La desdicha más absoluta se cernió sobre Katoteros cuando Arcón sucumbió al pánico. Había esperado que Apóstolos apareciera en su puerta en cuanto amaneciera.
Por suerte, se había equivocado.
Al menos de momento.
—Tranquilízate —le dijo Epitimia mientras los dioses atlantes se congregaban en el templo principal, a la espera de que Apolimia se liberase de un momento a otro y atacara—. Hoy no cumple la mayoría de edad. Tiene que llegar su aniversario humano. Aún nos quedan unas cuantas semanas para encontrarlo.
Arcón soltó una maldición.
—Un mínimo retraso de la ejecución. ¡Es imperativo que evitemos que suceda!
Bethany ya se había hartado. No tenía la menor idea de dónde se encontraba Apóstolos y la verdad era que ya no le importaba. Lo único importante era el bebé que llevaba en su seno y el prometido con quien deseaba casarse, más que nada en el mundo. Ella no estuvo presente cuando encerraron a Apolimia y, sin ánimo de ofender, teniendo en cuenta lo que le habían hecho a la diosa, todos merecían recibir su ira.
Que Apolimia se encargara de ellos.
Incapaz de soportar las discusiones entre los dioses atlantes, se teletransportó al templo que su tía Maat tenía en Tebas.
Maat se reunió con ella al instante, recibiéndola con una cálida sonrisa en su preciosa cara.
—¿A qué debo esta grata visita?
Bethany sonrió y la abrazó.
—Tengo que pedirte un favor.
—Lo que sea, ya lo sabes.
Estaba a punto de poner a prueba esas palabras.
—Conviérteme en humana.
Maat retrocedió un paso y la miró con expresión seria.
—¿Cómo dices?
Bethany se tocó el vientre y pensó en la vida que llevaba en su seno, en el bebé que crecía en su interior.
—Quiero ser del todo humana. Ya me he cansado de la política y de las tonterías que acompañan la divinidad. Solo quiero criar a mi bebé y vivir con Estigio, como una humana, igual que él.
—Ay, cariño, piénsalo bien. Si lo haces, no hay vuelta atrás.
—Lo sé, Mennie. Pero… —Hizo una pausa al sentir un aleteo en su interior. ¿Era…? Esbozó una sonrisa de oreja a oreja y miró a su tía boquiabierta.
—¿Qué?
Soltó una carcajada y le cogió la mano a Maat para ponérsela en la barriga.
—¡Mira cómo se mueve mi hijo!
Maat sonrió al sentirlo.
—Ah… Es fuerte.
—Como su padre.
Maat le tomó la cara entre las manos y la miró con el ceño fruncido.
—Piénsatelo muy bien mientras yo preparo el suero para que tanto tu bebé como tú seáis humanos. Pero te lo pido por favor, Bet’anya, piénsatelo bien. Sin tus poderes no podrás protegerlos, y tú mejor que nadie sabe los peligros que acechan a quienes no pueden enfrentarse a los dioses.
Su tía tenía razón, pero…
—Esos poderes van acompañados de una maldición. Mientras los tenga, estaré dividida entre este panteón y el de mi madre. Quiero que me dejen tranquila, con mi marido y mi hijo, no que me metan en un drama que no me interesa en absoluto.
Maat asintió con la cabeza.
—Muy bien, cariño. Ve a compartir este momento con tu Estigio.
Bethany la abrazó de nuevo antes de ir a buscarlo.
—¿Estigio?
Estigio maldijo entre dientes y se tensó al escuchar la voz de su padre, que lo llamó mientras él bajaba la escalera. ¿Qué querría el viejo?
Aunque, a decir verdad, el rey se estaba comportando mucho mejor desde que sabía que Bethany era una princesa muy rica, una semidiosa, y desde que sabía a ciencia cierta que él no era Ganímedes ni estéril.
—¿Padre? —le preguntó al entrar en el gabinete.
El rey alzó la vista de su escritorio.
—No me has contado nada acerca de tus planes de boda.
No pensaba planear nada. Su prometida tendría lo que ella quisiera.
—Bethany quiere casarse en Egipto con su familia.
