Estigio negó con la cabeza al ver el anillo que le mostraba el orfebre.
—La piedra es demasiado pequeña.
—Este.
Estigio miró el elegido por Galen, que parecía pequeño en su enorme y callosa mano. Aun así, era mucho más grande que el que él había estado examinando y parecería gigantesco en la delicada mano de Beth. La piedra era de un intenso azul cielo que brillaba suavemente aun en el oscuro interior de la tienda.
—¿Qué piedra es?
El orfebre sonrió para demostrar su aprobación.
—Un zafiro, alteza. Simboliza la pureza y se dice que es un amuleto contra los malos deseos y las malas intenciones.
Estigio asintió, mirando a Galen.
—Tienes razón, es perfecto para ella. —Miró de nuevo al mercader—. Me llevo este.
Mientras el hombre se alejaba para guardarlo, Galen se echó a reír.
—Dos hombres eligiendo un anillo de boda es lo mismo que si dos mujeres estuvieran comprando espadas. En ambos casos se está fuera de lugar. Dentro de poco, iremos a comprar peplos y pañales.
Estigio resopló. El orfebre se lo había pasado en grande con sus preguntas y sus comentarios.
—Esperemos que sea niño. Después de esta parodia, no quiero ni pensar que tuviera que comprarle algo a una hija.
Galen soltó una alegre y ronca carcajada.
—No es tan malo, en serio. A mí me gusta, y a diferencia de los chicos, las hijas nunca titubean a la hora de abrazar y besar tus ásperas y arrugadas mejillas. Tener una hija es una bendición en muchos sentidos. Claro que se puede decir lo mismo de un hijo. En ambos casos, estoy seguro de que te alegrarás mucho.
Él también lo estaba.
El mercader regresó con su compra. Estigio lo guardó en el saquito que llevaba.
Al salir de la tienda hizo ademán de poner rumbo a casa, pero se detuvo, al igual que lo hizo Galen.
—¿Con un anillo es suficiente?
—¿Para tu Bethany? Sí, muchacho. Ella sólo te quiere a ti.
Sin embargo, no estaba seguro. Miró hacia el otro extremo de la calle.
—Es que me parece muy insignificante para lo que siento por ella. A lo mejor debería…
Galen lo empujó de vuelta al interior de la tienda, interrumpiéndolo a mitad del comentario. Irritado, abrió la boca para protestar, pero se percató de que tenía algo húmedo y cálido en la pierna. Algo rojo.
Sangre.
Con el corazón desbocado, aferró a Galen y lo estrechó contra su costado al ver que se tambaleaba.
—¿Galen? —gritó, sosteniéndolo entre sus brazos mientras él trataba de respirar.
Alguien le había cortado la arteria femoral. Era una herida profunda por la que manaba un chorro de sangre.
¡No!
¿Quién había osado hacer algo así?
—¡Que alguien busque un médico! —gritó Estigio mientras se arrodillaba en el suelo con su antiguo instructor entre los brazos—. Aguanta, Galen. —Hizo todo lo posible por detener la hemorragia, pero fue incapaz.
La sangre seguía saliendo por más que intentara contenerla.
Los ojos grises de Galen lo miraron mientras sonreía y le daba unas palmaditas en las manos ensangrentadas.
—Así es como debe ser, muchacho. —Tragó saliva—. Ningún padre debe ver morir a sus hijos. Mucho menos en tres ocasiones a lo largo de su vida. Esta vez, cuando vi la hoja del asesino logré que acabara donde debía acabar. —Tocó la mejilla de Estigio—. Mi amado hijo está a salvo de todo daño.
Las lágrimas cegaron a Estigio, que empezó a sollozar.
—¡No te mueras en mis brazos, Galen! ¿Me oyes? ¡Te lo ordeno! No te mueras, por favor, por favor… no me dejes solo.
Galen se humedeció los labios.
—No podría haberte querido más ni aunque fueras carne de mi carne. Ha sido un honor luchar a tu lado, Estigio. Enseñarte y protegerte, en casa y en el campo de batalla. Eres el mayor héroe que jamás ha tenido Dídimos. Y no podría haber deseado un hijo mejor. Has hecho que me sienta orgulloso una y otra…
Mientras lo miraba, la luz de esos ojos grises se apagó y el cuerpo de Galen se quedó laxo entre sus brazos.
