23 de junio de 9527 a. C.

Bethany se estaba riendo con Estigio en la cama cuando escuchó un alarido ensordecedor que reverberó por el éter, algo que solo podían escuchar los dioses y algunos más. Se trataba del alarido de un ser al que acababan de destrozar. Supo cuál era la fuente del sonido de inmediato.

Apolimia.

¿Habían encontrado a su hijo y lo habían matado por fin? Solo el sufrimiento provocado por algo así explicaría semejante alarido. Nada más podría ocasionar tanto dolor.

Estigio se tensó en torno a ella como si también lo hubiera oído, pero siendo mortal debería serle imposible escuchar esas voces. Aunque todavía lo sentía bien duro en su interior, se había quedado inmóvil entre sus brazos.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Él soltó una maldición entre dientes.

—Me sangra la nariz.

Era la primera vez que le había sucedido mientras hacía el amor con Bethany. Se apartó de ella y se marchó para limpiarse.

Bethany se incorporó en la cama y se cubrió con las mantas.

Al cabo de un instante, Estigio volvió con un paño en la nariz y se sentó a su lado.

—Lo siento, cariño. He sido muy inoportuno.

Ella le pasó la mano por el pelo, que por fin llevaba lo bastante largo como para que se rizara de nuevo.

—Estoy más preocupada por ti. ¿Sabes cuál puede ser la causa?

Estigio guardó silencio mientras seguía escuchando la voz de la diosa en la cabeza. Una voz que había sentido en multitud de ocasiones a lo largo de su vida. Desconocía su nombre, pero cuando era pequeño esa voz lo consolaba como si fuera la nana de una madre.

Ese día la diosa chillaba enfurecida, aunque él no sabía por qué. Y lo peor era que lo amenazaba y lo maldecía como si él le hubiera hecho algo.

—¡Daré contigo y te arrancaré el corazón, griego asqueroso! Acabaré contigo y con todo lo que más quieras. No habrá escondite donde puedas ocultarte que yo no descubra, y cuando lo haga, desearás haber muerto el día que naciste como debió suceder. ¡Cómo te atreves a no proteger a mi hijo! ¡Me daré un festín con tus pútridas entrañas!

No sabía qué había hecho para merecer su odio.

«Tal vez sus palabras no estén dirigidas a mí», pensó.

Aunque le parecían muy personales.

Y lo peor era que le recordaban al estado de ánimo que tenía su madre el día que lo apuñaló. Mientras Bethany le apartaba el pelo de los ojos, el recuerdo de Galen moribundo entre sus brazos lo golpeó con fuerza. Sin embargo, en esa ocasión imaginó que era Bethany quien moría.

—Necesito que te vayas.

Ella se quedó petrificada.

—¿Cómo dices?

—No para siempre, akribos. Me prometiste que te irías justo después del banquete. Sin embargo, sigues aquí. Necesito que te vayas a Egipto lo antes posible para que tu padre y tu familia te protejan.

—¡Pero no quiero apartarme de ti!

—Yo te seguiré pronto. Seguro que te alcanzo antes de que llegues.

Bethany titubeó. Estaba a punto de decirle que era una diosa y que no tenía por qué preocuparse por ella, pero puesto que faltaban unos días para que renunciara a su condición divina, no merecía la pena ser objeto de su furia y de su censura.

—Estoy segura de que yo llegaré antes.

—Bien. Y ahora, por favor, vamos a preparar el equipaje y a salir de aquí.

—Te sigue sangrando la nariz. Lo huelo.

—He luchado en muchas batallas mientras me sangraba mucho más que ahora. No es nada. Estoy bien.

Bethany se acurrucó contra él, con el vientre apoyado en su costado. Estigio cerró los ojos para disfrutar de su calidez mientras su hijo daba patadas. Ella le cogió la mano y se la llevó a los labios para mordisquearle los nudillos.

—Estigio de Dídimos, eres lo más importante de mi vida, mi orgulloso príncipe de la casta de Aricles. En mi corazón soy tu mujer, y no necesito ningún contrato ni ningún testigo para validarlo. —Se llevó su mano al corazón para que pudiera sentir los pausados y fuertes latidos—. Jamás he conocido a otro hombre que me haga sentir lo que siento cuando pienso en ti. Me complace verte feliz y tu sufrimiento me resulta mil veces peor que cualquiera que yo haya podido padecer, porque te valoro por encima de mí misma. Cuando te vas, soy incapaz de respirar hasta que sé que estás a salvo, de vuelta entre mis brazos. —Le besó la mano—. Me iré para complacerte, en contra de mi voluntad, pero ten presente que viviré una agonía hasta que estemos juntos otra vez. —Le mordió un nudillo—. No me hagas esperar, amor mío.

