—¿Quién eres?
Estigio se sorprendió al escuchar la furiosa voz con un marcado acento de Delfos. Se volvió en la piscina y vio a un hombre altísimo y muy fuerte, con pelo rubio platino recogido en una coleta.
Urian.
Lo reconocía por los recuerdos de Aquerón. Era el hijo de Stryker, que habría muerto a manos de su padre si Aquerón no le hubiera salvado la vida. En otra época, Urian fue un letal asesino y un enemigo de Aquerón y de sus Cazadores Oscuros. Como daimon, se había sentado a la derecha de su padre y había ayudado a matar a incontables humanos. Pero en ese momento y gracias a Aquerón, Urian ya no necesitaba de las almas humanas para sobrevivir.
Se había convertido en el comandante en jefe de Aquerón y en uno de sus mejores amigos.
Mientras lo miraba, tuvo la impresión de que le recordaba a alguien.
De que le resultaba familiar.
«Porque es el nieto directo de Apolo».
Sí, seguramente fuera por eso.
—Te he hecho una pregunta —le soltó Urian—. ¿No me entiendes?
—Te he oído.
—¿Y?
Estigio salió de la piscina y cogió una toalla. Se secó con movimientos rápidos y después se la enrolló a la cintura antes de acortar la distancia que los separaba.
—Pregúntamelo de nuevo cuando hables en otro tono. Uno que sea respetuoso.
La forma en la que Urian enarcó una ceja y ladeó la cabeza lo dejó helado. Se parecía mucho a los gestos que hacía Bethany cada vez que se enfadaba con él de verdad. Le resultaba muy raro ver esa misma expresión en un desconocido, sobre todo en un hombre.
—Debes de ser Styxx.
—Vaya, no eres tan tonto como aparentas.
Urian hizo ademán de replicar, pero reparó en el cuerpo de Estigio.
—Joder, sí que tienes cicatrices.
—¿No las tenemos todos?
Urian no comentó esas palabras.
—Me dijeron que vivías en otra de las islas.
—Y así era.
—¿Y por qué estás aquí?
Estigio cogió otra toalla para secarse el pelo.
—Esta me gustaba más.
—¿Siempre eres tan capullo?
—¿Y tú?
—Pues la verdad es que sí. Aunque creía que me estaba moderando contigo. Supongo que soy más capullo de lo que creía.
Estigio se echó a reír por la inesperada sinceridad de Urian.
—Pues no me gustaría verte en un mal día si te comportas así en uno bueno.
—En fin, según Ash, lo pongo de los nervios cada diez minutos.
—¿Tardas diez minutos? Estoy impresionado. Yo sólo tengo que ponerme al alcance de su vista para joderle un año entero.
Urian sonrió antes de señalar las cicatrices de Estigio con un gesto de la cabeza.
—Si has acabado así, supongo que fuiste un soldado y que viste mucha acción.
—Lo era… y la vi.
—¿Caballería?
—Protostratelates.
Urian puso los ojos como platos.
—¿A tu…? Espera, espera un momento. Styxx… Estigio de Dídimos. ¿Ese Estigio?
Asintió con la cabeza.
Urian no daba crédito.
—Me siento como un tonto. Jamás se me había ocurrido asimilar los dos nombres. Sobre todo porque supuse que el protostratelates que casi derrotó a la Atlántida era un anciano. Joder… —musitó—. Eras legendario. Cuando era niño, estudié tus apuntes bélicos que sobrevivieron, y los informes, y todo lo que se escribió sobre ti. Tus tácticas me fascinaban, pero no quedaba mucho.
—No quería que nadie las usara en mi contra.
—Como he dicho, brillante, y si me conocieras, sabrías que no le lamo el culo a nadie. —Urian le tendió la mano—. Es un verdadero honor.
Estigio titubeó antes de aceptar el apretón.
—Bueno… ¿cuántos años tienes? Pero de verdad.
—Nací unas pocas semanas antes de que Aquerón y tú murierais.
Y antes de que me condenes, sobreviví básicamente de gente que merecía morir.
—¿Básicamente?
Urian se encogió de hombros.
—A veces no se puede ser muy quisquilloso. Pero nunca me he alimentado de una mujer ni de un niño. Ni de alguien que no pudiera defenderse.
Estigio levantó las manos.
—No me encuentro en situación de juzgar a alguien por intentar sobrevivir.
Urian frunció el ceño.