Apenas podía respirar mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Intentó todo lo que se le ocurrió, pero fue en vano.
Galen estaba muerto.
Por su culpa. Debería haberlo protegido. ¿Por qué no había prestado atención? ¿Por qué?
¡Era muy injusto!
—¡Os maldigo a todos, dioses! ¡A todos! —Sollozando, abrazó a Galen contra su pecho.
«Yo no puedo morir… ¿por qué has intervenido, Galen, por qué?», se preguntó en silencio.
Si el asesino lo hubiera herido a él, habría dolido, pero la herida habría sanado. ¿Por qué no le había contado ese secreto a Galen?
Ya era demasiado tarde.
«¿Qué he hecho?».
Había matado al único padre que había conocido en la vida. Asqueado consigo mismo, Estigio acunó a su mentor entre los brazos, con el corazón hecho añicos.
—¿Por qué, Galen? —susurró contra su áspera mejilla—. ¿Por qué has hecho esto por un ser tan indigno como yo? —Pero ya conocía la respuesta. Galen lo quería. Por algún motivo ridículo, Galen lo quería.
—¿Alteza?
Estigio alzó la vista y vio que el médico estaba a su lado.
—Llegas demasiado tarde. —Sin embargo, dejó a Galen en el suelo para que el hombre pudiera examinarlo.
Al cabo de un instante, el médico suspiró.
—Lo siento, alteza. Avisaré…
—No. Yo me encargo de él. —Estigio levantó a Galen en brazos y lo llevó hasta el palacio.
Al entrar en el vestíbulo, su padre salió de su gabinete y lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué significa esto?
Estigio no le habló. No podía. En cambio, subió a Galen a sus aposentos a fin de llevar a cabo los preparativos.
Bethany corrió hasta el palacio precedida por Dynatos. Todavía escuchaba las carcajadas de su bisabuelo mientras anunciaba la muerte de Galen al resto de los dioses atlantes.
«No consiguieron matar al insoportable principito, pero sí han derribado a ese viejo malnacido que cabalgaba a su lado».
Estigio debía de estar desolado.
Alguien abrió la puerta del palacio y Bethany entró.
—¿En qué puedo ayudarte? —le preguntó un sirviente, situado a su derecha.
Bethany aferró a Dynatos a fin de que no le hiciera daño ni asustara a nadie.
—He venido para ver al príncipe Estigio. Por favor, llévame con él.
El sirviente estaba a punto de obedecerla cuando los detuvo una chillona voz femenina.
—¿Qué estás haciendo?
—El príncipe tiene visita.
—No, no la tiene. El príncipe no recibe a la plebe en sus aposentos privados. Sólo en el salón del trono en los días designados para tal fin.
Bethany enderezó la espalda al escuchar el tono altanero de Ryssa. Sintió que el aire se movía cuando la princesa se detuvo frente a ella.
—Para que quede claro y esto no se repita en el futuro, las prostitutas tienen prohibida la entrada en el palacio por la puerta principal. De hecho, tienen prohibida la entrada al recinto.
Incapaz de replicar con la misma inquina, Bethany enarcó una ceja.
—Entonces ¿dónde piensas vivir?
Ryssa jadeó, asombrada.
—¿Sabes con quién estás hablando?
—Con la hermana de Estigio, supongo.
—Para ti, campesina, es el príncipe. Y llámame «princesa» cuando te dirijas a mí.
Bethany hizo ademán de internarse en el palacio, pero Ryssa se lo impidió al cogerla del brazo, momento en el que le clavó las uñas.
—¿Es que no me has oído?
Bethany inmovilizó a Dynatos al escuchar que le gruñía a la princesa.
—Te he oído y me da igual. Estigio me necesita.
—Fuera de aquí antes de que ordene que te azoten por tu insolencia. Mi hermano utiliza los servicios de muchas prostitutas. Ni siquiera sé cuál de ellas eres, y tampoco me importa. No voy a permitir que sus putas estén bajo el mismo techo que mi hijo… el hijo del dios Apolo. ¡Guardias! Arrojad a esta inmundicia a la calle, que es el lugar al que pertenece.
Bethany se zafó de las manos de Ryssa.
