprendiera a usar sus poderes divinos. En resumidas cuentas, Savitar era el Galen de Aquerón… con la diferencia de que Savitar era inmortal y sanguinario.

Tan alto como ellos, Savitar tenía el pelo oscuro y una perilla perfecta. Sus ojos eran de un brillante tono lavanda, y por raro que pareciera, le resultaron familiares…

Aunque no logró identificar el parecido, sabía que su mente intentaba transmitirle un mensaje.

Savitar los miraba, a Aquerón y a él, boquiabierto.

—La madre que os trajo, esto me va a volver majara.

Aquerón fulminó a Estigio con la mirada.

—¿Qué hace aquí?

—Tú no puedes ir —le recordó Urian—. Estigio sí.

—No —sentenció Aquerón.

—Ya basta —masculló Savitar—. El chaval tiene razón. Piénsalo. Puedes sacar a Tory de allí sin acabar con el mundo. Todos salimos ganando.

El odio que destilaban los ojos de Aquerón era candente.

—No pienso dejar a Tory a solas con él. No me fío.

Estigio no daba crédito.

—¿Qué crees que voy a hacerle?

—Violarla, matarla… Contigo nunca se sabe.

Eso lo cabreó. Jamás había hecho nada que justificara la opinión que Aquerón tenía sobre él.

—¿Conmigo? ¿En serio? —Empujó a Aquerón.

Su hermano se abalanzó sobre él, pero Savitar lo atrapó y lo obligó a retroceder.

—Deja de pensar con el corazón. Tranquilízate. —A continuación, fulminó a Estigio con la mirada—. Y tú, capullo, déjalo tranquilo o te doy un par de hostias ahora mismo. Sé que puedo matarte sin matar a Aquerón. Así que no me tientes.

Estigio resopló con desdén.

—Así no vas a conseguir que lo deje tranquilo, ctónico. De hecho, es un incentivo estupendo para que lo ataque. —Enfrentó la turbulenta mirada plateada de Aquerón. Por todos los dioses, cómo deseaba clavar una daga entre los traidores ojos de su hermano. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Sin embargo, se levantó la manga para enseñarle a su hermano el antebrazo—. Sé lo que se siente cuando pierdes lo único que quieres y te ves obligado a vivir toda una eternidad sin ella. Por más que desee rebanarte el pescuezo y ver cómo te desangras a mis pies por cómo me has insultado, no pienso dejar que tu mujer muera por ello. A diferencia de la puta de tu madre, yo no mato inocentes.

Tanto Savitar como Aquerón le lanzaron una descarga al escuchar el comentario. Estigio acabó estampado contra la pared que tenía detrás con tanta fuerza que casi la atravesó. Se quedó sin aire en los pulmones mientras el dolor lo paralizaba. Sangraba por los labios, las orejas y la nariz.

Antes de que pudiera respirar de nuevo, Urian llegó junto a él. Su cara era la personificación de la furia mientras miraba a Aquerón.

—¿Qué hacéis? Le he pedido que venga a ayudaros ¿y vosotros lo matáis? Buen trabajo. Y va para los dos. Felicidades, imbéciles.

—Ha insultado a mi madre —rugió Aquerón.

—Sin ánimo de ofender, jefe, tu madre mató a su esposa y a su hijo. En vez de hacerlo atravesar una pared, me gustaría que os tomarais la molestia de imaginaros su dolor. Yo he enterrado a casi todos los miembros de mi familia. Y lo único que me destrozó el corazón de verdad fue perder a Phoebe. ¿No lloraste a tu hermana, Ash? Yo también. Pero créeme que hasta que no pierdes a tu mujer, sobre todo cuando sabes que deberías haber estado en casa para protegerla en vez de haberla dejado morir brutalmente a manos de tus enemigos, no sabes lo que es el dolor. —Se volvió para ayudar a Estigio a salir de la pared.

Estigio trastabilló pero logró mantener el equilibrio. Le costaba respirar. Era como si tuviera todas las costillas rotas.

—Lo siento —dijo Urian—. No debería haberte pedido que vinieras.

Estigio escupió sangre en el suelo.

—Son un par de inútiles comparados con los verdaderos atlantes contra los que luché, te lo aseguro.

Savitar y Aquerón hicieron ademán de lanzarle otra descarga.

Urian extendió los brazos y protegió a Estigio con su cuerpo, pero él lo rodeó y le dio unas palmaditas en el hombro.

—No me dan miedo. Encajo bien los golpes. Al fin y al cabo, me recibieron con un tortazo al llegar a este mundo y no han dejado de darme estopa desde entonces.

Aquerón puso cara de asco.

—No le hagas caso, Urian. Es un mentiroso, un ladrón. Jamás se casó. Sólo estuvo comprometido, y jamás tuvo un hijo.

La amargura embargó a Estigio al escuchar unas palabras que lo enfurecieron todavía más.