—Pero es raro.
—¿El qué?
—Lo mucho que os parecéis Aquerón y tú, aunque no estáis emparentados.
Con un suspiro, Estigio soltó la segunda toalla y se pasó los dedos por el pelo corto.
—Un truco de su madre para que los dioses no lo encontraran.
—Pues lo hizo bien. Yo también tuve un gemelo.
—¿Tuviste?
—Murió hace mucho a manos de un Cazador Oscuro.
—Ah, lo siento.
Urian lo saludó con una inclinación de cabeza.
—Gracias, yo también. Es duro perder a un hermano, mucho más cuando has nacido a la vez. Es como que te corten un brazo.
Estigio estaba totalmente de acuerdo.
—En mi caso fue más como perder el esfínter.
Urian se echó a reír.
—¿Qué pasó entre vosotros? Quiero decir que, joder, Aquerón me perdonó y desde luego que no me merecía una segunda oportunidad. Tú no pareces un cabrón a simple vista, y la Historia no te describe como tal. Las cosas que hiciste… Protegiste al enemigo de tus tropas. Y los historiadores y los comandantes griegos te despedazaron por ello.
—Mucha gente me despedazó por ello.
Urian lo siguió al dormitorio.
—Bueno, ¿cuántos años tenías cuando entraste en combate por primera vez? ¿Cinco?
—Dieciséis. —Estigio recogió la ropa y se puso tras el biombo para vestirse.
—Joder, qué putada. Mi padre se negó a que entráramos en combate hasta bien pasada la mayoría de edad. Esperó tanto que resultaba ya bochornoso. —Urian retrocedió un paso y señaló la puerta—. ¿Te apetece ir al templo principal conmigo? La cena ya debería estar servida.
Le encantaría, pero sabía que no debía hacerlo, de modo que negó con la cabeza tras salir de detrás del biombo.
—No sería bien recibido. A Aquerón le daría un ataque si me encontrara en su templo.
La tristeza empañó los ojos de Urian.
—No te preocupes. No le diré al jefazo que estás aquí. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.
—Gracias, Urian.
Estigio colgó las toallas para que se secasen.
—Oye —dijo Urian—. ¿Te gustaría que te trajera algo de cena?
—Por todos los dioses, sí, mataría por un poco de comida. —Esas palabras tan sentidas salieron de su boca antes de poder impedirlo. Avergonzado por las emociones que había delatado, carraspeó—. Sí, por favor, te lo agradecería mucho.
—Volveré en cuanto pueda.
Estigio lo observó alejarse mientras reparaba en el hecho de que Urian era poco mayor que lo que habría sido su hijo Galen. Los dos podrían haber jugado juntos e ir a la guerra como amigos.
Esa idea despertó en él un afán protector hacia un hombre que físicamente parecía mayor que él. Aunque era más bajo, Urian tenía una constitución más musculosa. Qué raro. El muchacho se sentiría muy ofendido su supiera que tenía deseos de protegerlo.
Ya que no quería pensar en eso, decidió terminar con sus tareas antes de que oscureciera del todo.
Unas cuantas horas después, cuando sacaba las almejas secas para comérselas con leche de coco, Urian regresó con una mochila que dejó en la mesa.
Frunció el ceño al ver la cena.
—¿Qué es eso?
Estigio se encogió de hombros antes dejar las almejas en la vasija donde las guardaba.
Urian frunció todavía más el ceño cuando inclinó un poco la taza de barro desconchada y vio la leche de coco.
—¡Qué asco! ¿De verdad ibas a beberte esta porquería?
—άνάγκα δ΄ ούδἐ θεοἰ μἁχονται —se limitó a decir Estigio.
Urian se echó a reír.
—«Ni siquiera los dioses luchan contra la necesidad». Muy bueno. Se lo dijiste a tus hombres justo antes de la batalla para conquistar Ena.
—¿En serio?
—¿No te acuerdas? —Urian se quedó callado mientras sacaba un cuenco de algo que Estigio no había visto en la vida, pero que olía de maravilla.
—La verdad es que no, y tampoco puedo atribuirme el mérito. Era algo que solía decirme mi mentor a todas horas.
—¿Y qué habría dicho de esto? —Urian sostuvo en alto una botella de vino.
—Brôma theôn. —«Alimento de los dioses».
Urian le dio la botella antes de sacar el sacacorchos y dos copas.
