Bethany cogió con cuidado la fruta dispuesta en cuencos en la mesa del comedor. Aunque había comido hacía una hora, volvía a estar hambrienta. Y en momentos como ese echaba de menos su visión. Era frustrante jugar a averiguar qué estaba tocando cuando no tenía la menor idea.
—Cuando Aara estaba embaraza de Estigio, siempre quería manzanas e higos.
Bethany se detuvo al escuchar la voz del rey. Jerjes nunca le había hablado antes. Y aunque no era la persona que mejor le caía del mundo, se trataba del abuelo de su hijo.
—A Estigio le gustan mucho las dos cosas.
—¿En serio?
«Si eres su padre, ¿no deberías saberlo?», se preguntó. Pero no quería mostrarse descortés con él, sobre todo porque le estaba poniendo empeño.
—Pues sí.
—Vaya… Sé que también le gusta el queso.
—En realidad, le gustaba. No quiere comerlo desde hace algún tiempo.
—¿Por qué?
Se vio obligada a contener la rabia que la asaltó por el hecho de que ni un solo miembro de la familia de Estigio lo conociera en absoluto.
—El queso, las cebollas, el ajo, la sopa negra y las algarrobas son la base de la dieta de un soldado, majestad. Durante la guerra esa fue su comida a lo largo de meses. Desde que volvió apenas si toca esos alimentos.
—No tenía ni idea de que había probado las algarrobas.
Eso era porque los ricos y los privilegiados las consideraban alimento para los plebeyos o algo que comer durante las épocas de hambruna.
O dignas de usarlas como forraje para el ganado.
Desde luego que no era un alimento que un príncipe debiera haber conocido.
—¿Y qué es esa sopa negra? —preguntó el rey—. Nunca he oído hablar de ella.
—Se hace con sangre y cebada.
El rey replicó, asqueado:
—¿Cómo ha podido comer algo así?
—En tiempos de guerra uno no se queja de la comida que recibe. Los soldados se alegran de tener lo que sea con lo que saciar el hambre.
—Pareces conocer mucho al respecto.
Porque ella se preocupaba por Estigio.
—Mi padre es famoso por las guerras que empieza y por las peleas, y sé que Estigio acumula manzanas en un cajón de su dormitorio desde que volvió. Aunque rara vez las come, siempre comprueba que siguen allí.
—No tenía ni idea de que la guerra le había dejado esa huella.
Le costó la misma vida no sermonear a ese hombre por lo poquísimo que apreciaba a su hijo.
—¿Debería preocuparme al encontraros a los dos conspirando?
Bethany sonrió al escuchar la voz ronca y grave de Estigio, una voz que siempre le provocaba un escalofrío. Hasta que lo conoció, el acento griego nunca le había gustado. A esas alturas podía pasarse todo el día escuchándolo.
—No estamos conspirando, cariño. Me temo que tu hijo intenta arruinar mi figura.
Estigio se colocó tras ella y la rodeó con los brazos, tras lo cual le acarició el cuello con la nariz. Bethany cerró los ojos, apoyó la cabeza en su mejilla y disfrutó de la sensación de estar entre sus brazos. Le acarició con el pulgar la perilla que volvía a dejarse crecer. Por algún motivo, aparecía y desaparecía varias veces al año.
—Hay aceitunas y puré de guisantes —le dijo Estigio, ya que sabía que eran sus platos preferidos.
—Mmm, eso iría bien con manzanas. —Sintió que él ponía cara de asco.
—¿De verdad? —preguntó Estigio con incredulidad.
El rey se echó a reír.
—Nunca discutas con una embarazada, muchacho. Comen toda clase de cosas raras.
Estigio la besó en la mejilla antes de soltarla.
—De acuerdo, que sea comida rara. —Le preparó un plato y le cortó las manzanas mientras su padre los observaba con una intensidad que lo inquietaba.
—Pareces cansado, muchacho. ¿No has estado durmiendo bien?
Estigio dejó el plato en la mesa y ayudó a Bethany a sentarse.
—Estoy bien, padre.
Sirvió un poco de leche mientras su padre se sentaba junto a ella.
—Estigio dice que deseas casarte en Egipto.