—No sabes nada sobre mí, hermano. Para ti sólo soy un mentiroso y un ladrón. —Hizo una pausa cuando comprendió de repente lo poquísimo que Aquerón sabía de él, y fue como un mazazo—. Por cierto, agradécele a Artie los recuerdos. Porque ahora no sólo sé todo lo que te pasó de verdad, sino que también sé lo que piensas de mí. Te diría que me encantaría poder devolverte el favor algún día, pero la verdad es que a la única persona a la que odio tanto es a la zorra de tu madre. —Sangrando por todas partes, se pasó una mano por la cara y le dijo a su hermano las mismas palabras que solía decirle a Apolo para encolerizarlo—. Ahora úsame o mándame a casa. No estoy de humor para juegos.

Savitar inspiró hondo y se volvió hacia Aquerón.

—Urian tiene razón. Estigio es la mejor baza que tenemos para sacar a Tory de allí con vida. No sabemos qué puede pasarte si vas a Kalosis, Ash. Hacerlo podría privarte de tu alma humana y convertirte en la herramienta de tu madre para la destrucción. Si eso sucede, Tory tendría tantas posibilidades de morir a tus manos como de hacerlo a las de ellos.

Aquerón meneó la cabeza.

—No va a funcionar. Su voz es más ronca que la mía. Y nadie va a creerse que me he cortado el pelo y me lo he teñido de rubio.

Savitar chasqueó los dedos. Al instante, el pelo de Estigio se convirtió en una copia exacta del de Aquerón. Largo y negro. Incluso tenía colmillos y llevaba la misma ropa que él.

—No puedo alterarle la voz. Pero tal vez crean que te has quedado ronco insultándolos. Eso explicaría la diferencia.

—Da yuyu —dijo Urian al tiempo que miraba a Estigio de arriba abajo y después hacía lo propio con Aquerón—. Pero que mucho yuyu.

—Sigue sin moverse como yo.

Estigio resopló.

—La gente no se fija en esas cosas. Tal como comprobaste en Nueva Orleans.

Savitar inclinó la cabeza hacia Urian y Estigio.

—Pongámonos en marcha, niñas. Y Estigio… para tu información, si dejas que le pase algo a Tory, te entregaré personalmente a Apolimia para su eterno disfrute.

Estigio soltó una carcajada al escuchar la amenaza, lo que hizo que tanto Savitar como Aquerón lo mirasen con el ceño fruncido.

—¿Qué podría hacerme, Savitar? ¿Arrastrarme hasta la arena totalmente desnudo para que luche con sus campeones atlantes hasta que no me tenga en pie, soltar sus perros rabiosos y sus leopardos y ordenar que me follen públicamente como divertimento? No, espera. Igual me destripa en el suelo… O mejor aún, a ver qué te parece esto: matará a mi mujer y a mi hijo y me hará vivir eternamente en un agujero oscuro, solo. Vamos… amenázame. Acojóname de tal manera que no pueda ni moverme. —Tras hacerle un gesto obsceno a Savitar, se dirigió a Urian—. Sácame de aquí.

Urian lo miró con el ceño fruncido.

—A ti se te ha ido la pinza del todo, ¿no?

—Pues sí, Urian. Se me ha ido la pinza. Un hombre cuerdo te habría mandado a la mierda y lo habría dicho en serio.

Urian meneó la cabeza y abrió algo que parecía una enorme esfera dorada que giraba sobre sí misma.

—Por aquí. —Urian entró en la esfera y desapareció.

Sin mirar a Savitar o a Aquerón, Estigio lo siguió. Y a continuación deseó no haberlo hecho, ya que cayó y se retorció a través de una luz cegadora y parpadeante.

Cuando por fin dejó de caer, se descubrió en una enorme sala llena de daimons y de demonios.

Estupendo.

Cabreado, soltó un gruñido.

—Un sitio genial, Uri —masculló—. ¿Crees que alguien nos vendería una residencia de verano aquí?

Urian lo miró con una sonrisa.

—Puedes preguntarlo si quieres.

Todos los demonios y los daimons estaban paralizados por su repentina aparición en mitad del salón. Seguramente no fuera habitual que la cena se les apareciera de repente, lista para degustar.

Estigio miró de reojo a Urian.

—¿Qué están esperando?

Urian le guiñó un ojo.

—El Apocalipsis.

Estigio miró a Stryker con los ojos entrecerrados. Era el único daimon con el pelo negro. Tenía su misma estatura y se parecía lo bastante a Apolo como para que le entraran ganas de molerlo a palos.

Stryker fulminó a su hijo con la mirada, con una expresión a caballo entre el odio y el dolor.

—¿Te atreves a ponerte del lado de mi enemigo?

—Con tal de ponerme contra ti, padre, me haría amigo del mismísimo Mickey Mouse.

Estigio no tenía ni idea de quién era el tal Mickey, pero a juzgar por la expresión de Stryker era alguien muy insignificante.

Stryker torció el gesto.

—¡Qué hijo de puta! Me arrepiento de haber dejado preñada a tu madre.