—Voy a arriesgarme y a decir que no tienes muchas provisiones. ¿Te gustaría que te trajera algo?
—Me las apaño, pero un poco de agua potable estaría bien. Aquí no llueve y no hace el calor suficiente para que haya condensación. Me está costando desalar el agua del río, que no sé por qué es salada… —Pero así era. Y no había podido localizar un arroyo o estanque cercano.
Urian frunció el ceño.
—¿Por qué no te quedaste donde estaban las provisiones?
Estigio sacó un tenedor de la mochila y se sentó a comer… la cosa más rara que había visto. Era como gusanos blancos larguísimos, cubiertos por algún tipo de salsa roja.
—No he recibido nada.
Urian no daba crédito.
—¿De qué has estado viviendo?
Estigio cerró los ojos para saborear el extraño plato. Incluso estaba caliente… Tragó y se limpió la boca antes de contestar.
—Sobre todo de almejas… siempre que puedo encontrarlas. De cocos. De algunas verduras que descubrí ahí detrás. —Bebió un sorbo del vino y suspiró por el maravilloso sabor. La última vez que había bebido vino fue en Nueva Orleans, hacía años.
Se percató de que Urian lo miraba fijamente.
—¿Qué pasa?
—Nada.
En ese preciso momento se dio cuenta de que Urian era una de las pocas personas cuyos pensamientos no podía oír. No tenía la menor idea de lo que estaba pensando.
Urian cogió la mochila.
—Vuelvo enseguida, ¿vale?
Estigio asintió con la cabeza y siguió comiendo los…
—¿Urian? ¿Cómo se llama este plato?
—Espaguetis.
—Pues están muy buenos. Gracias.
—Parakaló.
En cuanto terminó de comer, Estigio lavó el cuenco y lo secó, y después se llevó la copa de vino a la piscina. No sabía por qué le gustaba tanto esa estancia. Tenía algo que lo reconfortaba.
Se enrolló las perneras de los pantalones y se dio cuenta de que la tela comenzaba a deshilacharse. Tendría que ser más cuidadoso al lavarlos y mientras los llevaba puestos. Dado que no contaba con nada con lo que reemplazarlos ni había animales a los que despellejar, tendrían que durarle mucho tiempo. Metió los pies en el agua y se quedó allí, rodeado por el silencio.
Acababa de apurar la copa de vino cuando Urian volvió.
—¿Así es como pasas las noches?
Estigio se levantó y se bajó las perneras de los vaqueros.
—La verdad es que no tengo otra cosa que hacer. A veces salgo y contemplo la luna.
—Supongo que duermes mucho.
—Pues no. —Ni siquiera en ese momento era capaz de dormir toda una noche.
—¿Cómo es que no te has vuelto loco?
Estigio resopló.
—¿Quién dice que no lo esté?
Urian soltó un largo suspiro.
—Yo no soportaría tres días de este aburrimiento sin volverme majara del todo.
—En cuanto a prisiones, créeme que no está tan mal. No me torturan con hierros candentes ni me dan latigazos, ni estoy encadenado a algo ni drogado. Lo mejor de todo es que no tengo que doblarme por la mitad para acostarme en el suelo.
—¿Cuándo fuiste prisionero?
Estigio soltó una carcajada amarga.
—¿Quieres saber la verdad? A lo largo de mi larguísima vida sólo he pasado catorce míseros años sin haber sufrido algún tipo de encierro u otro.
—¿Encierro por qué?
—Por haber nacido como hermano de Aquerón… En fin, salvo cuando Apolo y los atlantes me retuvieron aquí. Eso fue culpa mía. Resulta que a los dioses no les gusta que los humanos los derroten e invadan sus tierras natales. ¿Quién lo iba a decir? —Estigio abarcó la estancia con un gesto de la mano—. ¿Sabías que este templo pertenecía a Bet’anya Agriosa? Era la diosa atlante de la ira y de la desdicha. El templo que hay a la derecha pertenecía a Epitimia, la diosa del deseo. Era una zorra de cuidado. Viciosa. Fría. Vivía para herir a los demás. Siempre hizo que me preguntara si Afrodita se le parecía en algo. —Hizo una pausa al ver la expresión en la cara de Urian—. Lo siento. No estoy acostumbrado a tener a alguien con quien hablar.
Urian no sabía qué pensar de Estigio. Por lo poco que le había contado Aquerón de su hermano, esperaba a un capullo arrogante y exigente que miraba a los demás como si fueran basura.
