21 de febrero de 2004

Estigio se quedó boquiabierto al ver que Camulos aparecía con una mujer inconsciente y herida sobre el hombro. La reconoció como Sunshine Runningwolf, la reencarnación de la difunta esposa de Talon.

—¿Qué has hecho?

Camulos no respondió mientras la tiraba en la cama, tras lo cual usó sus poderes para curar la herida de bala. A continuación, la ató abierta de brazos y piernas a la cama.

La rabia se apoderó de Estigio al ver la imagen.

—¿Qué haces? —le preguntó, horrorizado.

—Me aseguro de que no se escape.

—No es necesario atarla de esa manera.

—¿Por qué no?

«Porque es denigrante», pensó. Sin embargo, el asalto de los recuerdos le impidió pronunciar las palabras en voz alta. El pánico lo abrumó de tal forma que apenas si era capaz de respirar. Recordó cómo lo habían torturado y violado, una y otra vez, mientras estaba atado de esa forma.

Incapaz de soportarlo, se sacó la daga de la bota y cortó las ligaduras.

Camulos enarcó una ceja.

—¿Qué haces?

—No va a escapar.

—Te estás pasando de la raya, humano.

Estigio puso cara de asco. Al parecer, no conseguía aprender la lección con respecto a los dioses, ya que cometió un error absurdo al decir:

—Vale, Apolo. Empléate a fondo conmigo.

—¿Qué está pasando? —preguntó Dioniso, tras aparecer en el dormitorio.

Camulos fulminó a Estigio con la mirada.

—Tu mascota está a punto de llevarse una buena tunda.

Estigio resopló.

—Y la tuya ha estado a punto de recibir lo que merece.

Dioniso resolló, disgustado.

—Esto de separaros empieza a cansarme. ¡Ya está bien! —Miró a la mujer que seguía inconsciente en la cama—. ¿Por qué está aquí? —le preguntó a Camulos.

Con expresión ufana y satisfecha, el dios celta de la guerra cruzó los brazos por delante del pecho.

—Para torturar a Talon. No tiene la menor idea de lo que le estamos haciendo a su mujer y se volverá loco. Se la arranqué de los brazos sin que él pudiera mover un solo dedo para impedírmelo.

Estigio se hacía una idea de la cara de asco que había puesto. Porque en cuanto Camulos pronunció esas palabras, Dioniso usó sus poderes para sacarlo de la habitación y dejarlo en su dormitorio, de modo que no pudiera escuchar su conversación.

O eso creían.

—Ahora que ya no está, explícate, Cam. ¿Qué has hecho?

—Me he colado en su casa y se la he quitado a Talon para que sepa quién la retiene. Querías dejarlo fuera de juego, pues te aseguro que ahora mismo está desquiciado pensando en lo que le estoy haciendo. Te aseguro que a estas alturas ya ha hablado con Aquerón. Los necesitamos lo más alterados posible, ¿no?

—Sí. Bueno, ¿qué vamos a hacer con ella?

—Violarla hasta que nos cansemos.

La parte racional de la mente de Estigio le dijo que se mantuviera al margen, pero no podía. La idea de que Camulos le hiciera eso a ella o a otra persona…

Ansiaba aplastar el corazón del dios con la mano. Antes de que su sentido común se impusiera, regresó en tromba a la habitación.

—Como la toques, te arranco los brazos y te doy una paliza con ellos.

Dioniso atrapó al dios celta antes de que pudiera atacar y fulminó a Estigio con la mirada.

—¿Tengo que llevarte al Hades de nuevo?

Estigio siguió mirando a Camulos. Como no se le ocurriera un plan alternativo enseguida, ese cabrón se saldría con la suya, y él sabía de primera mano que aunque Dioniso no participaría en una violación, tampoco iba a impedirla. Se limitaría a marcharse y a dejar a la mujer a merced de la maldad de su captor.

Fuera como fuese, no podía permitirlo.

—Se me ha ocurrido otra cosa.

