Estigio se quedó de piedra al encontrarse de frente con Aquerón en el pasillo. Su hermano llevaba a Apolodoro en brazos y, a juzgar por el pelo mojado y las gotas de agua que quedaban en la piel de su sobrino, era evidente que Aquerón acababa de bañarlo. Su sobrino se incorporó en los brazos de Aquerón y comenzó a dar brincos.
Estigio esbozó una sonrisa al ver al bebé y pensar en que pronto tendría a su hijo para abrazarlo y bañarlo.
—Ha crecido mucho.
Apolodoro extendió los brazos hacia él.
—¿Aquí? —preguntó el niño, que frunció el ceño mientras miraba a sus dos tíos, idénticos.
Aquerón abrazó con más fuerza al bebé mientras fulminaba a Estigio con la mirada sin replicar.
Estigio sintió un nudo amargo en la garganta al darse cuenta de lo mucho que su hermano lo odiaba. Y al darse cuenta de que el odio que tanto Ryssa como Aquerón sentían se transmitiría a Apolodoro. No debería dolerle más que su rechazo, pero así era.
Estigio carraspeó.
—Sigo conservando el caballo que Ryssa te regaló de niño… Si lo quieres, podrías dárselo a Apolodoro.
Aquerón torció el gesto.
—No necesito nada de ti.
Ryssa salió en ese momento de su habitación y se detuvo al verlos.
Cogió a su hijo en brazos.
—¿Qué pasa?
—Estigio me estaba ofreciendo desechos que no me interesan en lo más mínimo.
En ese momento Estigio deseó con desesperación poder odiar a su hermano tanto como Aquerón lo odiaba a él. Pero…
—En otra época fuimos amigos.
Aquerón lo miró con desdén.
—Tú nunca fuiste amigo mío. Me robaste y me mentiste.
Estigio se quedó boquiabierto por esas acusaciones infundadas.
—Dime una sola vez que te haya robado.
—La corona que llevas, por ejemplo. El amor de mis padres…
—Puedes quedártelo todo. Por todos los dioses, si es lo que quieres, quédate con todo, por favor. A mí nunca me ha reportado consuelo ni alegría.
—¿Por eso maquinas para matar a nuestro padre? —preguntó Aquerón.
Se quedó de nuevo boquiabierto al escucharlo.
—¿Te has vuelto loco? ¿Por qué me acusas de algo así?
—Porque sé que es verdad. Estás planeando su muerte y has intentado echarme a mí la culpa.
Estigio meneó la cabeza al escuchar la absurda acusación.
—¿Desde cuándo tengo tiempo para planear la muerte de alguien?
Ryssa resopló.
—Desapareces durante días y nadie sabe dónde estás. Vamos, dime la verdad, dime que no te reúnes con tus conspiradores. —Señaló a Aquerón con la cabeza—. Yo lo creo, hermanito. Es típico de él.
Estigio no daba crédito. Que los dioses lo ayudaran si repetían semejante veneno delante de su padre. El rey era lo bastante estúpido como para creerles.
—No he conspirado contra nadie. Fue a mí a quien apuñalaron mientras dormía. No a padre.
Aquerón se quedó blanco.
—¿Lo sabe? —se preguntó su hermano en silencio.
Estigio dirigió su rabia hacia su hermano.
—Lo hiciste tú, ¿verdad? Fuiste tú quien intentó matarme.
Ryssa se interpuso entre ellos.
—No seas ridículo. Aquerón no lo hizo. ¿Por qué iba a hacerlo? Si te pasa algo, él también morirá.
—No —murmuró Estigio mientras fulminaba a su hermano con la mirada—. Y Aquerón lo sabe. Si él muere, yo muero. Pero mi vida no afecta en lo más mínimo a la suya. ¿No es verdad, hermano?
Aquerón gruñó y se abalanzó sobre él, empujándolo hasta que cayó al suelo.
—¡Te odio! ¡Deberías haber muerto cuando te apuñalé y no volver a la vida!
—¿Qué pasa aquí?
Aquerón puso los ojos como platos y retrocedió al escuchar la furibunda voz del rey. Ryssa se interpuso entre ellos de modo que pudiera proteger al hermano a quien quería del hermano al que no soportaba.
Ya podría haberlo destripado con sus propias manos. Porque la sensación era la misma.