El hombre que tenía delante no era ni mucho menos el mismo hermano que Aquerón había descrito. No tenía ni un pelo de arrogante. Pero sí una naturaleza muy reservada y suspicaz. Le recordaba a los caimanes que vivían en los pantanos de Luisiana.
Estigio no apartaba la vista de todo lo que lo rodeaba, catalogando cada rincón y cada sombra como una posible amenaza. Aunque parecía relajado, no tenía la menor duda de que podría abalanzarse sobre su garganta y tirarlo al suelo para matarlo antes de que lo viera moverse siquiera.
Sí, se lo imaginaba como el legendario general del que había leído tanto. El que nunca se quejaba y que había sacrificado y vendido sus objetos personales para comprar provisiones para sus soldados. Las cicatrices que lucía en su cuerpo dejaban bien claro que no era la persona por la que Aquerón lo tomaba.
No se trataba de un príncipe mimado al que habían servido y que había disfrutado de todos los lujos, mientras esperaba que el mundo entero se rindiera a sus pies. En once mil años, nunca había visto a un hombre con más cicatrices. Incluso los dedos y el dorso de sus manos declaraban que había llevado una vida dura y cruel. De hecho, Estigio apenas podía usar la mano derecha. Dos dedos, el meñique y el anular, estaban curvados contra la palma, y los otros no podía estirarlos del todo.
Sin embargo, lo más asombroso era que sólo tenía cuatro cicatrices en la cara. Una de ellas sólo era visible si se prestaba mucha atención. Tenía una cicatriz casi invisible bajo el ojo izquierdo. Otra que corría por el nacimiento del pelo, sobre la frente, y que quedaba oculta por el pelo. Otra que le atravesaba la ceja derecha y otra en el centro del labio superior, allí donde se lo habían partido tantas veces que al final había dejado una marca vertical permanente.
El espantoso estado del cuerpo de Estigio verificaba lo que había dicho acerca de su cautiverio. Al igual que sus conocimientos sobre los templos. No quedaba nada en el interior que indicara a quién pertenecía cada edificio, y ni siquiera Aquerón lo sabía.
Pero Estigio sí.
Y lo que más lo asombraba era que Estigio hubiera estado encerrado más de once mil años. Solo. Era alucinante. Podría llamarlo mentiroso, pero una vez más las cicatrices y la tranquilidad con la que había aceptado que Aquerón lo dejara allí tirado y se olvidara de él confirmaban que estaba más que acostumbrado a la soledad y al abandono. Más que acostumbrado a rapiñar lo que fuera para comer.
Y sólo le había pedido agua potable.
Aún no podía creer lo humilde de su petición.
—Te he traído más comida —dijo en un intento por romper el incómodo silencio.
—No era necesario.
—Después de ver la porquería que tenías en el plato cuando te he traído los espaguetis, me veo obligado a llevarte la contraria.
Regresó a la otra habitación, muy consciente de que Estigio dejaba mucho espacio entre ellos. También de que caminaba de tal forma que podía ver si sacaba un arma.
Sus ademanes parecían innatos. Y eso también echaba por tierra la tontería de que fuera un príncipe mimado.
Estigio se quedó helado al ver la cantidad de comida que Urian le había llevado en una caja de plástico.
—¿Pan? —susurró, sorprendido por la maravillosa visión.
—Sí, es la cosa blanca de la bolsa de plástico.
Se le hizo la boca agua por la idea de volver a probar el pan…
Urian se apartó para que pudiera comprobar el contenido de la caja y ver qué más le había llevado.
La emoción le desbocó el corazón nada más ver la ingente cantidad de comida. Habían pasado miles de años desde que disfrutara de tanta abundancia. Aunque había muchas cosas que no sabía lo que eran. Pero era comida… Mantequilla de cacahuete. Tiras de ternera. Salsa putanesca…
¿Para qué quería una puta tener salsa?
Daba igual. Se lo comería de todas formas.
Estigio apartó la mano al tocar una bolsa con manzanas. Se quedó sin respiración un minuto entero al verse de nuevo en su habitación, de pequeño.
«Toma, hermano», le decía Aquerón antes de hacer rodar una manzana a través del agujero en la pared para que él la atrapara.
Se le formó un nudo en la garganta y lo devolvió todo a la caja para cubrir las manzanas.
—Gracias.
Urian cogió otra caja que había dejado en el suelo.
