25 de junio de 9527 a. C.

Poco después de medianoche

Estigio abrió los ojos, pero estaba demasiado desorientado como para percatarse de lo que lo había despertado.

Al cabo de un instante, escuchó llorar a su sobrino. Después se hizo el silencio. Eso había debido de ser lo que lo había sobresaltado. Apolodoro todavía no dormía de un tirón por las noches. Era normal que su sobrino lo despertara varias veces.

Y pronto sería su hijo quien lo haría. Estaba deseando que llegara ese momento.

Sin embargo, sabía que no debía tratar de consolar al hijo de Ryssa. Mucho menos después del chasco de ese día.

Solo Aquerón tenía ese privilegio.

«Olvídalo. No pierdas el tiempo con ellos y con su odio».

Al día siguiente emprendería el viaje para reunirse con Bethany y nada ni nadie lo detendría.

Bethany se despertó bañada en un sudor frío. Al parecer, sufría de una indigestión mientras su hijo se movía alegremente en el vientre. Se puso de lado y colocó las manos sobre él.

—Tienes que dejar de darme patadas, bichito. No puedo dormir si te pones a jugar.

El bebé rozó sus manos con una mano o un pie, como si supiera que le estaba hablando.

—Ya me estás contestando… ¿qué voy a hacer contigo, niño?

Sin embargo, lo sabía muy bien. Iba a quererlo con todo su corazón y toda su alma.

Al cabo de un instante, la sonrisa se borró de sus labios y fue reemplazada por la tristeza al pensar que Estigio no estaba en la cama con ella. De ser así, lo sentiría pegado a su espalda y estaría abrazándola con ese cuerpo tan grande que tenía. Uno de sus brazos estaría sobre su cadera para no hacerle daño ni a ella ni al niño y habría colocado uno de sus musculosos muslos entre los suyos. Y lo mejor era que tendría su cara enterrada en el pelo. No acababa de entender cómo podía dormir así sin asfixiarse. Sin embargo, jamás se había quejado.

—¡Bethany!

El agudo chillido de su madre la sobresaltó.

—¡Por favor hija, necesito verte!

Aunque estaba tentada de hacer caso omiso de su súplica, en ese momento su hijo le dio una patada. ¿Cómo iba a darle la espalda a su propia madre cuando por fin comprendía el significado de la maternidad? Además, al día siguiente sería humana y no tendría la menor oportunidad de llamar a su madre cuando la necesitara.

Suspiró y tras usar sus poderes para vestirse, se trasladó de su templo egipcio al salón de Katoteros, donde su madre aguardaba con los demás.

En la estancia se hizo un abrumador silencio mientras todos los ojos se clavaban en su abultado vientre.

Los miró con sorna, irritada por el hecho de que acabaran de descubrir su embarazo.

—Sí, dioses, estoy embarazada. ¿Qué necesitáis?

Su madre se acercó a ella, completamente anonadada.

—¿Por qué no me lo habías dicho?

—Había planeado hacerlo una vez que pasara todo este lío. No quería distraerte con lo ocupados que estáis ahora mismo con Apolimia.

Arcón la miró furioso.

—¿Quién es el padre?

—Un mortal. De todas formas, eso no es de tu incumbencia.

El desdén con el que recibieron la noticia no iba a facilitar que se congraciara con ellos.

Bethany puso cara de asco.

—Por eso no he venido antes. Ahora, si me disculpáis, prefiero estar con los miembros de mi familia que no son tan presuntuosos como vosotros.

Su madre le tocó el brazo con ternura antes de que pudiera marcharse.

—No les hagas caso, niña. Yo estoy encantada de ser abuela, sea el padre un inmortal o no. Sobre todo de un niño tan fuerte.

Bethany sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.

—Gracias, matera. ¿Para qué me has llamado?

—Apolimia ha congregado a su ejército y está aumentando sus filas. Sabemos que está a punto de atacar y queremos que todos se preparen.

Chara asintió con seriedad.

—Nos han dicho que planea atacar dentro de tres días. Estamos reforzando nuestras posiciones pero, ahora que sabemos que estás embarazada, será mejor que te quedes en Egipto, donde tu padre y los demás podrán protegerte de ella.

—Aunque antes de que te marches… —Su madre la cogió de la mano y la acompañó hacia el templo que compartía con Agapa mientras Apolimia permanecía encerrada en su antiguo hogar—. Me gustaría conocer algunos detalles más sobre mi nieto y su padre.

Ese era el verdadero motivo por el que se había ocultado una vez que su embarazo fue evidente. ¿Cómo iba a decirle a su familia que el padre del niño era Estigio de Dídimos? Sobre todo porque ella era el único miembro del panteón atlante que no quería atravesarle el corazón con una espada.

Cada vez que pensaba en eso, ardía en deseos de matarlos a todos por lo que le habían hecho.