—Siempre he sentido curiosidad por la capacidad que tienen los humanos de proyectar sus pecados sobre los demás. Tu hermano no es una bestia. Y si alguna vez hubieras hablado con él durante los últimos cinco años, sabrías mi nombre.
Dynatos comenzó a ladrar y a gruñir.
Bethany le enterró una mano en el pelaje para calmarlo.
—Te prometo que volveré, zorra. Volveré y te arrepentirás de esto.
Ryssa hizo ademán de agredirla, pero Dynatos se lo impidió.
Bethany se marchó sin decir una sola palabra más.
Estigio frunció el ceño al escuchar lo que le parecieron ladridos de un perro en el vestíbulo. Salió de sus aposentos para comprobarlo.
Ryssa subía la escalera en ese momento, hecha una furia.
—¿He oído un perro abajo?
Su hermana lo miró de arriba abajo con tal desprecio que bien podría haberlo despellejado.
—Sí. Esa prostituta nubia ha venido a verte y la he echado a la calle.
La ira nubló la visión de Estigio mientras corría y dejaba atrás a su hermana para ir en busca de Bethany. Salió por la puerta principal y ojeó la multitud que se agolpaba en la calle, pero no vio ni rastro de ella o de Dynatos.
«Maldita seas, Ryssa. Eres una zorra egoísta».
Pero Bethany había ido a verlo. Eso era lo más grande para él.
Furioso y con el corazón destrozado, regresó al interior y vio que Ryssa lo esperaba en la parte alta de la escalera.
—En el futuro, dile a tus prostitutas que no son bienvenidas en palacio. Y por todos los dioses, ¡lávate! Das asco.
Estigio hizo caso omiso de sus palabras mientras pasaba a su lado.
—¿Me has oído?
Aunque en un principio no tuvo la menor intención de hacerle caso, esa pregunta acabó con su paciencia.
—Bethany es mi prometida, imbécil. No es nubia, es egipcia. Y no pienso tolerar que sigas insultándola. Así que te lo advierto, como digas una sola palabra más, haré que te destierren.
Ryssa hizo ademán de abofetearlo, pero él le atrapó la muñeca.
—¿Cómo crees que reaccionará Apolo cuando le diga cómo me has tratado?
—No lo sé. Pero le preguntaré la próxima vez que me acorrale para magrearme —respondió él.
—¡Cómo te atreves a difamarlo de esa forma!
—Que te den, Ryssa. —Le soltó el brazo y regresó a sus aposentos, donde antes estaba preparando el cuerpo de Galen.
Solo.
Ya había enviado a un emisario para que escoltara a Antígona y a su familia hasta la capital, a fin de que estuvieran presentes durante el funeral. Y aunque la tarea de preparar al difunto recaía sobre las mujeres y los sacerdotes, no quería cerca de Galen a gente que no lo respetara o lo quisiera. Se lo debía.
Pero era duro estar solo. Hacer eso.
Se sentía invadido por el dolor, el arrepentimiento y la pena, hasta tal punto que le costaba respirar. Tras cerrar la puerta de su dormitorio, siguió con la tarea.
—¿Maahes? —dijo Bethany mientras entraba en el recargado templo de su primo, situado en Tebas.
Maahes, cuyo pelo castaño oscuro estaba oculto bajo la doble corona del Alto del Bajo Egipto que poseía unos luminosos ojos verdes, apareció delante de ella antes incluso de que acabara de pronunciar su nombre. La sonrisa que esbozaba desapareció al ver lo molesta que estaba.
—Cariño, ¿qué pasa? —Con sus más de dos metros de altura, era un bloque de músculo a cuyo lado Bethany se sentía diminuta. Sin embargo, con ella siempre había sido tierno como un corderito.
Bethany se sorbió las lágrimas.
—Necesito veinticuatro hombres de entre los más grandes, fuertes y aterradores que tengas en tu ejército para que me acompañen a Grecia.
Maahes enarcó una ceja oscurecida por los cosméticos.
—¿Vas a la guerra? —le preguntó, esperanzado.
Puesto que era el dios egipcio de la guerra, ansiaba entrar en batalla.
—No —contestó con petulancia mientras rememoraba el horror de lo que acababa de suceder en Dídimos. Se sentía herida y estaba furiosa, apenada y avergonzada—. Un amigo mío ha muerto y la zorra de Ryssa no me permite pasar para ver a Estigio. ¡Quiero aterrarla y demostrarle que no soy una inmundicia que pueda arrojar a la calle!