—Lo mismo piensa Apolo de ti. El mundo y todos nosotros estaríamos mejor sin ti, ¿no te parece?

Estigio y Urian se aprestaron para la lucha cuando los daimons hicieron ademán de atacar, pero una fuerza invisible los apartó.

Sin saber muy bien qué había pasado, Estigio se volvió hacia Stryker y gruñó:

—Ya basta de disputas familiares. ¿Dónde tienes a Soteria?

De repente, Apolimia apareció a escasos metros de él. No había dudas acerca de su identidad. Su cara era la misma que Estigio veía cada vez que se miraba en un espejo. Y esos turbulentos ojos plateados atormentaban sus sueños.

Esa era la zorra egoísta que había matado a su maravillosa Bethany.

Le costó la misma vida no atacarla.

«Piensa en Soteria… Ella es inocente, y esté donde esté, seguro que está muerta de miedo. No dejes que sufra. Sácala de aquí primero y luego dale una paliza a Apolimia», se dijo.

Esa era su misión, y los soldados siempre obedecían las órdenes. Aunque fueran una putada más grande que el Monte Olimpo.

Apolimia señaló con un gesto seco de la barbilla una puerta que se encontraba a su espalda.

—Está allí.

Acto seguido, la diosa cruzó la distancia que los separaba para abrazarlo.

Estigio comenzó a jadear al sentir sus brazos. Apretó los puños para evitar atacarla y lanzarla al otro lado de la estancia de un empujón. Una reacción que habría alertado a todos de que no era Aquerón.

—Por fin, m’gios. —La expresión atlante para «hijo mío»—. Por fin has venido a liberarme. —Lo besó en la mejilla y después le susurró al oído—: Por el bien de mi hijo, ya puedes abrazarme, griego hijo de puta. Si yo puedo tocar algo tan asqueroso y repugnante como tú, tú puedes tocar a una diosa.

Le temblaron los labios por la rabia mientras se obligaba a abrazarla con fuerza, aunque se moría por escupirle a la cara.

«¿Qué clase de perro arrastrado soy que abrazo a la asesina de mi mujer y de mi hijo por un hombre que me odia?», pensó.

Pero lo hizo.

Tras asentir con la cabeza, Estigio se apartó antes de ceder a su deseo de venganza.

Clavó en Stryker la mirada furiosa que quería dirigirle a Apolimia y después se encaminó hacia la puerta.

Antes de que pudiera alcanzarla, una mujer delgada y alta, de pelo castaño y facciones agradables, salió corriendo de la habitación. Llevaba una chaqueta de cuero negro demasiado grande para ella que se cerraba con las manos para cubrir la camiseta que le habían desgarrado. A Estigio sólo se le ocurrió un motivo para que hubieran hecho algo así. Su furia aumentó todavía más.

De repente, la mujer se lanzó a sus brazos y lo abrazó con fuerza. Demasiado aturdido por la inesperada acción, la miró boquiabierta antes de que ella le diera un beso abrasador. Le costó la misma vida no apartarla de un empujón, pero si lo hacía, sabrían que no era su hermano.

Ella se tensó y se apartó despacio para mirarlo con recelo.

Estigio tragó saliva con fuerza y miró más allá de la mujer. Vio que Nick Gautier, que estaba más mayor que la última vez que se vieron, se acercaba a ellos. Se percató de que los ojos de Nick eran iguales que los de Aquerón y los de Apolimia. Además, llevaba la marca con el doble arco y la flecha en una mejilla, de tal forma que parecía que Artemisa lo había marcado con un bofetón.

«¿Qué me he perdido durante mi cautiverio?», se preguntó.

Con una expresión asesina y desquiciada, Nick se abalanzó sobre él como si quisiera matarlo. Pero antes de que llegara a su altura, Urian lo agarró y lo devolvió a la habitación de un empujón.

Estigio entró en la estancia con Tory y se quedó de piedra al ver el cuerpo de una mujer en el suelo.

—Tenemos que irnos —les dijo Urian, que miró a Nick—. Y tú tienes que venir con nosotros.

Nick lo miró con evidente odio.

—No pienso ir a ningún sitio con él. Prefiero la muerte.

Genial… alguien que odiaba a Aquerón tanto como él.

«¿Qué coño te ha hecho, chaval?», se preguntó. Debía de ser algo muy gordo, porque Nick adoraba a Aquerón la última vez que lo vio.

Claro que él también lo había adorado hacía mucho tiempo.

Urian obligó a Nick a mirar el cadáver de la mujer.

—Voy a suponer así a bote pronto que has sido tú y no Tory quien ha matado a Satara. —Lo cogió de la barbilla y lo obligó a mirarlo a los ojos—. Escúchame bien, cajún. Mi padre me rebanó el pescuezo y mató a mi esposa porque consideró que mi matrimonio era una traición. Hasta ese momento me quería más que a su vida, yo era el único hijo vivo que le quedaba. Su lugarteniente. Ahora dime qué crees que te hará a ti cuando la vea. Porque te aseguro que no te va a llevar al parque de atracciones para recompensarte. Aunque no soportara a Satara, era su hermana y ha estado a su servicio durante siglos. Si de verdad quieres quedarte de juerga con Stryker, allá tú. Pero no te lo aconsejo.