—¿Y a ti te parece bien?
Estigio lo miró con indiferencia.
—Si ella me lo pidiera, me pintaría de azul y me prendería fuego, padre.
Su padre resopló.
—Estás haciendo el tonto. Creo que deberíamos celebrar una ceremonia aquí, aunque sea pequeña. Que todo el mundo sepa que tu heredero es legítimo.
—Nadie dudará jamás de la paternidad de mi hijo.
«Yo no soy tan cabrón y tan cruel como tú», pensó.
—¿Crees que es un niño? —preguntó su padre, esperanzado.
—Bethany me asegura que lo es y confío en ella a ciegas. —Salvo por la falta de juicio que demostraba al quererlo y al desear casarse y entrar en una familia tan desquiciada como la suya. Eso jamás lo entendería.
—No sabes lo orgulloso que estoy de ti, Estigio.
«Pues deberías habérmelo dicho cuando me importaba de verdad», pensó. En ese momento las palabras de su padre lo dejaban indiferente. Frío. Ya había pasado la época en la que buscaba la aprobación paterna en todo. A decir verdad, le daba lo mismo.
Iba a empezar una nueva vida con Beth y con su hijo. El resto no le importaba.
Ojalá Galen estuviera allí para verlo.
Pero a diferencia de su familia, él no era un desalmado.
—Gracias, padre.
El rey lo saludó con un gesto de cabeza.
—Espera al aniversario de tu nacimiento. Tengo planificado un festejo impresionante.
Precisamente lo que no quería. Ni una sola vez había disfrutado de su cumpleaños. Prefería olvidar el asunto por completo.
Estigio suspiró y se volvió para marcharse, y casi se chocó con Ryssa en el pasillo. Su hermana lo fulminó con la mirada.
—¿Qué he hecho ahora, ovejita?
—Siempre tienes que quedar por encima de mí, ¿verdad? No soportas que alguien haga algo mejor que tú.
Frunció el ceño por la furia irracional de su hermana.
—¿De qué hablas?
—Yo tenía a Apolo. ¿Y qué haces tú? Te vas a otro panteón para conseguir a la hija de un dios más antiguo y poderoso. Y luego te casas con ella. Es ridículo, Estigio. De verdad.
Sí, lo era. Pero no por los motivos que ella creía.
—¿Por qué me tienes tantos celos?
—No te tengo celos. Me das lástima. Eres patético. —Un odio absoluto relampagueaba en sus ojos—. Y no creas que no sé que fuiste a por Apolo. Incluso te pusiste su emblema en la espalda para llamar su atención.
Estuvo a punto de sacarla de su error, pero ¿para qué? Por el motivo que fuera Ryssa siempre lo vilipendiaría y despreciaría sus actos. En su corazón nunca había habido espacio suficiente para querer a sus dos hermanos. Y sabía por qué estaba furiosa. Su padre iba a tirar la casa por la ventana para celebrar su cumpleaños y Ryssa lo estaba comparando con el suyo.
Eso era lo que la había enfurecido.
—¿Príncipe Estigio?
Apartó la mirada de su hermana para clavarla en el sirviente.
—Dime, Dorcas.
—La princesa Bethany ha venido a veros.
Dando gracias por su presencia, dejó a su hermana, que lo fulminó con la mirada mientras se alejaba, y fue a reunirse con Beth. Ella lo esperaba en el vestíbulo. Ataviada con un sencillo peplo gris, quitaba el aliento. Sobre todo por la curva de su vientre, que comenzaba a ser visible.
Se acercó a ella por la espalda y le puso una mano en la barriga antes de besarla en la mejilla.
Beth chasqueó la lengua.
—Debería avisarte de que mi prometido tiene un temperamento atroz y de que es muy diestro con la espada, y se molestaría muchísimo al ver a un desconocido manoseándome.
Estigio se echó a reír por sus palabras.
—En ese caso será mejor que nos conozcamos… —Dejó la frase en el aire al sentir un ligero movimiento bajo la mano—. ¿Es…?