Maahes frunció el ceño mientras trataba de comprender sus palabras, pronunciadas a gran velocidad.
—¿Cómo?
—Nada. —Bethany respiró hondo de forma entrecortada—. Por favor, necesito un grupo de hombres con los que dar una gran impresión. Ahora mismo.
—Lo que mi tesoro me pida. ¿Quieres elefantes también?
Soltó una carcajada tristona al imaginarse la expresión que pondría Ryssa si los viera aparecer en la ciudad a lomos de unos elefantes.
—No, llegaremos en barcaza.
—Puedo hacer que los elefantes tiren de ella o que la lleven volando.
Por eso quería tanto a su primo. Maahes valía un imperio.
—Prefiero algo más sutil y mundano, si no te importa.
Él la besó en la frente.
—Muy bien, preciosa. ¿Cuándo lo quieres?
—¿En menos de media hora?
—Hecho. Nos vemos en los muelles.
—Gracias. —Bethany lo besó en la mejilla y se marchó al templo de su tía Maat.
Puesto que adoptó su forma invisible, caminó entre los sacerdotes hasta llegar al sagrado muro meridional donde se encontraba la antecámara cuya existencia desconocían incluso los sacerdotes. En ese lugar era donde su tía guardaba algunos de sus objetos más preciados.
—¿Tía Maat?
Su tía apareció más rápido de lo que lo había hecho Maahes.
—Niña, ¡estás embarazada!
Bethany se estremeció al tiempo que se llevaba un dedo a los labios para silenciarla.
—No se lo digas a mi padre, ni a nadie, ¿de acuerdo?
—Por supuesto. —Maat, que era todo lo contrario que Maahes en cuanto a tamaño y apariencia, arrugó la nariz—. No soy tan valiente.
Bethany sonrió y abrazó a su tía por su bondad.
—Necesito ayuda. ¿Puedes prestarme tu vestido más imponente y algunas joyas?
Maat enarcó una ceja con gesto regio.
—¿Puedo preguntar para qué?
—Para restregárselos por la cara a alguien que ha sido muy maleducada conmigo. ¡Me ha tratado como si fuera una campesina y me ha llamado «inmundicia»!
La ira relampagueó en los ojos verdes de Maat.
—En ese caso…
Bethany levantó la barbilla con orgullo mientras su tía la vestía al estilo egipcio.
Maat hizo aparecer un bruñido espejo de bronce para que se echara un vistazo. Mientras ella se contemplaba con una sonrisa satisfecha, su tía la miraba apoyada en un lateral del espejo.
—¿Te ves demasiado exagerada?
Pese al dolor que la embargaba, Bethany se echó a reír. Maat le había puesto un vestido ceñido de color negro adornado con una pieza de muselina dorada en torno a las caderas, sujeta por un ceñidor de oro y piedras preciosas. En los brazos llevaba un chal dorado también de muselina sujeto por brazaletes de oro y turquesa. Al cuello lucía un collar ceremonial, realizado con cornalina, perlas, oro y turquesa. Unos pendientes a juego adornaban sus orejas. Pero lo mejor de todo era el tocado. Un estilizado pájaro de oro con una solitaria pluma en la cabeza, inclinada hacia atrás. Los laterales estaban conformados por cuentas de oro que caían hasta sus hombros, superponiéndose al collar. Llevaba los ojos delineados con khol. Era la personificación del lujo egipcio.
Nadie la llamaría campesina con ese aspecto.
—Es perfecto.
—Muy bien. Te deseo suerte con tu travesura, sea cual sea.
—Gracias. —Besó a su tía en las mejillas y fue en busca de Maahes para ver sus progresos.
Al ver el pequeño ejército que había reunido, sonrió. Todos iban ataviados con faldellines de pieles de leopardo, collares con piedras preciosas y ajorcas de oro en los tobillos. Y lo mejor de todo era que Maahes había llevado a ocho de sus leones, sus mascotas, que en ese momento estaban acostados en el suelo junto al asiento dorado que ella iba a ocupar.