Sus palabras parecieron hacerlo reaccionar, porque la cordura regresó a su mirada.

—Vale. Me iré con vosotros.

Mientras discutían, Estigio abrió un poco la puerta para espiar a sus enemigos, que comenzaban a impacientarse.

—Urian —dijo entre dientes—. Creo que se lo están oliendo.

—¿El qué? —preguntó Nick.

Tory puso los ojos en blanco.

—Que este no es Ash.

Ni siquiera había acabado de hablar cuando abandonaron la habitación.

Zolan, el daimon a cargo de los Illuminati y su tercer comandante, carraspeó para poner fin al silencio.

—Esto… Jefe… No quiero parecer irrespetuoso ni nada, pero ¿por qué seguimos aquí? Lo que quiero decir es que si Aquerón ha venido para liberar a Apolimia, ¿no deberíamos haber saltado por los aires o algo parecido?

Los daimons y los demonios miraron a su alrededor, a la espera de que se abriera una puerta al mundo exterior o de que Apolimia se pusiera a dar saltos de alegría. O de que sucediera algo sobrenatural. La diosa estaba muy serena y tranquila, y su aspecto era casi angelical mientras observaba a Stryker.

Davyn, su lugarteniente, se rascó la nuca con gesto nervioso.

—Estoy de acuerdo, kirios —le dijo a Stryker, dirigiéndose con el término atlante para «señor»—. No parece que se esté acabando el mundo.

Stryker miró a Apolimia con frialdad.

—No, no lo parece…

La diosa enarcó una ceja con gesto burlón.

—¿Cómo era la letra de esa canción? ¡Ah, sí! «Ha llegado el fin del mundo tal como lo conocemos y yo me siento bien…».

Allí olía a gato encerrado, y en ese preciso momento Stryker se dio cuenta de lo que era. Saltó de su trono y corrió hacia la habitación justo cuando Urian, Tory, Nick y quien debía de ser el hermano gemelo de Ash, Estigio, se desvanecían.

Su furia por la triquiñuela fue en aumento hasta que vio a Satara en el suelo, en mitad de un charco de sangre. El miedo desterró la ira mientras corría a su lado. Estaba muerta. Tenía los ojos vidriosos y la piel azulada.

Se le rompió el corazón mientras la abrazaba con fuerza e intentaba contener las lágrimas de dolor y de pena.

—Zorra estúpida y loca —masculló contra su fría mejilla, reprimiendo los sollozos que pugnaban por salir de su garganta—. ¿Qué has hecho ahora?

Apolimia se quedó en la puerta, con el corazón destrozado por Strykerio, mientras él acunaba el cuerpo sin vida de su hermana. La escena le recordó el día que encontró el cuerpo de su propio hijo tirado entre las rocas. Se sintió abrumada por la compasión y por un renovado respeto hacia el daimon.

El hecho de que Stryker pudiera amar a una criatura con un alma tan retorcida como Satara decía mucho a su favor. Sí, era un asesino sanguinario, pero no era un desalmado. Cerró los ojos y recordó el día que se conocieron. Stryker era joven y estaba amargado por la maldición de su padre.

«He renunciado a todo lo que me importaba por él y ¿así me paga mi lealtad? ¿Tengo que morir sumido en la agonía dentro de seis años? Mis hijos han sido desterrados de la luz del sol y están condenados a alimentarse los unos de los otros en vez de comer alimentos, ¿y además tienen que sufrir una muerte espantosa a los veintisiete años? ¿Por qué? ¿Por la muerte de una puta griega a manos de unos soldados a los que ni siquiera conozco? ¿Qué justicia hay en su sentencia?».

Dado que comprendía su dolor y que ella también quería vengarse de Apolo, lo acogió entre sus filas y le enseñó a eludir la maldición de su padre absorbiendo almas humanas para prolongar su vida. Los cobijó, a sus hijos y a él, en un plano donde los humanos no podían hacerles daño y donde sus hijos estarían a salvo de los letales rayos del sol. Después le permitió convertir a los demás y llevarlos a vivir con él.

Al principio sentía mucha lástima e incluso lo había querido como a un hijo.

Sin embargo, Stryker no era Apóstolos, y cuanto más tiempo pasaban juntos, más deseaba recuperar a su propio hijo sin importar el precio. Sabía muy bien que fue ella quien erigió el muro que los separaba. Y que los dos se habían utilizado mutuamente para herir a la gente que odiaban.

Circunstancia que los había llevado a esa situación…

La muerte de su querida hermana.

—Lo siento muchísimo, Strykerio.