—¡Contestadme! —rugió su padre mientras miraba a Ryssa y a Aquerón y después a Estigio.
—Nada, padre —dijo Estigio, que mantuvo una voz serena mientras se incorporaba—. Sólo una discusión entre hermanos.
Ryssa lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Sabías que Estigio está planeando tu muerte, padre?
Estigio se quedó de piedra por la acusación de su hermana.
Su padre lo miró con expresión suspicaz.
—¿Tienes pruebas, hija?
En ese momento Estigio escuchó los pensamientos de su hermana, las posibilidades que rondaban su mente después de haber averiguado que podía matarlo sin hacerle daño a su adorado Aquerón.
—Si Estigio desaparece, padre se verá obligado a querer y aceptar a mi hermano… —pensó Ryssa antes de decir en voz alta—: Me he enterado por una fuente muy fiable.
La expresión de su padre le indicó que el imbécil la creía. La rabia y la estupefacción dejaron a Estigio clavado en el suelo.
Ryssa quería verlo muerto.
Miró a su hermana con los ojos entrecerrados, se quitó la corona y se la puso a su padre en las manos.
—Cógela. Y métetela por donde te quepa. Me da lo mismo. Ya dejé todo esto atrás una vez y puedo hacerlo de nuevo sin problemas. Bien saben los dioses que ser príncipe nunca me ha reportado nada más que la desdicha más absoluta.
—¡Sabemos la verdad, Estigio! —exclamó Ryssa.
Estigio la miró con cara de asco.
—No tienes ni idea de nada, zorra estúpida. —Fulminó a su padre, a su hermana y a Aquerón con una mirada desdeñosa—. No tenéis ni idea. Y ya me he cansado de vosotros.
Sólo quería a Bethany. Les dio la espalda y se dirigió a la escalera con la intención de marcharse para no volver.
—¡Guardias! —bramó su padre—. ¡Prended al príncipe!
Cuando los guardias avanzaron hacia él, Estigio los fulminó con la mirada.
—¿De verdad creéis que podéis derrotarme?
Uno fue lo bastante tonto como para intentarlo. Estigio lo desarmó y lo derribó antes de que su padre pudiera parpadear siquiera. Con un rugido de rabia, lanzó la espada del guardia contra la pared, donde se clavó en las piedras.
Presa de la furia, Estigio le lanzó una mirada letal a su padre, que estaba boquiabierto.
—Si quisiera verte muerto, padre, ya te habría matado con mis propias manos. Y si quisiera tu puta corona, la habría cogido cuando atravesé las murallas de Dídimos con mi ejérc… —Se interrumpió cuando a su mente acudió el recuerdo de haberle dicho eso a su padre antes, sin embargo…
Era un recuerdo muy vago. Más un sueño que un hecho real.
En nombre de Hades, ¿qué estaba pasando?
Miró a Aquerón a los ojos mientras las acusaciones de su hermano resonaban en sus oídos.
—Sé que intentaste matarlo. ¡Lo sé! Y me culpaste a mí.
Estigio no terminaba de entender los pensamientos de Aquerón.
Nada tenía sentido.
Aun así, la expresión suspicaz no abandonó los ojos de su padre. Pues que así fuera. Tampoco podía caer más bajo a ojos del rey.
Asqueado, Estigio miró a Apolodoro, que estaba muy alterado y lloraba por la discusión.
—Lo siento, querido sobrino. Te mereces algo más que haber nacido en esta farsa de familia.
—¡Estigio! —rugió su padre.
Sin embargo, él no le prestó atención y enfrentó la mirada aterrada de Aquerón.
Por fin sabía con certeza que Aquerón había intentado matarlo. Y su hermano sabía que él estaba al corriente. Pero ¿qué más daba? En serio. Hiciera lo que hiciese para vengarse de Aquerón, al final acabaría sintiéndolo él, de modo que también recibiría el castigo.
Tal vez el peor castigo de todos fuera que Aquerón tuviera que aguantar a Ryssa como hermana. A esa zorra celosa y traicionera.
«Más vale que nunca se vuelva contra ti, hermano», pensó.
Hastiado de sus tonterías, Estigio salió de palacio en busca de su caballo. Ojalá pudiera estar ese día con Beth. Necesitaba ver unos ojos que no lo mirasen con odio. Sentir una mano en la piel que no lo tocara con rencor ni le deseara el mal.