Camulos hizo ademán de atacarlo, pero Dioniso volvió a sujetarlo y lo obligó a retroceder de un empujón.

—Quédate en tu rincón, celta. A ver qué tiene que decirnos. —Se volvió hacia Estigio—. Habla.

Estigio se obligó a mantener la calma.

—Quieres volverlos locos a todos, ¿no? Por eso estoy aquí, ¿no es verdad?

—Sí.

Estigio titubeó. Era lo último que quería hacerle a otra persona. Pero si no lo hacía, a la mujer le pasaría algo mucho peor.

—En la isla hay un cofrecillo con eycharistisi dentro de un arca.

Dioniso se quedó boquiabierto.

—¿Cómo coño lo has conseguido?

—Fue un regalo —consiguió decir pese al nudo que tenía en la garganta.

Estes se lo había dejado como recuerdo de lo que podía hacerle cada vez que quisiera, y él lo había conservado para recordar que tenía motivos para haber matado a su tío a sangre fría.

Dioniso lo miró con los ojos entrecerrados, sin dar crédito.

—¿Por qué lo conservas?

—Me he pasado los últimos once mil años en una isla desierta. A menos que quisiera tirarme a una cabra, no tenía motivos para usarlo. Y a diferencia de vosotros, los dioses, tirarme a un animal no me atrae.

Indignado, Dioniso se irguió.

—Para que conste, yo nunca lo he hecho.

Claro, claro…

—¿Y lo de Ámpelo?

—Los sátiros son medio humanos.

Estigio soltó una carcajada amarga al escuchar la respuesta.

—¿Y por qué son medio humanos?

—Vale, pero solo fue una vez, y estaba muy borracho cuando pasó, y además Fobos me desafió a que lo hiciera.

¿Una sola vez? ¿En serio?

—¿Y lo de Ismario? —se burló Estigio, que le recordó otro famoso episodio de sus perversiones.

—¿Qué eres? ¿Mi puñetero biógrafo?

Camulos se echó a reír.

—Así que lo de la cabra ha dado en la diana, ¿no?

—Cierra la boca. —Dioniso se volvió hacia Estigio—. Si no quieres que la violen, ¿para qué darle un potente afrodisíaco?

«Porque no me dejáis otra alternativa. Si no lo hago, ese cabrón le hará daño de verdad. Mejor que se ponga cachonda a que la viole un cerdo», pensó.

Sin embargo, sabía muy bien que no debía contarles la verdad.

—Para volverlos locos. Talon se subirá por las paredes al saber que se lo hemos dado, y lo más importante: Aquerón sabrá que estoy aquí, y eso lo alterará hasta un punto que ni os imagináis.

—¿Por qué va a importarle? —preguntó Camulos.

—Soy el único ser vivo que conoce todos sus secretos y cada detalle de su pasado. Creedme, no querrá que comparta mis conocimientos con sus amigos. El miedo a lo que yo pueda decir lo paralizará. Y estará tan confundido cuando venga a buscarme que no sabrá si viene o si va.

Dioniso lo fulminó con la mirada.

—Será mejor que funcione.

—Créeme, nadie conoce a mi gemelo mejor que yo. Vamos a llevarla a un lugar donde podamos dejarla tras administrarle la droga para que la encuentren bajo su influencia.

«Y asegurarnos de que es Talon quien la encuentra y de que el cerdo celta deja las manos quietecitas», pensó.

Dioniso asintió con la cabeza.

—Les diré a los daimons que creen una distracción y la protejan hasta que los Cazadores Oscuros vayan a por ella.

Una vez que llevó a Estigio de vuelta al agujero espartano que había sido su hogar durante siglos, Dioniso lo miró con el ceño fruncido.

—¿Tú construiste este sitio?

Estigio asintió con la cabeza y titubeó antes de entrar en su cabaña.

—Al principio tenía una casita de piedra, pero después de unos cuantos siglos se derrumbó.

—¿No pudiste arreglarla?

Miró al dios olímpico con sorna.