—¿De verdad? —le preguntó él, que levantó la cabeza para mirarla con una expresión dolorida en sus turbulentos ojos plateados—. ¿No te alegras?

—Nunca me alegro de una muerte. Tal vez la disfrute de vez en cuando si está justificada. Pero nunca me alegro.

—Y yo no permito que semejante desafío quede sin respuesta. Me vengaré.

—Pero la venganza se la debes a Estigio y a Nick, no a mi Apóstolos ni a su Soteria. Que no se te olvide.

Estigio se apoyó contra la pared cuando reaparecieron en una amplia sala que no reconocía. Una sala atestada de antiguos Cazadores Oscuros y de amigos de su hermano. Recordaba a una pareja de su breve estancia en Nueva Orleans. A los demás sólo los conocía por los recuerdos de Aquerón.

Su hermano se abalanzó hacia Soteria y la abrazó con fuerza. Qué irónico que lo hiciera tal cual él había abrazado a Bethany. Como si fuera el mismo aire que respirara. Como si no pudiera seguir viviendo si se apartaba un poquito de ella.

Él había sido un imbécil al apartarse de Beth…

Incapaz de soportar el reencuentro y los recuerdos que lo estaban destrozando, Estigio les dio la espalda.

—¿Estás bien? —le preguntó Aquerón a Tory.

—Estoy bien. De verdad.

—Pero nosotros no —señaló Urian con sorna desde el otro extremo de la estancia—. Nick ha matado a Satara.

—Lo hizo para protegerme —se apresuró a decir ella.

Urian resopló.

—Lo usaremos como epitafio. Hasta entonces… Stryker querrá sangre por su muerte. Mucha sangre.

Nick resopló al escuchar la fatídica predicción.

—No te ofendas, pero tu padre no me da miedo. Y le tengo muchas ganas. Déjalo que venga a por mí.

La bravuconada no impresionó a Urian.

—Sé que crees que compartes sus poderes, pero hazme caso: sólo te dio las sobras. Y para que conste, tienes que ponerte a la cola. Yo voy antes que tú a la hora de darle.

Ash silbó para reclamar su atención.

—Haya paz, niños. Tenemos cosas más importantes que tratar como para ver quién es más macho de los dos.

Estigio se mordió la lengua para no comentar la hipocresía de Aquerón. Curioso que su hermano no lo viera de la misma manera cuando discutían ellos dos.

Claro que era mucho más fácil ver los pecados de los demás que los propios.

Ash le lanzó una mirada elocuente a Nick.

—Tenemos que prepararnos para la batalla. No voy a permitir que Stryker llegue hasta Nick.

El aludido soltó una carcajada amarga.

—No necesito tu puta ayuda. Puedo arreglármelas solito.

Ash hizo oídos sordos al odio que destilaba la voz de su antiguo amigo.

—Sé por qué me odias, Nick. Y lo entiendo. Pero tu madre no querría que te volvieras a suicidar. Sigue odiándome por la mañana, pero esta noche tolera mi presencia como un mal menor.

Su hermano lo miró para hacerle saber que así era como Aquerón lo consideraba.

Un mal menor que toleraba.

Pues que así fuera.

—Esto no nos convierte en amigos.

Ash levantó las manos.

—Lo sé —dijo antes de girarse hacia Tory y aferrarle la mano con fuerza. Se produjo una pausa cargada de indecisión antes de que continuara, y Estigio se quedó de piedra al escucharlo—. Styxx, sácala de aquí. Mantenla a salvo.

Se quedó boquiabierto al escucharlo. «¿Quién eres y qué has hecho con el imbécil de mi hermano?», quería preguntar.

Tory también se quedó boquiabierta mientras lo miraba con expresión espantada y lo acusaba con sus pensamientos:

—¡Tú! ¡Tú eres el mismo del que he leído que torturó y castró a mi Aquerón! Eres un animal. ¡Te odio!

Estigio no podía creer que siguieran culpándolo por eso. A diferencia de Aquerón, él mataría antes de tocar a otro hombre. Ni siquiera para castrarlo.

«¡Maldito seas, Apolo!».

Aunque ¿por qué maldecirlo? Le había dicho al dios que se empleara a fondo. Apolo solo le había dado el gusto. Si bien Estes había sembrado el odio que Aquerón sentía por él, Apolo lo había cimentado.

De repente, un destello los cegó y al instante apareció una horda de daimons. Parecían muy cabreados y demostraron saber lo que hacían al adoptar la formación de falange.

Stryker se adelantó y clavó la mirada en Urian.

—Es la última vez que me traicionas. —Con un giro de muñeca, le lanzó una daga con forma de hoja al pecho.

Antes de que pudiera alcanzar su objetivo, Aquerón la atrapó.

—Coge a tus nenazas y corre, Stryker. Así ahorrarás tiempo. Hoy no es el mejor momento para venir en busca de mi sangre.