Maahes se había puesto una máscara ceremonial con cara de león, rematada por el úreo, la cobra solar, en la frente. Su faldellín estaba confeccionado con piel de león, y además llevaba una capa dorada y un cinturón. Al igual que el suyo, el collar ceremonial que lucía era enorme y estaba cuajado de rubíes. En los brazos y en los antebrazos lucía brazaletes de oro a juego.
Verlo ataviado de esa forma la sorprendió.
—¿Vienes? —le preguntó.
—Por supuesto. Nadie insulta a mi prima sin que yo le dé su merecido.
Bethany chasqueó la lengua.
—Nada de sangre.
Maahes hizo un mohín juguetón.
—¿Ni una poquita? Por favor…
—Maahes…
Su primo hizo otro puchero.
—¿No puedo sacar un ojo? ¿O arrancar un testículo? Por favor, Bet, déjame algo, cariño.
Ella lo abrazó entre carcajadas.
—Primo, modérate. Vamos en misión de paz.
—Ni se te ocurra pronunciar esa palabra en mi presencia. Me produce un dolor atroz.
Bethany meneó la cabeza y después tomó asiento en la barcaza.
Maahes hizo una señal y aparecieron en una zona situada frente a Dídimos, a fin de hacer una entrada triunfal en el puerto sin levantar las sospechas de los humanos.
Tan pronto como la barcaza estuvo amarrada, Maahes ordenó a sus hombres que desembarcaran una litera hecha de oro y piedras preciosas en la que iba a viajar su prima.
Ryssa iba a aprender una lección sobre buenos modales con la que Bethany esperaba que la muy zorra se atragantara.
Estigio dio un respingo al escuchar que alguien llamaba a la puerta de sus aposentos. Enfadado por la nueva interrupción, abrió y descubrió a un guardia.
—Su Majestad requiere su presencia, alteza. De inmediato.
Estaba a punto de arrancarle la cabeza de cuajo al hombre, pero se contuvo. El guardia no tenía la culpa de que lo hubieran enviado a cumplir ese cometido y no quería que un inocente sufriera la ira del rey. Sin embargo, si su padre lo veía de esa guisa reaccionaría de la misma manera que lo había hecho Ryssa, ya que aún no se había lavado.
Y estaba cubierto por la sangre de Galen.
Que les dieran a todos.
Siguió al guardia hasta el vestíbulo, donde su padre y su hermana lo aguardaban.
Tal como esperaba, su padre frunció el ceño al verlo aparecer con la ropa manchada de sangre.
—¿Qué? —preguntó él, irritado.
Sin que sirviera de precedente, el rey hizo caso omiso de su falta de respeto.
—Acaba de llegar una emisaria de Egipto. A juzgar por la descripción, creo que debe de ser Nefertari.
Estigio se frotó la frente mientras trataba de comprender lo que pasaba.
—¿Y qué se le ha perdido aquí a Nefertari?
Su padre se encogió de hombros.
Estigio miró irritado a Ryssa, que seguía enfadada con él por lo de Bethany, y después miró al rey.
—No me apetece lidiar con esto ahora —dijo.
—Tú nunca quieres lidiar con tus obligaciones —terció Ryssa.
Su padre se tensó.
—Después te diré un par de cosas sobre lo que le has dicho a tu hermana hace un rato.
«Me da igual», pensó.
Tras cruzar los brazos por delante del pecho, Estigio se mantuvo en el vano de la puerta mientras su padre y su hermana salían a recibir a la impresionante comitiva que acababa de llegar al patio de entrada.
Los recién llegados y la litera llevaban tanto oro encima que resultaba difícil mirarlos sin deslumbrarse. Veinticinco hombres y una mujer ataviada con un fastuoso atuendo. Seis nubios gigantescos portaban una litera que dejaron en el suelo, de la cual bajó una mujer ayudada por un hombre vestido como un león. Tras ofrecerle el brazo, subió con ella los escalones de la entrada precedidos por ocho enormes leones.
Estigio no reconoció a la mujer hasta que los vio pasar junto al rey y su hermana sin saludarlos siquiera. La reconoció pese al khol y al maquillaje que llevaba.
—¿Bethany? —susurró al tiempo que se adelantaba.
Ella soltó al hombre que la acompañaba.
—¿Estigio?
Una vez que llegó a su lado, la levantó en brazos.
—Soy yo, akribos.