—Tardaba mucho tiempo en encontrar las piedras y en hacer el mortero a mano. Me dejaron aquí sin herramientas y sin aprovisionamiento. Tuve que fabricar todo lo necesario para sobrevivir, incluidas las armas y las herramientas, y matar o reunir todo lo que me comía y todo lo que usaba para vestirme.

Si no hubiera sido un veterano de guerra, obligado a rapiñar con sus tropas cuando las provisiones escaseaban, y un niño al que su padre obligaba a realizar los trabajos más duros e insignificantes que encontraba, las habría pasado canutas en ese lugar.

Dioniso frunció el ceño.

—Creía que tenías cuidadores.

El recuerdo hizo que apareciera un tic nervioso en su mentón.

—Durante un tiempo alguien me traía comida de vez en cuando. Tal vez durante unos cien años o así. Después nada.

—¿Cómo es posible que no enloquecieras por culpa de la soledad?

—¿Quién dice que no esté loco?

Estigio echó un vistazo a su alrededor y dio un respingo al ver las pieles de animales extendidas en el suelo de arena donde había dormido durante miles de años. Las herramientas de piedra que se había visto obligado a fabricar para sobrevivir, algo que le había costado más de lo normal, dado que la mano derecha seguía sin funcionarle bien tras el ataque de los tracios cuando regresaba a tierras griegas una vez que finalizó la guerra con la Atlántida.

No había contado con nada cómodo ni reconfortante en su dura y espartana existencia.

Aunque no odiaba a Aquerón antes de que Dioniso lo liberara, sí que podría odiarlo en ese momento, tras haber visto la lujosa vida que había llevado su hermano durante todos esos siglos. Tras haber visto los amigos que lo rodeaban y que lo querían como si fuera parte de su familia.

No terminaba de comprender que ese cabrón egoísta ni siquiera se hubiera molestado en comprobar si se encontraba bien. Aunque fuera una vez. O en llevarle una hamburguesa.

Una puñetera almohada o una manta. En serio, ¿habría sido mucho pedir para don Dios Atlante?

Asqueado, fue en busca del cofrecillo.

—Estoy listo.

—Sí, me imagino que ya te has hartado de este sitio.

«No sabes hasta qué punto», pensó, si bien no pronunció palabra alguna. Se alegró de que Dioniso lo sacara de allí al instante.

Al menos eso pensó hasta que regresaron a la suite del hotel y se encontró con Apolo, que los esperaba.

«¿Qué coño pasa aquí?», se preguntó.

Al verlo, el dios olímpico esbozó una lenta sonrisa, haciendo que se le encogiera el estómago con cada latido de su corazón.

Camulos miró a Dioniso de reojo.

—Ha venido preguntando por ti. Espero que no te importe. Le dije que podía esperarte.

Eso fue lo que dijo, pero Estigio escuchó sus pensamientos y supo que Camulos lo había hecho a conciencia para vengarse de él. Y todo por haber metido antes la pata…

Joder, ya sabía que no debía mostrar su genio ante nadie, por ningún motivo, mucho menos ante un dios vengativo. Se sentía consumido por la desdicha más absoluta y el dolor. A decir verdad, preferiría estar de vuelta en la isla a soportar los «cuidados» de ese cabrón.

Se dirigió a Dioniso.

—Adiós al trato. Envíame de vuelta.

Dioniso lo miró con lástima mientras negaba con la cabeza.

—Dará igual. Ya sabe que estás vivo. Puede encontrarte de la misma manera que lo hice yo.

Por supuesto que podía. Y en la isla estaría a merced de Apolo en cualquier momento, de día o de noche. Sería incluso peor que en Dídimos. Apolo no tendría que preocuparse de que alguien los interrumpiera o…

Estigio soltó el cofrecillo en la mesa con fuerza.

—Me importa una mierda. Me largo.

Estigio se dirigió con paso furioso a la habitación de Sunshine y abrió la puerta.

Ella puso los ojos como platos en cuanto lo vio. Presa de la furia Estigio sacó la daga y se acercó para liberarla.