Al comprender que Bethany había comenzado a pronunciar sus votos nupciales tras afirmar la devoción que sentía por él, una petición tácita de que se casara con ella antes de que se fuera, Estigio se quitó el paño de la nariz y se llevó la mano de Bethany a los labios para besarla en la palma.

—Y tú, mi dulce Bethany de Egipto, Princesa de Tebas, eres mi kynosoura

—¿Tú qué? —Ella frunció el ceño—. Lo siento, cariño. El griego no es mi lengua materna y me resulta complicada.

Estigio rio mientras le besaba de nuevo la mano y usó la palabra egipcia que describía a la estrella más brillante del firmamento. La estrella que tanto los marineros como los soldados seguían para viajar y llegar a un puerto seguro.

—El peor día de mi vida, cuando estaba perdido y sin esperanza ni consuelo, saliste de repente de la tempestad más oscura. Solo era un cascarón vacío que vagaba por las orillas del río Flegetonte, atrapado entre el Tártaro y los Campos de Castigo, sin motivo alguno para seguir viviendo y muchos motivos para morir. Sin embargo, tu beso fue un soplo de vida para mi endurecido corazón y para mi lóbrega alma. No sabía lo que era la bondad hasta que tú me acariciaste la mejilla. Esa tierna caricia que no significó nada para ti, porque tu naturaleza es bondadosa, me llegó a lo más hondo. Llegó hasta un corazón que ni siquiera sabía que poseía y lo instó a latir. Puedo contar con los dedos de una mano los años felices que he tenido en esta vida, y todos ellos te los debo a ti. Sin ti, mi preciosa Bethany, no tengo nada. No soy nada. Lo único que te pido es que no me devuelvas al infierno del que me sacaste. Ya fue muy duro vivir en él antes de conocerte, y ahora que he visto la cara de Teia, no puedo volver solo a morar en la oscuridad. Te necesito, amor mío. Para siempre. —La besó en la frente—. No solo eres mi esposa. Eres lo que me da sustento y mi único deseo es no hacerte sufrir jamás.

Bethany frunció el ceño al sentir que le colocaba un anillo en el dedo.

—¿Qué es esto?

Estigio le contestó con un deje de dolor en la voz.

—El anillo de boda que Galen y yo elegimos para ti justo antes de que muriera.

Bethany sonrió orgullosa, si bien empezó a llorar.

—Jamás abandonará mi dedo.

—Y tú jamás abandonarás mi corazón.

Tiró de él para estrecharlo entre sus brazos.

—¿Cómo esperas que me vaya si me dices estas cosas? ¿Si sé que sufres mucho cuando no estoy a tu lado?

Él le acarició una mejilla con la palma de una mano.

—Porque te llevas la parte más importante de mí, Bethany. Mi corazón. —La besó en los labios—. Y mi alma. —La besó en el vientre y después enjugó sus lágrimas a besos—. Por favor, hazlo por mi cordura. A lo largo de mi vida, cuando las cosas van bien, siempre pasa algo malo. Ya he perdido a Galen. No puedo perderte a ti ni a nuestro hijo.

—De acuerdo. Me iré. Pero no me voy a gusto.

—Contaré las veces que late mi corazón hasta que volvamos a estar juntos.

Bethany salió de la cama a regañadientes para vestirse y preparar el equipaje.

Con el corazón en un puño, Estigio la ayudó. En realidad, deseaba mantenerla a su lado, pero Tánatos lo acechaba. Sentía el aliento de ese malnacido en el cuello y sabía que si Bethany se quedaba a su lado terminaría viéndose involucrada en la tormenta que acabaría desatándose.

Se despidió de ella antes de lo que le gustaría, y la envió rodeada de soldados a Egipto.

—Yo partiré mañana. Te lo prometo.

Bethany asintió con la cabeza.

—Te estaré esperando. No te demores.

Estigio la besó en los labios y se llevó su mano al corazón mientras que con la otra le acariciaba el vientre para sentir las patadas de su hijo. Estaba aterrado de dejarla marchar. Aterrado de no verla nunca más. Pero era mucho peor el miedo que sentía al pensar que siguiera a su lado y acabara sufriendo por su egoísmo.

Con una sonrisa triste, Bethany le susurró al oído una bendición egipcia.

—Que Ra mantenga siempre apartado el mal de tu camino.

Estigio se llevó su mano a los labios.

—Yo prefiero que tu abuelo camine a tu lado y te mantenga a salvo durante este viaje.

Ella se inclinó desde el carro para besarlo en la mejilla.

—Hasta mañana.

—No tardaré en reunirme contigo. Te lo juro. —Le hizo un gesto al auriga y siguió caminando con la mano de Beth en la suya hasta que le fue imposible mantenerse a su altura.

Verla marcharse fue como si le arrancaran el corazón del pecho. Sin embargo, debía dejar que se fuera. Era la única esperanza que tenían.