—¿Tu feroz hijo? —Bethany le cubrió la mano llena de cicatrices con la suya—. Ya lo creo que sí, y por eso he venido. Sabía que tú también querrías sentirlo.
Extendió los dedos en un intento por sentirlo de nuevo, y después la tocó también con la otra mano.
—¿Dónde se ha metido?
Bethany le bajó la mano izquierda para que pudiera sentir a su hijo.
—Es… Vaya… ¿Nosotros hemos hecho esto?
Bethany le sonrió.
—Pues sí.
Estigio suspiró, contento, y alzó la vista al sentir que alguien los miraba. Eran Ryssa y Aquerón. Sus hermanos lo fulminaban con la mirada como si su felicidad los repugnara. Era una suerte que la presencia de Bethany le impidiera oír el odio que expresaban en sus pensamientos. Se imaginaba perfectamente las cosas que le estaban deseando.
—¿Qué pasa, cariño? —le preguntó Beth al tiempo que le ponía la mano en la cara para sentir su expresión.
—Nada. —Apartó los ojos de sus hermanos y los clavó en lo único que le importaba.
De repente, comenzó a sangrarle la nariz. Soltó a Bethany al instante y se apartó de ella para no mancharla.
—¿Estigio?
—No pasa nada, Beth. Sólo es otra hemorragia nasal.
—Creía que ya no te pasaba.
—No son tan frecuentes, pero no, no han desaparecido.
La cogió de la mano y la condujo escaleras arriba.
Al llegar a la planta alta, Aquerón y Ryssa siguieron fulminándolo con la mirada y se negaron a apartarse.
—Disculpadnos.
Bethany aminoró el paso al escuchar que hablaba con otra persona.
—¿Quién hay ahí?
—Mis hermanos.
—¿Está Aquerón? —Se paró—. Encantada de conocerte por fin.
Aquerón musitó algo que tal vez fuera un saludo, pero Bethany no estaba segura, ya que se alejó al instante de ellos.
—Perdona a mi hermano. Tiene mal recuerdo de las prometidas de Estigio. —Tras decir eso, Ryssa también se alejó.
Las palabras la dejaron helada.
—¿Prometidas?
Estigio suspiró y la condujo a su habitación.
—No, no hubo varias. Sólo una. El año que te fuiste, mi padre me comprometió con Nefertari.
Bethany puso los ojos como platos al escucharlo, furiosa.
—¿Y accediste?
La hemorragia de Estigio empeoró.
—Me dejaste, Beth. Sin posibilidad de ponerme en contacto contigo y sin saber si volvería a verte. Jamás la toqué, y sólo nos dimos un breve beso el día que nos conocimos.
—Qué bien —masculló ella—. Abrúmame con la lógica y el sentimiento de culpa, anda. —Se tranquilizó y suspiró—. ¿Y qué le pasó?
—La despaché. —Al menos eso era lo que le habían contado.
—¿Y lo de tu hermano?
Estigio usó un paño para taponarse la nariz.
—Nefertari dijo que intentó violarla.
Bethany enarcó una ceja al escucharlo.
—¿Lo hizo?
—Lo dudo mucho. Aunque Aquerón es un imbécil, violar mujeres no es su estilo. Además, le gustan las personas incluso menos que a mí.
Bethany silbó.
—Pues menuda hazaña. Creía que tú te llevabas el primer premio en esa categoría.
Estigio sorbió por la nariz mientras miraba el paño y después se lo volvió a llevar a la nariz.
—Preferiría no hablar de mis hermanos, si no te importa. —Se sentó y se inclinó hacia delante.
Bethany se acercó a él.
—Lo siento, cariño, no quería alterarte todavía más.
Él la besó en la mano.
—La verdad es que eres la única persona de mi vida que no me altera en absoluto.
Pero mientras estaba allí sentado, tuvo el mal presentimiento de que Ryssa y Aquerón iban a hacer algo para intentar estropearle el día. Seguían convencidos de que había tratado de matar a su padre, y ambos vivían con el miedo de que ocupara el trono. Algo que no tenía el menor sentido, ya que él les cedería gustoso todo el palacio si dejaran de machacarlo con su odio a todas horas.