Cinco días más…
Había estado más tiempo lejos de ella. Pero por algún motivo ese día le dolía más que ningún otro.
Aunque pronto… pronto estarían casados y nadie podría obligarlo a separarse de ella ni un solo instante. Jamás.
—¿Dónde has estado?
Estigio se detuvo en la escalera de palacio al escuchar la voz de su padre.
—He salido a cabalgar.
—No sabía si ibas a regresar.
No tenía motivos para regresar, y la verdad era que no sabía por qué se molestaba. Salvo que era lo único que tenía.
Se volvió en los escalones para fulminar a su padre con la mirada. El viejo parecía cansado y, de no saber que era imposible, triste.
—¿Qué quieres de mí, padre?
—Quería un hijo del que sentirme orgulloso.
Estigio ocultó el dolor que le provocaban los pensamientos de su padre mientras esperaba su respuesta.
—Tu hermana está convencida de que estás confabulando contra mí. ¿Hay algún motivo para que lo piense?
—Tiene la capacidad intelectual de una pulga medio muerta y me niego a cargar con sus estúpidas y ridículas acusaciones.
Su padre acortó la distancia que los separaba.
—No me preocuparía tanto si no sintiera tu odio cada vez que me miras.
¿Qué esperaba de él?
—¿Qué quieres que te diga, padre? ¿Que te quiero? De acuerdo. Te quiero. ¿Te importa que vuelva a mi habitación?
—No me quieres como quieres a ese viejo que te sirve. Nunca me has mirado como miras a Galen.
Estigio casi se echó a reír por los celos de su padre. Eran ridículos.
—Y tú no me has cuidado ni una sola vez cuando estaba enfermo. De hecho, ni siquiera me preguntas cómo me encuentro. No estuviste allí para luchar contra mis enemigos cuando intentaron matarme una y otra vez, ni tampoco me sacaste herido del campo de batalla para coserme las heridas. Cuando me enviaste demasiado joven a la guerra, fue Galen quien estuvo a mi lado para defenderme de los insultos y de las humillaciones de mis hombres, que creían que tú te estabas burlando de ellos por haberme puesto al mando de tu ejército. Durante la mitad de mi vida, desde que tengo uso de razón, solo Galen me ha ayudado a levantarme cuando me he caído. Es el único padre al que conozco.
Su padre echó la cabeza hacia atrás como si lo hubiera abofeteado.
—¿Crees que puede darte lo que yo te he dado?
—No, pero cuando estaba desnudo, se quitó el manto para cubrirme. Y me dio lo único que me ha importado en esta vida.
—¿El qué?
—Su amor, padre. Aunque no esté en mi mejor momento, aunque fracase, siempre se muestra orgulloso de mí y siempre responde cuando lo necesito. No me juzga ni me condena por ser humano.
—Porque no se atreve.
Estigio resopló. Su padre no tenía ni idea de hasta dónde llegaba la temeridad y la valentía de Galen.
—No tengo ganas de discutir contigo sobre este tema. —Se volvió para marcharse.
—Espera… quiero que sepas que he empezado a negociar con el rey de Ítaca para que te cases con su hija. He concertado un encuentro.
Estigio suspiró antes de mirar de nuevo a su padre.
—Pues ya puedes abandonar la negociación, padre. Ya estoy comprometido.
El rostro del rey se enrojeció por la furia.
—¿Con quién?
Estigio se preparó para la furia de su padre.
—Con mi Bethany.
—¡Con una plebeya! ¿Te has vuelto loco? ¡Eres mi heredero, muchacho! ¡Ni siquiera es griega!
—Tampoco lo era Nefertari. Pero si quieres a la princesa de Ítaca, te sugiero que la cases con Aquerón o que te cases tú con ella. Yo estoy unido a mi Bethany y no aceptaré a otra esposa.
—¡Lo prohíbo!
Se desentendió de su padre y siguió subiendo la escalera.
—Prohíbe lo que te dé la gana. No me importa ni lo que digas ni lo que hagas. Será mi mujer.
—¡Antes prefiero verte muerto!
Estigio dio un respingo al escuchar la amenaza en la mente de su padre.
«Inténtalo, cabrón», pensó. Así descubriría lo mismo que Aquerón: mientras su hermano viviera, la muerte no podría vencerlo.