Camulos rugió y lo apartó de la cama de un empujón.

Estigio se volvió hacia el dios con un brillo letal en los ojos. Ya se había cansado de todos ellos.

—¡Vamos, cabrón!

Camulos se abalanzó sobre él, de modo que Estigio amagó hacia la izquierda y después hacia la derecha, tras lo cual le clavó la daga en el costado. El dios celta aulló, furioso.

Estigio lo atrapó y lo tiró al suelo. Camulos le lanzó una descarga astral, pero la esquivó y le golpeó la cabeza contra el suelo para aturdirlo.

—¡Ya basta! —ordenó Dioniso.

Estigio pasó de él.

—Mataré a la mujer si no paras. Lo digo en serio, Styxx.

Titubeó mientras se lo pensaba. Por un lado, ¿qué más le daba? Pero al mirarla y ver el pánico en sus ojos oscuros, supo que no podía hacerle daño. Había visto sufrir injustamente a demasiados inocentes. Aunque no la conocía en absoluto, no quería que Talon o ella tuvieran que vivir con las pesadillas que él conocía tan bien.

Nadie debería verse en la tesitura de tener que enterrar a su mujer…

Mucho menos dos veces en la vida.

Furioso, Estigio clavó la daga en el suelo, junto a la cabeza de Camulos, y se levantó para salir de la estancia.

—Debería haber dejado que te matara —le dijo Dioniso al dios celta con voz burlona, sin saber que Estigio podía escucharlos.

—No sabía que era capaz de hacer algo así —replicó Camulos.

Apolo se echó a reír.

—No tienes la menor idea. Para ser un humano, tiene unas habilidades increíbles… en más de un campo.

—¡Ya basta! —masculló Dioniso, dirigiéndose a su hermano—. ¿Es que no lo has atormentado bastante? De verdad…

Estigio cogió su abrigo y salió del hotel. No tenía un destino fijo en mente, solo necesitaba un poco de aire fresco para librarse de las miles de emociones que lo estaban destrozando. No debería haber aceptado el trato.

Los dioses siempre le jodían la vida.

De una manera o de otra.

«Sólo quiero una escapatoria», se dijo. ¿Acaso no había llegado el momento de que su tormento acabara de una vez por todas? ¿Qué más cosas le iban a hacer?

Incapaz de soportarlo, enfiló Canal Street hacia el río. Vio que varios grupos de personas reían con despreocupación. Ojalá formara parte de alguno de ellos. Sin embargo, jamás había podido reunirse con sus amigos para festejar. Toda su vida humana había estado marcada por la responsabilidad.

Por el deber.

Y les había fallado a todos sus seres queridos.

Se levantó las mangas del abrigo y de la camisa para poder tocar los nombres de su esposa y de su hijo. Si cerraba los ojos, a veces podía captar el aroma de Bethany, sacado de lo más recóndito de sus recuerdos. Sin embargo, detestaba no poder recordar su voz. Recordaba la forma en la que pronunciaba su nombre o su risa. Pero no recordaba su voz.

Lo había abandonado por completo.

«No soporto esta mierda de vida ni un día más…».

Pero no había escapatoria. Ninguna. Qué raro que de niño la eternidad pareciera mucho tiempo, pero que solo después de vivirla se comprendiera el verdadero espanto que suponía.

La magnitud.

La locura.

Aunque los Cazadores Oscuros con los que había hablado parecían haberse acostumbrado a la idea. Al igual que su hermano. Claro que ellos no estaban solos. Formaban una hermandad en la que se cuidaban los unos a los otros.

El único Cazador Oscuro que parecía comprender un poquito su dolor era uno llamado Zarek. En sus atormentados ojos oscuros había reconocido un espíritu afín.

Estigio se detuvo en la acera que discurría en paralelo con el río y se apoyó en la barandilla de hierro. Clavó la mirada en los dos vasos de plástico que alguien había tirado al agua.

Como basura…

Igual que él.