Al escucharlo, Estigio fulminó a su padre con la mirada.
Bethany se encogió de hombros.
—Los dioses griegos se molestarían si mi familia asistiese a una ceremonia aquí. Los dioses no suelen llevar bien que otros dioses invadan su territorio.
—Es decir, que tu padre es Set de verdad, ¿no?
Estigio apretó los dientes al escuchar la pregunta formulada por su padre.
—¿Estás poniendo en duda la honorabilidad de mi prometida?
Bethany le colocó una mano en el brazo para tranquilizarlo.
—Sí, mi padre es Set. Si queréis, puedo invocarlo, pero dudo mucho que disfrutéis de la visita. Aunque a mí me adora con locura, es brutal con todos los demás. Incluso con su propia familia. Por eso suele vivir en el desierto casi todo el año.
El rey miró a Estigio.
—¿Cómo crees que se tomará el hecho de que te cases con un griego?
Bethany se limpió la boca con la servilleta.
—Le dará igual. —Se dirigió a Estigio con una sonrisa dulce—. De hecho, querrá destripar a cualquier hombre que me toque, con independencia de su origen.
Estigio se echó a reír.
—Cuanto más hablas de tu padre, más me preocupo.
—No temas, cariño. Ya he hablado con el resto de mi familia. Maahes, Horus y Osiris han jurado aliarse y evitar que te despedace. Pero te recomendaría que acudieras a la boda con la armadura… por si las moscas.
Su padre resopló.
—Me alegra comprobar que mi hijo va a hacer un buen matrimonio. Siempre se ha negado en redondo a acercarse a una mujer, tanto era así que empezaba a temer que le fallara algo.
Estigio abrió la boca para responder, pero Bethany le dio un apretón en la mano.
—Gracias, majestad —replicó ella con una sonrisa.
—¿Por qué?
—Por confirmar la fidelidad de Estigio. Aunque no hacía falta. Ni una sola vez la he puesto en duda.
Estigio le dio un beso en la mejilla.
—Eres la única mujer a la que he tocado y nunca aceptaré a otra.
Ella sonrió al escuchar su declaración.
—Y tú eres el único hombre con quien me casaré. El único hombre al que le he confiado mi corazón, segura de que no me lo vas a romper. —Se dirigió de nuevo al rey—. Estamos juntos desde que Estigio era poco más que un niño. Pero incluso entonces era más hombre que cualquier ser ancestral que haya conocido. —Apartó el plato de comida—. Ahora, si nos disculpáis, toda esta conversación sobre la fidelidad de vuestro hijo me ha dado unas ganas enormes de ir a montar.
El rey frunció el ceño.
—No deberías montar en tu estado. Podrías caerte y perder el niño o lastimarlo.
Cogió a Estigio de la mano y se detuvo para decirle al rey con una sonrisa educada:
—No he hablado de un caballo, majestad. Pienso montar a vuestro hijo. Adiós. —Seguida de Estigio, se dirigió a la puerta.
Estigio no emitió sonido alguno hasta que estuvieron en el pasillo, donde estalló en carcajadas.
—Ojalá hubieras podido verle la cara. No puedo creer que le hayas dicho algo así. Ni él se lo cree.
Bethany mostró por fin su irritación, algo bueno, ya que era incapaz de reprimirla mucho más tiempo.
—Se merece eso y más. ¡Me saca de quicio! ¡No entiendo cómo puedes ser hijo suyo!
Estigio no respondió, sino que la pegó contra su cuerpo para que pudiera sentir su erección contra la cintura mientras le mordisqueaba el cuello.
—¿Qué haces?
Él le acarició el lóbulo de la oreja con los dientes.
—Voy a llevarte arriba y a convertirte en una mujer decente. Aún quieres montarme, ¿no?
Bethany se mordió el labio inferior y bajó una mano para acariciarle la entrepierna. A Estigio se le puso todavía más dura.
—Sería una pena no aprovechar esto, ¿no te parece?
—Desde luego que lo sería.
Le dio un beso fugaz en los labios y después la levantó en brazos para llevarla a su dormitorio, donde pensaba hacerle el amor hasta que ninguno de los dos pudiera andar.