—No hay mucho que contar, matera. Es el griego del que llevo enamorada varios años.

—¿Héctor?

Que su madre recordara el nombre la sorprendió. Aunque claro…

Sinfora era su madre y la quería.

Bethany se acarició la barriga con una mano. Ella tampoco olvidaría nada relacionado con su hijo.

—Sí, es mi Héctor.

Y no mentía.

Su madre sonrió.

—Me alegro muchísimo por ti. No hay nada más bonito que tener a tu hijo en brazos por primera vez. Y verlo crecer… —Se le llenaron los ojos de lágrimas mientras le apartaba un mechón de pelo de la cara a Bethany—. No tienes ni idea de lo mucho que te quiero, Bethany. De lo orgullosa que estoy de ti. Sé que tienes varios cientos de años y, sin embargo, cada vez que te miro veo a la preciosa niña de pelo rizado, mofletes regordetes y ojos dorados que me derriten el corazón. Lo que más echo de menos son los momentos en los que te asustabas y corrías a esconder tu carita en mi hombro. —Le acarició la barriga—. Ahora sabes de lo que te hablo. ¿Ya habéis pensado cómo vais a llamarlo?

Se mordió la lengua en el último momento. Habían pensado ponerle Galen, pero si le decía el nombre, su madre podía reconocerlo.

—Todavía no lo tenemos claro.

—Bueno, sea cual sea estoy segura de que será perfecto.

Bethany guardó silencio mientras observaba cómo su madre reunía sus armas.

—¿Matera? Se me ha ocurrido una cosa. Como voy pasar una temporada en Egipto, ¿por qué no utilizas mi templo?

Su madre la besó en la frente sin contestar.

—Te he echado muchísimo de menos, tesoro.

—Yo también.

—¿Puedo ser egoísta? —preguntó Sinfora al tiempo que le colocaba las, manos en los hombros—: ¿Por qué no te quedas esta noche conmigo? Podrás irte a Egipto por la mañana.

Bethany titubeó. Al día siguiente tendría que ir a ver a Maat para hablar del suero y quería vigilar a Estigio mientras emprendía el camino para reunirse con ella.

Claro que ¿por qué no pasar una última noche con su madre? De no haber estado embarazada se habría ido. Pero dadas las circunstancias, fue incapaz de decirle que no. Mucho menos mientras la miraba de esa manera y cuando por fin sabía lo que significaba el amor maternal.

—De acuerdo, pero ¿qué pasa con Apolimia?

—Te habrás ido mucho antes de que ponga en marcha sus planes. Esta noche haremos lo que hacíamos antes. Estar juntas y beber té.

Bethany sonrió. Era un ritual que siempre repetían desde que era pequeña. Cada vez que regresaba de casa de su padre, su madre la secuestraba durante dos días seguidos para «hacer cosas de chicas». Aunque adoraba a Set, los momentos que pasaba con su madre eran muy especiales. Y le gustaba mucho no tener que compartirla con nadie. Su padre hacía algo similar cuando iba a verlo. La llevaba hasta el desierto, hasta el centro de sus dominios, y cazaban en su reserva privada. Los dos solos, sin nadie más. Por eso su arco significaba tanto para ella. Su padre se lo había regalado la primera vez que fue a Egipto.

A diferencia de Estigio, había sido muy afortunada con sus padres. Entre ellos sólo rivalizaban por ver quién le demostraba más amor y apoyo. Por ver quién la añoraba más cuando se alejaba de ellos.

Pensaba pasarse el resto de la eternidad enseñándole a Estigio y a su hijo cómo se hacía, y a todos sus futuros hijos.

Tras tomar a su madre de la mano, se encaminó a su templo.

—¿Matera? ¿Puedo contarte una cosa sin que te enfades?

—Sabes que puedes decirme lo que quieras.

—¿Me prometes que no se lo dirás a nadie?

—Por supuesto.

—Le he pedido a mi tía Maat que me prepare una poción para hacerme mortal.

Su madre se quedó petrificada.

—¿Cómo?

Bethany asintió con la cabeza.

—He reflexionado mucho sobre esa decisión. No quiero vivirla eternidad sin mi marido.

—¿Tanto lo quieres?

—Lo es todo para mí.

—Y tú lo eres todo para mí, niña. ¿No podemos hacerlo inmortal a él?

—No creo que eso le guste. Y no quiero que nos separe la política del panteón. Lo he decidido.

Su madre cerró los ojos y se estremeció.

—No puedo decir que tu decisión me satisfaga. Pero tampoco me disgusta. Sólo quiero que seas feliz.

—Esto me hará muy feliz.

—¿Puedo acompañarte durante la transformación?

Por eso precisamente quería tanto a su madre.

—Desde luego que sí.

—Pues muy bien, Bet. Vamos a celebrar tu nueva vida y la llegada de tu hijo.