Tanto en Dídimos como en la isla del Hades, el agua siempre había sido del más maravilloso tono turquesa. Allí era de un sucio tono verdoso, como si estuviera enfangada. Aun así, le recordaba los sonidos de su hogar durante las cálidas noches de verano, cuando dormía con las ventanas abiertas para escuchar el sonido del mar.

A su espalda, una niña lloraba mientras su madre intentaba tranquilizarla, aunque estaba perdiendo la paciencia a marchas forzadas. Las miró por encima del hombro. La mujer no tenía ni idea de lo afortunada que era al contar con su hija. Pero no la juzgaría por su irritación. Su padre había estado irritado con él a todas horas, y tal vez si hubiera tenido la suerte de criar a su hijo le habría hecho lo mismo a Galen.

Sin embargo, no se imaginaba enfadado con su hijo, por nada del mundo.

«Ojalá hubiera podido abrazarlo. Aunque solo fuera una vez».

Suspiró y aferró la barandilla al tiempo que intentaba calmar la rabia y el dolor que lo asaltaban, mientras los chillidos de las gaviotas enmudecían temporalmente el sonido de la música zydeco y de las personas que había a su alrededor.

—¿Styxx?

Maldijo en silencio al escuchar la voz de Dioniso. No contestó hasta que el dios estuvo a su lado.

—Me prometiste acabar con mi infierno —susurró.

—Lo sé. Lo siento.

—No, no lo sientes.

A Dioniso no le importaba nada, de la misma manera que nunca le había importado a nadie. No era nada para el dios, y bien que lo sabía.

Dioniso se volvió para poder apoyarse en la barandilla y mirarlo.

—Sí, lo siento. Por todo. Lo creas o no, incluso los dioses pueden tener remordimientos. No debería haber llevado a Apolo para que te viera aquella primera vez. Era joven y estúpido. Quería impresionar a mi hermano mayor. Hasta que acabé tirado en ese infecto mundo no empecé a entender las consecuencias de lo que hacemos… de lo que hicimos.

—Y aun así quieres apoderarte de todo. Volver a gobernarlo.

—Me gusta tanto ser un peón como a ti. Ya me he tragado el orgullo bastante tiempo. Al igual que tú, quiero una escapatoria.

Estigio resopló.

—No somos amigos ni mujeres. ¿Por qué te estás sincerando conmigo?

—Porque necesitamos que mates a Aquerón. Tú eres el único que puede acercarse lo suficiente para hacerlo. Solo faltan unos cuantos días para el Mardi Gras. Ayúdame a acabar con esto y no tendrás que preocuparte por Apolo. Me aseguraré de que se mantiene alejado de ti hasta entonces, y una vez que estés muerto…

Estigio se apartó de la barandilla.

—Será mejor que muera, Dioniso. De no ser así, iré a por ti. —Se dirigió de vuelta al hotel seguido por Dioniso todo el camino—. Si te desterraron del Olimpo, ¿cómo pudiste liberarme?

—El Hades no forma parte del Olimpo. No me desterraron de esos dominios.

Eso tenía sentido.

Estigio sostuvo la puerta abierta para que Dioniso entrara y caminaron hacia el ascensor.

—Quiero control total sobre la mujer. Si Camulos se acerca a ella, lo destripo.

—Creo que ya se ha dado cuenta de eso.

—Lo dudo mucho. Es más lento de entendederas que yo.

Estigio salió del ascensor y se encaminó a la suite donde esperaban Apolo y Camulos.

Dioniso arrinconó a su hermano sin abrir la boca mientras Estigio cogía una botella de vino y se acercaba al cofrecillo que había dejado sobre la mesa. Mezcló el vino con una pequeñísima cantidad de eycharistisi. Mientras lo hacía, sintió la mirada de Apolo clavada en él, con tanta fijeza que se le erizó el vello de la nuca.

Al levantar la cabeza y reparar en la expresión lasciva de Apolo, se enfureció.

«Te odio».