Bethany lo abrazó con fuerza mientras Maahes y sus hombres cerraban filas en torno a ellos para evitar que alguien se les acercara. Estigio temblaba entre sus brazos y lloraba. Ver la enorme pérdida que había sufrido la destrozó.
—Lo sé, cariño. Siento mucho lo de Galen. Yo también lo quería.
—¡Un momento! —bramó el rey—. Exijo saber qué pasa aquí.
Maahes masculló con voz ronca.
—Nada de tu incumbencia.
—¿Sabes quién soy?
Maahes resopló de forma grosera.
—Ni lo sé ni me importa.
—Pues tal vez te importe saber quiénes somos nosotros.
Estigio levantó la cabeza al escuchar la furiosa voz de Apolo. Joder, hasta ese momento pensaba que el dios reservaba ese tono de voz sólo para él. Apolo se encontraba al lado de Atenea, y ninguno de los dos parecía muy contento.
El dios olímpico miró a Bethany y a los hombres que la acompañaban.
—¿Qué estás haciendo aquí, Maahes?
El hombre con la máscara de león se encogió de hombros como si tal cosa.
—Hemos venido en son de paz para rendir honores a un héroe griego recién fallecido. Pero si vas a ponerte tonto… —Bajó un escalón, acercándose a Apolo—. Hace mucho tiempo que no ceno carne griega.
Bethany le colocó una mano en un hombro.
—Por favor, compórtate.
Maahes hizo un gesto en dirección a Apolo y a Atenea, como si insinuara que el problema eran ellos dos. Después claudicó con un suspiro.
—Muy bien, Bet, cariño. Pero que sepas que me estás matando.
Atenea se apartó de su hermano para dirigirse a Bethany.
—¿Por qué has venido?
Bethany apartó la mano de Maahes y la colocó sobre un hombro de Estigio.
—Para ver a Estigio, que ha sufrido una terrible tragedia hoy. Intenté venir antes, pero la puta de Apolo me insultó de la peor manera y me negó la entrada. Tenéis mucha suerte de que no exija su sangre por la humillación que he sufrido de forma maliciosa e intencionada.
Maahes se levantó la máscara y se inclinó hacia ella.
—Pues yo sí espero sangre. Necesito que azoten a esa zorra por cada insulto proferido contra ti.
Bethany le tocó de nuevo el brazo y negó con la cabeza.
—Hoy no habrá guerra.
Maahes hizo un mohín, como si estuviera sufriendo.
—Muy bien, tesoro. Pero porque te quiero mucho. Y con esto lo demuestro. Eso sí, la próxima vez, ábreme en canal. Será menos doloroso.
Apolo hizo ademán de abalanzarse sobre ellos, pero Atenea lo cogió del brazo y le hizo un gesto con la cabeza para que desistiera. Después asintió mirando a Bethany y a Maahes.
—Por favor, rendid vuestro homenaje. Nos sentimos profundamente honrados por vuestra presencia y por el hecho de que hayáis venido a rendirle honores a uno de los nuestros. —Fulminó a su hermano con la mirada—. Hoy no habrá guerra. Sólo paz.
Confundido pero renuente a proseguir con el espectáculo en público, Estigio guio a Bethany al interior del palacio. Maahes, sus hombres y sus leones los siguieron.
Tan pronto como estuvieron dentro y lejos de ellos, Jerjes le preguntó a Apolo:
—¿Quiénes son?
Atenea contestó:
—El de la máscara es Maahes, el Señor de la Masacre. Es el dios egipcio de la guerra, servidor de Bastet, su madre, y de su tía Maat. Bet es conocida por todos como la Princesa de Tebas. Su padre es el dios egipcio Set. La personificación del mal y del caos. El heraldo de la guerra y de las tormentas. Ella es la luz de su oscuridad. Set haría cualquier cosa por su hija más querida. Su única hija. La protegida de todo el panteón egipcio, además.
—¡Esa es la Bethany de Estigio! —Jerjes le dirigió una mirada furibunda a Ryssa, que dio un paso atrás.
—¿Cómo iba a saberlo, padre? Iba vestida como una campesina.
Apolo no les hizo el menor caso.
—¿Qué hacemos, hermana?
—En Bet sí confío. En Maahes… es traicionero y siempre está sediento de sangre. Adora la guerra por encima de todas las cosas. Nos quedaremos y nos aseguraremos de que se marcha sin causar el menor incidente.