Stryker respondió a esas palabras tal como Estigio lo hubiera hecho: con descaro y sorna. Se acarició los colmillos con la lengua como si la idea de probar la sangre de Aquerón le hiciera la boca agua.

—Nada me gusta más que el sabor de la sangre. —Echó un vistazo a los hombres que estaban con Ash y soltó una carcajada maliciosa—. Esta noche nos daremos un festín, spati. ¡Atacad!

Urian empujó a Tory para colocarla detrás del grupo de Aquerón mientras los daimons los atacaban. A diferencia del resto de los presentes, Estigio se encontraba en desventaja, ya que sus enemigos atacaban con descargas astrales y poderes psíquicos. Con un dolor de cabeza atroz por culpa de todos sus pensamientos, se quitó el abrigo de cuero y cogió la espada que tenía más cerca.

—Apuñálalos en el corazón —le dijo Urian antes de demostrarle cómo matar a un daimon.

Otro destello iluminó la estancia y apareció un enorme grupo de refuerzos para sus enemigos. Estigio apuñaló al primero que pilló. Pero no se desintegró en una nube de polvo como el daimon.

—¿Urian? Un poquito de ayuda, si no te importa.

—Demonios… en los ojos. —Urian apuñaló a un demonio entre los ojos antes de apartarse de los colmillos de un daimon—. Y hagas lo que hagas, no dejes que los demonios te muerdan, porque entonces te controlarán.

«¿Lo ves, Aquerón? Es mucho más fácil cuando me das unas instrucciones básicas», pensó.

Estigio desarmó a un daimon que luchaba a espada y después giró para apuñalarlo con la daga. El daimon se desintegró sobre él.

Stryker se abalanzó sobre Nick, pero Aquerón lo atrapó y los dos cayeron al suelo, golpeándose con una saña que Estigio conocía muy bien.

«Me alegro de no ser el único al que odias con tantas ganas», pensó.

Llegaron más hombres. Dado que no eran ni daimons ni demonios, Estigio no los atacó hasta decidir si eran amigos o enemigos.

Un demonio se lanzó a por Soteria. Ella intentó quitárselo de encima con una patada, pero ni siquiera lo movió. Justo cuando estaba a punto de atacarla, Julian de Macedonia, un gran amigo de Aquerón, apareció de la nada con un xiphos. Le cortó la cabeza al demonio con un certero movimiento.

Julian se colocó la hoja al hombro y le preguntó:

—¿Sabes manejar una espada?

—Sí —contestó Soteria.

—¡Kirian! —le gritó Julian a su mejor amigo, otro griego rubio—. ¡Dame una espada!

Kirian le lanzó algo que parecía ser sólo una empuñadura. Julian la cogió con agilidad y apretó un botón oculto en la empuñadura. La hoja, de casi un metro, salió como si la hubiera impulsado un resorte. Se la tendió a Soteria.

—A los daimons hay que atravesarles el corazón. A los demonios, entre los ojos. Si nos cortas a cualquier la cabeza, caemos.

—¿Cómo los diferencio?

—Casi todos los daimons son rubios y se desintegran en una nube de polvo cuando les atraviesas el corazón. Ve a por el corazón, y si eso no funciona, prueba con los ojos. Si hieres a alguien y cae al suelo entre gemidos, es que le has dado a uno de los buenos. Así que ya sabes…

Estigio resopló.

«La muchacha recibe un tutorial», pensó. Y el que podía luchar de verdad era tratado como carne de cañón.

Maravilloso.

Estigio siguió luchando, pero sus enemigos eran numerosos y el ruido metálico de las espadas despertó unos recuerdos espantosos en su mente. Aunque estaban entre cuatro paredes, sentía el suelo pegajoso, saturado de sangre. El fango ensangrentado pegado a sus pies. El inclemente sol que calentaba su armadura hasta tal punto que se quemaba si la tocaba sin querer.

Otro destello anunció la llegada de un grupo de demonios y daimons más numeroso que el anterior.

Estigio suspiró al contemplar la familiar escena. Esa era una táctica de los atlantes: abrumarlos con sus tropas. Justo cuando creían que estaban diezmando sus tropas, aparecían de la nada mil más, frescos para luchar.

Lo único que podía hacer era concentrarse en sus oponentes, que lo atacaban por delante y por detrás, y asegurarse de que no se alejaban para atacar a otro.

Uno de los demonios intentó atacar a Urian por la espalda. Estigio arrancó un pequeño puñal del cadáver del demonio que tenía más cerca y lo usó para clavárselo a ese otro demonio entre los ojos.

Urian se volvió para enfrentarse a su atacante cuando este ya caía al suelo. Miró a Estigio a los ojos y lo saludó con una inclinación de cabeza.

Estigio se dio la vuelta y, sin recordar que no tenía un hoplon, levantó el brazo para bloquear una espada que caía sobre él. Siseó y se tambaleó hacia atrás antes de abalanzarse hacia su atacante, blandiendo la espada con la mano derecha. Su atacante se giró y le asestó otro mandoble. Estigio apenas si tuvo tiempo de apartar la cabeza. De hecho, la hoja le pasó tan cerca del cuello que le rozó la nuez.