—Aquí tienes tu agua y más vino. También te he traído velas y un mechero.
Estigio cerró la caja.
—Gracias, pero no me hacen falta.
—Está muy oscuro aquí.
Estigio se encogió de hombros.
—Estoy acostumbrado. Además, si Aquerón ve una luz, a saber cómo reaccionará. Y no quiero pelearme con él. Sobre todo, no quiero que me quite la poca libertad que tengo.
«O que me confine en un templo donde me violaron y me torturaron», pensó.
—Vale. Yo… te… Bueno, te traeré más comida pasado mañana.
Estigio lo miró con una sonrisa.
—Cuidado, si sigues así, me quedaré sin nada que hacer.
En ese momento sonó el móvil de Urian. Tras disculparse, lo sacó y aceptó la llamada.
—Hola, Cass, ¿va todo bien?
Estigio escuchó que la mujer que estaba al otro lado de la línea le pedía a Urian que fuera unos días para quedarse en un sitio del que no había oído hablar.
—Claro. No me importa hacer de canguro. Lo sabes. Me encantan tus mocosos… Sí, nos vemos pronto. Yo también te quiero. —Colgó.
—¿Tu mujer? —Llegó a la conclusión más lógica a juzgar por el amor que había escuchado en la voz de Urian al hablar con ella.
—La hermana de mi mujer.
—Ah. ¿Y tu mujer vive en el templo principal contigo?
Urian se llevó una mano al colgante que llevaba y el gesto le recordó su forma de acariciar el colgante de Bethany que llevaba en la muñeca.
—No, murió.
—Lo siento muchísimo. Sé lo duro que es.
—Te lo agradezco, pero tenía un vínculo muy especial con mi Phoebe. Y la mataron sin que yo estuviera a su lado para protegerla.
Estigio tragó saliva con fuerza cuando las lágrimas amenazaron con ahogarlo.
—Sé el dolor que sientes, Urian. Mi mujer murió a manos de la madre de Aquerón mientras estaba embarazada de nuestro primer hijo. Y no tengo absolutamente nada de ellos, solo mis recuerdos.
Urian posó la mirada en su brazo.
—¿Bethany y Galen?
Asintió con la cabeza.
—No tenía otro modo de honrarlos. Ni siquiera pude ver sus cuerpos. —Carraspeó—. Debes ir con tu familia. No los hagas esperar.
—¿Y tú?
Estigio se echó a reír.
—Te aseguro que estaré aquí cuando vuelvas.
Urian se despidió con un saludo antiguo que Estigio se apresuró a devolverle antes de subir la colina. Pero con cada paso que daba lo asaltaba una sensación extraña. Era como si conociera a Estigio de algo. Le resultaba muy familiar.
«Es el gemelo de Aquerón», se recordó.
Era un motivo.
«Y estabas un pelín obsesionado con él de pequeño, vamos».
Se echó a reír al recordar cómo su padre le había prohibido pronunciar el nombre de Estigio en su presencia: «Como vuelvas a hablar de ese cabrón de Dídimos, Urian, te doy una paliza que no podrás ni sentarte. ¡Y deja de vestirte como él! Era un enemigo de la Atlántida y de Apolimia».
Además, Urian llevaba el fénix de Estigio tatuado en el bíceps. Aunque mejor que no lo viera. Podría acojonarse. Claro que estaba acostumbrado a mantenerlo cubierto. Era otra cosa que había enfurecido a su padre.
Se detuvo para mirar el templo a oscuras. De no haber salido de paseo poco antes y haber escuchado el leve chapoteo, jamás habría sabido que Estigio estaba allí. Y casi había seguido de largo. Sólo los siglos pasados con los nervios a flor de piel y la incesante necesidad de comprobar que el perímetro estaba seguro lo habían instado a investigar el ruido extraño.
Mientras enfilaba el camino hacia el templo principal pensaba en lo incomprensible que le resultaba el comportamiento de Aquerón hacia Estigio. Después de haber perdido a todos sus hermanos, daría cualquier cosa por ver a uno de ellos otra vez. Incluso a Arquímedes, que había sido un matón y lo había zarandeado hasta casi arrancarle el corazón. Eran incapaces de estar en la misma estancia sin acabar peleándose a puñetazos.
Aun así, recibiría al gilipollas con los brazos abiertos si pudiera.
—Joder, Ash. ¿Quién en su sano juicio desprecia a un hermano estupendo?