Bethany contuvo un sollozo al comprender lo que Estigio había estado haciendo antes de que ella llegara.
—¿Nadie te está ayudando con Galen?
—No.
Abrió la puerta y ordenó a cuatro de los hombres que continuaran con los preparativos del cuerpo de Galen. Estigio hizo ademán de protestar, pero ella lo silenció colocándole un dedo en los labios.
—Estás demasiado triste para hacer esto. Ven, amor mío. Déjame que cuide de ti.
Él le besó una mano.
—Alguien debería cuidar de ti.
—Chitón —susurró ella—. Maahes no lo sabe y no quiero arriesgarme a que se lo diga a mi padre antes de que yo lo haga.
Estigio frunció el ceño mientras miraba a los hombres y reparaba en las lujosas vestimentas, en las joyas que lucían y en el fastuoso atuendo que llevaba Bethany. Hasta sus sandalias eran de oro adornadas con cornalinas, turquesas y perlas. Cuando le dijo que su padre era rico, no acabó de explicarle hasta qué punto.
—¿Quién es tu padre exactamente?
Ella se mordió el labio inferior.
—No quería que lo descubrieras de esta manera. Por favor, prométeme que no te enfadarás conmigo.
—Jamás podría enfadarme contigo.
Sin embargo, ella seguía titubeando.
—Estamos a punto de poner a prueba esa afirmación, amor mío.
Estigio frunció el ceño al ver el miedo y la incertidumbre que se reflejaban en su rostro. ¿Sería un faraón?
—Beth, no me enfadaré. Te lo prometo.
Ella apretó los labios y le tomó la cara entre las manos para sentir su expresión.
—Mi padre es el dios Set.
Estigio fue incapaz de respirar durante un buen rato y tuvo la impresión de que las paredes se le caían encima. Debía admitir que no se había esperado algo así.
Lo que le hacía falta. Otro dios jodiéndole la vida y enfadándose con él. Debería haberlo imaginado…
Con razón Bethany se había mostrado tan reticente a hablarle de su padre o presentarlos. Era la hija de un dios.
Y no de cualquier dios. De uno de los más violentos, letales y crueles que existían.
—¿Estigio? —le preguntó con una vocecilla que le llegó al corazón—. ¿Cariño?
Le tomó una mano y le dio un apretón mientras se esforzaba por respirar. Las emociones lo abrumaban con tal virulencia que apenas distinguía una de otra. Rabia, traición, miedo, irritación…
—Necesito un momento, Beth.
—Por favor, no me odies. Te lo oculté por la misma razón por la que tú ocultaste tu identidad. Y no quería decírtelo porque sé lo que opinas de los dioses… Lo mucho que los odias. Y mi padre es uno de los grandes.
Uno conocido por haber cortado los genitales de otros dioses, de sus propios hermanos más concretamente; de modo que a saber lo que le haría a un humano que se había atrevido a acostarse con su amada hija. Que acabara con la cabeza clavada en una pica era la menor de sus preocupaciones en ese momento.
Sin embargo, ver el terror con el que Beth esperaba su reacción hizo que se sintiera como un cerdo.
La estrechó contra su cuerpo.
—Bethany, no te odio. No puedo hacerlo. —Las lágrimas le anegaron los ojos y se le formó un nudo en la garganta—. Eres lo único que tengo.
—Y por eso he venido. Sabía que estabas solo y no podía soportarlo. Tu hermana no me dejó pasar. Y lo único que se me ocurrió para sortearla fue pedirle ayuda a mi primo y así obligarlos a abrir las puertas.
Estigio le colocó una mano en la nuca y unió sus mejillas.
—Gracias por venir. —Después soltó una carcajada al ver que cuatro de los leones los rodeaban mientras los otros cuatro descansaban en el suelo—. Y yo te compré un perro para protegerte… qué tonto soy.
—No eres tonto. Fue un gesto maravilloso y adoro a Dyna.
Pero no necesitaba un perro que la protegiera. De la misma manera que tampoco lo necesitaba a él como marido.
Sin embargo, allí estaba. Había ido a consolarlo y estaba dispuesta a unirse a él pese a lo mucho que aborrecía el matrimonio. Podría conseguir a cualquier hombre. Y lo había elegido a él, a un desgraciado.
Jamás la había querido tanto.