Se esforzó por desentenderse de él mientras vertía la mezcla en el termo que Dioniso le había dado, tras lo cual se lo devolvió.

—Ya estamos listos. Iré a por la mujer.

Camulos hizo ademán de protestar, pero Dioniso lo interrumpió.

La furia de Estigio aumentó al ver que habían vuelto a atar a Sunshine. Por todos los dioses, no lo soportaba. Apretó los dientes y cortó las ataduras.

Ella se abalanzó al instante sobre él y lo apartó de un empujón. Estupefacto, tardó en reaccionar unos segundos. Pero después se apresuró a atraparla antes de que pudiera abrir la puerta y salir a la estancia donde se encontraba Camulos.

—¡Para! —le rugió al oído—. O ellos o yo, y créeme que no te conviene que ellos te toquen.

Esas palabras hicieron que se debatiera con más fuerza.

—¡Para ya! —repitió—. No voy a violarte.

Ella intentó hablar pese a la mordaza.

Sin duda alguna, debería quitársela, pero conociéndola, se pondría a gritar.

—Tranquilízate y todo se arreglará.

La cogió del brazo y la llevó con los demás.

Dioniso usó sus poderes para teletransportarlos a una especie de viejo almacén. Había enormes ventanales, muchos de los cuales estaban tapados con tablones.

Dioniso hizo aparecer una pequeña cama para la mujer y mientras Estigio le quitaba la mordaza, él abrió el termo.

—Necesito que bebas esto.

—¡Bébetelo tú, cabrón! —Sunshine corrió hacia la puerta.

Estigio la atrapó y la levantó en volandas. En cierta forma, admiraba su valor. Sin embargo, empezaba a cabrearlo. Si no cooperaba, Camulos insistiría en hacerlo a su manera. Y la violarían.

—Vamos —le dijo al oído—. Bébetelo. Es mucho mejor que lo que pasará si no lo haces.

El sentimiento de culpa lo atravesó al verla beber, momento en el que recordó lo que sintió cuando Estes le dio las hierbas por primera vez durante la partida de caza. Lo que sintió cuando los dioses atlantes lo obligaron a tomarlas para su perverso placer. Su rabia aumentó hasta tal punto que comenzó a temblar.

En cuanto se lo bebió todo, la dejó en manos de Dioniso. No quería ser él quien la atara ni tampoco quería verla de esa manera.

—¿Has hecho la llamada? —le preguntó a Camulos con brusquedad.

—Ya me he encargado de todo. ¿Has escrito la nota?

Estigio se la dio y después se marchó. Dado que Aquerón estaría con el grupo que liberaría a la mujer, no podía arriesgarse a estar allí cuando aparecieran.

Sin embargo, el problema era que no sabía cómo regresar al hotel desde ese lugar.

—¿Styxx?

Miró a Dioniso por encima del hombro. En un abrir y cerrar de ojos, el dios le lanzó una descarga y lo mandó de vuelta a la suite.

Habría podido hacerlo de un modo un poquito más agradable.

Claro que también habría podido ser mucho peor.

Sin embargo, lo verdaderamente desagradable estaba a punto de comenzar. En cuanto su hermano leyera la nota que le había dejado, iría a por él con saña.

¿Cómo no iba a hacerlo? La nota era escueta. Unas cuantas palabras pensadas para enloquecer a Aquerón hasta el punto de que se lanzara a por ellos y que a él le garantizaban que jamás tendría que preocuparse de nuevo por Apolo ni por ninguna otra cosa…

Te conozco, hermanito. Sé todo lo que has hecho. Sé cómo vives.

Pero, sobre todo, conozco las mentiras que te cuentas a ti mismo para poder dormir.

Dime una cosa, ¿qué pensarían tus Cazadores Oscuros de ti si descubrieran alguna vez la verdad?

Mantenlos apartados de mi camino o me encargará de matarlos a todos. Tú y yo nos veremos en el Mardi Gras.

Era su declaración de guerra contra Aquerón, y su hermano no la dejaría pasar.