Apartó al daimon de una patada y usó la espada para atravesarle el corazón. Mientras se alejaba, vio a Stryker de reojo. La expresión de su cara era una máscara de furia controlada. Estaba concentrado en su objetivo y en la mano llevaba la única arma que podía matar a Aquerón.

Una daga atlante impregnada de la sangre de Apolimia y del aima, una savia venenosa de los árboles más oscuros que crecían en los bosques de Kalosis.

Por un instante fue incapaz de reaccionar. Si Stryker mataba a su hermano, se acabaría. Todo.

Por fin tendría paz.

Pero después cometió el error garrafal de mirar a Soteria, que también había visto lo mismo que él.

La muerte inminente de Aquerón.

La expresión agónica de su cara y las lágrimas que inundaban sus ojos fueron su perdición. Semejante amor no merecía ser separado. No había peor infierno que vivir eternamente como la mitad de un todo.

Dos veces en la vida había recibido semejante golpe. No permitiría que su odio destrozara a Soteria.

«¡Qué imbécil soy!».

Estigio se abalanzó sobre Stryker. Atrapó al comandante de los daimons justo antes de que llegara hasta Aquerón, que había cometido la tontería de cerrar los ojos mientras luchaba.

«Está claro que no tuviste a Galen de instructor», pensó.

Dado que aún llevaba las gafas de sol, Stryker perdió de vista a Aquerón y lo confundió con su hermano.

Stryker se echó a reír, satisfecho, cuando le enterró la daga en el estómago. Estigio fue perdiendo la visión a medida que lo consumía el ya conocido dolor. Parecía que Stryker lo había apuñalado en el mismo lugar que Ryssa.

Mientras intentaba respirar, se tambaleó hacia atrás y cayó sobre alguien. Sus gafas de sol salieron volando.

El tiempo se detuvo al darse cuenta de que había caído sobre Aquerón y de que su hermano se había apartado para dejar que se golpeara contra el suelo. Soltó una carcajada amarga. Su padre habría estado orgulloso.

Ryssa también.

Stryker rugió al darse cuenta de que no había apuñalado a Aquerón y quiso recuperar la daga del estómago de Estigio. Él intentó impedírselo aferrándola con una mano al tiempo que golpeaba a Stryker con la otra. Sin embargo, su sangre hizo que la empuñadura estuviera resbaladiza y el dolor y la falta de movilidad de su mano derecha le impidieron sujetarla con fuerza. Pese a sus esfuerzos, Stryker consiguió arrancarle la daga.

Estigio jadeó por el espantoso dolor que lo atravesó.

—¡Aquerón! —gritó para avisar a su hermano.

Aquerón se volvió a tiempo, golpeó al líder de los daimons con el extremo del báculo y lo apartó de un empujón.

—Huye o muere —le gruñó.

Stryker torció el gesto.

—¡Qué te jodan!

Aquerón miró a Stryker con los ojos entrecerrados antes de alejarlo más de él para golpear el suelo con el báculo. El movimiento provocó una poderosa onda expansiva que se extendió a su alrededor, fulminando a los daimons y a los demonios. Todos se convirtieron en polvo.

Con excepción de Stryker. El líder de los daimons flotaba sobre el suelo en su forma de dragón, rugiendo. Con un grito de rabia, Stryker echó fuego por la nariz en dirección a Aquerón.

Su hermano levantó el brazo, justo a tiempo para evitar quemarse. Le lanzó una descarga astral a Stryker, que la esquivó.

—Esto no ha terminado, Aquerón. La próxima vez no podrás utilizar tus poderes. —Tras lanzar otra bocanada de fuego, Stryker se desvaneció.

Temblando por el dolor, Estigio apoyó la cabeza en el suelo y clavó la vista en el techo. Los demás estaban hablando, pero le pitaban tanto los oídos que no podía entenderlos.

Soltó una carcajada y después gimió. Justo como el día que había muerto. Estaba tendido en el suelo, sangrando, pero nadie se daba cuenta. Rodó sobre sí mismo e intentó ponerse en pie, pero se resbaló con la sangre y cayó de nuevo. No había un Galen que le prestara ayuda.

No había un amigo.

Sin embargo, Aquerón estaba rodeado de gente que bromeaba con él.

«Tengo que detener la hemorragia», pensó. Si bien no podía morir, lo último que le apetecía era estar débil por la pérdida de sangre. Podría enfermar y no había nadie en casa que pudiera cuidarlo.

La cabeza le dolía muchísimo y veía borroso. Incapaz de ponerse en pie, rodó hasta quedar de espaldas e hizo toda la presión que pudo sobre la herida. Comenzó a temblar de manera incontrolable.

«Estupendo, estoy en estado de shock», se dijo. Debería haberse dejado el abrigo puesto, pero… «¿Cómo iba a saber que volverían a destriparme?».

Percibió que alguien se arrodillaba a su lado. Abrió los ojos y se quedó de piedra al ver a Aquerón. No vio ni un atisbo de preocupación o de compasión en el semblante frío de su hermano.

Estigio jadeó por el dolor.

—Hermano, se supone que no debes cerrar los ojos durante la batalla.

Ash soltó una carcajada.

—A mí no me entrenaron para convertirme en general.

«Menos mal, porque habrías sido un inútil y habrías mandado a la muerte a todos», pensó. Pero eso sólo era una parte de lo que suponía ser un líder, y bien que lo sabía él.

Estigio echó un vistazo a los hombres que los rodeaban. Escuchaba sus pensamientos y conocía sus caras y sus historias gracias a los recuerdos de Aquerón. Querían a su hermano.

Jamás se reirían de Aquerón como se habían reído sus hombres de él al principio. Todos miraban a Aquerón con respeto y adoración.

Ninguno había pagado por tirárselo.

Los hombres de Aquerón desconocían su pasado por completo.

Una parte vengativa de su ser quería contarles lo que había sido Aquerón. Sin embargo, ese acto de crueldad no le haría daño a su hermano. No de verdad. Porque esos hombres le tenían afecto y aunque lo supieran todo, no se lo echarían en cara. Su hermano era un tonto por pensarlo siquiera.

Y Aquerón había hecho algo con ellos que Estigio no había hecho nunca con sus hombres. Aquerón les había dado cobijo a esas criaturas destrozadas, como Vane y Fang, cuya manada de katagarios los había entregado a los daimons para que se alimentaran de ellos. O Kirian, cuya esposa lo había entregado a sus enemigos para que lo torturaran y crucificaran. O Zarek, que había sido el chivo expiatorio al que habían torturado y ejecutado sin motivo. O Talon, que había visto cómo asesinaban a su hermana delante de sus ojos después de que su propio clan, su propia sangre, lo traicionara. Y con una paciencia que amas le había demostrado a él, Aquerón los había curado.

A todos.

Era increíble, de verdad que sí. Claro que Aquerón no los odiaba como lo odiaba a él.

Suspiró.

—Tal vez. Pero yo nunca he sabido comandar a las tropas tan bien como tú. Creo que padre escogió al hijo equivocado para entrenarlo.

Sin mediar palabra, Aquerón le colocó una mano sobre la herida. Le quemó como un hierro candente contra la piel. Y él mejor que nadie conocía la sensación, ya que era lo mismo que había sentido cuando lo encerraron en el templo de Dioniso. Fulminó a Aquerón con la mirada.

—Vale, si te vas a comportar como un gilipollas, quítame las manos de encima —masculló.

Aquerón se desentendió de sus palabras y lo inmovilizó contra el suelo hasta que Estigio estuvo a punto de gimotear. Solo entonces se apartó.

—¿Ya estoy muerto? —preguntó con sorna.

—Todavía no. Te quedan un montón de años para continuar cabreándome.

Estigio resopló.

—Estoy impaciente.

Claro que sí —pensó Aquerón. Inclinó la cabeza hacia él—. Has hecho un buen trabajo. Gracias.

«Seguro que casi te atragantas al decirlo, hermano», pensó.

—En fin… La próxima vez que necesites que alguien vaya a un santuario daimon, búscate a otro imbécil para que lo haga. No tengo los poderes de un dios con los que defenderme y eso me deja en seria desventaja.

Aquerón lo ayudó a ponerse en pie con una sonrisa y después lo dejó para acercarse a sus hombres.

En un abrir y cerrar de ojos, su hermano se había olvidado de él por completo.

«¿Y para esto he dejado el juego a medias?», se preguntó. Soltó un suspiro cansado.

—¿Quieres que te lleve a casa?

Estigio asintió con la cabeza al escuchar la pregunta de Urian.

—Gracias.

—Sin problemas.

En cuestión de segundos, Estigio se encontró de vuelta en su apartamento. Intentó llegar hasta el sofá, pero le fallaron las piernas.

Urian lo atrapó contra su cuerpo y lo ayudó a llegar hasta la cama.

—¿Sigues herido?

—Es el veneno de la daga de Stryker. Aquerón ha curado la herida, pero no ha purgado el veneno. —No sabía si lo había hecho sin querer o si lo había hecho a propósito.

—¿Cómo se purga?

—Hay que extraerlo antes de cerrar la herida. —Estigio se miró la cicatriz cerrada—. Vaya, demasiado tarde.

Comenzó a temblar al tiempo que el sudor le cubría la frente.

—¿Quieres que llame a Ash?

—Me pondré bien. —De todas formas, Aquerón no acudiría. Y tampoco podía culparlo. Si él tuviera a Bethany se preocuparía por su hermano—. De todas formas no voy a morir. Sólo necesito descansar.

Apenas había conseguido pronunciar esas palabras cuando perdió el conocimiento.